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Rated: 18+ · Fiction · Erotica · #2312252
Kairi y Selphie atrapan y juegan con los pies sudorosos y grandes de Sora.
(Contenido: Bondage, ejaculación en los pantalones, besar con lengua, adoración de los pies, pies sudorosos/olorosos, cosquillas)
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         Ser Sora a los 14 años no exigía mucho esfuerzo. El chico pasaba muchos días perezosamente tumbado en una de las orillas diversas de Destiny Islands. Después de todo, el cielo estaba despejado muchos días, e incluso los más nublados aún tenían espacios suficientes para que el calor llegara al planeta. Este domingo casual no era muy diferente, sólo que en lugar de estar tumbado en la arena, Sora estaba recostado contra la base de un árbol. Su espigado pelo castaño se movía un poco con la brisa mientras escuchaba las gaviotas y las olas. Luego, pasos.

         —Buenas tardes, perezoso.

         —¿Qué pasó con lo de estudiar siempre los domingos, Kairi? —Sonrió con aire satisfecho.

         —No hay que estudiar para algo que sabes que aprobarás. —La adolescente pelirroja sobresalía por encima de su amigo. Su forma de vestir era la misma, consistente en aquella combinación de colores morado y blanco. Si Sora no lo sabía, estaba actuando con tanta pereza como él—. ¿Estás ocupado, dormilón?

         Sora abrió por fin los ojos. Se sorprendió al ver otra cara conocida. Junto a Kairi había una chica cuyos ojos verdes brillaban siempre.

         —¿Qué quieren? —preguntó él—. Si Selphie está pidiendo ayuda, deben de estar muy desesperadas.

         —No te preocupes. Eres, con todos mis respetos, la última persona a la que pediría ayuda con la tarea. —Su voz aguada se hizo más fuerte al sentarse junto al chico. Junto a ella había un saco beige—. Pero es verdad que estamos trabajando en un proyecto.

         —¿Y yo soy su cobayo?

         —Estamos aquí, ¿no? —Kairi soltó una risita.

         —Más vale que no intenten que corra por la isla ahora —bostezó. —Ya he hecho suficiente de eso esta mañana.

         —¿En serio? —preguntaron.

         —Necesito alguna justificación para querer dormir todo el día.

         —Mírate… —Los dedos de Selphie bailaron sobre su hombre—. Oye, nuestro proyecto. Queremos pintarte los pies.

         —¿Por qué? —Sora ladeó la cabeza.

         —Cielos, Sora, ¿desde cuándo el arte necesita una razón de ser? —se burló Kairi—. Tienes que mantenerte despierto en las clases.

         —Soy un chico. No necesito que me pinten las uñas como tú, Kairi.

         —Te pintamos la planta de los pies, estúpido. Y está bien; mantén esas uñas naturales.

         Sora se encogió de hombros y empezó a descalzarse lentamente. Cuando el talón izquierdo quedó al descubierto, Selphie le agarró del brazo.

         —Como no sabemos hasta qué punto tienes cosquillas…

         Con su permiso, las chicas pasaron más de diez minutos cubriendo de arena el cuerpo de Sora. Sólo se podían ver dos partes de su cuerpo en cada extremo del montículo. Su cabeza y su cuello podían sentir la brisa salada, y sus pies estaban inmóviles en el otro extremo. En efecto, serían azotados por el Sol al quedar expuestos, pero al menos una parte del chico permanecía fresca bajo las palmas del árbol. Kairi y Selphie acariciaron su gigantesca trampa de arena, alisando cada parte más rugosa, hasta que quedó lo bastante sólida como para no desmoronarse.

         —Buen trabajo —dijo Kairi a Selphie.

         —Gracias. Ahora no nos podrá patear.

         —Ni siquiera tengo tantas cosquillas. —Él puso los ojos en blanco—. ¿Cuánto va a durar?

         —¡No se puede apresurar al arte! —gritó Selphie.

         —Vaya. —Kairi se rió, poniéndose de rodillas—. Terminamos antes de que el cielo esté naranja.

         Cuando Sora asintió, Selphie también se puso de rodillas. Fue aquí cuando se dio cuenta de algo. Lo único que podía ver de sus amigas era la parte superior de sus cabezas. Con la forma en que habían construido el montículo de arena, se hacía gradualmente más alto cuanto más se acercaba a sus pies. Así, la pared le impedía ver gran cosa.

         Intentó mover el cuello, pero los hombros tampoco podían moverse. Se quedó sentado como antes de que llegaran las chicas, sólo que un poco más elevado y mucho más restringido.

