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Rated: 13+ · Short Story · Thriller/Suspense · #1345213
La Oscuridad, una entidad que se vuelve sobre una niña en la vieja casona de su abuela
Oscuridad

         La oscuridad está tragándose todo. Me da mucho miedo ¿dónde estás mamá? Ayer la oscuridad se comió a la luna y al sol y a las estrellas. Está fría y moja cuando la tocas, pero se siente como sopa, nomás que fría y negra. Creí que me iba a salir un monstruo de la oscuridad. Mami ¿qué no oyes que estoy llorando? Tengo mucho miedo, sólo queda la casa. Intenta meterse por las ventanas, pero ya las cerré todas. Mami por favor, dime qué pasa…
         Vinimos la semana pasada mamá, Eli y yo. Eli es mi hermana mayor, tiene doce años y ya se siente muy grande. Nunca quiere jugar, se arregla como mamá y se burla de mí diciendo que soy infantil, “la niñita” o cosas así. Ésta no es nuestra casa, era la de abuelita, pero yo nunca había estado aquí. No me gustó cuando la vi, porque estaba negra, grandota y muy fea. Es bonita pero es fea, elegante pero siniestra. Eli me preguntó cuando llegamos que si me daba miedo y yo le dije que sí. Luego me dijo que el fantasma de la abuela anda por aquí, dando vueltas y que en la noche iba a llegar a jalarme las patas, porque soy la más chiquita. ¡Yo no quiero que haga eso! –le grité y me puse a llorar, pero Eli me llamó infantil de nuevo por creer esos cuentos. Me parece que quiere decir que soy una niña y ella no, pero estoy segura que no sería tan valiente contra la oscuridad…
         Mamá la regañó por decir eso de abuela y la castigó, pero Eli no le hizo caso, subió la escalera rápido porque tenía que desempacar, haciendo muecas extrañas. Vámonos mami –le dije, pero mami no me hizo caso, se fue hacia la puerta con su maleta, es pesada, por eso le ayudé a cargarla. Luego nos quedamos en la sala y empezó a soplar viento, pero no el viento bueno, un viento malo, de ese que da frío tan fuerte que lo sientes hasta el interior del corazón. Hay sombras al fondo de la casa, pero cuando le digo a mamá, me regaña: dice que no le cuente mentiras. Pero no son mentiras, deben ser fantasmas, o monstruos o el diablo. Eli dice que el diablo se le aparece a las niñas que cuentan mentiras, ¡pero no es mentira! Yo los ví, ahí estaban, sombras raras que susurran en los oídos. Mami dice que susurrar es de mala educación, pero los fantasmas lo hacen, para asustarte. Porque son malos.
         -Es una casa vieja, ¿por qué no la derrumba papá y construyen una mejor? –dijo Eli, pero mamá puso una cara muy fea y la regañó, dijo que era la casa de abuelita y nadie la iba a derrumbar. Veo las escaleras que rechinan cuando pasas por ellas y pienso que pudo ser divertido. Siempre es divertido, un juego, cuando brincas en las escaleras que hacen ruido. Todos te regañan, pero a mí me gusta el sonido. Pero esas escaleras no, tienen algo raro: cuando rechinan parecen quejarse. Me quedé asustada, le dije a mamá que nos fuéramos otra vez, pero ni me oyó. Se fue hasta su cuarto y ahí se quedó durante mucho tiempo.
         -Muévete mocosa –me dijo Eli y pasó aventándome con una maleta. Yo corrí a donde estaba porque si me quedo solita atrás, de seguro que me sale un fantasma y me intenta comer. O un monstruo. En las casas como éstas hay muchos monstruos, en cada rincón, aunque antes yo solía decir que sólo las niñas chicas se asustan con eso.
         Mami, ¿qué no ves que de esa oscuridad salen los monstruos…?
