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Rated: 18+ · Fiction · Erotica · #2326228
Zelda quiere encoger a Link para divertirse. Y Link no tiene ni idea de lo que le espera.






—Link, ¡tu bebida se calentará si no traes tu culo aquí!

Mientras la princesa de Hyrule llamaba a su amigo, sus manos estaban ocupadas echando algo de una vasija a su jarra. La bebida escogida era cerveza —quizá sacada a escondidas de la bodega del castillo—, pero Zelda tenía en mente algo más que sólo emborrachar a los adolescentes. Se lamió los labios con ansias mientras el líquido azul se mezclaba en la bebida, con ambas jarras sobre un plato de cristal.

—Sabes, la última vez que tomaste eso —dijo Link, quitándose los calcetines largos y las botas al entrar en el dormitorio real—, vomitaste por todo el castillo y tuve que salvarte de caerte por una ventana.

—¿Qué quieres decir?

—Que creo que eres realmente adicta a los problemas, princesa.

—Por favor, estaré bien —se burló ella, alborotándose el pelo y volviéndose para cerrar las cortinas—. Primero, esta mañana me salté el desayuno, así que no tendré mucho que vomitar. Segundo, está aguado, así que mi cuerpo puede tolerar un gran… ¡Link!

Los ojos de Zelda se abrieron al máximo. Se quedó sin aliento. Mientras tanto, en el suelo, con una curiosidad inocente, Link hacía girar el plato que contenía las jarras de cerveza.

—¿¡Qué estás haciendo!?

—Me gusta ver cómo salpica la cerveza.

—Eres… Dios mío, Link.

El corazón de Zelda se aceleró al contemplar las dos jarras de cerveza que eran exactamente iguales. ¿Cuál de ellas contenía la poción que había usado? No pudo hacer más que ver con miedo cómo Link tomaba una de ellas. Él le lanzó una mirada, esperando que empezara a beberla.

—Es idea tuya, ¿verdad?

—Este… Yo…

—Bébetela. Ya la has robado. —Link tomó la otra jarra y se la dio a Zelda, que la sostenía con manos temblorosas—. ¡Salud!

Después de un sonoro traqueteo, él comenzó a beberse todo de un solo golpe. Zelda, con el rostro sonrojado por el temor, tomó un sorbito. En los primeros momentos, todo parecía ir bien. Link disfrutaba y se relamía, mientras Zelda no notaba nada extraño en sí misma.

«Por favor, por favor, dime que bebió la correcta…», pensó ella.

—¡Ay! —Todo cambió en un instante. Al abrir los ojos, Link sintió una fuerte sorpresa al ver que todo a su alrededor había crecido cuatro veces más. Los muebles, la jarra que casi lo golpeó (milagrosamente intacta), e incluso…—. ¿¡Zelda!?

—¡Ah, funcionó! —exclamó, ahora apurando su cerveza con más intensidad.

—¿¡Qué me has hecho!? —gritó Link, con voz de ratón chillón para la princesa de tamaño normal.

—Es muy simple —comentó mientras sujetaba a Link por la túnica—. Disfruto de nuestras pequeñas citas con los pies tanto como cualquier otra chica, pero últimamente se han vuelto demasiado predecibles. Creí que sería bueno intentar algo diferente. ¿Qué es la vida sin algo de emoción?

Se apoyó en el armazón de la cama y tiró a Link al suelo.

El chico no tuvo oportunidad de recuperarse, ya que dos enormes aparatos lo empujaban hacia adelante. Se dio la vuelta y se deslizó hacia atrás, tratando de esquivar los enormes dedos que se acercaban a él. La princesa levantó los pies, y sus talones llegaron hasta las rodillas de Link si él estaba parado.

En ese instante, Link se dio cuenta de que su altura era casi igual a la de los pies de Zelda, o quizás un poquito menor. Los delgados dedos de ella sobresalían de su figura.

—¿Qué te parece la vista desde ahí, Link? —bromeó, lanzando muchos besos—. Acércate y dale a mis pies un fuerte abracito y besito.

—¿¡Qué!?

—No los enojes. Bésalos.

