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Rated: 18+ · Book · Erotica · #2321597
Como nueva esclava de los pies de Peach, la vida de Toadette se da un giro emocionante.
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#1072284 added June 7, 2024 at 12:07pm
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Capítulo 1 - ¿Me contrataron?
No debería tomar siete minutos en llegar al centro de Ciudad Toad, y mucho menos diez. Quizá si hubiera caminado, pero estaba en un autobús. Para mantener mi cordura en este vehículo lleno de gente, pasé el tiempo leyendo artículos en mi celular.

Al menos tenía un asiento comodísimo en la parte de atrás del autobús. Era tan amplio que mis piernas lo aprovecharon al máximo. Incluso me quité los zapatos bajos para que mis pies pudieran respirar aire fresco. Después de caminar kilómetros hasta la parada del autobús en medias, realmente lo necesitaban.

¿Eh? Bajé el celular y había un niño mirándome fijamente. A escasos centímetros de mis pies.



Me dio miedo. Pero tenía cosas más importantes que hacer que pelear con un niño. Además, mirar no era un crimen. Por eso le sonreí y volví al celular.

El artículo me bombardeó con información sobre cómo hacer que mis pies dejaran de apestar, al menos durante un tiempo. Mi forma más joven habría agradecido estos conocimientos en aquel entonces. Y en esta nueva profesión, fuera cual fuera, lo último que quería eran las burlas de un miembro de la realeza. Sobre todo por algo tan evitable como unos pies malolientes. Bueno, fácilmente evitable si tu nombre no empieza por «T» y acaba por «ette».

Tomando notas mentales, extendí los dedos de mis pies. Pero… No lo hice por voluntad propia. Se me cayó el teléfono, y la visión que tenía ante mí me dejó paralizada.

El Toad de piel morena metió su lengua mugrienta entre mis dedos, lamiéndolos. ¡Dios mío!

Golpeándome contra la pared lateral del autobús, volví a meter los pies en los zapatos bajos. Era obvio que era un lugar más seguro para ellos. Calma, Toadette. Respira. ¿Qué niño enfermo le lame así los pies a una chica? No tenía por qué hacerlo. Lamer a una desconocida en cualquiera contexto es espeluznante, pero especialmente los pies.

Una señora que estaba junto al niño lo agarró por la muñeca y le dio una bofetada.

—Lo siento mucho —me dijo ella.

Entonces sonó un fuerte pitido por el altavoz del autobús, seguido de un mensaje. Dijo:

—Llegamos a la entrada oeste del centro de Ciudad Toad.

Qué alivio. Solté una risita nerviosa y recogí mi maleta. Miré a la mujer y su hijo.

—No se preocupe. Tal vez hoy esté deliciosa.

Por fin, lejos de ese niño espeluznante, mi media seguía cubierta de su horrible saliva. No, no podía ir al castillo así de sucia. Mi única opción era ir perfecta. Mientras miraba las distintas tiendas, me di cuenta de que ninguna me sería útil. La mayoría no vendían limpiadores ni productos similares. Bueno, había una excepción: la floristería.

Corriendo a toda prisa, las puertas de madera casi se desprendieron de sus bisagras. Pero después de golpearme de pecho contra el mostrador, sí, ese era mucho más resistente.

La mujer que era dueña de la tienda me observó, golpeando su chancla contra su talón grueso.

—¿Qué onda, Toadette?



—¿Me traes unas toallitas, por favor?

T. Minh saltó del mostrador. Era como mi opuesto. Yo llevaba un sombrero rosa con manchas blancas, mientras que ella llevaba uno blanco con manchas rosas. Su cabello era mucho más rizado que el mío, más liso y afilado. Además, nuestros niveles de energía eran totalmente diferentes, pues ella ya había vuelto con una caja de desinfectantes.

—¿Estás bien? —me preguntó con su acento urbano. La letra «s» casi siempre era aspirada, y hablaba tan rápido. Pero ése era uno de esos rasgos que me parecían extrañamente adorables.

—¿Piensas que me veo bien? Imagínate que un niño gordito te lame los pies en un autobús, y todo porque te quitaste los zapatos. —Me descalcé la pierna derecha y me quité las medias, dejando la tela sobre el mostrador. Casi se me cae el brazo de la intensidad con la que fregué.

—Jeje, qué chistoso. —Minh me dio la media—. Aunque no creo que ser lamida sea lo peor.

—Minh, ¡me lamió los pies! Es asqueroso, no importa cómo lo mires.

