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Rated: 18+ · Book · Erotica · #2321597
Como nueva esclava de los pies de Peach, la vida de Toadette se da un giro emocionante.
#1072286 added June 7, 2024 at 12:12pm
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Capítulo 61 - El vínculo restaurado
—A mi madre le preocupa que tú quemes la cocina cuando ella es igual de peligrosa cuando sola. —Empujé a Minh fuera del camino y miré hacia la cocina—. ¿Pero qué…?

Mi madre estaba respirando con dificultad, pero no se movió bruscamente. Había tanto sirope en el suelo que se podía saborear el arce. En la cubierta también había pan de maíz fresco. Pan de maíz, sirope, todo eso me resultaba muy familiar; nunca dejó de amar esa comida, ¿eh? Bueno, ¿qué diablos pasó para que la cocina se llenara tanto de sirope?

Y lleno de humo, no lo ignoremos. Cuando Penélope se acercó, la empujé al suelo. Todo el calor parecía proceder del microondas.

—Dios mío… —Minh echó un vistazo—. Señorita T. Ana, ¿pusiste…?

—Creo que programé el microondas por veinte minutos en lugar de dos. —Dejó caer una foto descolorida y suspiró—. Me voy a desahogar en los próximos diez segundos, así que prepárense.

Cuando soltó un grito estridente, me agaché y apreté los dientes. Sentí un escalofrío. Cuando estuve segura de que murmuraba todas las palabrotas en voz baja, me adelanté.

—Supongo que querrás que limpiemos este lugar.

—Porfa. —Se soplaba constantemente en las plantas de los pies, y utilizaba toallitas de papel para restregarles el almíbar abrasador. Pero se rompían cada vez que las arrastraba—. ¡Carajo!

—Calma —dije con una sonrisa burlona—. No querrás que la hija de Su Alteza también se manche la boca, ¿verdad?

—Sé usar y no usar las palabras —gimió Penélope mientras la acariciaba la cabeza.

—Algún día se te escapará.

—TD, ¿¡qué estás mirando!? —gritó mamá.

—Pues… No entiendo cómo no notaste todo este humo si estabas…

Gritando, le tiró del pelo. Luego, con toallitas de papel pegadas a la planta de los pies, se fue pisoteando hasta el baño.

—Ésa es la mamá que conozco.

A los tres Toads y a esta humana nos asignaron tareas de limpieza. Minh se puso a absorber todo el sirope filtrado de la baldosa. Sí, sus pies se pusieron muy dulces. Pero ambas sabíamos que no era tan tonta como para pisar la moqueta con los pies pegajosos. Penélope fregó las paredes y los electrodomésticos, y comentó que nunca antes se había sentido tan plebeya. Mientras ellas se ocupaban de gran parte del jarabe, TD se dedicó a ventilar el humo tóxico. No era lo ideal, pero abrió las puertas del balcón y dejó que el humo se filtrara al lluvioso exterior.

¿Yo? Tenía los pies en el sofá y me aseguraba de que todo iba sobre ruedas.

Al mismo tiempo, hice que Penélope me diera la foto que estaba mirando mamá. Pasaron veinte minutos en los que me quedé mirando cada detalle. No recordaba exactamente cuándo era, pero yo era más joven en ella. Sólo estábamos ella y yo en la foto, sonriendo.

En la escuela nunca me preguntaron por qué llevaba un parche. Muy irresponsable, ¿eh? ¡Ah! Esto fue en el tercero grado, después de que Minh pensara que había besado a un chico y fuera contándoselo a todo el mundo.

Desearía saber cuál era la emoción correcta que debía sentir en el presente. ¿Nostalgia o rabia, o podía combinarlas?

—Aún lo recuerdo.

—¿Cuántos años tenías? ¿Qué…? —Entonces recordé la otra cosa desafortunada que recordaba él. Agarró la foto y la acercó a la luz.

—Sabes, nunca supe por qué siempre se desquitaba contigo.

—Cuando eres chico, la vida te brinda muchas excusas para actuar de distintas maneras. Cuando eres chica, tener un novio puede ser una forma rápida de hacer que tus padres se conviertan en unos asesinos.

