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Rated: 18+ · Book · Erotica · #2321597
Como nueva esclava de los pies de Peach, la vida de Toadette se da un giro emocionante.
#1073825 added July 11, 2024 at 11:45am
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Capítulo 30 - Aplastando bayas
—¡Maldición!

¿Cómo pude olvidar el cepillo que estaba colgando de mi cabello mientras estaba delante del espejo? Sacar esa herramienta de la manta rosa que tenía en mi cabeza era como arrancar una muela.

Estas dos últimas semanas me convirtieron en un demonio. Todas mis uñas estaban sin pintar, unas pesadas bolsas colgaban de mis ojos y mis hombros latían visiblemente. Aunque estuviera exhausta, nada me impediría trabajar. Después de todo, aún tenía un techo y comida asegurada. Mientras el castillo me brindara esas comodidades, ¿adónde iba a ir? Además, cierta niña de cabellos dorados me extrañaría mucho.

Toc, toc, toc, toc, toc, toc… ¡Toc!

—Buenos días, señorita Toadette. —Penélope, la enérgica hija de Su Alteza, me saludaba así todos los días. Después, se sentaba en el retrete cerrado para conversar conmigo mientras me arreglaba.

Su Alteza trataba a esta niña como un dispositivo de retransmisión, dando instrucciones a través de ella. Temblaba al pensar en el plan que tendría para mí hoy. Nada podía ser peor que ayer, cuando tuve que lamer mi propia cena de sus pies gigantes. Eck.

—¿Tu madre tiene una rueda de tortura de la que elige mis tareas?

—Ah, claro. —Sacó una nota amarilla de sus shorts—. Se fue a hacer otra basura aburrida.

La caligrafía de Peach siempre fue muy elegante. Cursiva, una forma elegante de escribir que muchos habitantes de Ciudad Toad considerábamos un recuerdo lejano. Su nota decía: «Esta mañana me ocupo de asuntos importantes. Espero 57 litros de jugo de bayas rojas y bayas burbuja. Visita a la florista y te dará más detalles».

—¡Gracias a las estrellas! —Caí de rodillas—. Cada dos por tres, es como si intentara aplastarme los pulmones con esos pies.

—Lástima que usted nunca tenga tiempo libre —suspiró Penélope.

—¿Y eso te molesta por qué?

—Ahora solamente la veo por una hora. Ni siquiera tengo la oportunidad de utilizarla como debería, como mamá decía que podía hacer.

—Habla de eso con ella, niña. Yo no hago mis horarios.

Un conjunto de ropa más casual sería perfecto para lo que ella necesitara que hiciera. ¿Manejar un poco de jugo? Bueno, la camisa rosa normal y los shorts negros me quedarían bien. Pero en lugar de irme con mis zapatos bajos, elegí mis chanclas más frescas. Por mucho que prefiera cubrir mis pies en público, no era ideal regresar con los pies malolientes. Además, había estado usando esos zapatos bajos sin parar. Necesitaban descansar antes de que acabara destrozando las plantillas.

—Muy bien, larga, chiquilla. —Arrastré a la niña fuera de la habitación con una risita, cerré la puerta y salí corriendo escaleras abajo.

Al pasar frente a los edificios de la tienda de Minh, mis pies protestaron. Caminar con chanclas era un verdadero tormento en este momento. ¿La razón? La falta de una correa trasera resistente. Cuando empecé a sentir ador en las piernas, me di cuenta de que debía hacer un esfuerzo mucho mayor para caminar con este calzado. Necesitaba levantar más los pies para poder moverme a un ritmo decente. ¿Así era cómo se caminaba en gravedad pesado?

Para mayor vergüenza, ¡estaba tan desnuda! Ahora todo el mundo podía ver mis pies, y parecía que todos se fijaban en mis plantas. Como si el ruido de mis talones golpeando la goma les llamara la atención.

¿Acaso ya apestaban por este corto paseo? ¿Atraía mi extraño caminar a toda esta gente? ¿O me estaba volviendo loca y nadie me estaba mirando?

Jadeando, entré en el edificio de Minh, sin atreverme a mirar al mundo exterior.

Pero una vez dentro, mis profundas ansiedades se desvanecieron. Este lugar de madera se sentía como un hogar, tan familiarizado que me había vuelto con él. Aunque la propia Toad sólo la había convertido en residencia oficial hacía tres años, había estado dirigiendo este lugar desde sexto grado. Qué dedicación. De todas las cosas que podría decir de mi mejor amiga, su intensa pasión era algo que no podía negar.

