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Rated: 18+ · Fiction · Erotica · #2280347
Tres chicas corren a casa, con una recompensa de fetiche de pies esperando a la ganadora.


ADVERTENCIA DE CONTENIDO:
Pies sucios [ligeramente]
Adoración de los pies
Nylons y calcetas
Auto adoración de los pies
Pies sudorosos u olorosos



Puede leer la historia en inglés AQUÍ  Open in new Window..


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         —¡Ya llueve!

         Los gritos de Sweetie Belle al cielo sólo animaron al Sol a cegarla más. Durante los últimos 40 minutos, su maquillaje se coció en su cara hasta que aparecieron dos lágrimas negras. Las gotas de sudor que golpeaban el suelo hicieron que sus otros compañeros se preguntaran si estaba sollozando.

         Pero no la culparían por llorar. Los desiertos tenían condiciones más habitables que este clima de 44ºC. Mientras otros estudiantes se daban el lujo de llegar a casa a tiempo, otros 20 se enzarzaban en un combate para sobrevivir hasta que llegara el autobús. Algunos se daban puñetazos y otros incluso se peleaban por la ropa. Si uno llevaba pantalones cortos, era un objetivo principal.

         En el suelo de cemento, una estudiante se extendía como un pulpo. La respiración de la pobre Apple Bloom nunca sonó tan mal.

         —¿Por qué tarda tanto? —gimió, golpeando los mosquitos que le picaban la piel.

         Scootaloo tiró su ropa al suelo, dejando ver su ropa de educación física por debajo.

         —Quizá se estaba masturbando en lugar de prestar atención a la carretera. No sería la primera vez.

         Su actitud bromista se desvanece al echar otra mirada a sus amigas. Mientras el Sol irritaba a Scootaloo, asaba a Sweetie y a Bloom. Incluso bajo la sombra, el sudor cubría el cuerpo de Bloom. Y la piel blanca de Sweetie brillaba tan roja como una cereza. Cada vez que se movía, la chica soltaba un pequeño chillido.

         Esa mañana, los locutores afirmaron que llovería por la tarde. Efectivamente, algunas nubes se acumulaban en el cielo, y algunas eran grises. Pero tardaron mucho en llegar a la estrella. Una vez que Scootaloo sintió las frías manchas de las axilas en su camiseta gris, se colgó la mochila al hombro.

         —40 minutos es suficiente. ¿Puede una de ustedes llamar a su hermana para que nos recoja?

         —Mi hermano tiene la camioneta hoy. No se sabe cuándo va a volver.

         Scootaloo se volvió hacia Sweetie, que se abanicó frenéticamente.

         —Últimamente le encanta salir de Canterlot —dijo, jadeando—. ¿Quieres esperar hasta las siete?

         —A ver… —Scootaloo giró sobre sus talones, de cara a la carretera—. No. ¿Vienen?

         —¿De qué hablas? —Sweetie preguntó.

         —¿En serio quieres caminar todo el camino a la casa?

         Encogiéndose de hombros, Scootaloo siguió adelante. Tenía la corazonada de que sus amigas la seguirían tarde o temprano. Como suponía, sonido de los pasos se hizo más fuerte a medida que salían de escuela. Scootaloo suspiró aliviada. Al menos no tendría que volver a la casa sola como después de cada entrenamiento de atletismo.

         —Me voy a quedar en tu casa esta noche, Apple Bloom —dijo entre sorbos de agua—. ¿Sweetie Belle va a abandonarnos otra vez?

         —Por una vez no tengo deberes. ¿Por qué iba a decir que no?

         Más buenas noticias para Scootaloo. El viernes siempre era el día en que iba de la residencia de una amiga a la de otra, cuando no a la casa de sus tías. Y el comienzo del fin de semana era el día perfecto para que las chicas salieran después de la escuela. Lamentablemente, las tareas y los horarios conflictivos a menudo arruinaban este plan. Pero cuando llegaba, el estado de ánimo de Scootaloo recibía un enorme impulso.

         Mientras Scootaloo se animaba, el dolor de Sweetie persistía cuando llegaron a una acera.

         —No hemos caminado ni dos minutos y los pies me están matando.

         —¿En serio? —dijo Scootaloo, observando el calzado de Sweetie—. Cúlpate a ti misma por llevar esas cosas.

         —¿Te refieres a mis tacones? —Sweetie se detuvo para frotar la parte superior de su pie—. Es que tenía que estar muy elegante en la clase de arte. Si hubiera sabido que iba a caminar varios kilómetros, habría traído unos tenis extras.

         Las otras llevaban unos zapatos que parecían baratos en comparación con el conjunto de Sweetie. Entre sus tacones de ébano, sus medias (o calcetas) y su vestido negro, su aspecto podría convertir a una chica en gay. Afortunadamente, el Sol utilizó sus poderes para algo bueno, dando a los zapatos un hermoso brillo. Cuando Sweetie se movía, las estrellas centelleaban en sus zapatos.

         ¿Pero valía la pena que el atractivo dificultara la capacidad de caminar?

         —¿Por qué no te los quitas? —preguntó Bloom—. Son bonitos, pero si te duelen los pies…

         —No andaré sin zapatos.

         —¿Qué tal si te dejo usar mis chanclas? —sugirió Scootaloo—. Son muy cómodos.

         —¿Las mismas chanclas en las que el sudor derritió su goma entre tus dedos? Pregúntame cuando esté borracha y quizás lo considere.

         Cuando las tres llegaron al final de la calle, Scootaloo se apoyó en una señal de stop para pensar. En un día normal, tardaría una hora en llegar a casa. Pero con los tacones de Sweetie, ellas podrían tardar tres horas.

         Los límites de Bloom la ponían en una situación similar. Aunque la chica tenía fuerza, no tenía la resistencia de Scootaloo. Al menos Sweetie, en teoría, podía usar la magia para aliviar el dolor (le costaría mucha energía). Si a Bloom le dolían los pies por esas botas tan apretadas, tendrían problemas.

