Sigue la historia de la vida de esclava de Toadette, y ya tiene el fetiche por los pies. |
El aire del fuego era cada vez más pesado. Con las sandalias en las manos, Yasmín lanzó una serie de golpes, cada uno de ellos acompañado de un grito nasal y un aluvión de saliva. Mientras arrinconaba a 9-Volt, Penélope hizo una patada giratoria que lo pilló por sorpresa. —Mamá siempre me decía que no pegara a las chicas —dijo él—. Pero la defensa siempre se permitía. Al ver el ataque de Yasmín, la esquivó y contraatacó con un golpe en el estómago. A continuación, usó las cartas Pokémon como improvisadas estrellas ninja, lanzándolas hacia las dos chicas a tal velocidad que Penélope gritó. Se limpió la mejilla y encontró sangre en su dedo. —¡Cómo te atreves! —chilló, volviendo a correr hacia él. Pero lo que las chicas tenían en energía les faltaba en habilidades de lucha. Intentaron golpear de nuevo a 9-Volt, y su rabia aumentó mientras él esquivaba todos sus ataques. Era como si se tratara de una batalla contra un jefe de un juego de rol, y ellas entraron con un nivel muy bajo. Con los proyectiles, la potencia y la velocidad del lado del chico, centró su atención en la salida. —Ha sido un placer jugar con ustedes, pero me tengo que ir. —¡No me jodes! —Yasmín tiró sus sandalias al suelo y se lanzó hacia 9-Volt. Ella retiró un puño. Una fuerte patada en sus pechos la hizo caer. Penélope trató de ayudarla, pero 9-Volt ya estaba allí, y su pie conectó con su mandíbula. Gimiendo de dolor, Penélope se desplomó junto a Yasmín. —No habrá un nivel de persecución —declaró él, quitándose los calcetines—. Ha llegado el momento de acostarse, niñas. Colocó su pie sobre el rostro de Penélope. El terror brilló en sus ojos mientras luchaba por respirar aire fresco, pero sólo encontró el desagradable hedor de los pies de un chico. Por mucho que se agitara, 9-Volt la tenía inmovilizada. Luego asfixió a Yasmín antes de que pudiera levantarse. Mientras Penélope se sentía simplemente incómoda, Yasmín soltó un grito violento, intentando rasguñar la pierna de 9-Volt con tal fuerza que la soltara. Qué mala suerte que Minh le había recortado las uñas hacía una semana. El olor era sofocante: una horrible combinación de sudor y pelusa de calcetín. —Sé que esto funciona fuera de los dibujos animados —gimió 9-Volt, moviendo los dedos para que sus narices se deslizaran entre ellos—. ¡Que se desmayen ya! El tiempo avanzaba, y las dos chicas seguían conscientes. Solamente estaban aturdidas, paralizadas por el asalto a sus sentidos. Y eso fue más que suficiente para 9-Volt, ya que el fuego en el suelo se volvía más intenso. Tomó sus zapatos y se dirigió hacia la escalera de emergencia. Ni siquiera se preocupó por sus calcetines. —Vamos… —Penélope soltó una tos—. ¡A por él! —No puedo respirar —jadeó Yasmín—. ¿Qué diablos acaba de hacer? —¡Ahora mismo está escapando! ¡Levántate! No fue sino hasta que Penélope alcanzó el noveno piso que sintió ese ardor tan fuerte en las piernas. Ser la señorita Toadette resultaba ser mucho más complicado de lo que había pensado. Toadette había pasado años entrenando en educación física y haciendo trabajos extras para convertirse en un demonio veloz. En cambio, el único ejercicio que había hecho la mimada royal era caminar uno o dos kilómetros por Ciudad Toad. 9-Volt estaba al menos cinco pisos más arriba que ella, y la separación entre ellos sólo aumentaba. —¡Use el elevador! —gritó Yasmín. —¿Y si este chico cambia de dirección? —replicó Penélope. —¡Olvídate de esa estúpida estrella! ¡La policía nos va a atrapar si no nos movemos rápido de aquí! —¿Cómo sabes que llegan? —Por Dios, ¡eres una tonta! —Yasmín tiró de Penélope hacia el piso al cercano. Con las chicas paradas en el décimo piso, tendrían que ascender cuarenta más para llegar al último: el piso