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Rated: XGC · Book · Fanfiction · #2328963

Luchan contra Wario. Más amigos, enemigos y pies sudorosos para Toadette, Minh y Toad.

#1098147 added September 27, 2025 at 5:11pm
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Capítulo 111 - Apuros en los islotes Vivorretrato


La esbelta silueta de un barco maldito surcaba las olas matutinas. Sobre su cubierta pulida, se veía la imponente figura de una bestia afilando toscas dagas, mientras figuras más pequeñas y escuálidas arrastraban cuerdas y pulían cañones bajo la atenta mirada de sus capataces. En la proa del barco se erguía la capitana, con la mirada fija en la isla verde que se dibujaba en el horizonte.

—Los islotes Vivorretrato —rió entre dientes—. Sigue siendo ricos en especias y frutas exóticas, y sus aldeanos son demasiado pacíficos como para oponer una verdadera resistencia.

Se giró hacia uno de los monstruos.

—El objetivo será el mismo: provisiones y tesoros. Regresen antes de que cambie la marea.

Sus labios se curvaron en una sonrisa, y su voz bajó de tono mientras tomaba un sorbo de vino.

—Una cosa más —añadió, relamiéndose—. Mientras saquean esa tierra patética, estén atentos a cualquier cuerpo joven y particularmente hermoso que encuentren. Tráiganmelos. Espero al menos dos. —Se volvió de nuevo hacia la isla que se acercaba—. La capitana siempre busca ampliar su colección.

***


—¡Arrr, holgazanes! ¡Ya quiero que haya algo de acción por aquí! —cacareó Penélope, inflando el pecho—. ¡Que alguien me haga caso!

La travesía en la Aleta de Poseidón continuó sin interrupciones. Toadette y su equipo casi no convivían con la tripulación de Jones, salvo por los gestos de cortesía. La mano de Toadette, sin embargo, nunca se separaba demasiado de la empuñadura de su martillo. Eran piratas, después de todo. Y los piratas no respondían a otro código que no fuera su propia codicia.

—¡Capitán, ya casi topamos los islotes Vivorretrato! —gritó un miembro de la tripulación desde el nido del cuervo.

—¡A toda velocidad! —ordenó Jones, acercándose a Toadette—. ¿Y usted sigue emperrada en rechazar una espada? ¿Ni siquiera una pistola?

—Si no necesito usar esas chatarras humanas, entonces no las uso.

—Son herramientas que sirven para tumbar a cualquiera.

—¿Y ni con ésas lograste liberarte de un par de piratas rivales?

—Habla usted como toda una dama letrada —comentó Jones—. Seguramente sabe bien que cuanto más fuerte el enemigo, más golpes aguanta. Una bala sola no le hace ni cosquillas.

—¿Letrada? —intervino Minh, apoyándose en la barandilla—. Pero si los ensayos que entregaba ella eran míos.

Toad se abrió paso entre ellas, sonriendo mientras blandía un pico en una mano y una pistola de bengalas en la otra.

—Las apuestas, déjenlas a ellas. Yo soy el práctico. El único aquí apto para ser un verdadero…

Un silbido repentino lo hizo callar. Un cuchillo estaba incrustado en el mástil, a un pelo del sombrero de Toad.

—¿Qué es eso? —preguntó Minh.

Jones tacleó a Toadette y a Minh, empujándolas a la cubierta.

—¡Al suelo! —rugió. Al otro lado del barco, Penélope chilló y se lanzó sobre una aturdida Yasmín. Una serie de fuertes pisadas resonaron contra el casco mientras los garfios se hundían en la madera.

Brutos corpulentos, parecidos a ratas, comenzaron a pulular por las barandillas. Un grito ahogado se le escapó a Minh mientras se alejaba a toda prisa, sólo para encontrar a más de esas criaturas trepando por el otro lado.

—¡Fuera esas alimañas! —ordenó Jones. Se abalanzó para ensartar a una de las ratas y lanzar su cuerpo chillón al mar. Giró sobre sí mismo, usando el extremo romo de su tridente para destrozarle la mandíbula a otra.

