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Rated: 18+ · Book · Erotica · #2321597
Como nueva esclava de los pies de Peach, la vida de Toadette se da un giro emocionante.
#1072351 added June 10, 2024 at 1:31am
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Capítulo 24 - ¡A sudar!
Las princesas estaban en traje de baño, sentadas en largas sillas alrededor de una de las grandes piscinas del jardín. Incluso bajo la sombrilla, Su Alteza llevaba lentes de sol. Explicarle la verdad de la situación a la princesa Daisy fue complicado, pero tener a Minh a mi lado me reconfortaba un poco más.

—Esto no me sorprende —comentó Su Alteza—. Los Shy Guys siempre han tenido fama de ladrones.

—Me parecía que eran simples rateros que robaban a ancianas. No ladrones tan audaces como para meterse con la realeza —dijo Daisy lento.

—Podemos entrar en su base esta noche —dije. Después de casi enterrarme viva, nada me apetecía más que ver a esos tipos recibir su castigo merecido. Pero Daisy sacó la mano.

—Basta. Ya hemos hecho bastante estos dos últimos días. Peach, tú y tus otros Toads pueden encargarse a partir de ahora.

—Siempre pidiendo más, ¿verdad? —Su Alteza fulminó a Daisy con la mirada antes de reírse—. Ya te he dado a Toadette, y aún así quieres consumir más de mis recursos.

—Así es. ¿Tienes algún problema con eso?

—Es posible.

En un instante, Daisy se levantó de la silla y tiró del brazo de Su Alteza. Sus mejillas hinchadas y cejas fruncidas le daban un aspecto intimidante. Pero ¿por qué estaba tan tranquila Su Alteza?

—¡Todo este embrollo comenzó en tu reino, Peach! ¡Vas a mover tu trasero perezoso y enfrentarte a esos Shy Guys! —Su Alteza se quitó los lentes de sol. Esa gran confianza que mostraba su lenguaje corporal estaba presente en sus ojos.

—Ay, qué lindo es cuando intentas darme órdenes.

Con este comentario, lo único que logró fue que los músculos de Daisy se tensaran y sus dientes rechinaran tan fuerte que parecía un animal furioso. Los dedos de sus pies se curvaron hasta un punto que nunca antes había visto. Era la mayor cantidad de arrugas que tenía esta dama en todo este tiempo.

—Je. —Sonreí con malicia—. Mira, Minh, una pelea entre chicas está a punto de suceder. ¿Quién recibe el primer golpe?

¡BAM!

Ay… La fuerza de Su Alteza… No sólo eso, sino que su rapidez seguía tomándome por sorpresa. ¿Me había roto la nariz? Mi sentido de olfato parecía desvanecerse en el aire, y no ayudaba el hecho de que su pie gigante me aplastara la cara.

—¿Acaso te he solicitado que hoy te conviertas en la comentarista sarcástica, Toadette? Habla.

—No… ¡Ay, no, no! No, Su Alteza, ¡no me pidió que hiciera nada! —Finalmente me quitó el pie de encima.

¡CRAC!

¡No! ¡Otra vez su pie me golpeó! La fuerza podría haber sido suficiente para romperme los lentes, pero mis gritos se estaban volviendo lo bastante fuertes como para evitarlo. La situación empeoró cuando sus largas uñas se clavaron en mi cara.

—No tolero las faltas de respeto, y lo sabes.

Por segunda vez, se bajó. Pero me pareció más bien que la obligaban a bajarse.

Abrí los ojos y la princesa Daisy se alzaba sobre mí. Señaló en dirección al castillo.

—Tú y la Toad gay empiecen a poner en orden esta operación que tienes planeada. Peach y yo estaremos ocupadas por un rato —dijo, haciendo crujir los nudillos.

—Vaya, vaya —suspiró Su Alteza—. Necesito un poco de ejercicio.

Jamás imaginé que Minh sería la que me sacaría de una situación peligrosa. Por lo general, era ella la que se paralizaba. Al llegar a un sendero ajardinado apartado de las dos, cayó de rodillas, hiperventilando. Sus pupilas se contrajeron y tenía las manos sobre la boca. Antes de que pudiera examinarla, se levantó de un salto para tocarme la cara.

—¿Estás bien?

—Vamos a tomar a Penélope. —Ignoré el dolor, guiándonos hacia la poderosa estructura.