—Bueno, al menos no tenías que preocuparte por eso.

—Si hay algo que puede consolarte, es que siempre serás su favorito.

—Yo no…

—¿Terminé? —Le puse un dedo en los labios—. Ya ni siquiera es algo por lo que pueda enojarme. Eres el único hijo que ha tenido todo este tiempo. Sé feliz.

—Voy… —Sus ojos se quedaron fijos en la foto—. Voy a parecer patético, pero necesito saberlo. ¿Me odiabas?

Hice un esfuerzo por tragar saliva.

—¿Más mentiras en camino?

—La odiaba a ella. —Le abracé con tanta fuerza que se me escapó una pequeña lágrima—. Sé que decía que te odiaba mucho entonces. Pero era por toda la atención que te prestaba. Lo eras todo para ella, mientras yo sólo era la innecesaria hija que preferiría no haber tenido. Nunca dejé de quererte, y sigue sin haber un mundo en el que no quiera tener un hermano.

»Minh siempre estaba envidiosa de que yo tuviera un hermano y ella no. —Le rocé el sombrero. Cuanto más hablaba, más sentía que TD temblaba—. Pero no creo que deseara tener un hermano cualquiera.

Aunque no escuché sus lágrimas, aún me abrazaba fuertemente incluso después de soltarlo. Al ver su rostro, era evidente que ambos teníamos un nudo en la garganta. Su voz sonaba más grave.

—¿Y ahora qué? Ya sé que te vas a largar de nuevo. Todo por tu chamba…

—Tenemos celulares. —Me froté los pies—. Puedes hablar conmigo. Voy a tratar de visitarte cada par de meses. TD, sé que quieres que esté cerquita, pero esto siempre iba a suceder. Si no hubiera tenido mi situación, la única diferencia es que habría vivido aquí hasta que cumplieras los dieciocho.

—Habría significado más tiempo juntos. —Cuanto más tiempo pasaba sin que se moviera, más sabía que necesitaba un abrazo más fuerte. Me apresuré a darle un beso en la mejilla y luego lo envolví en mis brazos.

Era como tranquilizarlo cuando era un crío. No me importó lo mojado que me dejara el hombro o lo mocoso que me dejase el pecho.

—Toadette, ¿nos ayudas? —Minh hizo una pausa antes de entrar en la sala.

—Un segundo —articulé, continuando el abrazo. Y cuando TD me soltó de buena gana, asintió y se fue a su cuarto, me uní a las chicas para limpiar la cocina. Penélope se fijó en la rapidez con la que fregaba las cubiertas.

—No se rompa el brazo, señorita Toadette.

—Estoy bien —dije suavemente, con una sonrisita—. Las cosas quizá me vayan mejor.

A medida que avanzaba la tarde, la lluvia se negaba a amainar. Seguí picoteando mi trozo de pan de maíz, comiéndolo lentamente mientras continuaba mirando las fotos antiguas. Pensé que me habría detenido en el álbum que había sacado la niña, pero ahora los estaba mirando todos. Penélope parecía eternamente asombrada por lo rojo que tenía el pelo en aquel entonces.

—Es natural, pero parece una niña endemoniada.

—Podría haber sido tu mejor amiga —me reí antes de bajar la mirada—. Teniendo en cuenta algunas de las cosas que hice entonces, es una descripción bastante acertada.

—¡Qué asco! —Penélope señaló una foto donde Minh y yo estábamos sentados en un colchón inflable. Señaló concretamente mis pies, que estaban cubiertos de todo tipo de cosas negras—. Al ver esta foto puedo olerla. ¿Por qué no tiene ella los pies más sucios?

—¿Quieres saberlo? Cuando ella usaba zapatos cerrados, usaba calcetines mucho más que yo. No le importaban los callos, pero las ampollas la asustaban. Esta foto es de cuando se quedó en mi antigua casa y después de jugar afuera. Así que esa cosa negra que ves no es más que suciedad de mis tenis.