Con la media limpia, levanté la pierna sobre el mostrador. Mis dedos se curvaron esperando la toallita. Minh no dejaba de mirarlos. Debería estar viendo mi esmalte de uñas. Aunque normalmente las suyas estaban pintadas, las mías variaban entre estar desnudas y glamorosas.

—Lo limpio si tú quieres —me dijo.

—¿Te refieres a mi pie? —Negué con la cabeza—. Gracias, pero no. Como siempre, nadie toca mis pies excepto yo.

Había pulido la parte superior de los dedos, así que tocaba meterse entre esas zonas apretadas. Estiré ambos extremos de la toallita entre cada uno de mis sonrojados dedos. Menos mal que había un montón de ellas, pues había usado veinte.

—Oye, ¿puedes limpiar mis zapatos? No se sabe lo que les ha hecho.

Aparté de un puntapié mi zapato izquierdo para sentarlo junto a su gemelo. Sin perder un segundo, Minh T. sonrió, agarró unas toallitas y corrió detrás de mí.

Lavarme así los pies era lo último que quería hacer antes de conocer a Su Alteza. Pero mientras llegara antes de 40 minutos, todo saldría bien. ¿Quién sabe? Si se me caen los zapatos, puede que Su Alteza se impresione por lo bien que olerán y se verán mis pies.

¡Genial! Estaban listos mi pie y mi media. Me di la vuelta, lista para ayudar a Minh a limpiar mis zapatos. Y me quedé boquiabierta…

La Toad estaba en el suelo, ¡dándole besitos a la punta de unos de mis zapatos! ¡Hasta metió su nariz en la abertura del zapato!

—¿Qué demonios estás haciendo?

¡Pillada! Se levantó inmediatamente, con la cara roja y jugueteando como una Fuzzy.

—No grites. Me aseguraba de que estuviesen bien pulcros.

—¡Los estaba besando!

—¿Estás loca, Toadette? ¿Por qué los estaría besando?

—No lo sé, pero sé lo que vi. ¿Acaso estoy ciega? ¿Eso es lo que me quieres decir?

Frotándose los dedos, intentó esperarme varios segundos. Como si fuera a olvidar por arte de magia que tenía sus labios en mi zapato. Al final, empecé a dar golpecitos con el pie. No tenía tiempo para esperar una respuesta mentirosa. Tenía que ver a la princesa.

—Es que nunca pensé que fuese a pasar esto —suspiró.

—¿Nunca pensaste que iba a pasar qué?

—Toadette… ¿Me puedes jurar que lo que te voy a contar se quedará entre nosotras? Si no, no puedo contártelo.

Mi respuesta por defecto fue un asentimiento.

—Tengo… —Se puso pecho con pecho conmigo y susurró—. Tengo un fetiche por los pies.

—¿Cómo?

—Un fetiche. Significa que a mí me gustan los pies. Por favor, ya ríete para que acabemos de una vez. —Retrocedió. La había visto nerviosa muchas veces, demasiadas para contarlas, pero no hasta el punto de caminar en círculos como si tuviera un episodio maníaco.

¿Cómo iba a reaccionar yo ante una confesión tan repugnante? No tenía gracia. Era desagradable. ¿Los pies? ¿Le gustaban los pies? Eso no es sólo sumergirse en una enfermedad mental. Eso es zambullirse de lleno en el vasto océano de las discapacidades mentales.

—¿Qué le has hecho a mis zapatos en el pasado? Espera, ¡mis pies! ¿¡Me besabas los pies!? Minh, ¿¡cuál es tu problema!?

—¡Jamás hice eso, te lo prometo! Bueno, claro que los toqué de vez en cuando, pero tú me viste y no intenté esconder nada. Sólo observaba mientras dormías. Ojalá hubiera podido olerlos entonces…

—Eso me da miedo.

—¡Bah! ¡Lo confieso, lo confieso ya! —Pisó fuerte—. En la escuela siempre olía tus calcetines sucios. Pero no he hecho nada parecido desde octavo. Tienes que creerme.

—Yo…

—Incluso entonces —continuó—, sueles llevar esas vainas cerradas. Es raro que te vea los pies si no es porque vas descalza por la noche.

Minh empezó a moquear. Por desgracia para ella, hoy no podía hacer de terapeuta. Una lástima, ya que necesitaba una cura para su enfermedad. Me volví a poner las medias.

—Oye, no es que te esté quitando la amistad ni nada de eso, pero por favor, no toques mis pies, ¿entendido? Sólo eso te pido. —Cuando terminé, asintió.