—Siempre que sale en la tele y en las revisitas, Su Alteza se ve muy feliz —continuó—. Excepto cuando el tema es Bowser, nunca la he visto actuar con tanta… tanta ira. Pero, por otro lado, no deberías haber bromeado de esa manera. No te ofendas, pero empiezo a creer que la escuela no te enseñó nada.

Pobre Minh, todavía atrapada en esa mentalidad de adorar a una figura sólo por su estatus. Yo también fui así en cierto momento. Después de todo, Su Alteza parecía un modelo perfecto para una chica en crecimiento. Una lástima que mi ilusión de que el Reino Champiñón era una utopía se rompiera el día que cumplí trece años. Una rápida introducción a los aspectos sucios de Ciudad Toad me demostró que Su Alteza no era el ángel perfecto que parecía ante el público.

Incluso sabiendo esto, tenía suerte de trabajar a sus órdenes. Aunque me calificara de esclava, al menos no trabajaba para alguien como Bowser. Cuidar a Penélope como niñera era diez veces más divertido que lidiar con esos temibles Koopalines.

Después de que Minh y yo arrastráramos a Penélope al exterior, puse en marcha la primera fase de mi plan.

—¡Los saltos de tijera!

A mi orden, Penélope se puso en acción, moviendo sus brazos arriba y abajo como un pájaro. No era una atleta destacada, pero lo entendí. Sin escuela, es decir, sin gimnasio, ¿quién podría culparla por su falta de fuerza?

Lo importante era cómo su pálida piel empezó a volverse brillante. Estaba claro que estos Shy Guys sólo tenían una debilidad aparente: los pies. Los pies apestosos resultaron ser un gas fulminante para tres de ellos, aunque uno me opuso más resistencia. Pero si teníamos ocho pies muy malolientes de nuestro lado, imagínate el resultado.

Y esta pista de tenis sirvió de buen campo de entrenamiento. La azul tenía el suelo más resistente de las tres pistas básicas que exploré. No me preocupaba en lo absoluto que Penélope y Minh resbalaran.

Hablando de Minh, esta tonta era patética. ¿Un salto de tijera cada veinte segundos?

—¿Podrías intentar hacer ejercicio al menos una vez en tu vida? —gemí.

—Si tanto quieres que sude, déjame que me siente al sol.

Estaba claro que necesitaba algo de motivación. Empecé a quitarme el zapato, pero me detuve a medio camino. Esa estrategia no era suficiente. Necesitaba una amenaza sólida.

—A entrenar, o caminaré por la ciudad compartiendo tu obsesión por los pies con todos.

—¡No te atreverías!

—¿Quieres comprobarlo? —Eso encendió una llama ardiente en su trasero. Ahora iba al mismo ritmo que Penélope. La intimidación es una herramienta valiosa cuando se utiliza adecuadamente.

¿Compartiría realmente su secreto con el público? No, pero ella tenía razones para creer que lo haría. A diferencia de ella, yo nunca he sido buena guardando secretos. A la mierda las promesas. Tengo que aprovechar las oportunidades cuando puedo.

—Me siento más pesada… —Penélope aguantó 50 segundos más antes de caer al suelo.

—Bueno, significa que te estás haciendo más fuerte.

—¿Y por qué no hace nada de esto usted?

—¡Buena pregunta! —jadeó Minh mientras hacía ejercicio.

La verdad era que no necesitaba el ejercicio. Mi cuerpo iba a sudar sin importar si hacía ejercicio o no. Además, todo este estrés de imaginar los posibles obstáculos que enfrentaríamos estaba haciendo que mi cuerpo expulsara mucha agua.

—Cuatro vueltas, chicas. ¡Vamos! —Para el segundo ejercicio, la niña salió corriendo como si se hubiera comido un montón de caramelos. Dejó a Minh en el polvo. Por supuesto, ella no estaba corriendo, sino caminando bajo este intenso calor.

Mientras las dos daban vueltas alrededor de esta pista de tenis, mis dedos se morían por un poco de aire fresco. Un pequeño chequeo no me vendría mal. Me quité el zapato y me incliné para oler mi pie. Sólo un poquito.

—¡Puaj! —Volvió a su prisión. Caramba, el hedor no era tan fuerte como cuando estábamos en las ruinas, pero estaba en camino. Intentemos mantener estos zapatos puestos el resto del día.