Su tripulación se enzarzó en un combate, pero estaban terriblemente superados en número. Por cada rata que caía, parecían aparecer dos más.

—Acérquense, roedores crecidos —masculló Toad, apuntando su pistola de bengalas.

Disparó, abriendo un agujero en el pecho de una rata. Para su consternación, la criatura apenas se tambaleó. Cargó contra él. Toad contraatacó con su pico, pero la rata lo empujó contra el mástil, con su hoja peligrosamente cerca de su garganta.

—¡Oye! —Toadette se lanzó. Le asestó una potente patada en el costado a la criatura—. ¿Pero qué…?

Impertérrita, la rata gruñó y se abalanzó sobre Toadette. Pero entonces tres púas emergieron de su pecho, y la rata chilló. Jones apareció por detrás, inmovilizando aún más a la bestia contra el barco antes de arrojarla por la borda.

La pelea terminó tan rápido como empezó. Los ojos de Toadette se movieron de un lado a otro. Las ratas restantes yacían muertas. Penélope permanecía encogida junto a una caja, temblando. En marcado contraste, el rostro de Yasmín era de indiferencia mientras se limpiaba una mancha de sangre del sombrero.

—Asquerosos Gaugau —escupió Jones, apartando un cuchillo de una patada—. La tripulación de Sirope.

—¿Y con ese cuerpazo apenas cargan daguitas? —preguntó Toadette.

—Pues está claro que saben bien usarlas —replicó Toad. Se dio una palmada en el pecho—. ¿Y Toadette? Apenas fue el saludo de esos tipos.

Toadette tragó saliva. Los monstruos de la isla Lavalava y del bosque de Rosedan eran un juego de niños en comparación con este breve encuentro. Y no muy lejos, la exuberante isla se erguía en el agua. Había otro barco anclado.

—¿Entonces esa cosa es de Sirope? —preguntó Toadette.

—No. —Jones entrecerró los ojos—. Nunca he visto ese navío en estas aguas.

—Igual y nomás es un carguero, ¿no? —sugirió Minh.

—O un barco secreto adicional para Sirope. Ella está aquí; se la puede oler en el viento —dijo Jones—. Es probable que su barco principal esté anclado en el otro lado. ¡Hombres! La mitad de ustedes se queda; limpien este desastre sangriento y vigilen la Altea. El resto, conmigo. Registraremos la isla.

—¡A la orden, capitán!

—Muy bien, chicos —dijo Toadette, estirando las piernas—. Vamos a bajar.

Minh la agarró del brazo.

—¿Estás segura de que es una buena idea ahora? ¿Después de esto? ¿Por Penélope y Yas?

—Confío más en ellas con nosotros que con ellos —susurró Toadette, señalando a los piratas. Luego alzó la voz—. ¡Vamos, tortolitas! ¡Démonos prisa!

—Guácala. —Yasmín hizo una mueca—. Creo que acabo de vomitar en mi boca —gimió, provocando un suave suspiro de Penélope.

***


Frente al grupo se desplegaba un caleidoscopio de colores. Flores del tamaño de platos florecían en tonos verdes y naranjas. Palmeras de altura imposible se alzaban como si quisieran ser rascacielos. Para Toadette, cuyo mundo se contenía mayormente en Ciudad Toad, ésta era una experiencia completamente diferente. Hasta la isla Lavalava le parecía más familiar que este sitio.

Luego vio a la gente.

Era una mezcla variopinta: humanos de piel oscura, Koopas con caparazones de varios colores e incluso Shy Guys. Específicamente, de la variedad de los Guys Guerrero (LanzGuys) asociada a las islas. Todos lucían pintura en sus rostros o caparazones, así como vestimentas tejidas con hierbas.

—¡Miren! —Penélope señaló a una mujer cuyo rostro estaba cubierto de espirales.

—¡Oye! —Toadette le bajó la mano de un manotazo—. No seas tan grosera.

—Toadette —susurró Minh, abanicándose—. ¿No tienes por ahí una toallita?

—¿Para qué?

—Mira a tu alrededor. ¿Qué ves aparte de las flores?