         Me quedo ahí sentada sin hacer ruido para que Eli no se enoje conmigo, hasta que llega mamá y nos dice que iremos a la capilla. Eli gruñe cuando le dicen eso, pero yo estoy super feliz de salir de aquí. Ahora ya no puedo, la oscuridad me va a comer si me salgo… y adentro de ella están los monstruos, los del clóset, los de las películas de miedo y los fantasmas. Pero hace una semana fui con mamá y Eli a la capilla. Así ya no daba tanto miedo, porque acompañada parecía otra oscuridad la de esa noche.
         Caminamos horas para llegar a la capilla. Estaba muy asustada y cansada, pero iba junto a Eli y mamá y cuando los arbolitos se movían con el aire y cuando las cosas blancas aparecían más allá, no me daba miedo. Esos son fantasmas, pero no como de las películas que son sábanas, actores disfrazados o efectos de cámaras; éstos son cosas mojadas como la oscuridad y frías, parecen personas pero tienen la piel transparente. Eli no los ve, o a lo mejor se hace la loca. Mamá no los ve, porque nomás los niños los vemos. Tal vez cuando creces se te olvida. Que bueno, no puedo estar viéndolos siempre luego te quieren tocar para comerte y si no los ves, ellos tampoco te ven ¿verdad? Por eso no vieron a mami y como Eli se hace la loca, pos por eso nomás me ven a mí.
         Seguimos caminando, cuando vemos llegar un grupo de pájaros ¡cuántos! Negros y grandes y unos más chiquitos, que se llaman gorriones. Eli dice que son cuervos los grandes, como el que aparece con Bugs Bunny y mamá dijo que es natural en el campo ver esas aves, porque abuela tenía un sembradío de maíz. Los pájaros comen maíz. Pero a mí se me hacía que nos veían también raro, como si fueran a mordernos. Eli dijo que era una miedosa, que los pajaros no muerden, pican porque no tienen dientes, que ya debería saberlo. Yo creo que sí, que en la oscuridad hasta los pajaros tienen dientes. Pero ya no los oigo mami, ya no oigo nada. La oscuridad se los comió y ahora me quiere comer a mí…
         Cuando llegamos por fin a la capilla, mamá estuvo muy feliz de ver flores por todas partes. Eli dijo que era raro, porque no había nadie ahí pero mamá la calló diciendo que hay una nana que cuida de todo. La nana puso las flores, prendió las velas, limpió a la Virgencita y a los santos y a Papá Diosito. Las dos se arrodillaron y se quedaron mucho rato ahí. Es muy aburrido, asi que me fui a caminar aunque yo también debí quedarme rezando. Ya soy grande para comportarme como una bebé, dijo mamá después.
         En la capilla no entran fantasmas; en todas las películas los monstruos se quedan fuera. Camino a gusto así, ojalá estuviera en la capilla… si… bueno no, en realidad sería mejor que las películas dijeran que los fantasmas sí entran a las capillas. Lo sé porque vi uno grandote en un lado del altar. Era como un señor; primero creí que había puesto las flores, que era esposo de la nana. Pero se fue ¡puf! y ya no estaba. Sentí mucho frío y grité, pero nadie me oyó. Ahí lo vi por primera vez, nadie me escuchó.
         Debí darme cuenta que era algo malo, como cuando sientes que la maestra te va a hacer la pregunta a ti, esa pregunta de la que no estudiaste nada.
         Fue cuando las velas se apagaron. Todas, como si soplara un viento muy fuerte. Sentí miedo, pero no grité. Alguien estaba cerca de mí, muchas personas al mismo tiempo. Quizás tenía mucho miedo y por eso no grité. En las películas de terror a veces pasa eso.
         -¿Qué sucede? –dijo Eli, pero su voz ya no era la de una niña grande.
         Hacía frío, tanto que se podía casi tocar, como la oscuridad que es viscosa y fría. Incluso mamá se oía extraña, lejana. Ahí también fue cuando comenzó a desaparecer. Sí, ahí debió ser pero mamita ¿por qué me dejaste…?   