Link había soportado muchas de las extrañas travesuras de Zelda, pero ésta era una de las más extrañas. Pero en esta situación, ¿qué podía hacer? Él tenía fuerza, pero ella tenía la magia y había reducido su poder. Esta princesa era la única que podía devolverlo a su estado normal. Incluso si acudía a otra persona, los metería a ambos en problemas por admitir que habían tomado tanto alcohol. Y la única forma que tenía de convencer a Zelda de que deshiciera rápidamente esta maldición era no ser más que un esclavo para ella.

«Piensa en positivo, Link. Sus pies no están tan sucios. En este momento, se ven bien».

Con valentía, el héroe se aproximó al pie derecho de Zelda. Era algo surrealista estar completamente rodeado por el aroma a canela de sus pies. Pero Link envolvió el gigantesco pie con los brazos lo mejor que pudo, y lo atrajo hacia sí para darle un cálido beso.

Muac… ¡Muac!

Los dedos de Zelda se curvaron de placer, y aún más cuando Link le dio el mismo tratamiento al pie izquierdo, sobre todo intentando alcanzar el anillo dorado de su dedo.

—Qué sensación tan interesante —suspiró ella, abanicándose la cara—. Fue inteligente de mi parte asegurarme de que no eras del tamaño de un insecto. De lo contrario, no sentiría nada en estos pies.

—Bueno, la verdad es que hoy tus pies huelen muy rico —confesó, frotando su nariz contra ella.

—¿Ah? Hmm… Me hidraté, así que será por eso.

—Sí, es genial… —Link sabía, gracias a los extensos escritos y charlas de Zelda sobre los pies que, cuando estaban cubiertos de crema, las plantas tenían menos probabilidades de ensuciarse—. Mmm… Tienes que ponerte esta crema más a menudo.

—Si tanto te gusta, ponte entre los dedos.

Bajó suavemente el pie, creando un espacio entre su dedo gordo y el segundo para que pudiera acomodarse la cabeza de Link. Mientras lo atrapaba en esa hendidura, soltó una risita por la brisa que le hacía cosquillas. Link continuó frotando sus pequeñas manos en el pie de ella, y sus pies descalzos finalmente tocaron su planta grande. Zelda jamás habría imaginado que encoger a su amigo podría hacer que la experiencia de adoración del pie fuera mucho más energizante y sensual.

Link no tuvo problemas para sobrevivir entre los regordetes dedos de Zelda. Sorprendentemente, el chico se sintió a gusto. Era como un rincón acogedor, lleno de un aroma que le recordaba a los perfumes de los mercados. Excepto que en realidad no le importaba estar aquí. A través del espacio entre los dedos, pudo observar las mejillas sonrojadas de Zelda.

Con una risita, ella curvó lentamente los dedos, haciendo que Link soltara un gemido mientras le acariciaban la cabeza.

—Te ves tan lindo con este tamaño —dijo, cruzando los pies por los tobillos.

—Y tú te ves tan… espantosamente adorable con este tamaño.

—Bien. Porque te vas a asustar un poco con lo que tengo planeado.

Los ojos de Link se abrieron de par en par. Antes de que pudiera decir algo, Zelda salió corriendo a buscar un par de zapatos. Al darse cuenta de qué zapatos llevaba, el pánico lo invadió y trató de huir. Sin embargo, la princesa, más fuerte que él, lo levantó y lo colocó de espaldas sobre su sandalia izquierda.

Un gemido salió de sus labios cuando el peso de Zelda cayó sobre él, con los dedos presionando su cabeza mientras la planta oprimía su cuerpo. Ella se ató las sandalias lo más fuerte posible, haciendo que moverse fuera completamente imposible para Link. Si no fuera por el increíble arco de la muchacha, que le dejaba un respiro en el abdomen, a él le habría costado respirar.

—Demos un paseo —rió, levantándose y con los pies ocultos por su vestido—. Sí, con mis sandalias apestosas.

Cada paso que daba Zelda hacía temblar a Link. Y, sin embargo, podía sentir cómo se le ponía dura poco a poco.