         Si solamente hubiera una forma de llegar más rápido a Sweet Apple Acres.

         —¿Qué les parece un juego? —preguntó Scootaloo.

         —¿Un juego?

         —Sólo queremos ducharnos.

         Scootaloo se cruzó de brazos.

         —Y pueden después de que corramos allí. En serio, ¿no quieren divertirse un poco?

         —A no ser que tengas alguna recompensa, ¿por qué íbamos a agotarnos cuando ya nos estamos muriendo?

         —También puede ser más fácil tomar un taxi —dijo Bloom.

         Scootaloo quería arrancarse el pelo morado. Les explicó que no debían pagar dinero para viajar a la granja, un principio de sus propios rasgos conservadores. Y utilizó toda su energía para ilustrar lo emocionante que sería una carrera. Como ventaja, llegarían a Sweet Apple Acres en poco tiempo.

         Pero la pregunta de Sweetie tardó en ser contestada.

         —Vas a elegir una recompensa gratis —dijo con confianza—. Por ejemplo, cuando yo gane, los dos van a jugar con mis pies todo el fin de semana.

         —¡Ew! —Sweetie se tapó la boca—. ¡Estoy harta de ti y de este fetiche inhumano!

         Riéndose, la atleta desató una de sus zapatas deportivas. Entonces, una nube asfixiante rodeó a sus compañeros como si hubiera estallado una bomba fétida. Los trozos de material del zapato nevaron de la plantilla como confeti. Mientras sus amigas tosían, Scootaloo adoraba el resultado en la planta del pie.

         El sudor era abundante, pero podría ser más abundante. Si ella no podía oír sonidos húmedos cuando se movían los dedos, no podía llamar a este pie “listo”. ¿Y la suciedad? Estaba por debajo de la media, aunque la culpa la tenía su falta de calcetines. Cuando llevaba calcetines, había un olor débil, pero una jungla de pelusas que explorar. Si le faltaban los calcetines, como ahora, no se ensuciaban. Pero el poder de su olor podría dejar sin conocimiento un elefante.

         —¿¡Te lavan los pies alguna vez!? —gritó Sweetie, inclinándose hacia un arbusto.

         —Cada noche, a veces cada dos noches. —Scootaloo encerró el pie en su cárcel—. No los he lavado desde el miércoles, así que están en su tercer día sin ducharse.

         —Estás mal de la cabeza.

         —Llora por ello. Las chicas deberían estar orgullosas de tener los pies apestosos. Sé que yo lo estoy.

         Bloom se frotó los dedos, mirando los zapatos de Scootaloo. Desapareció la forma en que se devolvía su talón naranja. Tras pensar brevemente, anunció lo que quería.

         —Si gano yo, les frotaré los pies a los dos.

         —Oye, te das cuenta de que te estás castigando, ¿verdad?

         Tragó saliva. Antes de que pudiera añadir algo a su declaración, Scootaloo ya se había dado la vuelta.

         —No importa. Si de alguna manera ganas, al menos yo no sufro. —Miró a Sweetie, que volvía de casi vomitar—. ¿Y tú?

         —Quiero 20 dólares de los dos.

         —¡Bu! —se empujó contra la chica blanca—. Dos de nosotras decidimos algo relacionado con los pies. No arruines el tema.

         Si su objetivo era enojar a Sweetie, Scootaloo lo logró. Pero en lugar de ponerse más roja de lo que ya estaba, Sweetie cerró los ojos y contó hasta diez. Finalmente, su postura se aflojó y su respiración se calmó.

         —Si gano, Apple Bloom estará bien. Pero Scootaloo se pasará todo el fin de semana a mis pies —dijo con tranquilidad en su voz—. ¿Te gusta forzar tus asquerosos pies en mi cara todo el tiempo? ¿Hacerme vomitar? Pues veamos cómo te gusta cuando te ahogues en mis pies toda la noche.

         —¡Awesome! —Scootaloo aplaudió como una foca—. Al menos una de ustedes me da una motivación para esforzarme un poco.

         Antes de levantar un pie, Scootaloo estableció tres reglas. La primera, no se permitía el transporte. La segunda, no bastaba con llegar a Sweet Apple Acres; la chica tenía que tocar la puerta principal de la casa. Y la tercera, Sweetie no podía aprovechar la magia de la teletransportación.

         —Como si pudiera hacer eso —se quejó Sweetie.

         —Me conoces. Prefiero cubrir todas mis bases.

         —Bueno, ¿qué están esperando? —Bloom se agachó en posición de corredor.

         —Aquí vamos —dijo Scootaloo mientras adoptaba la misma posición—. On your marks…

         Con este elegante atuendo, Sweetie se encontró en una situación difícil. Cuanto más se agachaba, más se tensaban sus piernas. Sin embargo, apretó los dientes, rezando para que el dolor desapareciera. Además, esta postura siempre parecía ayudar a los corredores. Y ella, más que los demás, necesitaba un impulso de velocidad.

         —Get set…

         Los pies de Scootaloo le pedían que comenzara la carrera. Los talones de Bloom estaban lo más lejos posible del suelo. La presión en los arcos de Sweetie ardía.

         —¡Go!

         Bloom y Scootaloo se lanzaron a la acción, con sus visiones borrosas por las velocidades a las que aceleraban. La chica amarilla comenzó con una ventaja impresionante. ¿Podría ganar? Scootaloo no le dio la oportunidad de creerlo, ya que la atleta la alcanzó. En sólo tres segundos, dejó a Bloom en el polvo.

         Haciendo un mohín, Bloom cambió a correr con zancadas más largas. Si supiera cómo esa técnica inhibe el rendimiento de una atleta.

         De vuelta a la señal de stop, Sweetie permaneció en el suelo. Los músculos de sus piernas querían desgarrarse, así que se puso de pie.

         Ahora comprendía por qué el equipo de atletismo nunca usaba zapatos elegantes como los bajos. Toda la fuerza necesaria para mantener el zapato puesto dificultaría la velocidad de alguien, y ella lo aprendió gracias a sus tacones sin tirantes. Ese tacón de tres pulgadas la mataría en esta batalla. Porque cuanto más fuerte golpeara el suelo, más probable sería que se rompiera bajo su peso.

