Tu nueva vecina Adeleine te visita. Mira cómo despiertas su creatividad por sus pies. |
¿Una llamada a tu puerta? ¿A las cinco de la tarde? Desde que llegaste a Dream Land, no has interactuado realmente con nadie. Esperabas ver a alguna criatura que te saludara de la manera más amigable posible, como ese tal Kirby. Pero lo que estaba en tu puerto no era una criatura cualquiera. ¡Era una humana! Era un poco más baja que tú, con piel clara, cabello negro y una boina roja. Todo en ella te decía que era artista, ya que traía consigo un pincel, una paleta y un lienzo. Llevaba un abrigo verde de manga larga y unos leggings negros que ajustaban sus piernas. Abriste la puerta para saludarla, pero antes de que pudieras reaccionar, ella entró a empujones y cerró la puerta detrás de ustedes. —¡Achachay! No sentíamos una brisita así desde hace meses. Mientras se quitaba las chanclas brillantes, no pudiste evitar fijarte en sus pies descalzos. Era como si te llamaran. ¿Eran sus talones redondos? ¿La forma en que la parte inferior de sus pies tenía un aspecto delicioso con sus relucientes cualidades? —Soy Adeleine —dijo, y su voz un poco rasposa te sacó de tu trance—. ¿Y usted? Le diste tu nombre. —Encantada de conocerlo, _____. ¿Qué lo trae a Dream Land? Mientras ella miraba tu cocina, le contaste que te habías trasladado a Dream Land buscando un cambio en tu vida. Sentías que te hacía falta un poco de emoción, y tenías la esperanza de que venir a este país le diera un toque de diversión de alguna manera. —Jeje. Con todos los ataques de monstruos que nos lanza nuestro rey, sin duda ha escogido el lugar perfecto. Habló por minutos sobre por qué decidió venir a Dream Land y, después de agotar su voz, fue a tu nevera en busca de agua. —Así que, si hay algo que necesita saber, pregúntemelo. Tomando nota de sus herramientas, le preguntaste lo buena artista que era. —Soy un poco especial. Observe. Dejó el lienzo en el piso y comenzó a dibujar un tomate. Levantaste una ceja porque, aunque era un cuadro decente, no tenía nada de especial. Pero de repente apareció una sombra. No, el tomate estaba saliendo del lienzo. Cayó al suelo, y Adeleine lo detuvo con su pie desnudo. —No se haga ideas locas. Es un poco de magia por mi parte, y eso quiero decir que eventualmente duele un montón. —Te pintó unos cuantos comestibles más para llenar la cocina—. Pero para contestar su pregunta, mire, ser artista es divertido hasta que se da cuenta de que la gente siempre lo considerará mediocre. Se dejó caer en tu sofá con un suspiro, ocupando todos los cojines. Rápidamente, le levantaste los pies y los colocaste sobre tu regazo. De este modo, ella podía contarte lo que pensaba mientras tú disfrutabas de una de las vistas más bonitas de todo Dream Land. —No quiero ser negativa en su casa —dijo, doblando los dedos. Pero le dijiste que no te importaba, y también que por favor te tuteara. Después de todo, querías que estuviera relajada—. Pues mira, ser artista significa que debo lidiar con las mismas ideas aburridas de mis fans, además de la frustración y decepción que sienten cuando intento explorar cosas diferentes a las que esperan. Asentiste y le pediste que se explayara. Mientras hablaba, tus manos se deslizaron hacia la parte superior de su pie izquierdo. Adeleine no vio lo que hacías o simplemente no le importó, así que se lo apretaste. Por muy equivocado que estuviera, sentiste que tu erección crecía por culpa de tu vecina. —Pintar es mi vida, pero quiero hacer algo más que pintar comida deliciosa y sonrisas —se lamentó, quitándose la boina—. Lo más doloroso no es sólo la muerte de mi creatividad, sino que, por más que intente superarme, mis obras son basura en comparación con las de los mejores artistas de Dream Land. Si Adeleine hubiera creado algo sobre sus pies, seguro habrías hecho fila para comprarlo, con o sin estilo artístico infantil. Porque cuanto más tiempo mirabas sus plantas, más te encendías. —Sabes, le eché mucha pintura a esas chanclas —dijo, captando tu atención—. Era un accidente y me ponía lívida la idea de tener que limpiarlas. Pero luego se me ocurrió que podría ser divertido darle un toque diferente a su aburrido color blanco. ¡Y mira! Ahora son mis favoritas para pasear por las ciudades. Probablemente uno de mis momentos