Cuando terminó Penélope, habían pasado seis minutos. Para ser una niña que corría lo que parecían tres cuartos de milla, tenía cierta habilidad. Sería una excelente compañera de ejercicio si quisiera.

—¿Comprobamos el olor? —preguntó, quitándose el tenis sin respuesta.

—¡No! —Me tapé la nariz—. No querrás perder ese olor, ¿sabes?

Uf, tanto calor convirtió a la niña en un pollo cocido. Aunque no vi la planta de su pie, sabía que estaba roja como una cereza. Desagradable tenerlo en la cara, pero efectivo como arma de combate. Y mientras ella terminaba de hacer flexiones, abdominales y sentadillas, Minh cayó a mi lado por cuarta y última vez.

—¡Mi cuerpo no está hecho para soportar este abuso!

—Dímelo a mí —me burlé—. Puedes estar montando a alguien por horas, pero una carrera corta duele como el demonio.

—Al menos estoy sentada o acostada con un pene adentro, Toadette. No haciendo un triatlón por el reino…

Rodé los ojos mientras ella bebía agua. Penélope y ella se sentaron en una mesa redonda a la sombra. Mientras tanto, yo estaba tumbada en el suelo dando patadas en el aire.

—¿Qué hace que sus pies huelan tan mal, señorita Toadette? —Qué manera de ser directa. Aun así, tuve la amabilidad de responderle la pregunta.

—En primer lugar, trabajo duro. En segundo lugar, la culpa quizá sea de la genética. Los médicos incompetentes dicen que sudo más que cualquier otro Toad, pero no pueden o no quieren darme una razón de por qué. No sé si lo heredé de mi madre, de mi padre o si es algo exclusivo mío.

Minh se quitó las chanclas y golpeó la mesa con los pies. Se podía ver claramente cómo las manchas de suciedad de sus plantas se estaban desvaneciendo a través de los surcos de la mesa.

—Es verdad —dijo—. Cuando fui por primera vez a la alberca con ella, pensé que se había lanzado antes que todos nosotros. Resulta que era una fuente natural de sudor, que derramaba litros y litros como una máquina de refrescos.

—¡No le digas eso, Minh! —Pero la niña ya se estaba riendo.

—¿Puede bañarse con su propio sudor? ¿Lo ha hecho?

—Una vez, mi mamá compró donas y no tenían glaseado. Entonces le digo, «Toadette nos ayuda», y froto su frente por todo la dona. Y vaya, está más brillante que cuando tienen glaseado.

Debería haberme callado la boca.

—No mi imagino que una dona con sabor a Toadette sea tan sabrosa—. Y allí estaba la propia princesa, descalza y todavía con su traje de baño. La gran diferencia, y esto me asustó, era que tenía un moratón en el hombro izquierdo—. Cuéntame que tienes planeados todos estos detalles desde la A hasta la Z.

—¿De la A hasta la L está bien?

—Por ahora, no tenemos muchas más opciones—. Trotó hasta la silla más cercana a mí, posando sus sucios pies sobre mi sombrero—. Dinos, ¿qué es lo que va a pasar?

Mientras frotaba sus pies ásperos sobre mí, les di una explicación detallada de cómo gestionaríamos nuestra entrada en la base de los Shy Guys.

—Maravilloso. Puedo preparar un par de pies malolientes en tan sólo treinta minutos.

—Pero en cuanto estemos dentro, a menos que haga frío, tiene que descalzarse.

—¿Por qué?

—No creo que pueda quitarse los tenis tan fácilmente como si fueran zapatos bajos o chanclas. —Miré a Penélope—. Tú también debes tomar en cuenta ese consejo. Aunque a Minh y a mí no nos agraden las bajas temperaturas, no somos tan vulnerables como ustedes. ¿Ven? Ser Toad tiene sus beneficios.

—Bueno, si hablamos de practicar —añadió la princesa—, ¿qué tal si nos hacemos todas y cada una de nosotras unas largas cosquillas?

—No. —La idea deseché de inmediato.

—Nos ayudará a adormecernos un poco. ¿Te vas a acobardar?

—Estaré bien —insistí. Y aunque me negué a que me hicieran cosquillas, accedieron Minh y Penélope. Y vaya que Minh parecía especialmente ansiosa.

