El trato de las personas de estatura normal hacia Miguel siempre fue agradable, y cuando Miguel finalizo sus estudios de administración, no tardo en encontrar una bacante como personal de oficina en un departamento de bomberos. El departamento era antiguo, y por las instalaciones, solo trabajaban con hombres de estatura media que ofrecían sus servicios a barrios y zonas de alrededor pobladas por gente pequeña. Miguel era el único hombre pequeño que trabaja en aquel departamento, pero el trato hacia el siempre fue gentil y afectuoso. El grupo de bomberos era amigable con el pequeño hombre, y a menudo los hombres de estatura normal hacían bromas acerca de las diferencias de tamaños entre ellos y su pequeño amigo, cuya estatura alcanzaba un poco por encima de la entrepierna de un hombre de estatura promedio. En una ocasión metieron a Miguel en la bota del uniforme de Larry, uno de los bomberos más altos y corpulentos, y la caña de la Bota solo alcanzo hasta un poco por encima de la cintura del pequeño Miguel, cuyas piernas se quedaron atascadas en la bota de goma recubierta de lana por el interior. Cada vez que ocurrían este tipo de episodios, Miguel reía y se divertía con sus compañeros más grandes, pero luego debía ir corriendo al baño a encargarse de la furiosa erección que se formaba en sus pantalones al estar rodeado de hombres, cuya masculinidad y virilidad abrumaban al pequeño Miguel.
Una tarde de un viernes, el día del cumpleaños de Miguel, el pequeño hombre no estaba muy ansioso por volver a casa, ya que había sido una semana aburrida el fin de semana no auguraba nada mas emocionante, mucho menos una celebración por su nacimiento, por lo que Miguel no tuvo inconveniente en quedarse hasta un poco mas tarde haciendo un poco de trabajo extra en vez de irse a su casa. El debía considerar que quedarse significaba que podría perder el transporte público hasta su casa y violar el reciente toque de queda impuesto por los gigantes hacia las personas de estatura pequeña fuera de sus estratos. A Miguel particularmente no le importaba mucho el toque de queda, no es como si el soliera tener planes de noche. Además, el escuadrón de bomberos del turno de la noche podría hacerle compañía. Las horas se alargaron, Miguel trabaja en sus informes y escuchaba a los ruidosos hombres en la sala común y en la cocina de la estación, un par de veces escucho el estruendoso rugido del camión de bomberos cuando salió a atender alguna emergencia, pero al pasar el tiempo la estación quedo en silencio. Finalmente Miguel decidió que no quería excederse de trabajo y que ya había adelantado suficiente, y cuando fijo su vista en el reloj, maldijo para si mismo; se había pasado ya una hora del toque de queda.
Miguel trato de pensar que hacer, pensó en que podría pasar la noche allí en la estación con los muchachos, pero la idea de dejar su acogedor apartamento por el enorme sofá de la sala común donde el grupo de hombres pasaba la mayor parte del día, a menudo luego de sesiones de entrenamiento empapados de sudor, no era muy atractiva, por lo que se aventuro a hablar con alguno de los chicos que tuvieran coche para ver si alguno podría acercarlo a su casa. La sala común estaba vacía, así que fue al salón de descanso; un cuarto con camastros donde los bomberos del turno de noche pueden dormir y estar alertas en caso de que se presente alguna emergencia en medio de la noche. Miguel se asomo al enorme umbral y vio que los camastros estaban ocupados por los enormes hombres sumidos en un profundo y pesado sueño. Miguel trago saliva y se pregunto si valdría la pena despertar a alguno de esos hombres y arriesgarse a lidiar con el mal humor de un chico que le dobla la estatura.