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by Danii Author IconMail Icon
Rated: 18+ · Novel · Supernatural · #2345454

El nacimiento de las constelaciones y del misterio de la vida.

Nadie sabe de dónde o cómo vino. Hay quienes afirman que es más antigua que el propio Universo, otros, que ella es el Universo en sí. Es posible que ella sea el corazón del Universo, que ella sea el motivo por el que todos nosotros estamos aquí. No sé hasta qué punto puedo confirmaros que esto sea verdad.
Sea como fuere, ella, el origen de las estrellas, existe desde hace más de lo que ningún alma pueda vivir para contar. Ella, fue la razón por la que el cosmos es. Así que, ¿quién es ella? Bueno, en realidad, ha recibido muchos nombres; Dios, Universo, Cosmos… Pero para nosotros, criaturas celestiales, es mejor conocida como Evren, que allá en una lengua arcáica, inventada por un pueblo perdido, decidió llamarla de ese modo, refiriendose a ella como el alma del Universo.

Evren tenía muchas formas aunque su forma preferida era la de una mujer joven, con un cabello extremadamente largo y blanco. Toda su piel estaba cubierta por un manto invisible de arena reluciente que la hacía irradiar una belleza innata. Se esparcía por todos lados llenando el vacío de luz y oscuridad, porque, como comprenderéis, en todo bien debe siempre existir algún mal. Ella creó todo aquello que podía soñar, con un sólo aliento formó las nebulosas, con un pellizco los agujeros negros, y con un pestañeo creó una galaxia.
Las estrellas, su mejor compañía, no eran más que rocas encendidas que iluminaban su paso y de alguna forma la hacían sentirse menos sola.
Un día, algo nació con el Universo, nadie sabe si ella misma o su consciencia lo creó, pero sea como fuere, en una de aquellas rocas que vagaban por su rumbo, nació algo diferente, algo que ella no había visto jamás.
Nació la vida, y con ella nacieron los océanos que dieron lugar a las plantas y estas a su vez a otro tipo de vida, más evolucionada y compleja.

Con estos seres, un día nació algo nuevo, una nueva voz, a la que los que ellos decidieron llamar ‘Dios’. Dios era complejo, era una voz dulce, era una especie de consuelo para todo aquello que estos seres, a los que conocemos como humanos, no podían darle una explicación.
Evren no se sentía miedo hacia ellos, en realidad, ella no era capaz de percibir emociones; sino que más bien, sentía una especie de curiosidad extraña. Quería entender qué eran aquellos seres, y por qué este Dios les había dado todas las cualidades excepto una: el Don de entender su realidad.
Habían forjado su pequeño mundo entorno a la indiferencia, pero pronto empezaron a disputarse entre ellos trozos de terreno que antes compartían entre semejantes.
De alguna manera, también habían inventado su propia lengua, una lengua extraña y difícil de hablar, aunque, al tiempo, empezaron a olvidar su verdadero sentido y la malgastaron para luchar entre ellos.

Pero, un día, algo cambió.
Uno de aquellos seres, debió despertar de su letargo. Nadie sabe muy bien cómo, aún si aquella revelación no les fue dada a ninguno de ellos, cómo es posible que aquel hombre tuviera las respuestas que ninguno de los demás jamás podría aceptar.
Este joven hombre, de fuertes ideales y noble corazón tenía por nombre Elohim. Había sorteado a la suerte y haciendo uso de la inteligencia que le había sido otorgada, descubrió el verdadero origen de la existencia.
Elohim comprendía el sentido de la noche y el día, entendía las estrellas, los bosques, la luna. Comprendía que su mundo era una creación, quizá de alguien superior, y que su pequeña roca al que él había denominado ‘Planeta’ daba vueltas en algún lugar lleno de otras rocas semejantes. Durante días y noches, se dedicó a plasmar todas aquellas las que eran sus teorías sobre la arena de su planeta, hasta estar completamente convencido de que sin duda, tenía la razón.

Pasaba las horas en su pequeña cabaña de madera de roble, escondido en los bosques murmurando sólo Dios sabe qué cosas, hasta que su corazón comprendió.
Así, un día, agarró sus pieles garabateadas y comenzó a predicar su verdad, pero para su sorpresa, nadie le creía. Al fin y al cabo, ¿quién iba a creer a un pobre desquiciado que dice que su mundo es una roca flotante? Nadie podría entenderlo. Nadie querría creer que el sol fuese una roca ignífuga, que las luces de la noche son otras miles de millones de rocas como esa. Nadie entendería que se hace de día por los rayos del sol, o que aquel planeta era uno sólo de una colección más grande que formaban algo así como ‘el sistema solar.’
Todos los que le rodeaban carecían de una mente abierta, de una razón coherente que pudiera simplemente explicar el por qué, pues para ellos, la única razón de ser, era que Dios había engendrado todas aquellas cosas que les rodeaban, no harían ni el menor esfuerzo en comprender cuál era la realidad.
Pero Evren sentía una profunda atracción por este ser terrenal. Hasta entonces, ningún otro ser, fuese cual fuese su origen, se había hecho preguntas sobre el sentido de su propia existencia. Pero él sí.
Así que Evren, a sabiendas de que ningún mortal podía verla, comenzó a frecuentar aquel lugar escondido del bosque.

Era tarde en la noche, pero aquel hombre incansable seguía trazando unos caracteres que él llamaba ‘números’, sin parar, buscaba el sentido de algo que se le escapaba, hasta que, por el rabillo del ojo, advirtió una presencia, algo que no debía estar ahí.
-¿Quién anda ahí? -Preguntó con una mezcla de curiosidad y temor.
En realidad, era un hombre cobarde. Toda su parla y sabiduría se escurrían al pensar que alguien podía hacerle daño, al fin y al cabo, el único problema de aquél hombre sin fe, es que tenía una sola cuestión sin resolver, ¿qué había tras la muerte? Porque aquel era el único defecto de la vida, que en el mismo instante en el que es concebida, también empieza a morir.
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