La sorpresa de Sir Robert fue mayúscula cuando, al acercarse a la entrada del magnÃfico castillo, vio al más extraño centinela de toda su carrera como caballero andante. Se trataba de una doncella rubia, con un vestido azul celeste de exquisita factura. Su imponente figura era digna de elogio, con un busto (tan prominente que amenazaba con rasgar la delicada tela) y unas caderas de gran sensualidad. No era de gran talla ni portaba ningún arma aparte de una sonrisa capaz de desarmar a cualquier hombre.
Sir Robert espoleó a su montura hasta alcanzar el umbral. Sir Robert desmontó con brÃo y, convencido de encontrarse frente a una de las damiselas prisioneras de la bruja Morgana, presentó sus respetos a tan atractiva dama.
La hermosa doncella sonrió, celosa guardiana de un secreto que Sir Robert desconocÃa. Esta “damisela en peligroâ€, que no era otra que la malvada bruja Morgana, decidió…
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