Mientras el Sol caía sobre el pueblo, las cuatro nos acercamos a la poderosa boca de la tubería. Y esta vez no nos olvidamos de los martillos. Esta vez los bloques se derrumbaban para siempre. Yo llegué en zapatos bajos, mientras que las dos miembros de la realeza llegaron con ropa de invierno y tenis. Todo iba según lo previsto hasta ahora, excepto lo que llevaba puesto Minh.

—¿Y tus zapatos?

—¿No te diste cuenta de que anduve descalza todo el rato? —preguntó, llevando un martillo—. Además, no me voy a helar allá abajo. Se te olvida que viví en la Ciudad Champiñón.

—Y que alguien no se vuelva a congelar. —Miré a la princesa.

—Si te enfocas en lograr que lleguemos rápido, no tendremos que preocuparnos por eso.

Muy fácil. Los túneles seguían exactamente iguales desde la última vez que pasamos por ellos. Fríos, pútridos, feos, todas sus características seguían presentes. Pero ahora debía cuidar a dos personas más, y una de ellas era una niña.

—¿Por qué conocen tan bien este lugar? —preguntó Penélope.

—Tuberías de atajo —cantó Minh—. No siempre son las más fiables, pero cuando funcionan, es mejor que tomar un avión.

—Mamá siempre decía que me dejaría volar, pero estoy esperando a que…

—Y yo que pensaba que tenía una madre inexistente. —Hubo tres segundos de silencio, aparte del chapoteo de los pies en el agua de la alcantarilla—. Niña, ¿qué hace realmente tu madre contigo?

Mientras nos adentraba, sentí un intenso arrepentimiento por mi arrebato. Hasta ese momento, había sido yo más una figura materna para Penélope que lo había sido Su Alteza. Había tratado de divertirla, había escuchado lo que tenía que decir y la había dejado ser una simple niña. En cierto modo.

—Deja a Penélope sola la mayor parte del tiempo —me dijo Daisy—. Y luego Peach se enfurece cuando la niña comete errores.

—¿Cuántos años tienes? —le pregunté a Penélope—. ¿Siete?

—Diez… —murmuró.

De regreso a los bloques. Nos dominaba nuevamente. Sin embargo, esta vez estábamos bien preparadas. Minh lanzó el primer golpe hacia atrás y luego se balanceó con todas sus fuerzas.

Una grieta como un rayo penetró en la superficie del bloque, pero aún teníamos que derribar más de ellos antes de que esta barrera cayera. Era como un ritmo musical. Cada vez que Minh golpeaba un bloque, se preparaba para el siguiente golpe. Cuando todo su peso se inclinaba hacia adelante, yo me preparaba para golpearlo a continuación.

—¿No es nostálgico? —me reí entre dientes, tosiendo ligeramente con este frío.

—Oye, no es tan terrible como tener lava debajo de nuestros pies.

Mientras no reíamos, escuchamos que la princesa nos llamaba las «Super Toad Sisters». No estaba muy lejos de la realidad. Desde que nos hicimos amigas, nuestro vínculo era tan estrecho como el de dos hermanos cariñosos. Jugábamos entre nosotras, nos reíamos, teníamos nuestras pequeñas disputas. Éramos hermanas en todo menos en la sangre. Y eso hacía que su deseo de hacer cosas sucias conmigo fuera aún más perturbador.

Ella cayó de espaldas. Jadeando, pateaba el bloque.

—Si estás cansada, puedes darle a la princesa tu martillo —dije—. No te rompas los pies ahora.

—El bloque está lo suficientemente débil. Sólo tomará unos minutos más. Vamos, tienes que conservar un poco de fuerza en tus brazos.

Tenía razón. Tal vez los pies fueran el punto débil de los Shy Guys, pero no se debería haber ignorado la habilidad de manejarlos con los brazos. Por eso, me senté a su lado y juntas dimos unas patadas a un solo bloque. Ella usó sus pies descalzos y yo mis zapatos bajos.

El bloque se hizo pedazos. Y tras su destrucción, un negro cayó desde arriba, haciéndose añicos. Tiré de Minh hacia atrás mientras el efecto dominó formaba una gélida nube de polvo y piedra pulverizada.

—¡Son fuertes! —exclamó Penélope.

—Por fin. Voy a darle una lección a esos Shy Guys sobre el respeto.