         Se bajó y suspiró.

         —Qué bueno que tengo medias.

         Los pies de la adolescente ardían en el suelo caliente, pero disminuyó rápidamente el dolor. Sonriendo por el alivio, Sweetie metió los tacones en su mochila y se puso a correr. Tal vez tenía una oportunidad de ganar.

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         La falta de resistencia de Apple Bloom la dejó resollando contra una farola. Hacía más de dos minutos que no veía a Scootaloo. ¿Cómo iba a alcanzar?

         Levantando la cabeza, buscó una tienda que pudiera asistirla. Quizá una bebida energética podría ayudarla. A la izquierda, varios edificios se alineaban a lo largo de la acera. Pero fue el gimnasio el que llamó su atención. Todos los gimnasios contienen bebidas, ¿no?

         Después de arrojarse a la puerta y de jadear ante el empleado de la recepción, Bloom se llenó de agua. Con el líquido helado que la refrescaba, su cerebro podía trabajar al máximo. La experiencia de Scootaloo siempre le daría una ventaja sobre sus amigas. Ya sea por su técnica o por su velocidad natural, tenía que haber una forma de competir con ella. Bloom sacó su teléfono, preparada para explorar Internet.

         —¿Apple Bloom?

         Su cabeza se agitó para seguir esa voz. Junto a la adolescente había una señorita de piel rosada con ojos azules. Aunque su pelo animado cubría un poco esos ojos, Pinkie Pie no podría mezclarse con una multitud ni aunque lo intentara. Incluso con su ropa actual, una ombliguera negra y unos pantalones de deporte, se destacaba.

         Bloom la miró de pies a cabeza.

         —El último lugar donde esperaría verte.

         —Lo mismo digo —jadeó Pinkie—. Pero cuando hay que sudar los pies para un evento, ¿dónde más ir?

         Bloom hizo una pausa para comprender lo que acababa de decir la mujer. Sabía que a Pinkie le gustaban las fiestas, pero siempre las imaginaba como algo insulso. Piensa en una fiesta de cumpleaños o en un concierto. Sin embargo, no había tiempo suficiente para reflexionar sobre las cosas extrañas del mundo de Pinkie.

         —¿A qué velocidad crees que puedes correr?

         —En una escala de Rarity a Rainbow Dash, soy una Fluttershy.

         —Mira —dijo, agarrando los brazos de Pinkie—, ahora mismo estoy en media de una carrera. ¿Tienes algún consejo que pedas enseñarme rápidamente?

         —Por supuesto que sí. —Pinkie le sonrió—. Pero…

         El estómago de Bloom se tensó. Siempre que alguien añadía un “pero” a su frase, significaba que había una trampa.

         —Necesito que me hagas un pequeño favor.

         —Define pequeño.

         Pinkie condujo a Bloom al vestuario femenino. Cuando le explicó lo que necesitaba, los ojos de Bloom se abrieron de par en par. El vestuario estaba vacío, excepto por tres personas. Ella misma, Pinkie y Fluttershy. Oh, la amanta de la naturaleza.

         Bloom saludó a la mujer salvaje, tratando aún de procesar lo que Pinkie le dijo.

         —¿Quieres que haga una prueba de sabor? —preguntó mientras Pinkie abría un locker.

         —Jeje, sabía que lo entenderías. Me gustaría que te quedaras más tiempo, pero como tienes tu carrerita, tendrás dos minutos con cada una de nosotras.

         —Pinkie, no creo que se la permita estar aquí.

         A diferencia de cómo Pinkie escupía las palabras como una ametralladora, Fluttershy hablaba mucho más despacio. Y más suave, lo que hizo maravillas para las orejitas de Bloom.

         —¿Y qué van a hacer si la encuentran? ¿Arrojarla a la calle?

         ¡POP!

         Se liberó el pie de Pinkie. Al igual que Scootaloo, no llevaba calcetines con esas zapatillas. Después de quitar el otro, llamó a la adolescente nerviosa.

         —Abre la boca —cantó como una dentista atendiendo a una niña.

         Cuando los labios de Bloom se abrieron, la sonrisa de Pinkie se amplió. Al poco tiempo, el dedo gordo se abrió paso en la boca de la chica. En cuanto se frotó contra su lengua, las risas llenaron la habitación. Al principio, el dedo no sabía a nada especial. ¿Quién esperaría algo excepcional de unos pies sudados?

         Una vez que los dedos se mezclaron entre sí, a Bloom se la aguaron los ojos. Ahora los pies adquirían un sabor fuerte. Un sabor salado.

         —¿Saben bien? —preguntó la mujer, echado el pie hacia atrás.

         Dejó a Bloom sin palabras, pues la chica empezó a comunicarse con sus manos. Era una comunicación sin sentido que incluso una persona sorda se rascaría la cabeza. Mientras Pinkie repetía la pregunta dos veces más, Fluttershy le puso una mano en el hombro.

         —No la ahogues con tus pies.

         —No lo hacía, pero bien —Pinkie empujó su pie contra Bloom—. Lámeme la planta.

         Estremeciéndose, Bloom dio un fuerte lametón al pie de Pinkie. El sabor extremo dejó sus labios temblando, pero volvió a lamerlo. Tenía que ganar una carrera y necesitaba mojar los pies de Pinkie hasta quedar satisfecha.

         —De nuevo, ¿a qué saben?

         —Tienes pies muy salados —dijo Bloom, lamiendo entre los dedos.

         —¿Pero saben bien?

         Bloom hizo un gesto con la mano, indicando que el sabor era medio. La sonrisa de Pinkie se convirtió en una mirada de sorpresa. Por mucha que deseara más detalles, el límite de tiempo persistía. Así que le lanzó a la chica hacia Fluttershy.

         —N-No tienes que lamer si no quieres —dijo, escondiendo los pies.