cincuenta. —¿No deberíamos bajar si estamos huyendo? —preguntó Penélope. —¿Y caer directamente en las manos de esos animales? —Aunque Yasmín condujo el ascensor hasta el último piso, sus dedos se crisparon sin control. Sabía que era imposible que abandonaran el edificio en otro vehículo que no fuera una patrulla. Las consecuencias de huir de casa ya eran bastante aterradoras, pero la idea de cargar con antecedentes penales a los once años la estremecía hasta la médula. Cuando llegaron al último piso, ella gruñó. Lanzó sus sandalias duras directo a la cara de 9-Volt sin dudarlo. El chico las bloqueó con su casco y mostró una patineta. —Si se quieren ir, este es el momento —dijo, haciendo un gesto de paz antes de abrir de golpe una ventana—. Y una vez afuera, manténgase lejos de mí y de mi estrella. Gracias. Las dos se quedaron boquiabiertas cuando 9-Volt saltó por la ventana. Corrieron a mirarlo. El chico cayó en picada desde cincuenta pisos como un buzo. Parecía destinado a estrellarse contra el concreto. Sin embargo, se enganchó en un cable de alta tensión y rebotó como si estuviera en un trampolín. Con su patineta lista, salió disparado a la calle a toda velocidad. —¡Debería estar muerto! —exclamó Yasmín. —Hay humanos que nacemos más especiales que otros. Pero creo que ese chico sólo tuvo suerte. —Ojalá tuviéramos una patineta extra para poner a prueba esta teoría contigo. —Yasmín caminaba de un lado a otro junto a Penélope, mientras esperaba la llegada de la policía—. ¡Debería haberme quedado en la casa! Penélope puso cara seria. Tenía que pensar. ¿Qué haría la señorita Toadette en esta situación? «Es obvio. Buscaría cualquier cosa que pudiera usar a su favor». La humana buscó por el suelo, rebuscando en taquillas a medio abrir y comprobando dentro de varios cubículos. Cuando abrió una de las taquillas, soltó un «puaj», encontrando un póster de una mujer posando extrañamente con un control de Wii entre las piernas. Cuanto más pasaban los segundos, más temor se apoderaba de su corazón. Yasmín metió de nuevo las sandalias en los bolsillos y se arrodilló. Colocó las manos detrás de la cabeza. Lo único que le quedaba era esperar a que la policía emergiera del ascensor, listas con las pistolas eléctricas en mano. «Minh-Minh, sé capaz de sacarme, por favor», rezó. —¡Perfecto! —Penélope puso algo flexible en las manos de Yasmín—. Usa esto. —¿Una Superhoja? ¿Qué chingados se supone que hago con esta cosa? —Esto. —Penélope absorbió otra hoja, soltando un sonido animal mientras le crecía una cola rayada y tupida. También obtuvo un par de orejas de mapache. Meneó la cola repetidamente. El ojo de Yasmín se crispó. —¿Acaso nunca has usado un objeto? —preguntó Penélope. —¿Cuándo hubiera sido necesario? —¡Ahora mismo! Mira, sólo tienes que agarrarlo y concentrarte en transferir su energía a ti. Luego te transformarás. —Volvió corriendo al hueco de la escalera—. Será mejor que creas que puedes volar, porque es nuestra única forma de salir. «¿Qué tipo de locura es esto? Bueno, creo que ya lo estoy absorbiendo… ¿Es como hacer una oración?». Las manos de Yasmín parecían arder mientras concentraba toda su energía en usar la Superhoja. Sus dientes rechinaban, se le salía una vena y los dedos de sus pies prácticamente tallaban la madera bajo ella. Podría jurar que estaba teniendo una batalla en el retrete con lo estresado que estaba su cuerpo. —¿Qué? El ascensor no se abre —gritó una voz desde el vestíbulo—. ¡Soy el oficial Tanabe! ¡Se ha cortado la energía del ascensor número 8! Necesitamos asistencia. Las voces chillonas motivaron a Yasmín a seguir adelante hasta que su rostro moreno se volvió violeta. Ahogó un grito y sintió que le salían las orejas del sombrero y que le crecía una cola justo por encima del trasero. Penélope corrió hacia ella. —¿Estás bien? —Sé