Nadie llevaba zapatos. No se veía ni una sola bota, sandalia o tenis. Pies descalzos —callosos, con garras y de todo tipo— pisaban la arena y la madera blanqueada por el sol. Un niño humano pasó corriendo, las plantas de sus pies levantando polvo en el aire. Cerca de allí, una mujer Koopa tenía sus pies escamosos firmemente plantados en un muelle, con los dedos curvados para agarrarse. Cuando Toadette volvió a mirar a Minh, vio que a su amiga le corría el sudor por la frente.

—En Ciudad Toad no verías a todos descalzos —comentó Minh, dándole un codacito a Yasmín—. Pero a ti seguro te late, Yas. ¿Me equivoco?

—Los zapatos apestan —asintió Yasmín.

A medida que se adentraban en el corazón del pueblo, la curiosidad inicial de los lugareños se endureció. Los rostros se volvieron fríos. Las conversaciones en su lengua nativa se silenciaron al paso de los cinco. Sonrojada, Toadette se encontró encogiendo los hombros.

—No dejes que piensen que estás nerviosa —susurró Toad—. Llega una aldeana justo en frente. Gracias, Toadette, tu nerviosismo los atrajo.

Una figura se separó de la multitud, interponiéndose en su camino. Era una mujer mayor, con el rostro oculto tras una máscara tradicional de Guy Guerrero. Sin embargo, su altura era extraordinaria para cualquiera relacionado con los Shy Guys; era mucho más alta que los Toads.

—Saludos, viajeros —dijo con voz grave—. Es la primera vez que los veo por aquí, ¿no?

—Sí, señora. —Toadette asintió—. Somos de Ciudad Toad.

—Ah. —La voz de la mujer se iluminó. Habló en su lengua nativa a la multitud, cuyos rostros se suavizaron—. Por acá no se ve mucha gente del reino principal. Soy Almara. Bienvenidos.

Luego hizo algo inesperado. Frotó la planta de su pie contra el de Toadette. Toadette se detuvo, con las mejillas arreboladas.

Almara se acercó entonces a Minh y repitió el saludo. En el instante en que su áspera planta hizo contacto con el pie de Minh, ésta se tensó. Minh logró esbozar una sonrisa temblorosa. La siguiente fue Penélope, que se quedó muda de la impresión. Yasmín se preparó para el contacto incómodo y no deseado, y supo que había terminado en cuanto el escalofrío le recorrió la espalda.

Finalmente Almara miró a Toad, que estaba de brazos cruzados.

—Paso —dijo él secamente. Sin embargo, ella siguió acercándose. Antes de que pudiera dar otro paso, él la apartó de un manotazo—. Iré al grano: estamos buscando piratas. ¿Ha habido alguno por aquí?

—Y no se refiere a nosotros, por si acaso —añadió rápidamente Minh, señalando sus ropas.

La calidez en el ambiente de Almara se desvaneció al instante. Su postura se rigidizó.

—Piratas —repitió—. ¿Por qué querrían buscar a…?

—Señora. —La mano de Toad se dirigió a la empuñadura de su pistola de bengalas—. Una batalla se acerca a sus costas, nos ayude o no. Pero ayudarnos es su mejor oportunidad para terminarla rápido.

Toadette le apartó la mano de la pistola de un manotazo.

—Qué brillante, amenazar a la gente, genio. —Su tono se suavizó al dirigirse a Almara—. Señora, si sabe algo, de verdad nos ayudaría. Estamos buscando a esta tal Sirope.

Almara los miró fijamente durante un largo instante.

—¿Y si seguimos esta charla en mi casita, mejor?

El grupo siguió el sendero cuesta arriba hasta la casa, flanqueado por una larga franja de árboles azotados por el viento. Durante todo el trayecto, Toadette le jaló de la mejilla a Toad. No lo soltó hasta que finalmente llegaron a una estructura redondeada. La casa era pequeña, incluso humilde. Almara empujó la puerta para abrirla con el dedo gordo del pie.

—Por favor, descálcense antes de entrar.

—Hasta de lejos, las costumbres de mi mamá me persiguen —dijo Toadette, liberando los pies de sus zapatos—. No te quejes, Toady.