         Kairi rozó sus zapatos amarillos, recordándole su presencia. Ella y Selphie tenían las sonrisas más amplias en sus caras. Mientras Kairi se colocaba ante el pie derecho de Sora, Selphie tomó el izquierdo entre sus manos. A la de tres, le quitaron los zapatos a Sora; salieron con tanta facilidad que Kairi se cayó de espaldas. Pero uno vez sentada de nuevo, se tapó la boca para ocultar el sonido de excitación femenina.

         —Tengo los pies muy sudados, chicas —dijo Sora, mientras sus dedos más pequeños se separaban.

         —Ya lo vemos —dijo Selphie sin aliento.

         Ellas se acercaron a los pies, mirándolos desde todos los ángulos imaginables. El favorito de Kairi era poner la cabeza justo debajo del pie, dejando que se cerniera sobre ella como un edificio alto. Aunque la separaba de los dedos de Sora, el talón grueso que goteaba sudor lo compensaba. Sus mejillas se encendieron cuando una gotita salada le golpeó la nariz. Por otro lado, Selphie prefería ver sus pies desde un ángulo recto. Le permitía apreciar su enorme anchura; los pies de Sora eran especialmente grandes en la mitad superior, y la bola del pie podía rivalizar con una toronja. Lo mejor de todo era la curvatura cuando cualquiera de las dos observaba los lados de sus pies.

         Las chicas se miraron.

         —No sé si puedo hacerlo —susurró Kairi, con una sonrisa aún en la cara mientras se estremecía—. Es que…

         —Llevamos semanas planeándolo. Tú lo puedes hacer. —Acarició la mejilla de Kairi, relamiéndose los labios—. Yo pongo las cosas en marcha, ¿de acuerdo?

         Kairi asintió.

         La respiración de Selphie se hizo más profunda. Con un trago de valor, acercó la nariz al pie izquierdo de Sora. El chico abrió los ojos inmediatamente.

         —¿¡Qué!? ¿¡Me están oliendo los pies!?

         —Es que estamos viendo si van a hacer que nos desmayemos o no, Sora —dijo Selphie con tono juguetón. En una explosión de energía, apretó la nariz contra el dedo gordo, olfateando más fuerte. Luego su nariz empujó un poco entre los dedos, y Selphie inhaló el aroma—. Bueno, todavía no me he desplomado. ¿Tú qué crees, Kairi?

         —Ah… —Dada la luz verde, olió la mitad superior de la planta de Sora. Con jadeos nerviosos, se movió gradualmente de izquierda a derecha por el pie—. No huele tan mal.

         —Sí —exhaló Selphie—. Además, tenemos que ponernos de humor artístico. Así que seguiremos oliéndolos para trabajar mejor en armonía con nuestros nuevos lienzos.

         —Si ser artista me convierte en un bicho raro, no me interesa para nada.

         Kairi aspiró mucho el talón, aspirando un chorrito de sudor. A pesar de su comentario sobre que el olor no era tan malo, para cualquier otra persona sería espantoso. Los pies de Sora no tenían una pizca de loción como los de Kairi; eran más similares a los de Selphie, con un olor muy natural. Pero los pies de Selphie sólo podían oler tan malo como se lo permitían sus sandalias duras, lo cual era inofensivo en el mejor de los casos, ligeramente irritante en el peor. En cambio, el olor de los pies de Sora tenía la fuerza de un desodorante. Kairi sólo necesitaba estar cerca para olerlos, y ese día sus pies estaban lo bastante sudorosos como para que el olor se intensificara.

         Selphie se hizo cosquillas en el cuello con la punta de los dedos mientras olisqueaba, anhelando aquel cosquilleo satisfactorio. Su respiración era mucho más controlada que la de Kairi. Podía pasar de olfatear ligeramente en un momento a inhalar monstruosamente en otro. Cada vez que su nariz pasaba junto a los dedos de Sora, necesitaba agarrarse el pecho.

         —Oh, vaya, vaya… —En una fracción de segundo, toda su cara se volvió más grasienta. Sonaba como una tubería aspirando agua. La sensación de sus labios y su nariz en la planta de Sora hizo que él abriera los ojos por segunda vez.

         Sus pies olían a lo que cabía esperar de un macho activo. Era un olor a pies rancios y malolientes que a la mayoría le resultaría repugnante e indeseable. No obstante, llenó de energía a Selphie; cuando retrocedió, se abanicó la cara cubierta de sudor como si estuviera ardiendo.