que parezco una imbécil —gimió Yasmín. —No, te ves lindísima. —Por favor, deja de mentirme a la cara. —Oye, estarás aún más linda cuando alces el vuelo. —Mientras tiraba de Yasmín hacia la azotea, Penélope sintió una punzada de nerviosismo. Si este intento de escape fracasaba, nunca se lo perdonaría. La mera escala del edificio hizo temblar las piernas de Yasmín. Su voz se quebraba cuanto más la arrastraba Penélope hasta el borde del tejado. —¡No puedo hacerlo! —¿Qué pasa? —¡Está demasiado alto! Me voy a morir. —No, ¡no digas eso! Sólo tienes que creer en ti mismo. —¡Ya cállate! ¿Has saltado alguna vez desde esta altura con una Superhoja? ¿Cómo sabes que serás capaz de planearte hasta abajo? Penélope tragó saliva. La mayor altura que había saltado con una Superhoja era desde el primer piso del castillo, una fracción de la mortal altura a la que se enfrentaban ahora. Al mirar los carros en miniatura que se movían a toda prisa, se sintió un poco mareada. Pero, a diferencia de Yasmín, no iba a rendirse. Retrocedió y se concentró en mover su cola. —Ahí aterrizaré —dijo, señalando un grupo de estructuras de acero más bajas. Podría ocultarse entre ellas y en un callejón cercano antes de encontrar un autobús que la llevara de regreso a casa. —Estás loca —gimoteó Yasmín. —Quizás sí. —Penélope le saludó con la mano y dio el gran salto. Con la cola agitada al máximo, logró frenar su caída mientras planeaba sobre la ciudad. Todo iba a salir bien. Mientras Yasmín pudiera imitar su velocidad, la seguridad estaba a sólo un salto de distancia. Pero sus pupilas se contrajeron al darse cuenta del tiempo que le quedaba para descender. Si caía como una pierda, perdería la oportunidad de seguir volando. Su supervivencia dependía de que pudiera agitar la cola durante un minuto completo, algo que ni el mismísimo Súper Mario se atrevería a intentar. Veinte segundos pasaron y ya estaba sin aliento. Analizó el horizonte en busca de un edificio alto donde aterrizar, pero no había nada que superara los diez pisos. El pánico la llevó a respirar de manera entrecortada, y al voltear, vio a Yasmín, que observaba la escena con horror. —¡No saltes, Yas! —gritó, con los labios temblorosos mientras su mirada se perdía en el abismo lleno de tráfico. Su cola perdió fuerza, y ella se cayó. —¡No! —A Yasmín se le cortó a respiración. Un repentino destello negro pasó zumbando junto a ella. Saltó desde el borde del edificio, precipitándose en picado hacia la niña que caía. La misteriosa figura agarró a Penélope, buscando un refugio seguro donde aterrizar. Sus ojos se posaron en un montón de cajas y, con la cola moviéndose al compás del viento, descendió entre ellas, saliendo apenas con unos rasguños. Los ojos de Penélope se llenaron de lágrimas. —No tienes idea de la suerte que tienes, niña. A pesar del terror que le provocaba esa voz, hundió su rostro en el pecho de la mujer. Dos sombras más cayeron cerca, junto a una temblorosa Yasmín. La más pequeña se aferró con fuerza a la figura más ancha del grupo. Con todos en el suelo y en la oscuridad, empezaron a quitarse los pasamontañas, lo que resultó ser un inconveniente adicional, ya que primero tuvieron que quitarse los sombreros. —Se los digo: mejor nos hubiéramos vestido con uno de esos disfraces de mascota malo —suspiró Toad—. Ni que estas máscaras nos ocultaran tan bien. —Al menos las usaste como querías —respondió Toadette—. Su mirada a Penélope y Yasmín era penetrante. Yasmín sólo le lanzo una mirada fulminante a Toadette, mientras Penélope continuaba sollozando. —Lo siento —balbuceó—. No me odie, por favor. —¡Podrían haberte matado! —Toadette expulsó los poderes de la Superhoja de se cuerpo. Luego señaló a Yasmín—. ¡Y tú, imbécil! Tu familia te quiere y lo único que haces es huir. ¿Tienes idea de lo asustada que estaba