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Tras ver que a su paciente le duelen los pies, la enfermera Joy le muestra un secreto. |
Un tratamiento de la enfermera Joy Si un Centro Pokémon carecía de una cierta enfermera de pelo rosa, había muchas probabilidades de que fuera una trampa para los entrenadores. Cada edificio oficial tendría a la enfermera Joy esperando en el mostrador para curar a los Pokémon. No, no era una persona teletransportándose mágicamente a cada edificio, sino de una enorme familia de parecidos que compartían el mismo apellido. Algunos esperaban junto a su Chansey, mientras que otros tenían una Audino. Afortunadamente para las damas, un día no solía ser lento con la cantidad de gente que frecuentaba los edificios. En el extremo sur de Sinnoh, una enfermera Joy en particular vigilaba a todos los entrenadores. Podía curar a sus Pokémon y charlar sin problemas. Sin embargo, su atención rara vez se desviaba de los adolescentes. La mitad de ellos entraban manchados de suciedad y salían en las mismas condiciones. Ellos mismos nunca pedían ser curados, y cuando lo hacían otra Joy llegaba a ellos primero. Pero hoy, esta Joy caminaba por el pasillo con un portapapeles. Leyó su contenido en voz alta. —Paciente: Ash Ketchum. Sexo: masculino. —Sus pasos se hicieron más fuertes y frecuentes—. El paciente dice que le duelen los pies, sobre todo los laterales… La palabra “pies” la hizo correr a toda prisa por el pasillo esterilizado hasta encontrar la habitación del muchacho. Al abrir la puerta, su corazón latió con fuerza contra su pecho. Sabía que vería a un chico, pero no esperaba uno con una cara tan bonita. El bronceado entrenador yacía en la cama del hospital, con los ojos medio cerrados. Teniendo en cuenta que sólo era de noche, lo que lo hubiera agotado era un misterio. Joy tragó saliva cuando se cerró la puerta. «Te has acobardado demasiadas veces. No tengas miedo.» —Buenas noches, Ash —dijo con su coz infantil—. ¿Cómo estás? —Bien. Podría ser mejor. —Bostezó y se frotó los ojos. —A ver… ¿Tienes problemas con los pies? —Caminó por la habitación, fingiendo anotar información importante en los papeles del médico. Ash asintió y le dijo: —Esto es lo más que me duelen desde hace tiempo. Creo que escalar el monte Corona lo provocó. En lugar de actuar como un profesional médico, Joy se arrodilló y levantó las sábanas. Antes de ver nada, una bocanada de calor le golpeó el rostro como una tormenta de arena. La enfermera se mordió el labio para evitar dejar escapar un gemido obvio, y luego retiró las sábanas para revelar los pies del chico. Y ahora se le escapó el gemido. —¿Te has lavado? —preguntó, dejando que la humedad de sus pies empapara sus pulgares. —Me dijeron que no tenía que hacerlo, ya que no estaba demasiado sucio esta vez. —Ya veo. —Con una suave risita, Joy agarró uno de los pies de Ash. La sensación de calor casi le derritió las manos—. Estás en manos de la Joy adecuada. Tengo un tratamiento secreto para los pies doloridos como los tuyos. El chico levantó una ceja cuando la enfermera frunció los labios. Sin dejar de mirarlo directamente a los ojos, Joy cerró el espacio entre su boca y el pie de él. Un besuqueo chirriante llenó la habitación antes de que… ¡POP! Ash se tapó la boca, soltando una leve risita cuando la enfermera volvió a besarle en medio de la planta del pie. La adulta le dio tantos besos que podría pasar como una Jynx. —Pero me sudan los pies —dijo el muchacho, moviendo los dedos. —Ssh… —La respiración de Joy envió un aire caliente entre los dedos del chico—. Relájate, hermanito. Con esas palabras, cruzó el punto de no retorno. Joy cubrió los