—Quizá alguna vez…

—No significa no.

Volvió a sentarse en el mostrador, dejando caer lentamente sus chanclas gastadas. El hecho de que sus pies y sus zapatos estuvieran siempre tan sucios me decía todo lo que tenía que saber sobre su manía con los pies. Demonios, es como si quisiera que vomitara con esa sobrecarga de información.

—Y no se lo dirás a nadie, ¿verdad? —Seguía sin poder estarse quieta, con las manos golpeando sonoramente la madera.

—Mi misión no es que te conviertas en el hazmerreír de Ciudad Toad. —Antes de marcharme, miré hacia atrás—. Si estoy cansadísima y deseo un masaje en este trabajo, quién sabe, tal vez te tenga en mente.

Minh se transformó en un típico ser alegre en un instante, corriendo hacia mí. Aunque levanté las manos para detenerla, rompió mis defensas y me asfixió con un fuerte abrazo. Insisto en la palabra «fuerte». Sin previo aviso, me dio un beso en la mejilla. Sí que lo limpié inmediatamente, pero a pesar de ello soltamos una risita.

—Mucha suerte, Toadette.

Ya limpia, sólo tenía que dirigirme al norte y llegaría al castillo. Cada paso que daba hacia la entrada añadía más peso a mis hombros.

Una vez dentro, le enseñé a un Toad mi carta de invitación y me acompañó entre una multitud de varios asistentes al castillo. Aunque la carta venía con un mapa, navegar por esta enorme estructura sería doloroso para cualquier recién llegado. Puertas y escaleras ocupaban espacio en cada pasillo, haciendo de este lugar el mayor laberinto que jamás había atravesado.

El Toad llamó a la puerta. Después lo hizo cuatro veces seguidas. A través de la pared, pude escuchar una voz apagada.

—Adelante.

Él sacó una anilla que tenía cientos de llaves y abrió la puerta.

—Gracias —le dije.

—Si lo desea, le sujetaré la maleta.

Normalmente no me gusta cuando alguien toma mis cosas. Sin embargo, después de cargar esta vieja maleta por la ciudad toda la mañana y la tarde, me sentí aliviada cuando se la llevó. Me asomé por la puerta.

Allí estaba, la princesa Peach. Contuve la respiración, entrando en la habitación con las manos en los bolsillos. Mis dedos se movían con rapidez y los de mis pies imitaban la misma acción.

Aún no había visto a Su Alteza en persona, y se notaba. Me hacía parecer una hormiga. Incluso sentada en una silla, su alta figura podía intimidar a cualquier Toad. Aun así, mantuve una sonrisa brillante. Ella no iba a ver ningún lado débil en mí.

—Así que eres la chica que quería ser cocinera aquí, ¿verdad? ¿Toadette?

—Sí, alteza.

Hizo sonar su dedo enguantado sobre varios papeles esparcidos por el escritorio.

—Lamento decepcionarte, pero todos esos puestos ya están cubiertos.

Me atraganté con la saliva. Si ése era el mensaje que quería transmitirme, habría bastado con una simple carta.

—Sin embargo, —continuó—, tenemos un puesto vacante para el que cumplirías los requisitos. Un puesto nuevo que he creado que sólo tú ocuparías.

—Haré lo que sea, alteza.

Fuera cual fuera la tarea, esta oportunidad única en la vida no se me iba a escapar de las manos. Adelanté la silla y junté las manos sobre el escritorio.

Dos sonidos distintos procedieron de debajo del escritorio, seguidos de Su Alteza haciendo rodar su silla hacia atrás. Una a una, colocó las piernas sobre el escritorio. Y si su altura ya me había avergonzado, lo mismo podía decirse de sus pies. Nunca había visto unos pies tan grandes en un ser humano. Pero espera. ¿Qué estaba haciendo? Su Alteza chasqueó los dedos.

—Abre la boca.

—¿Cómo?

¿Abrir la boca para qué? No podía referirse a lamerle la planta de los pies. Limpios o no, los pies son repugnantes. ¡Asquerosos!

—¿Podría explicarme por qué, alteza?

—Durante años, he tenido que andar con calzado diverso. Desde los elegantes pero incómodos tacones altos hasta las accesibles pero muy holgadas chanclas. Y rara vez he tenido el placer de que mis pies recibieran una atención especial, a diferencia de cierta persona. —Apoyó más los pies en el escritorio, moviendo los dedos de un lado a otro—. Y con esa boca que tienes, tu lengua podría hacer maravillas con mis ilustres pies.