Minh? —Cálmate, Toadette. —Minh acercó a Yasmín—. No volverás a hacer esto. ¿Me escuchas? La falta de respuesta de Yasmín sólo sirvió para frustrar a Minh. —La estrella, Toadette —dijo Toad—. Tenemos que encontrar a ese enano antes de que Wario tenga dos en sus manos. —Minh, ¿puedes llevar a estas delincuentes de vuelta al hotel de una pieza? —No es mucho más difícil que navegar por Ciudad Champiñón. Pero ¿y si la policía llama a la puerta? —Antes de entrar en ese hotel, escóndeles la cara —le aconsejó Toad, lanzándole a Penélope una de sus chaquetas de invierno y dándole un hiyab a Yasmín—. Si no fuera por tu prima, Yasmín, no hubiera sido capaz de limpiar esas imágenes tan rápido. No dejes que nuestros esfuerzos hayan sido en vano. Con un asentimiento entre los adultos, cada uno tomó su propio camino. Minh salió corriendo con Yasmín y Penélope, mientras los otros se concentraron en 9-Volt, quien había escapado. —Encontrarlo a estas horas será una lata —susurró Toadette. —Es una ciudad demasiado llena de gente. Primero tenemos que atraparlo aquí, pero es más fácil decirlo que hacerlo. —Hmm… —Toadette se sumió en sus recuerdos—. Una vez activé una alarma de incendio en la escuela sin meterme en problemas. ¿Alguna vez te conté eso? —¿Hiciste qué? —Sí, tenía que hacer trampa en un examen de matemáticas, así que oprimí el botón mientras salía al baño. Todo el mundo salió corriendo, yo robé algunas respuestas, tuvimos que sentarnos afuera de la escuela por unas dos horas, y de repente me iba a casa con un notable en mi papel. —Qué genial. Pero ¿qué tiene que ver con esto? —Toad esperó a que ella respondiera, pero su falta de palabras lo obligó a conectar los puntos. De repente ambos estaban sonriendo, y él la tomó del brazo—. Sabes, conozco un lugar por aquí que es famoso por vender celulares desechables. —Pues llévame allí. *** Por muy asustada que estuviera Minh, sabía que no podía seguir huyendo. ¿Cómo iba a desviar la atención de sí misma si ella y dos niñas más pequeñas corrían como criminales? Especialmente ese detalle: que había dos niñas pequeñas de razas diferentes. —Más despacio —ordenó, haciendo una pausa antes de que giraran hacia una calle luminosa. «Incluso si las autoridades no conecten los puntos, todos son curiosos en Ciudad Neón». —Sólo caminen con normalidad. El motel no debería tomar más de unos minutos en llegar. —¿Un motel? —susurró Penélope—. ¿Nos vamos a quedar en un motel mugroso? —No actúes como si merecieras un tratamiento de cinco estrellas —dijo, tragando saliva—. Lo mismo para ti, Yas. Yasmín rodó los ojos. Minh se encargaría de ella más tarde. Era difícil decir cuántos ojos estaban sobre ellas mientras andaban por las aceras coloridas. Cualquiera podría estar observándolas. De hecho, el corazón de Minh daba saltos en su pecho cuando un policía Shy Guy estaba a punto de cruzar su camino. «Respira… Respira… Está bien, ya pasó». —¡Disculpe, señorita! La primera reacción de Minh fue correr. Cada parte de su ser le ordenaba huir con las niñas. Antes de que sus patas la traicionaran, se mordió el labio, puso su cara más calmada y se volvió hacia el oficial. —¿Puedo ayudarlo, señor? —Estamos buscando a dos niñas que estaban en ese edificio hacia el norte. Una humana y una Toad —explicó—. Y mire, sus hijas son una humana y una Toad. —¿Mis hijas? —balbuceó. —¿Le importaría mostrarme sus caras? —No voy a hacer eso, señor. —Acercó más a las niñas. —Mire, señorita, si ellas no estaban en esa convención, no tienen nada de qué preocuparse. Pero si no coopera, sólo se está poniendo más sospechosa. —¿Me está arrestando? —Tengo una sospecha razonable para detenerla. Yasmín se aferró con fuerza a su prima. Penélope sentía que iba a explotar en ese mismo momento. Esto no era nada fácil para Minh, que sudaba a mares. Miró a Yasmín, y luego a