         —Está bien —respondió Bloom—. Sería injusto ignorarte a ti.

         Fluttershy jadeó cuando la lengua de Bloom recorrió su pie. A diferencia de Pinkie, no parecía que Fluttershy hubiera traído zapatos aquí. Y eso significaba que tenía la boca llena de polvo y suciedad.

         Gimoteó Bloom. Su lengua se deslizó por la bola del pie antes de chupar la planta. En lugar de saborear la sal pura, la textura áspera la perturbó. ¿Por qué Fluttershy se ejercitaba en un gimnasio sin calzado? ¿Y con qué frecuencia se limpiaba los pies?

         Claro, Fluttershy siempre había sido dulce con Bloom. Pero entre ella y Pinkie, al menos los pies de Pinkie eran suaves. Bloom dudaba que llegara al otro pie de Fluttershy.

         Y antes de darse cuenta, ya estaba chupando los otros deditos de Fluttershy. Su lengua se deslizó entre ellos antes de besar el gordo. Mientras tanto, la mujer tenía un gran rubor en la cara.

         —Pues, ¿a qué saben?

         Bloom se sacó el dedo de la boca. Ahora recordaba un punto que Scootaloo siempre mencionaba sobre los pies. No importaba el sabor que tuvieran. Frotar la lengua sobre ellos podía activar los sentidos del placer inmediatamente. La chica naranja lo comparaba con dar una chupada, ya que las acciones importaban más que el sabor. Aunque los pies de Fluttershy no eran deliciosos, Bloom siguió cubriéndolos de saliva.

         —Yo… Tienen un sabor decente. —Miró a Pinkie—. Los tuyos también.

         —¿¡Un sabor decente!? —Fluttershy se tensó y empezó a frotarse los pies en el repugnante suelo—. ¡Tenemos que trabajar más duro, Pinkie! ¿Pinkie?

         Pinkie observó cómo Bloom se lamía los restos de suciedad de la boca. Finalmente, la chica se limpió el resto con la mano. Pero tal vez esta friki fiestera le dio a la chica algunas ideas. En cualquier caso, Pinkie acompañó a Bloom hacia las caminadoras.

         —Después de enseñarte esto, tus piececitos estarán más sudados que los míos.

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         9 minutos de sprint después, Scootaloo hizo la transición a un trote rápido. Pronto pudo caminar cómodamente. ¿Quién la adelantaría a este ritmo?

         —Tengo esta carrera ganada —dijo, dando un sorbo de agua—. Un pequeño descanso no me hará daño.

         Tal vez el centro de la ciudad estaba detrás de ella, pero el viaje a Sweet Apple Acres no estaba cerca de terminar. Si hubieran tomado el autobús, las chicas habrían llegado en cinco minutos más. Pero a Scootaloo le quedaba otra media hora a pie.

         En vez de ceñirse a la carretera, dobló una esquina y dejó que las briznas de hierba le hicieran cosquillas. El mayor parque de Canterlot florecía y olía a naturaleza en estado puro. Rodeada por las vibrantes mariposas y el zumbido de las libélulas, Scootaloo pudo respirar aliviada. Por fin, llegó a un punto de descansar.

         Cuando se dejó caer bajo un roble, un gemido silencioso salió de sus labios.

         —Sólo cinco minutos —murmuró, cerrando los ojos—. Y no más.

         Al principio, Scootaloo imaginó cómo sería su recompensa. Sweetie Belle a su pie derecho, Apple Bloom a su izquierdo. Ambas chicas se lamerían entre los dedos, y quizás compartirían saliva al cambiar al mismo pie. Bloom intentaría ser optimista, mientras que Sweetie se pondría verde por el olor. Scootaloo soltó una risita, apoyando una mano entre las piernas.

         Entonces su fantasía del futuro se convirtió en un recuerdo del pasado. No hace mucho, estaba sentada en el salón de Rainbow Dash. La chica estaba jugando a su videojuego mientras estaba en el sofá, acabando de marcar un gol.

         Su tutora, a la que veía como una hermana mayor, se había quedado dormida al otro lado. Su trasero se hundió en los cojines mientras los pies de Scootaloo descansaban sobre su pecho. Y apestaban. No olían mejor que los nachos rancios del cine. Afortunadamente, su intensidad no consiguió despertar a Rainbow, lo que llevó a Scootaloo a tener ideas placenteras.

         Su curiosidad adolescente la consumía. Después de interrumpir el juego, alimentó suavemente a Rainbow con los dedos. A continuación, su modelo los chupó como si fueran chupetes. Luego de forzar la lengua de Rainbow entre cada dedito, Scootaloo se desabrochó el cinturón con un gemido.

         Ahora en el presente, abrió los ojos. Se quitó la zapatilla derecha, perdiendo el control de sus hormonas.

         Con una rápida mirada para asegurarse de que nadie la presenciaba, la muchacha le metió el pie en la cara. Se transfirió instantáneamente el calor, dando a su rostro anaranjado un tono rojo intenso.

         —Menos mal que no estás demasiado sudado. Por ahora —se rió.

         Se besó brevemente la planta antes de lamer el dedo gordo. Tras lamer el dedo como si fuera una piruleta, salió con un brillo más intenso. Scootaloo se relamió los labios y apuntó al talón. Arrastrar la lengua hasta los dedos le proporcionó un sabor interesante. Lo suficientemente sudados como para mantener su atención, pero no tan sucios como para no poder soportarlos.

         —Mmm. ¿Y me atrevo a lamerme entre los dedos babosos?

         Era la única zona donde siempre se reunía la suciedad. Los dedos de Scootaloo se separaron automáticamente y su lengua se centró en los más largos. En el momento en que golpeó esa bolsa de mugre, su pie volvió al suelo.

         —No —dijo, limpiándose la boca—. Lo guardo para Apple Bloom. Tiene que probarlo.

         Entonces miró su otro pie, aún atrapado en su zapatilla.

         —Y Sweetie Belle te va a adorar cuando termines de hornearte ahí.