—Suciedad que quería lamer con todas mis ganas. —Minh me pinchó—. Oye, sé que estás recordando, pero tienes que volver algún día, Toadette.

—Nunca me fui —dije, comiendo por fin el pan de maíz—. ¿Cómo está?

—Quiero decir que no es el más feliz, pero no es que vaya a retenerte aquí por todos los medios.

—Qué bueno.

—Y si no hubieras venido, seguiría culpándose de tu muerte. —Sonriendo, me levantó de la silla—. No puedes deshacerlo todo, Toadette, pero definitivamente puedes mejorar algunas cosas.

—¿Qué haces?

—Mira, la buena onda es que tu mamá no tiene quemaduras fuertes. Aunque sus pies le duelen bastante. No es sorpresa, eso pasa cuando estás parada en jarabe caliente.

Enarqué una ceja.

—Le dije que podía darle un masaje en los pies, y ya sabes que muero por hacerlo. —Se acercó más, susurrando—. Pero creo que deberías ser tú quien lo haga.

—Estás loca —me reí burlonamente.

—Con inteligencia.

—Minh, he hecho un montón de tonterías desde que llegamos a esta ciudad. Pero no creas que voy a hacer algo tan absurdo como darle un masaje en los pies a mi mamá… ¿Acaso has olvidado quién es?

—No. Pero al igual que tu relación con T. Dani, ésta es una en la que al menos tienes que intentar mejorar.

—¿Por qué?

—¿Por qué? —Bajó las cejas—. Porque tu engaño le dolió mucho. No te estoy obligando a hacerlo, no. Si quieres, la ayudo yo misma. Lo que trato de decir es que, si estuviese en tu situación, al menos intentaría resolver esto antes de marcharme.

Maldita sea ella y sus palabras... No podía soportar cuántas veces tenía razón en este viaje.

—Después de esa revelación, no me siento cómoda estando a solas con ella mucho tiempo.

—Estaré contigo.

—¡Penélope! —Volví a mirar a la mesa—. Quiero que… ¿Estás comiendo mi pan de maíz?

—Hola. —Dejó caer el tenedor—. Mejor yo que la señorita T. Minh, ¿no?

—En serio, ¿qué les he hecho hoy? —gimió.

Mi madre era la última persona que merecía este tipo de trato, sobre todo por mi parte. Pero si iba a hacerlo, lo menos que podía hacer era esforzarme un poco. No le iba a parecer débil.

Sólo necesitaba un poco de aceite, que Minh me dio del baño. Aceite de bebé, pero serviría para un masaje.

Muy bien. Respira hondo, Toadette.

Dejé que Penélope abriera la puerta del dormitorio y, decidida a lucir presentable, entré con expresión seria. No fue sencillo, especialmente con el intenso olor que invadía mis fosas nasales. Era claro que el aroma de su cuarto nos había seguido desde la última casa. Sí, ese olor a incienso permanente.

Estaba tumbada en su cama queen, con sus ojos invisibles penetrándome. Cuanto más la miraba, más gritaba la voz en el fondo de mi cabeza: «¡Corre!»

Se oían los pasos de las otras dos detrás de mí, y cuando una de ellas cerró la puerta, levanté la botella de aceite.

—Me haces… —Me mordí el labio—. Pónmelo fácil.

—TT, no necesito un…

—Y no te mereces un masaje. —Tuve que soltar un insulto—. Pero TD está en su cuatro, la niña no es un profesional, y si lo hace Minh, no va a acabar nunca.

Marché hasta el pie de su cama y levanté las sábanas.

De repente di un salto. Tener los pies rojos era normal, sobre todo para una Toad que suda como yo. Pero los pies de mi madre parecían quemados por el Sol en la playa. Los focos de luz cálida no sacaban brillo a sus pies, así que no sudaban. De hecho, cuando toqué su pie derecho, emitió un chillido agudo. Pero seguí sosteniéndolo fuerte.

—Mejor ponte cómoda. Lo mismo digo para ustedes.

—¿Cómo? —Penélope ladeó la cabeza—. Pensé que quería que le ayudáramos.