En el interior de la nueva sala no había nada a los lados. No se diferenciaba en nada de las demás salas de esta cloaca. Sin embargo, en el centro había una tubería firme y roja que ascendía a lo largo de lo que podrían haber sido kilómetros. Debido al mínimo parpadeo de las luces, era imposible saber si giraba en algún punto. Y mirar hacia arriba en el tubo resultó infructuoso, ya que estaba completamente negro.

—¿Qué demonios nos espera ahí arriba? —jadeé.

—Eso veremos. —La princesa me empujó, saltando en la tubería.

—Escuchen —dije a las otras—. En cuanto salgan de esa tubería, ataquen en todas direcciones.

No las vi asentir, pero oí dos ruidos de tuberías que indicaban que habían entrado. Antes de entrar, recé una oración rápida a los Espíritus Estelares. Aunque no creía del todo en sus poderes, la oración calmó mis nervios.

La tubería me succionó, ejerciendo una enorme presión en mi espalda por tres minutos. Era una tubería estrecha. Por lo general, las tuberías están diseñadas para estirarse y adaptarse al tamaño de una persona, pero ésta claramente no cumplía las normas. Era tan angosta que sería un milagro que las otras no se quedaran atascadas. Lo único que me salvó fue que estaba lubricada, lo que evitó que mi sombrero se raspara. Seguía recto durante un minuto, giraba a la izquierda y luego continuaba hacia arriba.

Al salir, me dejé caer indefensa.

—¿Cómo están?

—Es la peor tubería por la que he viajado, sin duda —gimoteó Minh, alborotándose el pelo.

Este cuarto era diminuto. Lo único que resaltaba era una caja de juguetes naranja arrimada a la pared y que cada pared tenía un color distinto. Delante de la caja había un muelle dorado y rojo. Para una chica que no era artista, estos colores eran tan feos mezclados.

—Imposible. —Daisy arrastró los pies por el estrecho espacio, sacudiendo la cabeza—. No me digas que esto es todo lo que hay.

—Pues le puedo decir que estamos en el lugar correcto —dije, señalando dos ventanas torcidas. Era el único edificio de esta calle con un defecto tan evidente: el edificio amarillo.

Pero no había puertas. Por mucho que quisiera mantener a la princesa entusiasmada por encontrar sus cosas, no teníamos nada con lo que seguir. Me giré hacia Minh.

—Aquella incursión de los Shy Guys te afectó, ¿verdad? ¿Recuerdas algo en particular?

—Saltaron por mi jardín, arruinaron mis flores, Mario les dio un golpe en la cabeza y ya está. Sabes que él no es de los que hablan mucho, así que…

—Rayos…

Mientras las tres adultas pensábamos, Penélope estaba pisando fuerte en el muelle dorado.

—Niña, baja de ahí antes de que te golpees la cabeza contra el techo —le advertí. Esto era más corto que el edificio de una sola planta.

—Gracias por preocuparse, señorita Toadette, pero a veces se preocupa mucho de más.

—Escúchala, Penélope —dijo Daisy—. Oye, que bajes de inmediato, no me hagas repetirlo.

—¿Por qué están tal molestas? Vamos a pasarlo bien antes de… ¡AAAH!

¿¡Qué!? ¡Penélope se encogió de repente! Y… ¡la caja de juguetes se la tragó por completo! Justo cuando el muelle volvió a tensarse, la tapa se cerró.

Después de todo, parecía que encontramos la base de los Shy Guys. Una caja de juguetes mágica, ¿quién lo hubiera pensado? Estos matones nunca fueron conocidos por sus capacidades mágicas. Y ahora la cara de decepción que tenía Daisy se transformó en una gran sonrisa.

—¡Ya los tenemos! ¿Qué están esperando?

Saltando sobre el muelle, otro «boing» la llevó al interior de la caja. Minh y yo nos miramos, y lo único que pudimos hacer fue soltar una risita nerviosa. De todas las cosas extrañas que hicimos en el pasado, ésta era muy fuera de lo común.

—Después de ti —insistí, empujándola hacia el muelle.

—No, no, tú eres más fuerte. Tú primero.

Al final, entrelazamos nuestras manos en el centro. Mi pie derecho presionó el muelle hacia abajo, y su pie izquierdo respondió al movimiento. Pasaron dos segundos, pero la caja cobró vida. El muelle nos lanzó dentro de esa misteriosa caja de juguetes.
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