Increíble. Todos los puestos potencialmente disponibles en el castillo, y me colocan en lo más bajo del tótem. ¿Cuándo tendré un respiro en la vida? Pero declinar no era una opción. Era este trabajo de mala muerte o volver a la calle. Así que me incorporé, puse cara de niña grande y asentí.

—Acepto, alteza.

Cuanto más se acercaban mis labios a aquel enorme pie, más temblaba mi cuerpo. Era hora de acabar de una vez. Saqué la lengua y di el primer lametón en el talón derecho de Su Alteza.

Inmediatamente después, me mordí los labios. No, no para saborear el sabor. Sino porque era tan... asqueroso. Mientras mi cerebro luchaba por no procesar el sabor exacto, di otro rápido lametón. A partir de ahí, sólo fueron más rápidos. Con el tenue calor que irradiaban los pies de Su Alteza, se hizo evidente que estaban sudados. Por suerte, no era una gran cantidad de sudor, pero seguía siendo aborrecible para mi boca.

—Hmm… Eres mucho más novata de lo que esperaba.

Antes de que pudiera responder, Su Alteza me rodeó el cuello con la pierna derecha y me atrajo hacia su pie izquierdo. Cuatro de sus cinco dedos penetraron en mi boca hasta la mitad. Si sólo supieras lo mucho que deseaba gritar como una loca. Sus asquerosos dedos iban donde les daba la gana. Me tiraban de la lengua, me rozaban los dientes, me golpeaban las encías... Mi pobre boca estaba siendo violada. Y cuando los dedos llegaron un poco más allá de la mitad, abrí los ojos de par en par. Mi reflejo nauseoso empezó a activarse.

Tras seis agonizantes segundos, Su Alteza soltó por fin su gigantesco pie de mi boca. Sus dedos brillaban ahora con mi saliva. Jadeé mientras mi propia saliva se deslizaba por mis labios. Sólo quería bañarme.

—Tus habilidades son muy pésimas, Toadette. Pero no es algo que más entrenamiento no pueda solucionar.

Empujó hacia delante un papel muy largo y teñido de amarillo. Al final había una línea en blanco.

—Firma aquí y serás oficialmente la esclava de los pies de la princesa Peach.

Tragué saliva y me quedé mirando la pluma en su tintero. Me gustara o no, un trabajo era mejor que ningún trabajo. Y si podía ascender hasta algo mejor, sería estupendo. Puede que mi tiempo aquí sea un infierno, pero ya veremos cuánto dura. Con los ojos cerrados, firmé el contrato, para regocijo de Su Alteza.

—Te va a encantar tu estancia aquí.

—¿Mi estancia? Así que… —Jadeé. —¿Quiere decir que este puesto me permite…?

—Sígueme. —Se levantó de la silla y volvió a meter los pies dentro de los zapatos.

Mientras seguía a Su Alteza por muchos tramos de escaleras, me explicó la idea básica de este puesto de esclava de los pies. Consistiría en servir los pies de Su Alteza en todo momento, ya fuera poniéndole los zapatos, masajeándolos en público, fregándolos mientras se bañaba y otras cosas embarazosas.

En un pasillo de uno de los pisos superiores, Su Alteza se dirigió a una de las puertas y la abrió.

—Bienvenida a tu habitación.

Dentro, las paredes azules me llamaron inmediatamente la atención. En la parte inferior de las paredes había pintadas laderas y nubes. Ah, ¡y había una cama! ¡Una cama grande! Sí, ¡se acabó dormir en un pequeño colchón de aire! Y luego, a mi derecha, había un cuarto de baño, así que no tenía que compartirlo.

Tan absorta en todo, casi mi pierdo el siguiente comentario de Su Alteza.

—Mañana por la mañana. Tienes que verme a las siete. No llegues tarde.

—Por supuesto.

Me dio una llave y se marchó. Me apresuré a ir al baño y me cepillé los dientes. Afortunadamente, el Toad que se había llevado mi maleta ya había hecho un excelente trabajo organizando las cosas en el lugar corrector. Quizá sabía que estaría ansiosa por quitarme el sabor a pie de la boca.

Después de enjuagarme la boca y darme una buena ducha de vapor, me acurruqué bajo las sábanas de mi nueva cama. Mmm… Este colchón era firmísimo… Casi de inmediato me quedé dormida, sin tener idea de lo que Su Alteza me tendría reservado mañana.

O lo que me depararía el futuro.
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