—Por mucho entrenamiento que tenga, sigo sin entender por qué la gente querría andar descalza por todo un pueblo —refunfuñó Toad.

—Los zapatos pueden ser bien cochinos, ¿sabe? —respondió Almara, dando la bienvenida a Minh, Penélope y Yasmín—. Con todas las bacterias que se acumulan y prosperan en ellos si no se les da una buena lavada. Aquí la hierba misma se encarga de dejarnos los pies limpiecitos.

—Quizá deberíamos salir así en los parques de Ciudad Toad, ¿eh? —Toadette lo arrastró adentro—. Una cita descalzos.

Dentro de la casa se sentía más cálido. Afortunadamente la primavera temprana no había desatado su peor calor, lo que significaba que nadie sudaba más de lo normal. A Penélope tuvieron que recordarle varias veces que no tocara nada mientras esperaban en la sala de estar. Sentados en círculo, pasaron sólo unos minutos antes de que Almara regresara con una sencilla ofrenda.

—Pueden beber. —Repartió cinco vasos de un jugo rosado, cada uno con una pajilla. Antes de que nadie pudiera beber, usó el dedo gordo del pie para doblar la pajilla.

Minh fue la primera en beber; sus mejillas se encendieron al sentir una partícula de tierra.

—Gracias —dijo Toadette, limpiando su pajilla antes de sorber. El sabor, una aparente mezcla de durazno y cereza, la hizo beber con más fuerza al instante—. Vinimos aquí buscando a la capitana Sirope. Queremos detenerla, no unirnos a ella.

—Eso lo entiendo. No siento ninguna energía maligna en ustedes —dijo Almara—. Me temo que no es un tema fácil de tratar.

—Pero puede serlo —dijo Toad, inclinándose hacia adelante—. Ha venido aquí antes. Si no, usted no estaría tan asustada de hablar de ella.

—No es por miedo. —Cruzó las piernas—. Los perros de Sirope han sido una plaga en nuestras aguas por años. Arrebatan, queman, nos dejan sin nada. Los ahuyentamos, pero cada cuarta luna, siempre regresan más fuertes. Hace apenas ocho lunas asaltaron nuestra cala oriental. Se llevaron mis provisiones, se llevaron a mi… —Su voz se apagó, y los dedos de sus pies se curvaron hacia adentro—. A mi hijo.

—¿Su hijo? —Toad levantó una ceja—. ¿Hablamos de un niño o de un guerrero hecho y derecho?

—Nació hace trece años. Y nadie que haya perdido un hijo a manos de Sirope lo ha vuelto a ver. Su destino sigue siendo un misterio.

—Lamento oír eso —dijo Toadette, imaginando que le robaban a su propio hermano—. ¿Será que lo que busca es pura mano de obra joven?

—No puedo imaginar lo que es que te secuestren a un hijo —añadió Minh—. Y yo que pensaba que un nombre como capitana Sirope estaría haciendo algo más gracioso.

—Ojalá. —Almara se pasó un dedo por la máscara—. Hemos sido un blanco principal para ella durante mucho tiempo.

—Entonces suéltelo ya: lo que sea que nos ayude a darle fin —espetó Toad—. Los piratas con los que viajamos no saben todo, señora. De verdad necesitamos una debilidad de ella.

—No conozco ninguna.

—Claro. —Toad se paró, sacudiéndose las manos—. Dice que estuvieron aquí hace ocho lunas. Eso significa que vendrán este mes, probablemente hoy. ¿Sabe dónde suelen atacar?

—Sí, en los muelles del noroeste. Casi sin falta.

—A ver. —Toad sacó su brújula, reconstruyendo sus pasos para llegar a este punto—. Y vinimos del suroeste. Sigue siendo el oeste, pero no vimos ningún barco aparte del otro.

—Había muchas rocas y árboles cuando veníamos entrando —señaló Penélope—. ¿Quizá nos taparon la vista?

—O quizá Jones se los brincó para que no nos destrozaran el barco —sugirió Minh—. Tiene sentido.