Mientras Zelda recorría su querido reino, nadie podía imaginar que llevaba a un chico encogido escondido entre su delicado pie y su elegante sandalia. Aunque Link gritara, Zelda sólo tenía que asfixiarlo con los dedos.

La luz que se filtraba a través de su vestido permitía a Link ver sus dedos, siendo el segundo el que más destacaba por su anillo. Además, pudo observar cómo se ensuciaban durante un paseo. A pesar de los interminables escritos y charlas de Zelda sobre los pies, siempre fue un misterio para el muchacho cómo podían ensuciarse tanto con sandalias puestas. A diferencia de las chanclas más baratas de los plebeyos, las sandalias de Zelda se sujetaban bien a los pies. Sin embargo, al caminar por caminos empedrados, colinas cubiertas de hierba y arenas doradas, Link miró cómo cada superficie dejaba su huella en sus dedos.

Por mucho que no compartiera el interés de Zelda por los pies, no podía negar que verlos en un estado ligeramente más oscuro los ponía un poco más bonitos. Era otro recordatorio de que Zelda no era la típica princesa aburrida que se limitaba a sentarse dentro de casa y a estar reluciente y limpia todos los días.

«Qué bueno que tenga esa crema en los pies… Si no, seguramente estarían negros».

Link se encontró moviendo lentamente las caderas mientras Zelda ejercía presión sobre su cuerpo. El silencio del chico se transformó en una melodía de gemidos mientras empujaba contra el pie colosal de ella. El leve contacto con el olor natural que desprendía su sandalia le produjo un escalofrío, mientras imaginaba una de las muchas expresiones tiernas que Zelda hacía cada vez que él decía algo dulce sobre sus pies.

Sin embargo, entrar en ese estado mágico de felicidad que le generaba el contacto con ella le parecía imposible, puesto que Zelda no se detuvo ni un instante para permitirle moverse como debía. No obstante, practicar sexo con su pie transformó esa extraña aventura en algo mucho más emocionante.

Tras horas de estar emparedado entre su pie y su sandalia, escuchó los sonidos familiares del castillo. Y cuando Zelda empezó a desabrocharse las sandalias, el joven se encontró en su cama.

—¿Cómo te fue? —preguntó la princesa, con el sudor corriéndole por el frente.

—Era diferente.

—Me gusta mucho sentir tu pequeña carita contra mis dedos —se rió—. Me encantaría volver a hacerlo.

—Bueno… —La respuesta de Link fue cortada por el firme agarre de Zelda. Contempló su sonrisa torcida con una punzada de miedo, viendo cómo movía de manera burlona sus dedos sucios—. ¿Qué ahora?

—Ya lo verás.

Hizo que Link se empujara contra su sandalia derecha, donde frotó su cara contra las huellas que había dejado. La textura áspera hizo que el viaje fuera un poquito incómodo para Link, pero el chico sintió cómo latía su corazón más rápido cuando Zelda presionó su nariz contra la sandalia.

—Huélela, huélala —cantó ella—. Sé que tiene que oler a maduro, ¿verdad?

«Huele un poquito a queso», pensó Link, sin importarle que estuviera aspirando partículas de suciedad mientras Zelda lo arrastraba contra su zapato.

—Abre la boca —le ordenó. Y cuando Link obedeció, ella soltó otra risita.

La princesa apretó entonces al pequeño contra la planta de su pie derecho. A diferencia del izquierdo, que lo tenía atrapado durante el paseo, este pie estaba cubierto de una gruesa capa de suciedad. Zelda comenzó a rozarlo vigorosamente contra él, riendo a carcajadas. En un instante, la lengua de Link pasó de un tono rosado a gris y, en cuestión de diez segundos, se volvió negra como el carbón. Además, Zelda sintió algo más extraño, algo que la obligó a empujarlo aún con más fuerza contra su mugriento pie. Era su miembro.

—Mmm, ¡qué rico! Saca todo ese polvo de ahí, Link. —Canturreó alegremente mientras usaba a Link como una esponja para los pies.