más creativos y alegres en los últimos cinco años. No pudiste evitar sonreír ante esa imagen, imaginando sus largos dedos apretando esas sandalias por tanto tiempo. Su esencia debía de estar impregnada en ellas. Sintiéndose un poco más valiente, le hiciste un cumplido. Le dijiste que la gente tenía suerte de poder ver sus bonitos pies. —¿Eh? —Adeleine se tapó la boca—. Jejeje… Este… ¡Ay! Déjame quitar mis pies de tu sofá antes de que lo ensucie y lo deje apestoso. Pero cuando intentó bajar sus pies, te agarraste a sus tobillos. —Oye, no estoy bromeando. En este momento mis pies huelen mucho, y no queremos que esa peste contamine tu nueva casita. Si decía que le olían los pies, era momento de ponerlo a prueba. Antes de que pudiera hacer algo, acercaste su pie izquierdo a tu nariz. Sus dedos se curvaron al tacto. Luego inhalaste con fuerza, dejando a Adeleine boquiabierta. Observó con la respiración contenida cómo olfateabas varias partes de su pie, llenando la sala con tus sonidos. —Dios mío… Qué asco. No me huelas los pies. A ver… Percibiste una chispa de hedor, ese inconfundible olor que decía: «He estado andando descalza todo el día». Pero era mucho menos letal de lo que pretendía ella. Parecía que la pintora era toda una actriz, pues te había convencido de que el aroma de sus pies era parecido al veneno. Si no te hubiera dicho nada sobre sus pies, ni siquiera habrías sospechado que tenían olor. Después de todo, entró con chanclas puestas. Bajando su pie, levantaste el pulgar y le sonreíste. —Uf. —Soltó una carcajada avergonzada, y luego se frotó bien los pies antes de olerse las manos—. Debe de ser porque es otoño. Cuando hace ese calor de verano, madre mía… Mis jabones lloran al final del día, gritándome: «¡Por favor, mamá, ya no podemos soportar más esta tortura maloliente!». Y les digo: «Lo siento, niños, ¡pero es por un bien mayor!». Ustedes se soltaron a reír a carcajadas, y se notaba que ella estaba más cómoda cuando le acariciabas los pies. Empezó a mover los dedos con energía, llevándolos hacia tu estómago. No sabía que sus talones estaban presionando tu erección. Movió los pies de un lado a otro, ignorando por completo que podía hacerte eyacular en sus pantalones en cualquier momento. Pero si podías conseguir que tu vecina nueva te hiciera una paja poco convencional, entonces iba a hacerlo. Adeleine simplemente se cerró los ojos, moviendo los hombros mientras la masajeabas. Te sorprendió lo suave que era la parte superior de sus pies, evidencia de los excelentes cuidados con los que los había bendecido. E incluso después de decir que pasaba el día en chanclas, sus pies no estaban para nada sucios. Claro, había algunas motitas de tierra y arena, pero en general se veían muy limpios. Tenía los pies más sudorosos que sucios, como si hubiera salido de una piscina y aún no hubiera terminado de secárselos. El masaje iba sobre ruedas; tú amasabas los talones y los deditos de Adeleine. Pero después de los primeros resoplidos, no pudiste resistirte a ir a por más. Tu audacia se hizo evidente y te atreviste a meter tu nariz entre sus dedos. Lo único que lograste fue sacarle una risita. —¿Te gusta el olor de mis pies? —preguntó, abriendo los dedos. Tu expresión fue suficiente respuesta para ella—. Está bien. Huélelos todo lo que quieras. Me siente bien. Esto sí que era un regalo del cielo. Apretaste la nariz contra sus pies sudorosos, inhalando ese olor embriagador. La artista doblaba los dedos repetidamente, y sus apretones eran tan intensos que casi te atrapaba entre sus arrugas grasientas. Cada vez que lograba presionarte la nariz, soltabas un gemido. Y cuanto más la respirabas, más te hormigueaba el cuerpo y más te palpitaba el pene. Adeleine al final volvió a abrir los ojos, lamiéndose los dientes. —Perdona si esto es demasiado inapropiado, _____ —murmuró, mirándose los pies—, pero ¿puedes quitarte los pantalones? Te reíste y le preguntaste por qué. —Ser una de las pocas humanas de aquí hace que me sienta un poco sola. Realmente quiero ver una pija. Una pija grande, del tamaño de una salchicha. —Su voz bajó de tono—. ¿Por favorcito? Sin dudarlo, sacaste tu pija más oscura. El rubor de Adeleine aumentó al ver lo brillante que estaba, pues ya goteaba algo de semen. Sin embargo, como una niña pequeña