—¿Sosteniéndome una botella? —Miré a Minh—. Si quieren que les masajee los pies también, suban a la cama.

No sabría decir cuál de las chicas levantó el trasero más rápido. Minh chocó con mi madre por la izquierda, y Penélope saltó por la derecha. Se rieron y se retorcieron bajo las sábanas mientras mi madre seguía boquiabierta.

—Su hija debería ser al menos decente con esto, señora —dijo Penélope.

—Me encanta la supergenerosa Toadette. —Minh levantó el pie izquierdo, intentando ocultar el rubor de su cara—. Y miren eso. Hoy no tengo los pies sucios que tanto temen.



La única mala noticia para mi madre era que tendría que comprar una botella de aceite nueva después de esto. Esperé a que desapareciera esa expresión de estupefacción de su cara, pero al final tuve que comenzar. Claramente, sus pies eran sensibles al tacto, así que sería mejor que eligiera a una de las otras chicas.

—Ya que ella es tan… ¿Cuál de ustedes quiere ser la primera? —les pregunté.

—Empieza conmigo. —Minh se lamió los labios—. Trátame como calentamiento, no me importa.

Como si no tuviera ya suficiente práctica con ella mientras dormía…

Mientras mis manos se empapaban de aceite de bebé, comencé a mover los dedos. Después, luchando contra la vergüenza, agarré el pie de Minh. Aunque ya estaba bastante pastoso, lo amasaría hasta que quedara lo más blando posible. Pero antes de eso, le froté las plantas con las palmas para impregnarlas de aceite. Cuando empezaron a brillar, parecían estar sudorosas. Mmm…

Joder. ¡Nada de rubor! ¡Nada de ponerte cachonda! ¡Puto fetiche de pies!

La mejor forma de calmarme era ni siquiera pensar en sus pies. Podía concentrarme en otras cosas, como imaginarme la pintura secándose en la pared. Sólo funcionaría hasta que una de ellas necesitara que reaccionara, pero era una especie de solución.

Mientras mis ojos estaban en el pie de Minh, los suyos estaban clavados en mi cara. Era como si intentara captar mi desliz de mi máscara. Ahora, mientras apretaba los lados de su pie, empezó a soltar gemido tras gemido. No era que se inclinara hacia atrás ni nada parecido. En realidad, estaba inclinada hacia delante, disfrutando de cada detalle del masaje. Y cuando por fin le apreté el arco del pie con los pulgares, sentí un escalofrío que le recorría desde el pie hasta la columna vertebral.

—Alguien es apasionado —chilló con un suspiro—. Más fuerte por favor…

—Cuidado con lo que pides —le advertí. Se diera cuenta o no, la tensión de mis brazos me permitía apretarle el pie hasta que sintiera dolor. Hasta ahora había sido un apretón lento y cauteloso. Cuanta más presión ejercía, más se ensanchaba su sonrisa.

Penélope movió los dedos con impaciencia. Pero mi madre, bueno al menos por fin cerró la boca. Sin embargo, aún tenía una expresión de confusión en la cara; me di cuenta por la forma en que tenía los labios.

Una de las dos iba a decir algo. O ella, como siempre, o yo.

Minh echó la cabeza hacia atrás y arrulló. Guau, le gustó mucho cómo apretaba y apretaba y apretaba. Lo único que hice fue mover los pulgares arriba y abajo por la mitad de sus pies, nada complicado. Pero fue eso todo lo que necesité para hacerla reaccionar así.

Lo único que sería mejor sería que le chupara los dedos. Si solamente pudiera…

—No te vuelvas muy loca. —Movió un poco los pies hacia atrás—. Agradezco todo tu esfuerzo, pero si te excedes, tus dedos se cansarán pronto.

Asentí con la cabeza. Entonces me volví hacia Penélope, cuyos pies estaban doloridos por la excitación.

—¿Cuándo fue la última vez que me dio un buen masaje? —Penélope se rascó la cabeza—. ¿Fue en aquel bosque espeluznante?

—No fue hace tanto —bostezó Minh—, pero parece una eternidad en tiempo real, ¿eh?