—Pues mínimo nos hubiera avisado —dijo Toadette, y puso los ojos en blanco. Se terminó el vaso y se lo entregó a Almara—. Gracias por su tiempo, señora. Le prometo que no dejaremos estos mares hasta que encontremos a Sirope y lo que le hizo a su hijo.

—Muchas gracias…

—Toadette. —Toadette recorrió el círculo, presentando a todos los demás.

—Ahora, antes de levantarnos —dijo Almara, su voz adoptando un tono solemne que hizo que Toadette jalara a Toad de nuevo hacia abajo—, debemos arrodillarnos ante los Espíritus Estelares, para que bendigan nuestro camino con protección. Todos, por favor, inclínense. Que sus frentes toquen la tierra.

—Un poco complicado con los sombreros —rió Toadette, quitándose el suyo de un tirón.

—Con que se inclinen lo más que puedan es suficiente. —Almara se giró para comprobar que Penélope, Yasmín y Minh estuvieran arrodilladas, y luego adoptó ella misma la postura. Para el creciente horror de Toad, esto significaba que, cuando se arrodilló, sus pies quedaron plantados justo delante de su cara.

Manchados con la tierra oscura de los senderos de la selva y la arena amarilla de la orilla, estaban callosos por toda una vida de andar descalzos por la isla. La tierra espesa acumulada entre sus dedos se salía. Una brizna de hierba perdida estaba pegada a su talón izquierdo. Toad intentó cambiar de posición, pero el círculo era demasiado pequeño. Peor aún, Toadette le puso una mano firme en la nuca para mantenerlo inmovilizado.

—Muestra un poco de respeto básico —siseó—. ¡Que aquí somos unos extraños!

—¡No eres tú el que tiene la nariz pegada a unos pies mugrosísimos! —le susurró él.

—Es el karma por intentar asustarla con tu estúpida pistola. —Ella presionó con más fuerza.

Él intentó desesperadamente evitar tocar la planta de Almara, pero sus labios hicieron contacto con su textura arenosa. Retrocedió con un escalofrío silencioso justo cuando Almara comenzó a rezar.

—Oh, Espíritus que ven todos los caminos, iluminen nuestros pasos, para que no vacilemos.

Toad contuvo la respiración, su rostro poniéndose más rojo que las manchas de su sombrero.

—Estrellas que vigilan las mareas, concédannos la fuerza para soportar las tormentas.

Finalmente sintió que los pulmones se le encogían. Al tomar una bocanada de aire desesperada, inhaló una mezcla de rocío de mar seco y un almizcle profano subyacente que apestaba a puro pie.

—Que las siete luces nos protejan y alejen el mal de nuestros corazones. —El volumen de Almara aumentó—. Y ahora pronunciamos las palabras de esperanza. Que las Estrellas iluminen nuestro camino.

En un último acto de desafío, los músculos del cuello de Toad se hincharon y se tensaron contra el agarre inflexible de Toadette. Era una batalla perdida. Con un empujón que no admitía discusión, ella le forzó la cabeza hacia abajo para completar el ritual. Mientras Almara comenzaba el cántico final, el corazón de Toad entró en pánico.

Su boca se abrió a la fuerza contra la planta de ella. La textura abrasiva de la piel callosa contra sus labios y dientes fue seguida inmediatamente por la invasión de arena y tierra en su lengua. Varios sabores asaltaron sus sentidos: el amargor de la tierra y la sudoración del pie al natural. Dejó escapar un gemido ahogado mientras su estómago se revolvía. Necesitó toda su fuerza para no vomitar allí mismo, sobre todo cuando los dedos de Almara se contrajeron con más fuerza.

—Que las Estrellas iluminen nuestro camino —susurraron las otras chicas. Toadette sonrió con suficiencia, soltando finalmente su agarre sobre Toad.

—Perfecto. —Cuando se levantaron, Almaro les mostró una cálida sonrisa—. Ahora caminan con la protección de las Estrellas.

Toad se limpió la boca frenéticamente con el dorso de la mano.

—¿Qué te pasó? —preguntó Yasmín, con su expresión todavía plana.