         -No tengan miedo niñas, es el viento –dijo mamá, pero la callaron los susurros. Muchos, cientos, miles tal vez. Los pájaros, ellos también susurraron, pero su voz subió hasta que parecía más bien llanto. En ese momento debieron sentirlo como yo, la forma en que la oscuridad se acercaba para comernos a todos.
         Mamá caminó a un interruptor y lo prendió. ¿Por qué enciendes velas si tienes luz? No lo entiendo. Abuela debió haber sido una ancianita extraña.
         Regresamos caminando con cuidado porque de noche hay ladrones, pero también otras cosas, como brujas a las que nunca he visto, pero que siempre me da la sensación de que pueden estarme mirando. Quizás no son brujas, sino algo más horrible… como el diablo. Pero para esos momentos ya no me acordaba. Llegamos a la casa y mamá se puso a ordenar los papeles de la herencia. Nos dijo a Eli y a mí que nos fuéramos a dormir… pero nos quedamos ahí abajo, contando cuentos de terror. ¡Qué felicidad! Te hacen sentir que nunca más vas a poder dormir… ahora los recuerdo y me parecen un chiste. Es que entonces no conocía la oscuridad, que come cosas y destruye
todo… mami ¿oíste ese ruidito? Creo que es la oscuridad queriendo entrar en la casa ¡no la dejes mami!
         De pronto las ventanas se abrieron, solas, sin que nadie las tocara. El viento corrió por todas partes, levantando faldas, papeles y congelándonos. Mamá se quedó viendo hacia la ventana como si viera algo que nosotras no podíamos ver. Me hice para atrás, luego miré a Eli. Estaba temblando, pero me di cuenta que yo también.
         -Es la abuela…
         -¡Cállate Eli!                    
         -¡Basta! ¡Las dos! ¡A dormir!
         Nos subimos agarradas de la mano. Eli miraba hacia el techo, hacia el suelo, hacia cada puerta. Yo prefería no ver nada, porque sentía que desde cada muro me observaban. Llegamos al cuarto. Había un pájaro negro pegado a la ventana, viéndonos con sus ojos oscuros. Agarré más fuerte a Eli, pero ella me aventó.
         -¡Vámonos a dormir con mamá!
         -No seas tonta. Ya tienes ocho años, deja de comportarte como una niñita.
         -Dijiste que era la abuela…
         -Por supuesto que lo es. La abuela era mala.
         -¿Qué tan mala?
         -Como una bruja.
         -Me estás contando cosas para asustarme Elizabeth.
         -No me creas si no quieres. ¿Por qué crees que no la conocimos? Nunca salía de esta casa.
         -Estaba enferma.
         -Estaba loca. Practicaba magia negra.
         -Inventas mentiras Eli para asustarme. Abuelita tenía una capilla.
         -Yo no lo estoy inventando. Daniela me lo dijo todo.
         -¿Por qué iba a saberlo Daniela?
         -Porque es nuestra prima más grande y a ella le dicen cosas que a niñitas como tú no se le dicen.
         -¿Por qué habría de contártelo a ti, Eli?
         -Porque soy la mayor.
         La miré y no le creí. A Eli le gustaba asustarme, siempre escondiéndose en los rincones para gritar cuando entraba a un cuarto; inventando historias falsas sobre la escuela y niñas que murieron sin poder escapar a horribles castigos: esas eran sus travesuras más amadas.
         -Escucha lo que pasó y verás que no miento. Daniela lo escuchó de su mamá y ya sabes que ella era muy apegada a la abuela. Más que mamá. No sé por qué la abuela le pediría a mamá en su testamento venir a su casa.
         Yo no sabía la respuesta. Tenía miedo pero también curiosidad, sabía que no debía escuchar pero quería hacerlo, así que la oí, oí su lengua llena de mentiras.
         Eso creí entonces.
         -Hace tres días llamaron a un grupo de limpieza para ocuparse de la casa. Los llamó una señora que les dio el nombre de Margarita.
         -¡Eli mentirosa! Ese era el nombre de abuela y ella se murió hace una semana.