dedos de Ash con besos antes de deslizarlos en su boca. Una vez que empujaron contra su lengua, sus ojos se cerraron y un lento gemido salió de sus labios. La sal incrustada entre los deditos pondría celoso a un océano. Mientras exploraba, Joy descubrió un tesoro de partículas que bajaban por su garganta. Arena aquí, tierra allá, y ambas se humedecían muy bien entre las cinco gruesas estructuras. Mirando al techo, Ash jugaba con sus dedos y manos. Tenía suficiente cerebro para saber que esto era inapropiado. Ninguna enfermera típica lamería los pies de un paciente, y mucho menos unos sudorosos. Sin embargo, la sensación no podía comprarse con nada que hubiera experimentado antes. Permitir que esto continuara le alegaría la noche al chico. Pero tal vez lo correcto fuera detener la sesión y denunciar a la enfermera antes las demás. Usar demasiado el cerebro hizo que Ash se rindiera y suspirara. —¿Me puede lamer despacio? —susurró, separando los dedos del pie dentro de la boca de la mujer. —No le cuentes a ninguna otra enfermera sobre nuestro secreto, ¿de acuerdo? —Joy apenas podía hablar con los dedos jugando dentro de ella—. Cuanta menos gente lo sepa, más emocionante será. —Sí, señorita… Después de raspar la sal de los dedos de Ash, la lengua de Joy pintó el gordo con su saliva. Lamido tras lamido, sus mejillas se pusieron cada vez más rojas. La gordura del dedo hacía que pudiera chuparlo durante minutos y nunca perdería su sabor salado. Mientras manejaba los dedos mojados, miró al chico cansado con ojos llenos de amor. No importaba lo mal que se sintiera, pues se sentía tan bien. Finalmente, el pie salió de su boca, temblando al caer sobre la cama. Los ojos de Joy se abrieron de par en par, porqué el pie tenía un brillo tan potente en la parte superior. Brillaban los dedos como Piedras Día, meneándose mientras la saliva se filtraba entre ellos. —Dime qué se siente —dijo ella, chupando la planta del pie antes de descender y ascender. Todavía luchando contra la agradable sensación, Ash se mordió el labio. Sin embargo, cuando escuchó la fuerte succión y sintió calor en el talón… —¡Ay! —¿Te gusta? —Mordisqueó aún más el talón. Los gemidos de Ash fueron música para sus oídos. Aunque meterle los cinco dedos en la boca requería una fuerza bruta, el talón le encajaba perfectamente. En cuestión de segundos, su lengua chasqueó contra la parte inferior más rugosa mientras sus dientes la rozaban. Slurp, slurp, slurp… Aunque estas acciones lo confundían, el pequeño paciente seguía gimiendo. Entonces, para despojarse de parte de la culpa de haber contribuido al comportamiento inapropiado de Joy, cerró los ojos, evadiéndose en su vasta imaginación. «Mmm, hazlo ahí, Dawn… Se siente tan bien. No dejes de lamerme los pies.» —Muy bien, prestemos atención a este otro. —Con el segundo pie, Joy no ocultó sus intenciones contra la planta de Ash, inhalando el hedor mágico. Tras el primer contacto con su olor, se limpió la cara con el pie sudoroso. Era como si él hubiera viajado con los mismos zapatos deportivos durante mes, llevando los calcetines más finos. Saborear este pie provocó en Joy el mismo placer que el anterior. De nuevo, era salido y caliente, sólo que éste tenía algo más de arenilla. En concreto, al lamer el dedo gordo, la textura cambió considerablemente. Pero Joy lo aprobó, moviendo la cabeza arriba y abajo sobre él hasta que su saliva lo alisó. —Hermanito —dijo entre chupadas —, tienes unos pies muy muy bonitos. Jeje, ¿te lo ha dicho alguien alguna vez? ¿Soy la primera? —Es la primera… Dawn... —Si caminaras hasta aquí todos los viernes, lunes y miércoles, obtendrías el mismo tratamiento curativo de