que juega con su juguete, hurgó en tu miembro con sus dedos gordos, cuya humedad se infiltraba en él. Con cada toque, sentías una sacudida de placer. —Vaya… —Sonrió—. Es tan carnosa… Le frotaste las piernas, diciéndole cómo querías que te acariciara la verga con los pies. —Eso es… ¡Espera! Se me ocurre una idea mejor. —Se desabrochó el abrigo, dejando al descubierto sus pequeñas tetas. Se las apretó, gimiendo mientras levantaba los pies en el aire—. Mueve las piernas hacia aquí. Aunque su orden te confundió, la seguiste, colocando tus pies cerca de sus costados mientras los suyos descendían sobre tu pene. Sus dedos la rodearon mientras comenzaba a frotarla arriba y abajo. Echaste la cabeza hacia atrás. Habrías jurado que Adeleine estaba acostumbrada a pintar cosas con los pies, con lo flexibles y fuertes que eran sus dedos. Te estrangularon la punta de la verga con tanta fuerza que sentiste que ibas a eyacular. Se rió al verte sufrir un espasmo. Sus dedos se apretaron alrededor de tu pene, arrancándote otro gemido. Entonces sentiste una humedad en tu pie derecho. Al mirar hacia delante, te quedaste estupefacto al verlo flotando ante la cara de Adeleine. Te miró fijamente con la lengua asomándole por un lado de la boca. —Es una pena que todo relacionado con el sexo se considere tabú para expresarlo —susurró—. Pues cuando estoy caliente es cuando me vienen a la mente muchas ideas. Tu corazón empezó a latir con ferocidad. En cuanto empezó a lamerte la planta del pie, tu cuerpo se puso rígido. Porque fue al mismo tiempo que ella seguía usando sus pies para masturbarte. Mejor aún, había adelantado el pie derecho mientras te hacía cosquillas en la verga y los huevos con el izquierdo. ¿Era una invitación a chuparle los dedos? No serías tan estúpido como para rechazarla. Sus cálidos dedos bailaban en tu boca, y cada movimiento hacía que la sal que había entre ellos se derramara sobre tu lengua. El dedo gordo era agresivo, decidido a mancharte toda la boca con su sabor. ¿Pero «manchar» sería la palabra correcta? Teniendo en cuenta lo encantador que era su sabor, sería más apropiado decir que sus dedos adornaban tu boca. Aunque no sabías si le gustaba en sabor de tus pies, lo cierto era que no le molestaba. Chupó tus dedos gordos como si estuviera chupando dos penes a la vez. Su atención se centraba en lamer, pero tú tenías que hacer malabarismos con muchas acciones. Deseabas que el aroma de su pie siguiera sofocándote. Con cada inhalación profunda a lo largo de su arco, tu verga se ponía más contenta. Entonces comenzaste a plantarle besos suaves en el pie. Cada uno era especial para la temblorosa Adeleine. —Esto es tan… Guau… Mientras cubrías su planta con besos, enroscaste tus dedos en su boca. Nunca habrías imaginado lo increíble que se sentía tener una lengua entre los dedos de los pies, pero ahora sabías lo bien que estabas haciendo sentir a Adeleine. Agarraste su pie con más fuerza, aplastándolo contra tu verga palpitante. La presión de su planta sobre tu mango era asombrosa, junto con el gran peso que masajeaba tus huevos. Imaginaste a Adeleine sentada en un carro lujoso, de esos que sólo los más ricos podían tener. Con su pie descalzo, le daba al acelerador una y otra vez, reflejando la forma en que te aplastaba la verga en el presente. Ser ese acelerador sería un sueño hecho realidad. Ahora volviste a lamerle el pie, babeando su planta antes de meterte los dedos en la boca. Un solo dedo no era suficiente. Necesitabas dos. No, mejor tres. En realidad, todos. Los cinco dedos delgados de Adeleine iban a entrar en tu boca de un modo u otro. La presión al abrir la mandíbula al máximo era inimaginable, incluso un poco dolorosa. Pero lo soportaste por Adeleine, y tragaste profundamente su pie hasta que la bola estaba casi en tu boca. Sus dedos más largos se acercaban lentamente a la parte más profunda de tu garganta. Permaneciste sentado así durante muchos segundos, dejando a Adeleine asombrada mientras observaba cómo se movía tu garganta. Tus ojos lagrimeaban mientras la saliva empezaba a gotear de tu boca. En ese momento, sacaste el pie de Adeleine por la boca, jadeando. Adeleine echó la cabeza hacia atrás con un gemido gutural. Luego, como si no quisiera ser superada por ti, empezó a deslizar los dedos de