         Sonrió. Qué extraña se veía su sonrisa. Miré a la ventana. Tres cuervos nos observaban ahora, con las mismas ganas de comer que el primero. Me regresé a ver a mi hermana, a escuchar sus mentiras.
         -Pues esa señora les pidió que limpiaran. Llegaron, pero no había nadie en la casa. Ya lo sabemos. Los tíos se llevaron todo hace cinco días… todo lo más importante. Pero ellos entraron. No se sabe quién les abrió. Nunca volvieron a salir. Algo adentro de la casa se los tragó.
         -¡Eli mentirosa! ¡Mentirosa, mentirosa, siempre mentirosa! Si no había nadie en la casa, ¿cómo se enteró Daniela de lo que me contaste?
         -Muy sencillo tonta. Los jefes del equipo de limpieza mandaron llamar a su unidad. Nadie les contestó. Vinieron a investigar. Vieron el camión estacionado afuera. La casa estaba cerrada con llave, no había forma de que entraran.
         -¿Entonces cómo entraron? ¿Crees que te creo media palabra? ¡mentirosa! Le voy a decir a mamá que me cuentas mentiras para asustarme.
         Creí que era mentira, porque aún no conocía la oscuridad. Ahora sé lo que pasó. Los señores de limpieza, los pájaros, Eli, mamá… a todos se los comió la oscuridad. Se acerca cada vez más, retumba con mayor fuerza en las ventanas mami. Mami dime que no me va a comer. Sólo tengo ocho años mami, mamiii. La casa se está congelando y ni siquiera los fantasmas se acercan a este lugar. Estoy sola, solita. Mamiiii…
         Nos dormimos, porque mamá escuchó que hablábamos y subió a regañarnos. Cuando apagamos la luz, ninguna dijo nada, ya que ambas teníamos miedo. Se oían los ruidos de los cuervos afuera, cinco, ocho, diez. La luz de la luna brillaba lejos y sus sombras crecían cada vez más. Me tapé la cara con la sábana con la sensación de que algo en la puerta me veía. Si era un monstruo no quería verlo, mami, pero no era solo un monstruo no, era la oscuridad. Esa donde todas las pesadillas se esconden...
         No sé a qué hora me dormí ni cómo lo pude hacer con tanto miedo. Cuando desperté era de noche, lo noté a pesar de que había luz amarilla por todas partes. Era la luna que aún vivía y estaba contenta, escapando a la terrible oscuridad. Me desperté porque soñé que corría, corría, corría sin fin. Luego una voz me llamó por mi nombre:
         -Caro.
         Ahí siento, estoy segura que es uno de los fantasmas. Quizás si le hablo a Eli que finge siempre no ver nada, el fantasma se vaya, o yo sepa fingir que no oí nada. Me voltié, pero no había nada en el otro lado de la cama, nomás la almohada y la cobija y la funda tendida, me asusté muchísimo, por primera vez mami, supe lo que era estar solita, lo que era ver a la cara a la oscuridad…
         Pero pensé de nuevo que Eli me estaba jugando una broma.
         -¡Elizabeth no es gracioso! ¡ya sal de tu escondite! –me puse terca de que era un juego, me asomé por debajo de la cama, pero mi hermana no se escondía ahí.
         Había un libro grande, pesado y viejo. Parecía hablar de alguna forma, diciéndome que lo leyera. Lo saqué de debajo de la cama y lo abrí.
         Tenía escrito un nombre:
         Valeska Bakalski
         Más abajo estaba el título del libro.
         Transmigración.
         Giré la página y me asusté, porque vi una foto mía pero que se veía casi amarilla. Luego me di cuenta que no era yo, era abuelita de chica. Voltié la foto. Decía “Valeska, 1939. Cinco años”
         ¿La abuelita se llamaba Margarita Valeska?
         Seguí leyendo el libro. Comenzaba así: “Para iniciar el camino de la transmigración, debes cruzar el portal hacia el silencio…”
         Avancé varias páginas sin leerlas.
         Psicopompos. Cuervos, gorriones y perros. Acompañan al alma en su viaje final.