         —¿Qué te parece? —preguntó a Kairi, suavizando la voz.

         —Nunca... —Las mejillas de Kairi estaban tan rojas como su pelo—. Nunca había tenido su pie en mi cara así. Olería esto cualquier día antes que mis zapatos asquerosos.

         —La magia de las feromonas.

         Olfatearon sus pies un poco más y luego Kairi tocó el hombro de Selphie. Se señaló la boca dos veces. Esto provocó una risita de Selphie, que le levantó el pulgar.

         —¿Van a empezar su obra maestra o qué? —preguntó Sora.

         —Paciencia, Sora —cantó Kairi, procediendo a agitar saliva en su boca—. Antes de aplicar la primera capa, nuestros lienzos los preparamos.

         —Y puede que te hagamos cosquillas, pero no te cubrimos de arena sin motivo —añadió Selphie.

         —Con ustedes siempre es un proceso —gimió, apretando los dedos de los pies.

         Kairi se echó el pelo hacia atrás. Sus ojos saltaron de una parte del pie de Sora a la siguiente. ¿Qué lamer primero? Podía ser atrevida y darle un largo lametón en la planta. Podía apuntar a chuparle los dedos. Ese gigantesco talón también podría beneficiarse de estar dentro de su boca. Saltando de opción a opción, chilló en el momento en que se decidió. Se lanzó a la acción con los ojos cerrados.

         Sus labios húmedos envolvieron el arco. Una vez liberada del shock inicial, Kairi sacó la lengua y lamió el arco de arriba abajo.

         —¡Uy! ¿Qué están haciendo?

         —¡Chitón! —Kairi se agarró a sus tobillos—. ¡A-R-T-E!

         —No dije nunca que pudieras lamerme… ¡AJAJAJAJAJA!

         Selphie arrastró las uñas por la carnosa planta del pie de Sora, sonriendo de oreja a oreja.

         —Pobre Sora, si tan sólo pudieras salir de tu prisión de arena.

         Mientras Sora se reía sin control, Kairi aceleró el ritmo de sus lamidas. Ya no ejercía ningún tipo de control. Su lengua flotaba y se frotaba contra todas las zonas que podía tocar. Se metió en la boca los dedos y le acarició el talón mientras los chupaba. Entre cada chupada, su lengua hacía un pequeño recorrido entre sus dedos. Gracias a aquella presión fuerte, el cuerpo de Kairi sentía un calor cada vez que exploraba esas bolsas de sal. El resto del pie de Sora le había sabido a la isleña indescriptiblemente maravilloso, pero sus dedos tenían los sabores más ricos.

         —¡No, Kairi! —Sora intentó a moverse, la mayor energía que había gastado en esta tarde de pereza. Pero sus gritos sólo impulsaron a su amiga a golpear con más fuerza la zona de los dedos. Apretó los dientes, soltó una risita y finalmente soltó una gran carcajada. Los golpecitos de Kairi con la lengua le provocaron un estremecimiento en la columna vertebral—. ¡Porfa, Kairi! ¡Kairi! ¡Jajajajaja!

         No había visto ni la cara de Kairi ni la de Selphie durante toda aquella sesión de «arte». Si viera las miradas traviesas que tenían, el chico se pondría furioso.

         Las manos de Selphie seguían haciendo sufrir a los pies de Sora. Rascaba las plantas durante diez agonizantes segundos y luego las olfateaba. Rascaba, olfateaba, rascaba, olfateaba, como un robot programado. Cuando tenía suerte, podía hacer cosquillas entre los gruesos dedos de Sora, haciéndole chillar como una niña. Al escuchar ese grito agudo, su corazón se calentó.

         —Vaya, Sora, qué piececitos bonitos tienes —bromeó, asaltando la parte superior.

         —¿Pequeños? —Kairi liberó los dedos de su boca—. Son más grandes que nuestras caras. Puedes perderte en ellos, Selphie—. Como para dar ejemplo, volvió a empujar la cara contra el pie mojado de Sora, olisqueándolo dos veces antes de plantarle un besito. Cuando los dedos se curvaron hacia abajo, le agarraron un poco el pelo.

         —¡Te tengo! —Sora la apartó. Pero sólo hicieron falta dos segundos para que esa realidad se hiciera añicos.

         Kairi se elevó sobre el montículo de arena, jadeante, mirando fijamente a los ojos azules de Sora con hambre. Una mezcla de su propia saliva y del sudor de Sora brillaba en su piel blanca. Sora habría tragado saliva, presa del pánico, de no ser por el ataque de cosquillas de Selphie, que le obligaba a sonreír sin cesar.