mí—. Joy frotó el pie anterior mientras le babeaba los dedos—. Tráelos cuando estén más sucios, ¿de acuerdo? Así tengo más que limpiar. —Gracias, señorita. —Ash extendió los dedos para que la enfermera pudiera sacar fácilmente cualquier mota de suciedad. Luego movió el pie arriba y abajo para que ella acabara lamiendo la planta como una piruleta sudada—. Tu tratamiento me hace… Me hace feliz. —Siempre quiero complacer. Después de darle su amor a la planta, Joy dirigió su atención a la parte superior del pie. Lo que le faltaba de sudor, lo compensaba con placer. Saber que estaba mojando cada centímetro de los pies del hermoso chico dio a Joy toda su energía. Primero, se limitó a lamer la parte superior como una Vulpix bebiendo agua. Poco después, metió la lengua debajo de las uñas más largas de Ash. —Mmm… ¡Qué rico! Pero al mirar el reloj, retiró la lengua. ¿Las 21:00? Pasó media hora con la enfermera Joy violando los pies de Ash. Se levantó rápidamente y se limpió los labios, esperando que ninguna otra irrumpiera para ver toda la saliva. —Escúchame, hermanito, descansa aquí un poco más y deberías… ¿Ash? Una ligera respiración salió de las fosas nasales del muchacho mientras sus ojos nunca se abrieron. Entre risas, Joy le dio un suave beso en sus jugosos labios. Su sesión con el joven entrenador era divertida, pero tenía que ayudar a otras personas. En un instante, cogió unas servilletas y restregó la saliva de los pies de Ash. Entre cada grieta, bajo cada uña, garantizó que poco de su ADN quedara en sus pies. Después de desecharlas, le dio un último masaje con loción perfumada de coco. A este punto, los pies de Ash estaban tan suaves que el masaje era casi innecesario. Pero Joy quería mantener al menos un ápice de profesionalidad. En diez minutos, se levantó. —La próxima vez que te duelan los pies, te estaré esperando aquí. Te quiero —susurró, y le sopló otro beso a su paciente antes de salir de la habitación. Una vez fuera, vio a otra Joy en el pasillo. —¿Te importa coger esto por mí? —preguntó la otra enfermera, entregándole a nuestra Joy otro portapapeles. —¿Qué es? —Otra entrenadora dijo que le dolían los pies. Ay, caramba. Quizá debemos poner advertencias sobre lo grande y peligrosos que es el monte Corona. Se separaron, y la Joy que amaba los pies entró en la habitación de su nueva paciente. Dentro, una chica de pelo azul yacía en la cama. Y a un lado de la cama había unas pantuflas rosas esparcidas. Ooh… Las plantillas tenían huellas muy sucias, que parecían quemaduras profundas en los zapatos. —Buenas noches… ¿Dawn? —Joy se acercó a la chica con una sonrisa grande—. ¿Tienes problemas con los pies? Dawn asintió. —La próxima vez que el idiota de mi amigo me obligue a escalar una montaña mientras tengo puestas mis pantuflas, no se va a reír. —Ya veo. —Cogió la pantufla de Dawn y la olió. Su hedor a queso hizo que el corazón de Joy se acelerara—. ¿Y puedes decirme cuánto tiempo llevabas caminando? —Dos horas, tal vez tres. Si usted pudiera decirles que me dieran un masaje, sería genial, señorita. Joy se arrodilló y levantó las sábanas de los pies de la chica. Para su sorpresa, sus pies tenían el rubor más rosado del mundo. Y la leve mugre de los pies de Ash se cuadruplicó en los de Dawn, infestando los dedos por un enorme trecho. Había trozos de tierra pegados a los lados, con algunas tiras colgando por la vida. Para colmo, el sudor goteaba visiblemente desde los dedos delgados hasta el talón lechoso. Joy miró fijamente los ojos azules de Dawn, tomando el pie con la mano y relamiéndose los labios. —Tengo un tratamiento secreto para tratar los pies doloridos como los tuyos, hermanita. |