         Abuela era bruja.
         Cerré el libro asustada. Ya no quería saber más de cosas extrañas, sólo quería encontrarme a Eli y a mami y poder dormirme tranquila.
         Caminé por el cuarto viendo de reojo las inmensas puertas de los closets, preguntándome a cada momento, dónde se escondía esa malosa. En eso me acordé de la historia de la abuela.
         “…Hace tres días llamaron a un grupo de limpieza para ocuparse de la casa. Los llamó una señora que les dio el nombre de Margarita…”
         ¿Margarita Valeska?
         Se oyó un triste aullar en la lejanía, un aullido que parecía lamento.
         Temblor, por todo mi cuerpecito. Nunca había sentido que mis dientes pegaran unos con otros sin que pudiera detenerlos. Ahora es algo viejo, he llorado, gritado, temblado y aún no veo nada más que el vacío. ¡Cómo quisiera que la enfadosa de mi hermana estuviera aquí conmigo…!
         -Caro.
         La voz me hizo saltar del susto. Por poco y me hago pis. Ahí debía estar, riéndose de mi miedo, pero no era ella, no era nadie de quien su voz se vuelva a escuchar. Es mi imaginación, quería convencerme. Pero aún ahí sabía que era más que eso.
         No sé por qué seguí caminando con tanto y tanto miedo. Debe haber sido como en uno de esos cuentos, donde la bruja te manda un maleficio y tienes que continuar hasta el lugar que ella te diga; siempre te llama a su cocina para comerte. Quería detenerme, de veras que sí, pero mis piecitos seguían caminando.           
         La casa se veía muy diferente con esa luz. Los muebles, los clósets, incluso las sillas y los cuadros parecían ser de un lugar muy muy viejo. Tanto como abuelita en su infancia. Lo sé porque me recordó a los cuentos que mamita Azalea, la mamá de papá nos contaba. Los cuervos ya no estaban en la ventana. La luna era grande, inmensa y brillaba como si fuera el sol a través de un vaso de agua. Todo estaba en silencio.
         Salí del cuarto porque debía encontrar a Eli. Sabía que tendría alguna extraña idea de lo que pasaba, pero en esos momentos hubiera dado cualquier cosa por escuchar una de sus tonterías. Probablemente estaba en el cuarto de mamá, lo más seguro es que hubiera sentido miedo y se fuera a dormir con ella. Me dio mucho gusto. Eli se merecía ser asustada por los fantasmas.
         Toqué la puerta despacito. Se abrió sin rechinidos. El cuarto estaba solo, vacío e iluminado con la misma luz amarilla de la luna gigante. Miré la cabecera de la cama. Había otra foto de la abuelita cuando era chiquita. Se parecía mucho a mí, a mamá. El cuadro parecía moverse lento hacia delante y hacia atrás. Me salí corriendo. Tenía que encontrarlas, tenía que saber por qué todo se veía tan raro, por qué se habían ido sin decirme nada.
         Por primera vez tuve miedo de ya no ser yo. El pánico de estar solita me llevó a caminar hasta la sala. Pero antes de que bajara por las escaleras, una voz en la planta alta me llamó.
         -Caro.
         Vi hacia otro cuarto, uno que no había visto antes. La voz insistió.
         -Caro.
         Debió haber sido la voz de la oscuridad. Ya no me llama, ocupa toda su fuerza en romper las ventanas. Hace rato escuché los vidrios rompiéndose. Al fin entró. Está aquí por mí. Pero nadie más está cerca. Mami, ni siquiera esa noche estabas ya…
         Candelabros. Retratos y largos espejos de latón. Muebles antiguos, incómodos pero elegantes, con detalles en oro. Ese salón se veía tan viejo como la foto de abuelita. La luz lo hacía ver como parte de una película sepia. El olor incluso que había en el aire, no parecía estar lleno de polvo, pero si de una extraña sensación que te daba tristeza.