         —Me tomaré mi tiempo, Sora. Así. —Se lamió lentamente entre dos dedos.

         Se descalzó, trepando sobre el cuerpo cubierto de arena de Sora. Sus pies estaban ahora sobre el pecho de él, boca abajo, mientras que la cabeza de Kairi estaba por encima del pie derecho de él. La chica volvió a respirar, descendiendo por fin sobre los deditos que tanto amaba. Ahora que los tenía de nuevo en la boca, Sora se estremeció. Y mientras la respiración de Kairi se hacía más intensa, la suya empezó a tranquilizarse. Se dio cuenta. Dejó de hacerle cosquillas en el pie izquierdo Selphie.

         —¿Qué ahora? —gimió, intentando escapar una vez más.

         —Tu madre no quiere que vuelvas a casa con los pies sudados y apestosos, ¿sabes? — Le probó el lado del pie, con la lengua apenas fuera de la boca. Como si lamiera un caro cono de helado, Selphie fue tan despacio como le era posible para saborear el manjar. Mientras su amiga gravitaba sobre los dedos salados de Sora, ella se mantenía a lo largo de la sección media de su planta, calentando a veces el talón con su aliento—. Te estamos haciendo un favor, Sora.

         —No, esto es asqueroso —suspiró tras recuperar por fin el aliento.

         —Cree lo que quieras —dijo Selphie, chupándole el jugo de su grueso tacón.

         —Si fuera asqueroso, no estaría haciéndolo yo. —Con un gemido, Kairi movió la cabeza con más intensidad para empapar los pies de su amigo—. Disfruta del espectáculo, Sora.

         Sora yacía indefenso. Por mucho que luchara, no podía hacer nada para escapar de las chicas que le lamían los pies bañados en sudor y mal olor. Tras otro esfuerzo inútil por escapar de la trampa de arena, hizo un mohín. Lo único que veía eran los pies sonrojados y cubiertos de arena de Kairi delante de su cara, junto con el cielo despejado. Murmurando, cerró los ojos, imaginando que ni siquiera estaba allí. Que todo esto era un extraño sueño del que despertaría pronto.

         Pero treinta segundos de lamidas continuas después confirmaron a Sora que todo era más que real.

         —Espera a que se te pase, Sora —susurró él.

         Con Kairi metiéndole la lengua entre los dedos por 50ª vez, esta vez pasando un largo rato macerándose en el sudor, el cerebro de Sora se concentró en eso. Para ser alguien que insistía en que no estaba haciendo un acto repugnante, Kairi sí que estaba ansiosa por restregarle la cara por todo el pie. El volumen y la frecuencia de sus gemidos aumentaban cada vez que los dedos volvían a entrar en su pequeña boca. Comenzó a girar la cabeza, añadiendo esa succión curvada cuando acabó metiéndose cuatro de los dedos en la boca. Cuando sus labios rozaban el lado de un pie, sentía como si se liberara la presión de él. Una pequeña victoria en esta incómoda situación.

         —¿Mueves los dedos en mi boca, por favor? —suplicó a Sora, jadeando como una niña a la que regalan un juguete nuevo. Sora, con cara de asco, la obedeció. Kairi soltó una risita—. Mmm… Me gusta…

         —Muy caliente —gimió Selphie, lamiendo el gigantesco pie izquierdo de Sora. Le dio repetidos besos mojados, punzándolo con la lengua. A diferencia de Kairi, la chica de pelo castaño incorporó sus dientes al juego. Después de dar vueltas con la lengua alrededor de la bola del pie de Sora, lo mordió ligeramente.

         Sora aún no se había dado cuenta, pero su respiración volvía a aumentar lentamente. Y sin embargo, no había ninguna sensación de cosquilleo. Lo único que hacían las chicas era frotar sus caras contra sus pies descalzos. Sus fosas nasales daban a las plantas un poco de viento adicional, sobre todo cuando Kairi era lo bastante golosa como para continuar olfateando. Selphie, en ese momento, tenía la lengua completamente fuera y hacía un viaje de un extremo al otro del pie de Sora. Y tuvo que retroceder varias veces para recoger los trocitos de sal y mugre del zapato que tanto deseaba.

         Los sonidos de la naturaleza que escuchaba Sora antes fueron sustituidos por los de dos chicas y sus bocas llenas de saliva, baboseándolo como perras.