Lo que le hice a Minh, se lo hice en gran medida a Penélope. Aunque, al intentar apretarle el pie con fuerza, me di cuenta de que su resistencia era menor que la de Minh. Con una pequeña disculpa, continúe el masaje a un ritmo más lento y suave.

Sus pies eran tan suaves como siempre en mis manos. Sin olor, sin suciedad, sin nada que los arruinara. Había algo reconfortante en dar un masaje inocente a una niña un poco inocente después de haber tenido en mis manos tantos pies de adultos o adolescentes.

—Valora tus pies mientras eres joven —comenté—. Pronto se llenarán de arrugas, e incluso te puede pasar en tu adolescencia.

—Sí, lo he pensado, pero… ¿Es realmente tan malo? —Dejó escapar una risita mientras le rascaba entre los dedos—. Mi mamá tiene los pies un poco más arrugados a su edad, pero usted no ha dicho nada negativo sobre su apariencia.

—Las arrugas son normales. Sólo que generalmente es mejor tener menos.

Justo cuando dije eso, Penélope arrugó los dedos varias veces. Aproveché para pasarle el dedo por las plantas arrugadas, lo que me arrancó una buena carcajada. Por mucho que las arrugas envejecieran los pies, no podía negar que me hacían sonreír por dentro. Sólo la forma en que cambiaba la textura, como si pasara el dedo por una serie de valles...

—¿Cree que mis pies se parecerán a los de mamá cuando crezca?

—Es posible, Penny —dijo Minh—. Mira, con los padres, heredas características de uno u otro. Yo tengo los pies de mi papá, anchos y… lamentablemente un poco regordetes en lugar de delgados. Y Toadette…

Aunque mantuvo su sonrisa, la vi sufrir de un bloqueo mental. Pero no podría haberla ayudado. Ni siquiera sabía cómo era mi padre para comprender los rasgos que había tomado prestados de él. Todos los que había heredado de mi madre eran evidentes. El pelo pelirrojo, la barbilla más afilada… Quizá mis pies más largos los heredé de ella, pero por lo que sabía, el vago de cuya verga salí disparada tenía unos dedos de los pies monstruosamente largos que utilizaba como los de las manos.

Estaría bien que cierto alguien opinara sobre esto.

No. ¿Por qué dejar que mi actitud siguiera siendo tan amargada? Sólo tenía que terminar de masajear los pies de Penélope, curar los de la bruja, lavarme las manos y acabar con ella por esta noche. Cuanto más dejaba que bullera mi era contra ella, más brusca me volvía con los pies de Penélope. Si alguna vez sentía que saltaban sus pies, lo que ocurrió cuatro veces, significaba que no estaba siendo todo lo suave que debería.

—Al recordar el olor que sentí en la parte de atrás del auto, creo que los pies malolientes corren por la sangre de su mamá —dijo Penélope, mientras miraba nerviosa a mi madre—. No quiero hacerla sentir mal, señora, pero ustedes necesitan lavarse los pies cada hora.

Por nueve minutos di a los pies de Penélope un trato especial. Ahora tocaba ocuparme de los de mi madre.

Lo primero que me puso nerviosa fue su tamaño. No eran tan grandes como los de Peach, y los de Daisy quizá eran un poco más grandes. Pero seguían siendo más grandes que la mayoría de los pies con los que había tratado. Supongo que, si tratas con pies de tamaño medio por un tiempo, tanto los pies más grandes como los más pequeños te dejan en estado de shock.

Necesitaba más aceite que las otras. Con cuidado de no derramar demasiado sobre las sábanas, le eché la sustancia directo en los pies. Empezó en los dedos y estaba a punto de gotear por las bolas. Fue entonces cuando el aceite lo detuve con las manos y empecé a esparcirlo por sus pies.

Si volviera a ser una niña pequeña, ésta sería la parte en la que me daría una patada en la cara y me diría lo patética hija que era.

Pero ahora que era más grande, quizá se diera cuenta de que no iba a dejar volar nada de eso. Explicaría su tranquilidad.