         A lo lejos había una escalera, que subía hasta un balcón pintado de dorado. En lo alto un señor me veía, un hombre que se veía joven pero se sentía viejo. No sé decirlo. Sólo sé que no era joven, ese era un disfraz. Atrás de él había una puerta enorme de madera, más vieja que todo el salón junto. Estaba entreabierta.
         -Caro –volvió a decir.
         No me dio miedo, no lo sé por qué. De algún lugar había tomado forma, como un fantasma, pero no lo parecía. Se veía amable.
         -No debes estar aquí.
         -¿Qué es esa puerta? –pregunté al instante. Respiró hondo. Sabía que iba a hacer esa pregunta, me lo dijo al instante.
         -Nada que puedas ver.
         -Pero quiero ver.
         -Regresa por donde veniste –me dijo y caminó de espaldas, para tapar mejor la puerta-. Regresa.
         Caminé hasta la base de la escalera. La curiosidad es grande, alguien una vez dijo que mató a un gato. ¿Qué era lo que el gato quería saber? No lo sé y apuesto a que Eli tampoco. Mi mano tocó el barandal, estaba tan frío. Sin darme cuenta subí, cada vez más.
         -¿Quién eres?
         -El que resguarda la puerta. Regresa a tu cuarto.
         -Quiero pasar.
         -Si pasas no hay regreso.
         -¿Qué hay del otro lado?
         -Nada. O quizás todo.
         Era muy extraño, daba siempre respuestas que te hacían pensar en más preguntas. ¿Cómo llegó hasta ahí? ¿Qué era ese cuarto? ¿Por qué la luz era tan amarilla? Di otro pasito, uno chiquito solamente, para poder asomarme a través de la puerta. Oscuridad, no se veía nada.
         -¿Puedo verlo y luego regresar a mi cuarto?
         Él se hizo a un lado, pero nunca dijo sí o no. Caminé toqué la puerta ¡qué aire tan frío había del otro lado! Sentí miedo, demasiado, mejor era correr que ver lo que había ahí debajo, la jaula de los animales salvajes, el clóset de los monstruos. Quise retroceder, pero mi mano estaba empujando la puerta. No se veía nada, di un paso al frente…
         Nada. Estaba en mi cama. Había sido un sueño, todo un simple sueño. Cerré los ojos para dormir de nuevo. Pero a la mañana siguiente me enteré de la verdad.
         Nada. No había nada. Ni sol, ni árboles, nada, sólo la casa. Algo, esa oscuridad acababa de crear una cerca entorno a la casa. No estaban mamá, ni Eli, ni los cuervos o los perros, ni siquiera los retratos.
         Valeska Bakalski
         Por alguna razón ahora lo sabía. Ese había sido el nombre de abuelita mucho, mucho tiempo atrás.
         Transmigración.
         Margarita había sido su nombre de disfraz, como ese que usan los superhéroes para que no los reconozcan.
         Hace tres días llamaron a un grupo de limpieza para ocuparse de la casa. Los llamó una señora que les dio el nombre de Margarita. Nunca volvieron.
         Abuela era bruja.
         ¿Por qué todo de pronto se veía tan viejo? ¿Por qué no podía apartar esas ideas de mi mente? ¿Qué era la oscuridad?
         Para iniciar el camino de la transmigración, debes cruzar el portal hacia el silencio…
         -¿Quién eres?
         -El que resguarda la puerta. Regresa a tu cuarto.
         -Quiero pasar.
         -Si pasas no hay regreso.
         ¿A dónde había pasado?
         Abuela era bruja.
         Psicopompos. Cuervos, gorriones y perros. Acompañan al alma en su viaje final.
         Los cuervos ya no estaban. El perro había dejado de aullar…
         Abuela era bruja.

         Poco a poco la casa fue quedándose sin muebles, sin luz, sin alegría. El frío inunda cada rincón, la oscuridad se reduce como paredes movedizas que me atrapan cada vez más. Diosito ¿dónde estoy, mamá?

© Copyright 2007 Karime Cardona Cury (night_princess at Writing.Com). All rights reserved.
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