         Se quedó boquiabierto mientras miraba al cielo. El peso de la arena empezó a empujar una parte de su cuerpo que no esperaba.

         — Ojalá tuviera un poco más de suciedad de los zapatos en los pies —jadeó Selphie.

         —Así están perfectos. —Kairi movió el cuerpo colocarse detrás del pie izquierdo de Sora—. ¿Empezamos el gran final?

         —Por supuesto —cantó Selphie.

         Riéndose, lamieron el pie en perfecta armonía. Mientras Kairi cubría la parte superior de los dedos con su cálida saliva, Selphie se ocupaba de la parte inferior, probando en su lengua un poco del sabor de la planta.

         Pero pasar entre los dedos supuso una gran diferencia. Sus lenguas se encontraban siempre en el medio, y las chicas sentían un cosquilleo en las mejillas cada vez que se tocaban. Un pie sudoroso no era más que una ventaja para esta lucha de lenguas que duraba veinte segundos. Los dedos de Sora se flexionaban sin parar. Eran golpeados por la lengua de Kairi. Luego, la lengua de Selphie se deslizaba entre ellos como un sucio gusano. Mientras tanto, sus alientos calentaban sus pies más que el Sol.

         Los gemidos de las chicas eran tan fuertes que no pensaban en el chico al que lamían. Selphie lamía alegremente las encías y los dientes de Kairi mientras saboreaba entre los dedos de los pies de Sora, en un estado de éxtasis.

         Sora no había cambiado de expresión desde que empezó a mirar fijamente al cielo. Su respiración, en cambio, era cada vez más frecuente. Sus pulmones nunca llegaban a expandirse del todo, y sus respiraciones superficiales acababan mezclándose con gemidos.

         —Kairi… Selphie…

         Kairi le chupó los dedos con fuerza suficiente para engullirlos. En la planta, Selphie volvió a lamerlo como si fuera la golosina más grande y salada del mundo.

         No dejaron de lamerse. La arena seguía presionando su cuerpo. Sus jadeos se hicieron más frecuentes... Cuando sintió que la lengua de Kairi bailaba entre sus dedos incrustados de sal, se mordió el labio. Bajo la arena, su sección media sintió un calor poderoso y pegajoso que llegaba en oleadas. Cada una de ellas hacía que Sora apretara y abriera en abanico los dedos de sus pies, ante el asombro de Kairi mientras buscaba más sal.

         Pasaron cinco minutos más con las chicas jugando con los pies de Sora. Finalmente, al unísono, le dejaron besos húmedos en las plantas. Kairi cayó de rodillas, secándose el sudor y la saliva de la frente.

         —Mira… —jadeó. Los pies de Sora estaban cubiertos de tanta saliva que cualquiera diría que había salido del océano.

         —Qué rico. — Toda mota de sal o suciedad de los zapatos dejó de existir en el momento en que Selphie tragó saliva.

         —Así que, con nuestro lienzo preparado… —Kairi volvió a mirar a Sora. Se sorprendió al ver su cara tan roja como la de ellas, y parecía que hubiera hecho un triatlón—. ¿Sora?

         —¿Te matamos? —preguntó Selphie, golpeándole la cabeza.

         —Creo… —La voz de Sora era débil—. Que me gustó…

         Las dos se echaron a reír.

         —Bueno, aún hay más. Prepárate —dijo Kairi, metiendo la mano en el saco que había traído Selphie. De él sacó un pequeño cepillo y una botella—. No somos tan malas como para mentirte completamente, Sora.

         —Y ahora puedes dormirte. —Selphie le sopló un beso, viendo cómo Sora se adormecía.

         ***

         Sora se frotó la costra salada de los ojos. Durante el primer minuto, lo único que hizo fue gemir, limpiándose toda la arena posible. Kairi y Selphie no estaban. Al quedarse solo en esta parte vacía de la isla, se miró las plantas de los pies.

         El pie izquierdo mostraba a Selphie sacando la lengua. En el talón había un mensaje.

         «DEJA QUE LAMAMOS TUS PIES DELICIOSOS OTRA VEZ»

         El pie derecho tenía un corazón con el cuerpo de Kairi en el centro. Sonreía. Alrededor de la bola del pie había otro mensaje.

         «SI QUIERES QUE TE DEVOLVAMOS LOS ZAPATOS»

         Con una mancha grande parcialmente seca en los pantalones, Sora caminó descalzo por la isleta y navegó a casa, pensando en sus extrañas amigas con un rubor fuerte.
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