tus pies en su boca. Pero cuando los tuvo todo en la boca, de algún modo duró más que tú. Te miró a los ojos, riéndose suavemente mientras chupaba los cinco dedos rítmicamente. En cuanto te escupió el pie, te dio un besazo en la planta. Verla con tus pies en la cara te provocó más emoción de la que esperabas. Quizás era por su mirada inocente; no te miraba con ojos seductores, sino con los de una niñita juguetona. —Descansemos —tosió, dejando caer los pies sobre tu verga—. No soy una atleta. Te reíste y le dijiste que ojalá fuera atleta para que sus pies apestaran mucho más. Luego se levantó del sofá y recogió las cosas que había mencionado antes. Una de ellas terminó sobre tu pecho. —Huele esa chancla. ¿Qué te parece? Lo primero que notaste fue lo mojada que estaba su chancla. No había llovido, y este pequeño detalle te hizo muy feliz. El aroma de sus sandalias llenó tu nariz y tu verga se excitó al instante. Casi empujó sus pies con la fuerza con la que se levantó. El olor era tan avinagrado e incluso afectaba las áreas que deberían estar más limpias, como el tacón. Adeleine miró atónita cómo olisqueabas su chancla como un perro que intenta acostumbrarse al olor de su dueño. —¿Sabes una cosa? Siempre pensé que los pies eran interesantes, como nuestras manos con esos pulgares útiles —se rió, secándose las gotas de sudor de la frente—. Pero jamás me imaginé que a alguien le pudieran gustar mis pies que huelen a queso añejo. En cuanto dijo que sus pies olían a queso añejo, te lanzaste sobre ella. La besaste en sus finos labios, haciendo que los ojos de Adeleine se abrieran inmensamente. Su instinto fue empujarte hacia atrás, pero en cuanto deslizaste tu lengua dentro de ella y le acariciaste el pelo, te devolvió el favor y algo más. ¿Esperabas que te escupiera en la boca con la potencia de una manguera? Te tragaste la mezcla de saliva sin darte cuenta, pero ver su boca tan brillante fue tan tentador que volviste por más. Sus lenguas danzaron durante minutos, intercambiando saliva y abrazándose, todo mientras se olían los pies por sus caras. —Oye… —Adeleine rompió el beso al después de unos minutos, metiendo las manos dentro de los leggings—. No te importa que me masturbe con esto, ¿verdad? No pudiste evitar reírte de su pregunta, encontrando cómico que sintiera la necesidad de pedir permiso después de estar haciéndote una paja con los pies. Sin mediar palabra, le arrancaste los leggings, dejando al descubierto sus calzones negros. Adeleine arrojó entonces esta ropa interior por tu sala. Se lamió la mano y empezó a masturbarse con pasión. Viste cómo sus mejillas pasaban de pálidas a sonrosadas y su respiración se entrecortaba. Estaba completamente inmersa en el momento, y al verla darse placer a sí misma, te entraron ganas de hacer lo mismo. Sin embargo, te golpeó la mano cuando intentaste masturbarte. —Vuelve a tumbarte…. Tengo algo que te va a enloquecer. Se inclinó hacia delante, moviendo la nariz contra tu verga. Jadeaste cuando empezó a lamerla y chuparla. Esto por sí solo hubiera sido encantador, pero entonces llegó la sorpresa. Adeleine aplastó tu verga entre sus pies, obligándote a mirarla a los ojos. Ahora estaba rodeada de su propio hedor, mientras pasaba la lengua por la punta de tu pene. De todas las cosas que podías esperar, recibir simultáneamente una paja con los pies y una mamada no estaba en tu lista. El contoneo de sus deditos te hizo estremecer. —Mejor sigue oliendo esa chancla sudada —cantó antes de tragarse tu verga de nuevo. Sus labios se apretaron en torno a ella mientras subía y bajaba. Al mismo tiempo, su planta angelical acariciaba tu verga con cada movimiento de su cabeza. El olor de su chancla era la guinda de este delicioso helado. No sólo la olfateaste, sino que abriste la boca y comenzaste a saborear la parte de arriba. Incluso con todos los trocitos de arena y polvo pegados a ella, Adeleine te tenía completamente enganchado como por arte de magia. No te preocupaba dónde había estado su chancla, sólo que había sido bendecida por su pie maloliente. Adeline estaba más llena de energía que nunca. Al final de la velada, estaba decidida a hacerte venir. Su succión aumentó, junto con la fuerza que sus pies aplicaban sobre tu pene. A medida que tu verga experimentaba una aventura