         Dando vueltas alrededor del árbol, de nuevo a la vista del público, contó la gente que pasaba por el sinuoso camino. Los perros paseaban orgullosos con sus dueños, los niños hiperactivos jugaban al juego de las traes (la mancha), Apple Bloom corría, un bufón observaba sus pies sudorosos…

         —¿¡EH!?

         Scootaloo se apresuró a ponerse en pie, sólo para resbalar en la hierba. ¿Adónde iría con un solo zapato en los pies? Puede que le constara unos segundos preciosos, pero finalmente corrió hacia su rival. Mientras el corazón le latía con fuerza en el pecho, alcanzó a la demonia amarilla.

         —Imaginaba verte aquí —jadeó Bloom, aumentando su velocidad.

         —¿De dónde diablos saliste? ¡Me paré como tres minutos!

         —¿Estás enojada por haberme subestimado?

         Mientras los hombros de ambos chocaban repetidamente, la mente de Scootaloo se despertó. La forma en que Bloom movía los brazos y daba pasos más cortos… Scootaloo tenía que recordarse a sí misma que debía hacer lo mismo. ¿Pero dónde había aprendido Bloom que eso la beneficiaría? ¿Se fijó por fin en las técnicas de carrera de Scootaloo?

         Desgarrándose contra el viento cálido, Scootaloo se mordió el labio. Bloom se negaba a darle una pulgada de espacio para respirar.

         —¡Ya puedes rendirte! —gritó Scootaloo—. ¡Sabes que te vas a quemar!

         —¡No soy una perdedora!

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         —Se acabó. No diré ni una palabra de esto a nadie más. Por favor, ¿ya puedes prestarme un poco de magia?

         Las medias de Sweetie se sentían más calientes ahora que por la última hora de sudor. Mientras ella movía los dedos mojados, la dama frente a ella soltó un largo gemido. No era otra que la amiga de pelo tocino de Rarity.

         Subiéndose los pantalones, Sunset Shimmer sonrió a la adolescente.

         —¿Cómo se sintió eso?

         —Menos que bien. ¿Podemos darnos prisa?

         —Je, ¿menos que bien? —Sunset jugó con su pelo rizado—. Te creo. Porque es completamente normal que alguien se ría cuando algo le resulta indiferente. ¿Verdad?

         —¡Ma-gi-a!

         —Cálmate. No soy ninguna estafadora. —Agarrando los hombros de Sweetie, Sunset respiró profundamente.

         Todo parecía normal hasta que Sweetie se estremeció de pies a cabeza. Una energía caliente y fluida comenzó a recorrer sus venas. Mientras temblaba, juraba que estaba flotando. Pero no, sus pies permanecían en el suelo. Esta energía… Era más que suficiente para ejecutar su plan.

         —Muchas gracias —dijo, corriendo.

         —Gracias por tus talentosos pies —respondió Sunset, relamiéndose los labios.

         —Eso no me gustó nada —susurró Sweetie—. Lo odiaste, Sweetie. Tú. Lo. Odiaste.

         A diferencia de sus amigas, Sweetie no tenía en mente el parque. En su lugar, la chica subió a un estacionamiento de siete pisos en el centro de Canterlot. El sudor le chorreaba por todo el cuerpo al llegar al piso más alto. Gracias al GPS de su teléfono, la dirección de Sweet Apple Acres estaba clara.

         —Puedes hacerlo —se dijo a sí misma, plantando los pies con firmeza—. ¡JAAAA!

         Un ruido estruendoso hizo temblar los edificios de alrededor. Los ojos de la gente se dirigieron al cielo, sólo para ver un rayo rosa que desapareció. ¿Un avión? Imposible, eso sería demasiado bajo. ¿Quizás fuegos artificiales? Los niños hacían cualquier cosa para divertirse en aquellos días.

         Pero la gente que presenció cómo la adolescente se lanzaba por el cielo miró con horror. El viento tiraba de la cara de ella como si fuera de goma. Cuando abrió los ojos, un grito agudo salió de su garganta.

         —¡Rayos, la altura no era suficiente!

         ¡PLAF!

         Si no fuera por el impulso mágico temporal, la policía habría tenido que investigar una mancha blanca y roja en la carretera. Sweetie golpeó la carretera a unos 321 kilómetros por hora. Cuando el dolor electrocutó su columna vertebral, se desplomó.

         —Genial. Ni siquiera creo que haya llegado tan lejos.

         El dolor se tomó su tiempo para irse. Cuando sintió que podía caminar de nuevo, Sweetie continuó. Pero sus pies se sentían diez veces más pesados.

         —Scootaloo no tendrá piedad después de esto —dijo, imaginando a la chica naranja chupándole los dedos—. Espera. No sonrías pensado en eso.

         —¡Disminuye la velocidad por un segundo!

         —¡Que dejes de hacerme cosquillas!

         Antes de que Sweetie pudiera darse la vuelta, un empujón la hizo caer de rodillas. Luego el peso se duplicó sobre su espalda, como si alguien hubiera arrojado dos sacos de patatas sobre ella. Oír aquellas voces discutidoras fue un alivio.

         —Pues, debo haber llegado muy lejos.

         —Mi cabeza… —Apple Bloom gimió—. Lo siento, Sweetie Belle. Alguien ha intentado meterse conmigo.

         Scootaloo emergió de la pila, sujetando su brazo. ¡Qué rasguño tuvo! Una vez que su pierna izquierda comenzó a temblar, su respiración se hizo más superficial. La resistencia era una cosa, pero la resistencia física era donde Bloom tenía la ventaja. Así que necesitaba cualquier estrategia que frenara a sus oponentes.

         —¡Oye! —Agarró sus cordones—. ¿Quieren otro anticipo de lo que harán cuando gane?

         Antes de que pudiera quitarse el zapato, Apple Bloom se abalanzó sobre ella como un leopardo. Así, la competencia amistosa de las dos se convirtió en una pelea.