Link soltó un gemido cuando su lengua se aventuró en los delicados espacios entre los dedos de Zelda, ahora relucientes de sal. Pero se negó a volver a meterse la lengua en la boca, porque el sabor era adictivo. Y cada vez que respiraba su místico aroma, su cuerpo sentía un hormigueo y un calor más intenso.

Zelda lo pellizcó una vez más entre sus grandes dedos.

—Chupa toda esa porquería.

Al ver que los sorbos llegaban en grandes cantidades, la chica no pudo contener la risa. Casi le rompe la cabeza a Link con la fuerza de su apretón de los dedos de los pies. Luego lo acercó a su pie izquierdo, que estaba más limpio, deslizándolo rápidamente sobre su planta suave. El calor de la fricción hizo gemir a Link, pero fue un gemido de placer, evidenciado por cómo continuaba dejando que cada parte de su lengüita fuera tocada por la esencia del pie de Zelda.

—Jeje, si alguna vez se te estropea el sentido del olfato, Link, creo que ésta es la forma de arreglarlo.

—Saben bien —intentó decir, pero su frase se vio cortada por la miga de tierra que tuvo que masticar.

—Ah… Dilo otra vez.

—Tus pies saben bien, Zelda —gimió—. Saben tan… Ah… Me gustan… Ah… Zelda… ¡Zelda!

Ella presionó al chico contra su dedo gordo, ofreciéndole una nueva oportunidad de expresar su amor. Link le plantó un tierno beso, y sus gemidos y suspiros se intensificaron mientras se retorcía de placer. Los ojos de Zelda se abrieron de par en par al escuchar esos gemidos rítmicos, sintiendo un calor y una humedad extra en su mano. Cuando la ola de euforia se desvaneció en el cuerpo de Link, él adornó el dedo gordo con una serie de lamidas apasionadas antes de rendirse por completo.

—Guau, Link…

***


En su estudio de magia, Zelda mezclaba cuidadosamente los ingredientes para crear un antídoto. Mientras tanto, el diminuto descansaba sobre su dura sandalia, con la cara aún sonrojada.

—Creía que iba a odiarte por esto —expresó, olisqueando la huella de la sandalia.

—Ahora ves por qué no te lo dije directamente.

—Una advertencia habría estado bien, seguro. Pero me alegro de que me sorprendieras. No creo que mi cuerpo haya tenido una reacción así en meses.

—Me gusta oír eso. —Movió los dedos de los pies—. Creía que sólo yo podía provocarme reacciones así con los pies.

—Quizás no me atraigan los pies en general —dijo él, relamiéndose—, pero los tuyos me gustan mucho, Zelda. Es decir, creo que siento algo especial por ellos.

El medidor de felicidad de Zelda se disparó al escuchar eso. Sin embargo, en vez de saltar de alegría por cinco minutos, terminó de preparar la poción y le dio un sorbo a Link. Al hacerlo, el héroe volvió a su tamaño normal, sólo que con una diferencia importante.

—Vaya… —Zelda le olisqueó la cara muchas veces—. Ahora hueles muy delicioso.

—Empiezo a comprender por qué te gusta oler tus propios pies —admitió, besándola en la mejilla.

—Jejeje. —Zelda presionó sus labios contra los de Link, introduciendo su lengua en su boca mientras lo empujaba hacia una mesa. Link, para sorpresa de ella, tiró de ella con más fuerza, acariciándole la cara y prácticamente forzándole a probar su saliva con sabor a pies. Cuando por fin Zelda se apartó, le dio a él un último sorbo en la cara, riéndose al sentir un cosquilleo en su lengua—. Y entiendes por qué me gusta su sabor.

—Son muy interesantes —dijo, arrodillándose y besándolas una vez más—. No se ensucien demasiado, pies, y desearé chuparlos más a menudo.

—No prometemos nada —dijeron los pies, y la voz grave de Zelda provocó una risa chillona de Link.

—Y en cuanto a ti, esto ha sido divertido, pero avísame en serio sobre lo de encoger. Ya sabes que me parece bien, mi princesa de pies lindos.

—Eso haré. —Se lamió los labios, sintiendo la mancha húmeda en la ropa de su amigo—. Jeje. Qué buen trabajo hice.
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