oral, sentía muchos cosquilleos. Inhalaste más fuerte su chancla, señal de lo que estaba a punto de llegar. Pero a pesar de tus ruidos, Adeleine sólo lamió con más gusto. Se sacó la verga de la boca y la masajeó con los pies, lamiéndola juguetonamente como si fuera una paleta. —Quiero que tu leche acabe en mi boca —consiguió soltar entre jadeos, rozando ligeramente la punta con los dientes. Sus lamidas, combinadas con el penetrante olor de su zapato, hicieron que tu pene entrara en su fase final. Expulsó un chorro tras otro de semen caliente en su boquita. Y como buena zorra que era, Adeleine no dejó escapar ni una sola gotita. No viste que tu semen escapara de sus labios, ni siquiera cuando los dedos de sus pies hacían vibrar tu verga. Después de veinte segundos de felicidad, alzó la mirada y abrió la boca, mostrándote con satisfacción cuánta «leche» le diste. Con un trago sonoro, se la metió por la garganta, sonriendo cuando un poco de ella rezumó entre sus dientes. Pero a pesar de eso, aún quedaba un asunto del que debías ocuparte. Gruñendo, inclinaste a Adeline hacia atrás y empujaste sus manos hacia su vagina. Le dejaste claro que no saldría de tu casa hasta que experimentara el mismo placer que tú. Luego te levantaste las piernas y empezaste a chuparle la planta de los pies una vez más. Dejó escapar un gemido tembloroso al sentir tu lengua. —Lo intentaré… —Se mordió el labio, frotándose ligeramente—. No tienes ni idea de lo difícil que… Abrió los ojos de par en par cuando te llevaste su dedo gordo a la boca y lo chupaste. Todo su cuerpo se vibraba. De repente, sus tímidos toques en la concha se volvieron más confiados y deslizó varios dedos en su interior, asegurándose de que también jugaba con su tembloroso clítoris. Podía ver cómo chupar sus dedos era lo que la hacía feliz. Lamer sus plantas ya era divertido, pero esa chupada en los dedos hacía que tu nueva amiga soltara gemidos tan buenos que parecían sollozos. Mientras le chupabas los dedos, también le acariciabas las piernas con delicadeza. Las paredes de ella estaban húmedas de excitación. Se estrechaban y dilataban con su respiración. Arqueó la espalda, jadeando más fuerte con un grito mientras sus piernas se tensaban. Con lágrimas en los ojos, Adeleine se dejó caer contra los cojines. Puede que no hubiera un lío pegajoso, pero la forma en que miraba al techo sin rumbo te lo contaba todo. Como recompensa por su trabajo bueno, le diste una cálida lamida en el coño, forzándola a soltar otro gemido. —Me he venido —gimió, con sus palabras algo lentas—. Eso fue… —¡Poyo! Los dos miraron hacia la puerta principal, y a Adeleine se le encogieron las pupilas. —Ay, ¿en serio? —Estuvo a punto de tropezar al intentar volver a ponerse la ropa—. Debes saber que Kirby siempre llega en los momentos más inoportunos. No puedes dejarlo solo ni un ratito, porque se muere. Ojalá estuviera bromeando. Mientras la artista se aseaba, tú tuviste el honor de calzarle las chanclas caleidoscópicas. —Gracias —murmuró, todavía con el sabor a semen fresco en la boca—. ¿Qué tal si nos vemos mañana? Podríamos hacer un pícnic y yo te pinto mientras me frotas los pies en Ripple Field. Claro, porque un masaje puede ser un poco sexual, pero no se lo van a tomar así. Una escena feliz con comida rica… ¡Todo va a salir bien! ¿Te parece bien? Le hiciste una señal de aprobación, pero antes de que pudiera marcharse, necesitabas prestarle más atención especial. Comenzaste acariciando con suaves besos los deditos de sus pies, ascendiendo lentamente por sus piernas. Tus labios acabaron por llegar a sus muslos antes de detenerse en su entrepierna y continuar hasta su parte trasera. Después de quitarle las medias y darle un beso jugoso en sus nalgas sonrojadas, le diste el mismo tratamiento en los pechos. Y por último, tras besar su cuello, dejaste un último besito en esos labios que te gustaban tanto. Su cara ardía como si estuviera en llamas. —Hasta mañana, nuevo amigo. —Con un gesto de la mano, Adeleine salió, mientras sus chanclas coloridas golpeaban sonoramente contra sus pies mojados—. ¡Oye, Kirby! Este chico acaba de llegar y tiene cosas que hacer, y si tú no largas a tu casita, vamos a tener… Ya llevas dos días en Dream Land. ¿Te alegras de haber tomado la decisión de venir a vivir aquí? |