Toad abrió la boca para quejarse, pero sus palabras fueron abruptamente ahogadas por un sonido que rasgó el aire: un chillido agudo, seguido de una multitud de gritos de pánico. Los sonidos resonaron desde la dirección noroeste. Se puso el sombrero y salió corriendo, observando lo que podía desde este pueblo en la ladera. Cuando Toadette y los demás lo alcanzaron, el miedo se grabó en sus rostros.

Abajo se desató una lucha frenética mientras los padres agarraban a sus hijos y los arrastraban hacia la densa selva. Al fondo había una enorme nube de arena levantada.

—Vaya, vaya, supongo que es la mandamás en persona —se rió Toad antes de sacar su pistola de bengalas. Su rostro se puso serio mientras corría—. ¡Aquí te espero!

—¡Es ahora o nunca, Toady! —Toadette corrió a toda velocidad con él.

—¡Esperen, chicos! —gritó Minh. Pero ya estaban demasiado lejos.

Al doblar una esquina, pasando por una tienda de cerámica destrozada, la escena que se desplegó fue una zona de guerra. Los puestos de madera yacían astillados, su contenido esparcido por los adoquines junto a vasijas rotas. Los aldeanos yacían heridos, gimiendo entre los escombros. En el corazón del caos, se libraba un brutal combate cuerpo a cuerpo: piratas tiburones se enfrentaban a grotescos Gaugau y otras figuras monstruosas.

La expresión de confianza de Toadette fue reemplazada por una duda vacilante.

—Lástima que tu peste de pies no sirva como repelente de roedores —gruñó Toad.

—Todavía tengo un martillo, y sé cómo usarlo.

—Quizá quieras algo más afilado. —Toad le lanzó su pico a la otra mano.

—Entendido. —Toadette empuñó el pico y cargó directamente hacia la amenaza más cercana: un corpulento Gaugau que se cernía sobre una temblorosa familia Koopa. Con un grito, blandió el arma, baja y rápida. La punta afilada del pico se clavó profundamente en la pierna del Gaugau, provocando un chillido mientras la criatura se tambaleaba.

—¡Gracias! —gritó una voz de la familia que huía para salvar su vida.

Dos piratas tiburón se deslizaron para ayudar a Toad, formando una barrera a su alrededor con las lanzas en alto. Toad encajó la bengala en la recámara con un clic de frustración.

—¡Traga fuego, feo! —Una bengala brillante explotó y golpeó a otro Gaugau en la cara. Éste aulló, cayendo de rodillas mientras se arañaban los ojos ardientes.

Toad miró a Toadette. Por más increíble que fuera su velocidad, se notaba la dificultad que tenía para manejar dos armas a la vez. Tras lanzarse con su martillo y fallar, dejó escapar un jadeo. Tenía un cuchillo clavado en el costado. Instintivamente alzó el pico y golpeó hacia arriba. Un crujido nauseabundo resonó, seguido de un sonido de desgarro húmedo. Cuando abrió los ojos, el Gaugau se estremeció antes de desplomarse. Arrancó su pico de la parte inferior de la bestia, sujetándose la herida.

—¿Estás bien? —preguntó Toad—. ¿Toadette?

—No soy una niñita, Toady —siseó ella, aunque estaba pálida. Se enderezó despacio y soltó una risita—. Apenas estoy empezando.

—Bien, pues. —Toad apuntó hacia atrás y disparó otra bengala a un Gaugau.

Un calor se extendió por el pecho de Toadette ante el momento de ternura de Toad, rápidamente eclipsado por la batalla. Se preparó para reincorporarse al caótico combate cuando una figura frenética irrumpió por detrás. Era Almara.

—¡Toadette! ¡Señor Toad! —jadeó—. ¡Los vieron irse! ¡Vieron a los que ustedes dejaron atrás!

—¡Minh! —A Toadette se le heló la sangre.

—¡Y las niñas! —gruñó Toad, sacudiendo a Almara—. Mujer, ¿adónde fueron? ¡Contesta!

—¡A la selva! —chilló Almara, señalando—. ¡La selva Géminis!

Los ojos de Toadette se entrecerraron. Sin pensarlo dos veces, echó a correr y desapareció en la selva, ignorando su costado sangrante. El suelo se convirtió en una alfombra suave. Arriba, el espeso dosel se tragó la luz del sol, sumiendo su camino en una oscuridad de tinte esmeralda.