En cuanto al tamaño de sus pies, significaba que mis manos estaban agotadas después de sólo dos minutos. El grosor me obligaba a ejercer más presión y, a estas alturas, ya tenía los dedos agotados.

—No deberías estar jadeando así, Toadette. —Minh chasqueó los dedos—. Sé que son tus manos. Tómate un descanso, no hay ninguna prisa.

¿Y darle a esa puta la oportunidad de llamarme débil otra vez? No. Sólo tenía que improvisar.

¡Slurp!

Tanto la lamida como el sonido que la siguió hicieron que todas me miraran fijamente.

El aceite exacerbaba cualquier sabor asqueroso que tuvieran los pies de mi madre, pero ¿parecía que me importara? Le di un segundo lametón, desde el gordo talón hasta los crueles dedos. Puede que mis manos estuvieran fuera de servicio, pero mi boca no. Y después de tener tantos pies en la boca, ¿qué eran dos más?

—¿Qué carajo estás haciendo, TT?

—¡Cierra la boca! —Me metí a la fuerza los dedos en la boca—. Cállate y mírame.

Chupé sus dedos de forma agresiva, con las cejas fruncidas mientras la miraba. Lo que había sido una expresión neutra en su cara era ahora de auténtico terror. Y yo no podía estar más contenta.

Aunque no podía ignorar lo extraño que esto debía de parecerles a Penélope y Minh. La primera estaba aturdida, y Minh tenía la cara roja. Roja de excitación y probablemente de vergüenza. Si querían que les chuparan también los dedos de los pies, sólo tenían que pedírmelo. Pero ya les habían masajeado tanto los pies que sólo parecerían un par de ratones glotones.

Incluso sin el aceite, los pies de mi madre habrían sabido a pies quemados. No eran los más sucios que había probado, ni mucho menos. Pero eran notablemente más duros en la parte de ellos que forma la huella del pie. Ya sabes, toda la parte excepto el arco y las zonas bajo los dedos. Era como si tuvieran callos.

Sólo esperaba que supieran a panqueques, teniendo en cuenta todo el sirope que empapaban sus pies.

Mientras le chupaba la bola del pie derecho, aproveché para olisquearlo a escondidas. Sólo para satisfacer una ligera curiosidad. No percibí mucho más que el olor a jabón perfumado con avena, pero era mejor que si olieran peor que mis pies.

Había mojado casi todo su pie derecho con mi saliva en unos tres minutos. Ahora le mordisqueaba el talón, a veces con suavidad, a veces con rudeza. Todo para provocar algún tipo de reacción por su parte.

Pero seguía sin haber ninguna.

Si eso no la hacía saltar, entonces sabía qué lo haría. Sonriendo, deslicé la lengua entre los dedos de su pie izquierdo.

—¡Ah!

Y ahora que mi boca había dado a mis manos la oportunidad de descansar, pude utilizarlas para frotar su pie derecho mientras seguía mojando el izquierdo. Le apreté el talón entre las palmas, ejercí toda la presión que pude sobre la bola e incluso metí los dedos de mis manos entre los de sus pies.

—¿Qué está haciendo? —Por muy baja que mantuviera la voz, aún la oí.

—Es tu hija, no la mía. —Minh se acomodó en las almohadas—. No tengo ni idea de lo que está haciendo.

Intenté meterme los cinco dedos en la boca, pero fue otro recordatorio de que tenía mucho trabajo cuando se trataba de pies grandes. Los pies más pequeños de Penélope me cabían en la boca sin problemas, pero ¿estas cosas? Caramba. Sólo los tres dedos del medio bastaban para asfixiarme. Pero aunque no los chupara todos a la vez, estaban tan mojados que sólo estaría presumiendo. Je, no es que haya nada de malo querer flexionar los músculos de vez en cuando.

Con la poca saliva que me quedaba en la boca, llegó el momento de retirarme. Me puse en pie y alcé la voz alta y clara.

—Este tipo de cosas es una de las muchas razones por las que sigo trabajando para Su Alteza. Y no tiene intenciones de reemplazarme porque soy muy buena en lo que hago. ¿Qué tienes que decir ahora?

