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Miguel se quedo un momento tratando de escrutar la expresión del enorme hombre que conducía el autobús que tenia en frente de el. El conductor parecía mayor porque lucia una enorme barba que le llegaba justo por encima de la disimulada barriga de cervecero que se asomaba por debajo de la camisa azul marino, pero aun no tocaba los años dorados. Miguel pensó que el hombre debía estar a mediados de los 40 años. El pequeño hombre no pudo dejar de notar que a pesar de la edad, el enorme hombre que observaba aun poseía un poco de tonificación en su cuerpo: Miguel pensó que debajo del pantalón y la camisa de botones con la insignia del departamento de transporte de la ciudad de aquel gigante se escondía un cuerpo que luchaba por no envejecer, sacando provecho de la virilidad que exudan los hombres a esa edad en conjunto con los cuidados y tonificados músculos cubiertos de pelo gris y negro…
- ¿Vas a subir o que? – sonó la profunda y rasposa voz del hombre mayor que conducía el autobús. Miguel salió de su fantasía con el primer gigante que veía en meses y dificultosamente empezó a subir los escalones del enorme autobús, empleando sus brazos y piernas como un pequeño bebe. El conductor parecía no tener prisa, mas bien observaba los patéticos esfuerzos de Miguel por subir los escalones diseñados para hombres 3 o 4 veces mas grandes que el. Cuando Miguel finalmente subió el último escalón casi sin aliento, se encontró justo al lado del hombre gigante que lo esperaba pacientemente. Mientras recuperaba el aliento, Miguel comparo el tamaño de sus pequeños zapatos con las enormes botas negras que vestía el conductor. Muchas veces en la estación de bomberos, Miguel caminaba junto a la pared donde los chicos alineaban las enorme botas del uniforme y mentalmente comparaba el tamaño de ellas con sus pequeños zapatos de vestir, normalmente las botas de la talla mas pequeña le duplicaban el tamaño de su pie. Miguel no podía dejar de sentirse intimidado y a la vez atraído por la gran diferencia de tamaño. Pero los enormes pies del gigante que tenia en frente en ese momento eran otro asunto completamente fuera de cualquier comparación que Miguel haya hecho con los hombres de estatura media; la enorme bota de cuero que Miguel observaba podría fácilmente cubrir la mitad del cuerpo del pequeño hombre (o incluso mas) si Miguel decidiera acostarse en el suelo recubierto de goma del autobús y dejar el conductor diera un paso sobre el. La cabeza de Miguel apenas llegaba justo por debajo de la rodilla de este gigante, que lo miraba hacia abajo incluso estando sentado.
- ¿y bien? ¿Cómo piensas pagar el viaje? – Pregunto el gigante, Miguel subió su mirada y se encontró con los profundos ojos del gigante mirándolo divertidamente desde arriba. Miguel se tranquilizo al ver que el gigante al parecer no se percataba de la hora que era ni del pequeño violador del toque de queda. Sin decir ninguna palabra, Miguel nerviosamente busco en su billetera la identificación del programa de transporte publico, para entregársela al conductor, quien la escanearía para que el pequeño hombre finalmente pudiera tomar asiento y llegar a casa. Miguel saco la tarjeta y la se la extendió al gigante, quien extendió hacia abajo una enorme mano cubierta por un enorme guante de cuero marrón que parecía bastante usado. Al pequeño hombre lo rodeo el aroma del cuero combinado con el sudor que el guante parecía absorber diariamente y Miguel pareció embriagarse por el rancio y suave aroma. El gigante extendió el dedo índice y el pulgar para tomar la tarjeta, que parecía extremadamente diminuta entre sus gigantescos dedos cubiertos de cuero. La pequeña mano de Miguel quedo cubierta por el enorme pulgar del conductor, que era el doble de ancho que los brazos del pequeño. El conductor tomo la pequeña identificación entre sus dedos y se la llevo hasta su rostro, entrecerrando los ojos para poder descifrar las pequeñas letras en la identificación. Pero la identificación resbalo entre los enormes dedos enguantados del conductor y cayo sobre su enorme pecho, entre los pelos grises y negros de la barba del enorme conductor.
- ¡Diablos! Odio cuando ocurre eso – dijo el conductor irritado. Miguel se quedo allí de pie mientras el conductor rebuscaba el diminuto objeto entre su hirsuta mata de pelo facial.
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