—De algún modo, dejarlas en el barco no suena como una mala idea —resopló Toad.

—Admito que ahí metí la pata —replicó Toadette.

—Al menos lo reconoces. Ahora intenta no desmayarte con esa herida.

—¡Hmph! —Toadette no hizo más que acelerar, y le devolvió el pico a Toad.

De pronto una gruesa liana salió disparada del follaje, derribando a Toad. Toadette se dio la vuelta. Tiró con todas sus fuerzas para liberarlo. Él se sacudió el polvo, agradeciéndole con un asentimiento.

Mientras lo levantaba, Toadette vio una cereza brillante y peculiar. La alcanzó por instinto. Aunque iba con prisa, estaba pensando estratégicamente. La energía extra podría serle útil.

Su pausa se vio interrumpida por un nuevo sonido, éste más cercano y aterrador. Los gritos de sus amigas. Corrieron más adentro del corazón de la selva, sólo para salir a un pequeño claro donde la pesadilla se hizo realidad. Ante ellos estaban Minh, Yasmín y Penélope, todas apresadas en las manos de una docena de Gaugau. Los monstruos se movían con una velocidad alarmante, adentrándose ya en la maleza, ahora rodeando un pequeño y estrecho sendero. Ignoraron las patadas y los gritos de sus cautivas.

Toad llevó la mano a su pistolera, pero la pistola de bengalas era inútil. Acertar a un blanco que desaparecía entre el follaje a esa velocidad era como intentar darle a una estrella fugaz.

—¡Monstruos! —gritó Minh, con la voz rota. Las lágrimas corrían por su rostro cubierto de tierra mientras la arrastraban—. ¡Dije que no!

Un rugido de furia se le escapó a Toadette. Apretó con más fuerza su martillo y se lanzó hacia adelante.

—¡Toadette, ahorra energía! —Toad no perdió ni un segundo. Se arriesgó. Apuntó a un Gaugau que había reducido la velocidad, obstaculizado por una herida anterior. Y entonces disparó.

La bengala chisporroteó al golpear la espalda de la criatura, generando una luz abrasadora y humo. El Gaugau en llamas arrojó a Minh por el borde. Sin aliento, ella cayó en picada varios metros. Pero Toad ya estaba allí para amortiguar su caída. Él gimió; sintió como si le fueran a arrancar los brazos de las cuencas cuando ella aterrizó.

—Te tengo —jadeó, temblando.

El momento de alivio se evaporó. Yasmín y Penélope ya no eran más que gritos que se desvanecían rápidamente. Los Gaugau se las llevaron sin más problemas.

—¡Jódanse, pinches ratas! —chilló Yasmín—. ¡Suéltame! ¡Te voy a morder!

—¡Señorita Toadette! —sollozó Penélope, ahogándose en lágrimas—. ¡Capitán Toad! ¡Por favor, no nos dejen!

Su súplica final fue completamente absorbida por las hojas y las lianas mientras la selva se cerraba a su alrededor.

Toadette se desplomó de rodillas, jadeando.

—¡Demonios! —gritó, jalándose las trenzas.

—Las perdimos de nuevo… —Minh se estremeció.

—Y esta vez no cabe duda: están en peligro. —Toad le puso una mano en la espalda a Toadette—. No seas tan dura contigo misma. No nos iremos a casa sin ellas.

—¿Cómo vamos a encontrarlas? —preguntó Toadette, esforzándose por no sonar forzada—. Apenas podemos con estos animales.

Toad suspiró, mirando a través de las densas lianas y las copas de los árboles.

—¿Dónde diablos estaba Jones en todo esto?

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Nota del autor:
Originalmente la escena con Almara era muy breve y transcurría totalmente en el exterior, conduciendo directamente a la pelea. La escena en la que ella está en la casa y con Toad a sus pies sucios fue la última que se escribió. Un momento bastante increíble, ¿no? Eso debería distraerlos de la nueva situación en la que se encuentran Penélope y Yasmín.
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