         Sweetie se agarró el pecho mientras sus amigas se enfrentaban. Su mente le dijo que usara esto como una oportunidad para ganar más tiempo. Pero su corazón la instó a terminar la batalla.

         —No seas tonta —susurró—. Sabes que estarán bien.

         Silenciosa como un ratón, despareció de la pelea como si nunca la hubiera presenciado. Sus ojos inmediatamente encontraron una vista mejor. Al otro lado de la calle, un pequeño taxi dejó a dos pasajeros. Perfecto.

         Mientras las dos chicas se tiraban del pelo, Bloom vio una pierna negra colgando del taxi. No había ningún zapato. Los golpes disminuyeron una vez que Scootaloo se centró en el mismo objetivo.

         —¿Por qué se está rindiendo?

         —A ver. Tal vez por… —Bloom señaló un pequeño corte en su mano.

         Cuando las chicas se pusieron de pie, se miraron a todo menos a la otra. No surgió la vergüenza de la pelea, sino de por qué estaban peleando. Una carrera simple en la que las perdedoras tocarían los pies de la ganadora. ¿Por qué serían tan apasionadas por esa recompensa hasta el punto de pelearse?

         —Lo siento.

         —Lo siento.

         Scootaloo jugó con sus dedos.

         —Otro caso en el que me puse demasiado competitiva, ¿eh?

         —Debes querer mucho que te lamamos los pies.

         La reacción nerviosa de la chica hizo reír a Apple Bloom. Cuando se decía en voz alta sin rodeos, nada podía sonar más embarazoso para la atleta. Pero Bloom se acercó más a Scootaloo, apretando sus rostros.

         —No me importaría lamer entre cada dedo del pie —dijo—. Siempre y cuando me ganes limpiamente.

         Sin palabras, Scootaloo dejó que Bloom la arrastrara al suelo antes de que la sureña se preparara para correr. La corredora real la siguió, repitiendo las palabras de Bloom en su cabeza como una canción. Entre cada dedo del pie.

         —Tres, dos… —Bloom se inclinó hacia delante—. ¡Uno!

         Como una sola fuerza, las dos pasaron por encima de todos en su camino. Si alguna de ellas perdía de vista a la otra por un segundo, se acababa el juego. Todas las calles que probaron las suelas de Scootaloo pudieron probar a Bloom inmediatamente después. Cuando Bloom decidió tomar una curva, Scootaloo no redujo la velocidad. Con este intenso sprint llegó un dolor punzante. Entre el brazo dolorido de Scootaloo y los pies acalambrados de Bloom, el terreno de juego estaba equilibrado.

         Los conductores en pánico vivieron la acción una vez que ellas subieron a la autopista. Ahora el ágil cuerpo de Scootaloo le daba ventaja, dejando atrás a Bloom mientras saltaba por encima de todos los carros de este atasco. Incluso los camiones ensordecedores le permitieron mostrar sus habilidades de parkour, haciendo saltos mortales sobre capós.

         ¡PIII! ¡PIII!

         —¡Disculpen! —gritó, mirando hacia atrás en busca de Bloom—. ¡Whoa!

         A diferencia de la llamativa estrategia de Scootaloo, Bloom simplificó las cosas, corriendo por el lado de la carretera. Un sendero vacío donde ningún carro la interrumpía. Scootaloo se lanzó por el sendero, pero el tiempo estaba del lado de la chica rural. Ahora Bloom tenía una ventaja de un segundo.

         —Qué inteligente —dijo Scootaloo.

         —Como si fuera a intentar todas esas acrobacias locas que haces —jadeó Bloom—. No pensé que habría tanto tráfico.

         —No me quejo. —Scootaloo se rió de la idea de que Sweetie se quedara atrapa en el tráfico después de romper las reglas.

         El sudor de las chicas podía llenar cubos cuando llegaron a la curva que rodeaba Sweet Apple Acres. Aunque el cielo se estaba volviendo gris, el Sol usó toda su energía para quemar a las chicas exhaustas. Justo cuando parecía que sus pies se romperían, engranaron todos los engranajes. El objetivo se materializó por fin. ¡La puerta de entrada!

         Los costados de Bloom la apuñalaron en los abdominales mientras aplastaba la hierba. Ya olía el acogedor aroma a piña de su hogar.

         Scootaloo apretó los labios y cambió a la máxima velocidad. Sus pies sudorosos se convirtieron en un borrón al arrancar raíces del suelo. La puerta estaba más cerca. Más cerca. Tan cerca que Scootaloo se permitió respirar de nuevo, gritando de alegría.

         La punta de su zapato sucio aterrizó a un metro de la puerta. Pero un zapato marrón la bloqueó por completo. Ahora dos marrones.

         —Es imposible —dijo ella, agarrándose las rodillas.

         La cara de Bloom, manchada de lágrimas y sudor, sonreía de oreja a oreja. El impacto de su cabeza contra la puerta cuando se derrumbó se sintió como nada. Todo lo que sus pulmones podían generar eran risas ligeras y jadeos intensos.

         —Lo conseguí… Lo conseguí…

         Scootaloo vio cómo las nubes se tragaban el Sol, y luego un rayo le hizo saltar. Arrojando su mochila al suelo, se sentó junto a Bloom, dándole los restos de su agua.

         —Congratulations —dijo—. Eso es lo último que esperaba.

         —Que no estés enojada.

         —Por favor, me divertí demasiado como para enojarme. —Se secó el sudor de la frente con su camiseta—. Y al menos me vas a frotar los pies, así que gracias.

         ¡PLAF!

         Cuando la puerta se desvaneció, ambas chicas miraron a los ojos de una adulta. De piel naranja como las de Scootaloo, pero con cabello rubio y ojos verdes. Sacudiendo la cabeza, la señorita frotó los dedos del pie en la frente de Bloom.

         —Me preguntaba cuándo iban a… ¿Qué demonios pasó?

         —Tuvimos una carrera interesante —contestó Bloom, sin saber lo dañada que parecía.

         —Applejack, ¿cómo es que tu hermana no está en nuestro equipo de atletismo? —Scootaloo hizo una mueca de dolor cuando Bloom la puso de pie.