Esperaría toda la noche su respuesta si fuera necesario. Mis pies no se moverían de esta posición hasta obtenerla.

—No tienes que demostrarme cosas que ya sé de ti, mija.

¿Qué? ¿Cómo rayos iba a responder a eso? No sabía eso de mí. Ahora miró a Minh y a Penélope.

—Déjennos un poco de espacio, por favor. Gracias. —Genial, haz que el ambiente sea más pesado… En cuanto se cerró la puerta, sólo estábamos ella y yo. Mis pies seguían plantados en ese lugar, mirando sus pies mojados y arrugados—. Puedes sentarte, TT.

—Me siento bien aquí.

Su prolongado silencio me llevó finalmente al lado de la cama. Pero no me metí bajo las sábanas ni hice nada para ponerme cómoda. Me limité a decir con las piernas cruzadas y los puños.

—Sólo puedo decirte que detesto la forma en la que te trataba tantas veces. Sé que lo siento, tú también lo sabes. Sólo depende de ti si aceptas eso o no.

—Quizá lo esté considerando…

—Cuando menciono que sabía esto de ti, no me refiero a… lo que diablos acabas de hacer aquí. Sólo que sé que no eres tan boba como te hice sentir mientras crecías.

—Dime algo que no sepa.

—¿Cómo?

—Cada vez que me decías que era una inútil, que acabaría convirtiéndome en una perra vendiendo mamadas de una estrella, todo eran proyecciones. No era la Toad más lista, pero me tratabas como si tuviera necesidades especiales. E incluso las madres de esos niños los trataban mejor. Lo único especial que necesitaba era que te preocuparas por mí.

»No sé si es que estabas celosa de que yo estuviera mejor que tú de niña, o si temías que acabara como tú. Pobre, con dos hijos e incapaz de mantener un solo trabajo.

—Ambas cosas pueden ser ciertas. —Se frotó el pelo—. Quiero decir, fuiste mejor mamá para tu hermanito que yo.

—¿Eh? —Levanté una ceja—. ¿La fui?

—Sí, lo traté mucho mejor que a ti. Pero incluso después de tenerlo, todavía me despedían a cada rato, me emborrachaba cada dos por tres… Mientras tanto, tú eras la que lo ayudaba a caminar, a hablar, a usar el baño, a entender las mates básicas… Le dabas el pecho cuando sólo tenías nueve años y no tenían bebidas. Hacías todo lo que yo no hacía. —Levantó la mirada—. Además, no era completamente ajena a las cosas que hacían tú y T. Minh.

—¿Qué?

—Cuando ella se quedó atrapada en las arenas movedizas de la cueva en la Playa Koopa, y tú fuiste la única que estuvo presente para salvarla.

—¿Lo sabías? —Sentí un pequeño escalofrío.

—Estaba cayendo un aguacero, y las dos estaban en esa etapa en la que sólo querían ser tan aventureras. Y lo sé porque, aparte de todo este asunto de tu ida, sabes de sobra que ella no sabe mentir ni un poquito.

—Bueno —me reí entre dientes—, le dije que no profundizara sin mí. Tuvo suerte de que estuviera allí o las cosas se habrían puesto muy mal. Me… Me sorprende que no me golpearas con tus chanclas cuando volvimos.

—Tenían doce años. Y en ese momento ya estaba enfocada en hacer todo mejor. Simplemente no sucedió hasta que, lamentablemente…

—Entiendo.

Antes de que pudiera hacer ningún movimiento, me mordí el labio y la abracé. Fue rápido, unos dos segundos incómodos, pero la hizo sonreír de par en par. Y su mirada de asombro esta vez vino acompañada de un rubor.

—Jamás olvidaré mi infancia, y no sé si volveré a sentirme del todo cómoda contigo. —Le acaricié las piernas despacio—. Pero si realmente te arrepientes de todo que me has hecho… sería una idiota por no darte una segunda oportunidad. Mamá.

¡Muac!

Tenía una marca roja y caliente cerca de mis labios. Y una vez más me asfixió con un abrazo tan fuerte que apenas podía respirar. Al menos esta vez pude soltar una risita.