Penélope. Tenía que pensar. —Mis hijas son especiales, señor. —Su voz ganó más confianza—. Incluso los bocinazos más simples las aterran, así que imagínese cómo se sentirían en un evento ruidoso. Y para que lo sepa, las estoy llevando de casa de su padre. No salen a ningún lado sin uno de nosotros. Así que, si quiere acosar a mis hijas por algo que no hicieron, ¡tendrá que lidiar conmigo toda la noche! La mirada del oficial se intensificó, luego se desvió hacia las niñas, cuyos rostros seguían ocultos. Puso una mano en su cinturón. «Ahora o nunca, Minh». —Pues llévelas a casa —escupió—. Sería prudente mantener a esas mocosas lejos de sus hijas, ¿no cree? —Su irritación era evidente, pero les permitió pasar. Después de todo, las familias mezcladas eran bastante comunes en Ciudad Neón. Tenía otros objetivos que investigar. Minh no suspiró hasta que dieron la vuelta a la cuadra. —¿Cómo lo hizo? —preguntó Penélope. «Como si fuera a enseñarte a ser una mejor mentirosa». Treinta minutos después, Minh forcejeó con una llave para abrir la puerta de la habitación 205. La puerta se abrió y condujo a las chicas a un espacio lejos de acogedor. Piso de baldosas, sólo dos camas, un viejo televisor y hasta un escarabajo que corría debajo de las molduras. A pesar de sus cualidades, seguía siendo mejor que estar en las calles. —Antes que nada: Yas, al baño. Yasmín todavía le lanzó a Minh una mirada de desobediencia, cruzándose de brazos. Minh le dio un momento para que se recomponga, pero cuando Yasmín intentó sentarse en la cama, un grito fuerte salió de la garganta de la adulta. —¡Al baño! ¡Bañate ya! Ambas chicas saltaron. Yasmín soltó su mochila rápidamente y corrió al baño. La respiración de Penélope era intensa, pero no tanto como la de Minh. —Mientras ella se queda callada, quiero saber qué estabas pensando. —La señorita Toadette me prometió traerme aquí, y no lo hizo. —No tuve opción. —Minh empezó a quitarse la chaqueta empapada de sudor—. Lamento que te doliera, pero cuando nuestro reino está en peligro, detener a Wario tiene prioridad sobre cualquier convención de videojuegos. No se puede disfrutar de una convención si no hay libertad. —¿Wario? —Ni siquiera sabías en qué te estabas metiendo. Penélope hizo una mueca. —¿Cómo espera que actúe si estoy encerrada en el castillo todo el día? ¡Estoy aburrida! ¡No tengo con quién jugar, y la única persona que me gusta siempre desaparece! —Nada de eso es excusa para ir a Ciudad Neón. Si ese objeto especial que estamos buscando hubiera estado en otro lugar, ambas estarían en la cárcel. ¿Qué no entiendes? Penélope se cubrió el rostro con las manos. Le costaba a Minh contener las lágrimas, especialmente después de haberles gritado a las chicas. Pero alguien tenía que ser la adulta mientras Toad y Toadette se encargaban de la Estrella Etérea. Con un suspiro, encendió el televisor, cambiando al canal de noticias más cercano. —Voy a pedir algo de comer. Toadette hablará contigo cuando regrese. —Noticias de última hora: esta noche las autoridades han ordenado el cierre de todos los aeropuertos, líneas de metro y rutas de autobuses en la zona metropolitana de Ciudad Neón. Esto sigue a una amenaza de bomba y una explosión confirmada que tuvo lugar en un camp justo fuera de los límites de la ciudad. Los investigadores están ahí, y aunque no hubo víctimas, la presencia de la explosión sugiere que la amenaza es lo bastante grave como para justificar la suspensión de todas las opciones de transporte principales. A varios kilómetros de distancia, un muchacho miraba la misma transmisión de noticias en una tienda de electrónica. Se podía ver en cada pantalla. —Vaya, vaya, vaya. —Dio un pulgar arriba, tocando el tesoro dorado en su bolsa—. Bien hecho, chicas. Pero yo soy sólo un pequeño punto entre dos millones en esta ciudad. |