         La hermana mayor apresuró a las dos a entrar, ya que el viento cálido ya le empujaba el pelo. Cuando cerró la puerta, un violento trueno resonó en todo Canterlot.

         —Sabes —empezó Scootaloo—, me ducharé antes de que me masajees los pies.

         —No, no, no, no, no. Puedo tocarlos recién sacados de los zapatos. O las medias si hablamos de Sweetie.

         —No creo que eso vaya a suceder.

         Scootaloo y Bloom se enfrentaron a la sala de estar. Sentada allí, boca abajo ante la TV, estaba la derrotista. Sus pies se movían de un lado a otro en el aire para que todos los vieran.

         Claramente, a Scootaloo no le alegró verla.

         —Los tramposos no pueden decidir lo que sucede.

         —Un momento. —Sweetie marchó hacia las chicas—. ¿Pero qué regla he roto?

         Antes de que Bloom pudiera responder, Scootaloo se puso delante de ella. Se inclinó tanto hacia Sweetie que sus talones le sacaron las zapatillas. Y poco sabía ella que los ojos de Bloom se congelaron al mirar esos talones sudorosos.

         —No debías usar el transporte —dijo Scootaloo lentamente—. ¿Tenía que explicártelo como a un bebé?

         —Mmm-hmm. Ya veo.

         Sweetie se desplazó por su teléfono y se lo metió en la cara a Scootaloo. Bloom también miró y vio que una imagen borrosa se convertía en un vídeo. En él, Sweetie salía del taxi, filmando a sus amigas mientras continuaban la carrera. Entonces la cámara enfocó el taxi, viéndolo conducir una corta distancia antes de que ella corriera detrás de él. Luego repitió esto en un callejón. Después, el taxi entró en un patio. ¿Pero qué permaneció constante? Que Sweetie nunca se subió al taxi mientras estaba en movimiento.

         Mientras los dedos de Scootaloo se clavaban en su cuero cabelludo, Sweetie sonreía. Incluso avanzó rápidamente minutos después, aterrizando en una toma cerca de la autopista. Allí, los carros circulaban a la velocidad del rayo. Así, mientras Scootaloo y Bloom maniobraban entre el denso atasco, Sweetie ya les había ganado.

         —Oh… —Bloom bajó la cabeza.

         —Oye, aun así lo hiciste muy bien si le ganaste —dijo Sweetie, abrazando a la chica sucia—. Puedes hacer lo que quieras. Pero Scootaloo…

         —Como si tuviera miedo. Puedo soportar mis propios pies apestosos, ¿y crees que los tuyos huelen peor?

         El odio de Sweetie a todo lo relacionado con los pies desapareció en ese momento. La chica se subió la falda y se quitó las medias. El rubor de Bloom se intensificó y Scootaloo hinchó el pecho. ¿Qué tan malo podía ser un poco de hedor?

         —Eso se siente mucho mejor —gimió Sweetie, moviendo los dedos de los pies y tapándose la nariz.

         La sonrisa de Scootaloo se desvaneció. Cuando el olor le llenó las fosas nasales, se lanzó a la mecedora. Incluso oler el asiento era más agradable que lo que olían los pies de Sweetie.

         —¡Los míos no han olido tan mal en años!

         —Aw, ¿qué pasa? —preguntó Sweetie, levantando el pie en el aire—. Creía que dijiste que las chicas deberían estar orgullosas de tener pies apestosos, ¿no? ¿No?

         La chica sintió un tirón en el brazo, y entonces miró hacia atrás. Un tinte rojo envolvió por completo el rostro de Bloom.

         —Sé que perdí, pero ¿te importa que añada algo a esto?

         Los ojos de Sweetie se entrecerraron.

         —Si implica que me acerque a los pies de alguna de ustedes, de ninguna manera.

         —Nada de eso.

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         A diferencia de la violenta tormenta del exterior, la habitación de Apple Bloom tenía una atmósfera acogedora. Era pequeña, pero con espacio suficiente para tres chicas. Su camisa verde yacía arrugada en el suelo junto con sus jeans y calcetines.

         Suspirando, Bloom acarició la espalda de su amiga. No la soltó hasta llegar a los hombros. Allí, dejó que sus dedos comenzaran un masaje.

         Finalmente, su atención se centró en las preciosas plantas de los pies de la chica. Mmm, bonitas y frescas. Bueno, frescas desde fuera. Después de explorar la superficie sudorosa con los labios, olfateó. Luego barrió con la nariz hacia arriba y debajo de ambos pies. A pesar de lo potente que era el olor, Bloom dejó que la controlara.

         Empujó los labios contra el talón, esperando el momento adecuado para sacar la lengua. Cuando salió, su rostro se iluminó por el sabor. Lamer estos pies le recordaba a lamer la sal y el vinagre de las papas. Papas largas.

         «Podría chuparlos durante horas.»

         La lengua de Bloom ascendió entonces por el pie antes de chupar su centro. Sólo los sonidos húmedos demostraron a las otras lo mucho que le gustaba esto. Y las motas de suciedad creaban una hermosa textura, que contrastaba con la suavidad de las plantas sudorosas. Pero Bloom se encargó de barrer la mitad de las motas. Ella no era tan repugnante.

         Pronto empezó a besarse con el pie.

         —Tus pies están en gran condición.

         —Mira eso. Ni siquiera tengo que intentarlo. Gracias.

         La chica de pelo rosa soltó una risita. Esos pies delgados y apestosos pedían ser adorados durante días, y eso era lo que pretendía hacer. Aunque sonaba degradante, Bloom acogió con agrado su papel como un “trapo de pies” durante el fin de semana. Una afirmación que anunció antes de lamer los tobillos.

         —Estás mejorando esto para mí, que lo sepas —dijo Scootaloo, sacando la lengua.

         Estaba sentada de rodillas ante la cama de Bloom. Significaba que, mientras Bloom enterraba su cara bajo el trasero y las plantas de Scootaloo, la corredora tenía pleno acceso a los pies de Sweetie Belle.