***


—No sabes lo aliviada que me siento ahora gracias a ti, Toadette.

—Aunque me siento aún más idiota.

—No veo por qué.

—Me sentiré estúpida para siempre. Y es gracias a ti.

—¿Qué hice yo?

—Por mucho tiempo rechacé escuchar el consejo que me diste.

El sótano del edificio era asfixiante y detestaba tener que matar a los mosquitos, pero era agradable tener un poco más de privacidad con mi amiga. Nos sentamos frente a los elevadores, con las piernas extendidas y los hombros juntos.

—Eh, más vale tarde que nunca. —Minh empezó a acercar sus pies a los míos.

—Sin embargo… me alegro de no haberte hecho caso hasta este viaje. —La acción completé, haciendo que nuestras plantas se enzarzaran en un beso lento—. Si no hubiera estado en la calle, no habría intentado ir al castillo cuando lo hice, lo que significa que estos últimos meses nunca habrían ocurrido. Y, para ser honesta, me siento más viva de lo que me habría sentido viviendo en la Ciudad Champiñón.

—¿Estás…? —Se cubrió las mejillas—. ¿Estás contenta de saber de mi…?

Enrosqué el dedo gordo en la parte superior de su pie ancho y lentamente asentí.

—Este… —Me mordí el labio—. No es que me encanten los pies, pero a tu lado cada vez les veo más el lado positivo. —Ella se rió, dándome una palmadita juguetona.

—Bueno, me alegro de haberte ayudado a cruzar al lado oscuro. Una vez adentro, no hay salida. O te quedas en la superficie el resto de tu vida, o te sumerges tanto que estás en el país de las maravillas perturbadoras.

Cuál de los dos caminos seguiría, un misterio sería.

La plática se detuvo al abrirse las puertas del elevador.

—No me sorprende ver a T. Minh aquí, pero sí que tú estés.

—Oye, ¿qué quieres decir?

—No te lo tomes a mal, pero es que te encanta ser sucia. Sabes perfectamente cómo son las plantas de tus pies.

—Es normal tener los pies sucios; a mí no me molesta andar descalza. —Minh se rozó las manos en las plantas y sonrió al ver el mínimo rastro de polvo—. ¿Qué te trae aquí? ¿Viniste a quedarte con nosotras?

—Puedes tenerla en Ciudad Toad. Quisiera tener a mi hermana conmigo mientras esté aquí, nada más. —Levantó un disco—. Esa chica, Penélope, me sorprende porque es una experta en videojuegos. Nos la estamos pasando bien. ¿Quieren unirse o…?

Me levanté, haciendo un gesto a Minh para que hiciera lo mismo.

—Si tiene más de esos meneos, ya estoy en problemas. Pero lo intento. —Eso lo iluminó.

—Cuando gano, no tengo piedad con las perdedoras. Las aplasto duro con mis pies.

—Pueden usar el elevador. ¿Yo? Voy a subir esos veinticuatro pisos por las escaleras y me empolvaré los pies. Y si gano yo, el perdedor del segundo lugar me chupará el meñique derecho, el del tercer lugar me chupará el meñique izquierdo y el del cuatro lugar me chupará los dos dedos gordos al mismo tiempo. ¿Qué te parece esa apuesta, T. Dani? —Y la chica se fue, con sus pasos resonando por el angosto pasillo.

—Caray… —Tragó saliva—. También es sorprendentemente hábil con los juegos...

—Eh, si perdemos, seremos perdedores juntos —dije, entrando en el elevador.

En cuanto se cerró la puerta, sentí saliva caliente en la mejilla. Solté una risita tan fuerte que la gente de los otros pisos debieron de oírme, mientras TD intentaba callarme.

—Yo también te quiero, TD —le dije, imitando la voz de bebé con la que le hablaba—. ¡Ven aquí!

—¡TT! ¡No! —Y como intentaba quitármelo de encima, caímos los dos al rincón, donde le di un picotazo en toda la cara—. ¡Para, para! ¡Te quiero! ¡Te quiero, TT, está bien!

Mucho mejor.
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