         El fuerte olor a ajo de esos blancos dedos hizo que Scootaloo sintiera que había estado picando cebollas. No podía distinguir el sudor de la saliva o de sus lágrimas.

         Scootaloo había lamido el pie derecho de arriba abajo, y luego chupó el dedo meñique. Los dedos pintados de terciopelo siempre llamaban la atención de la gente — le gustara o no — y Scootaloo seguía sonrojándose. Junto con su deseo de ser la mejor en cada categoría, chupó cada uno de los deditos hasta que se ahogaron en su saliva. Uno por uno.

         Cuando una línea de saliva salió de su boca, Sweetie movió los dedos.

         —No dejes que la saliva gotee de mis pies.

         —Sí, mi querida diosa —jadeó Scootaloo.

         Riendo, Sweetie metió los dedos en la boca de Scootaloo hasta que cupieron los cinco. El ahoga de la chica resonó en la pequeña habitación mientras la sal corría por su garganta. Por mucho que Scootaloo lamiera, ni el olor ni el sabor salado mostraban signos de desaparecer.

         Y Sweetie sabía que esto llevaría a más escupitajos colgando de sus pies. Pero también significaba más para que Scootaloo lo limpiara. Nada la hizo más feliz en ese instante.

         «Lamer los pies puede ser asqueroso, por oírla así me da la vida.»

         —¿Qué sabor hay entre mis dedos? —preguntó Sweetie.

         Scootaloo gimió, metiendo la lengua entre los repugnantes dedos del pie. Cuando la sustancia salada entró en su boca, tragó y respondió.

         —Me encanta lamer entre todos sus dedos, mi diosa —dijo con los dientes apretados—. ¿Quiere que continúe?

         —Eh, quiero oírte chupar en esas zonas. Con fuerza, por supuesto.

         Mientras Scootaloo lloraba débilmente, Sweetie se reía.

         «Podría acostumbrarme a dar órdenes.»

         Cada vez que Scootaloo sonaba dolorida, los lametones de Bloom duraban una eternidad. Quería dar a Scootaloo todo el placer posible, terminando siempre con chupar los talones grandes. ¿Y qué sería más excitante que una aventura por las abundantes arrugas de la atleta? En lo que respecta a Bloom, nada podía superar esto.

         —Sube a mi cama —dijo, haciéndole cosquillas en el pie.

         —Espera. Ella está a punto de enganchar mi boca con sus largas uñas…

         ¡SLAP! ¡SLAP! ¡SLAP!

         Sweet mojó aún más la cara de Scootaloo antes de ordenarle que le lamiera las plantas. Mientras Scootaloo obedecía, se arrastró hasta la cama. Sus propios pies colgaban del colchón, donde Bloom esperaba.

         Nada podía prepararla para lo que Bloom iba a hacer. Mientras frotaba sus talones húmedos, chupó varios dedos de a la vez.

         —Quiero ahogarme con ellos…

         —Tu deseo es mi orden —dijo Scootaloo.

         Su pie derecho rodeó el cuello de Bloom, acercándola. Entonces el izquierdo extendió los dedos. Cuando el sudor y la suciedad se mezclaron entre ellos, los cinco dedos obstruyeron la boca de Bloom. Al principio, la presión parecía normal. Pero Scootaloo siguió tirando de la cabeza de Bloom mientras empujaba su pie.

         Los ojos de Bloom casi rodaron hasta la nuca cuando la bola del pie se metió hasta la mitad en su boca. Soltó una risita rota mientras los dedos carnosos le hacían cosquillas en la garganta.

         Los sonidos que provenían de Bloom cuando el pie entraba y salía ponían una sonrisa en el rostro de Scootaloo. Incluso mientras adoraba los pies malolientes de Sweetie, sus plantas recibieron el tratamiento de spa de lujo.

         Finalmente, tras horas de la adoración de los pies, las chicas tuvieron que ducharse. Primera Sweetie, luego Scootaloo y por último Bloom. Mientras la lluvia creaba un ambiente infernal en el exterior, las tres se acurrucaron en la cama de Bloom. Todas con camisetas de manga corta y pantalones cortos. Pero las posiciones en las que durmieron fueron muy diferentes.

         Bloom y Sweetie se acuestan regularmente. Sin embargo, la cabeza de Scootaloo estaba en el extremo opuesto, a los pies de ellas. Asimismo, los de Scootaloo ocupaban el espacio entre sus cabezas.

         A diferencia de Sweetie, que dormía como un ángel, Bloom se quedó mirando los pies. Un pequeño beso sería todo lo que necesitaba antes de dormirse.

         SLURP…

         ¿Por qué su pie estaba mojado? Giró ligeramente la cabeza para ver qué ocurría. Y al verlo, se quedó boquiabierta. Scootaloo tenía la cara enterrada en sus plantas de los pies.

         —¿Te estás divirtiendo? —preguntó Bloom, moviendo los dedos.

         Scootaloo se sacó el dedo gordo de la boca. Sin embargo, los pies se aferraron a su cabeza como almohadas. ¿Dónde más iban a ir?

         —Pues sólo trato de devolver el favor —contestó, besando una planta—. Creo que te lo mereces por ser la verdadera ganadora de hoy.

         Bloom gimió, acercando los pies como si invitara a Scootaloo a seguir lamiéndolos. Y lo hizo sin falta. Cuando la mente de Bloom cayó en la inconsciencia, la atleta acababa de terminar de lamer la parte superior de los dedos.

         —Buenas noches —susurró Scootaloo, volviendo a lamer estos pies hasta sentirse satisfecha. Incluso le dio un pequeño besito al pie de Sweetie, lo que hizo que sus pies se arrugasen.

         Cuando se quedó dormida, dejó una vista peculiar. Los dedos de Sweetie Belle y Apple Bloom se encontraban en la cara de Scootaloo durante la noche, mientras sus suaves pies acariciaban sus cuellos. Qué día tan interesante sería mañana.
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