—Estaba a punto de llamarte. —Sin perder tiempo, tiró de mí por el piso hasta que llegamos a una puerta trasera. Siete grandes cerrojos de seguridad impedían que se moviera.

—No vas a simplificarlo nunca, ¿eh? —pregunté, con los brazos cruzados.

—Prefiero no arriesgarme.

Una vez retirado el último cerrojo, nos adentramos en la impresionante selva de plantas. A pesar de que el terreno de Minh parecía pequeño por fuera, este jardín era un verdadero coliseo. Ya fueran por las paredes de cristal que mostraban el mundo exterior o por el denso follaje que daba la sensación de cultivos interminables.

En la esquina sureste había dos cajas. Justo frente a ellas, vi una pequeña tina de madera, del tamaño de una piscina inflable para niños.

—Mientras más rápido llevemos estas cosas al castillo, será mejor. —Levanté una caja en el aire como si nada. ¿Qué? A pesar de estar lleno de jugo, era más liviana que una pluma. La sacudí de arriba abajo, esperando escuchar algún sonido—. Espera. ¿Está vacía?

—Sí. —Minh llevó un saco beige en mi dirección—. Aún tenemos que hacer el jugo, ya sabes.

—¿Aún? —Mi agarre se tensó—. ¿No se te ocurrió empezar antes de que llegara?

—No hubiera cambiado tanto. Además, no deberíamos tardar más de tres horas. ¿Y sabes qué? —La chica metió un montón de bayas rojas en la tina—. Sólo una de esas horas la vamos a pasar aplastando las bayitas.

—¿Las tenemos que aplastar? —Ladeé la cabeza y Minh se quedó paralizada.

—Oye, ¿te encuentras bien?

—Intenta dormir menos de seis horas durante dos semanas y comprueba si te sientes bien, amiga. —Caminar hasta aquí ya era agotador, y ahora tendría que esforzarme diez veces más. Para estar lista para lo que venía, me quité las chanclas y limpié mis pies. Estaban bastante limpios, sobre todo comparados con los de ella.

Aunque siempre trataba de mantener las plantas de mis pies lo más limpias posible, las de Minh estaban tan polvorientas como siempre. Pero ¿no se suponía que debíamos aplastar bayas?

Me entraron arcadas al verla meter el pie en la tina.

—Estoy jugando. —Con una risita, se acercó a una manguera y dejó que el agua mojara sus pies—. No puedo estar contagiando a todos, ¿sabes?

—Lo dice la chica que espera que su futuro esposo le limpie la suciedad de los pies con la boca.

—Un poquito de mugre nunca ha matado a nadie. La última vez que lo comprobé, todavía respiras después de nuestra pequeña aventura en la caja de juguetes.

Lo dijo como si fuera algo de lo que sentirse orgullosa. Cuando salimos de aquel lugar, consumí una botella entera de enjuague bucal sólo para limpiar mi alma. Nunca podría olvidar esa imagen… Estar encerrada en una silla, obligada a chupar sus sucios pies o convertirme en una seta frita.

—Ándale —dijo, moviendo los dedos de sus pies mojados.

Inmediatamente, la sensación fue surrealista. Sumergir los pies en esas bayas era como caminar sobre cientos de canicas. A pesar de que la mayoría de las canicas no se rompen al simplemente mover los dedos. Estas bayas rojas explotaban como pequeñas bombas con cada movimiento brusco.

¡SQUISH!

Como ahora. Mis pies quedaron salpicados con el jugo de bayas. Aunque estaban tan sumergidos que no podía verlos, el líquido dominaba mi sentido del tacto. Es como sentir una sensación fría, viscosa y líquida que se acumula en la parte superior de tus pies y entre tus dedos.

Minh pateó las bayas, provocando la explosión de diez o más al impactar. Chorros de jugo se elevaron en el aire a la altura de nuestras rodillas. Al chocar su pie con el mío bajo la masa de fruta, soltó un suave gemido. Casi instintivamente, intenté alejarme. Pero sus instintos tenían vida propia. Donde yo avanzaba, ella me seguía. En cuanto sus dedos rozaron los míos por segunda vez, la empujé.

—Estoy ansiosa por probar los resultados después de esto —cantó.

—¿No se supone que el jugo se procesa antes de beberlo?

—Si quiero lamérmelo de mi propio pie, no hay nada que me lo impida, Toadette.

Mientras mis talones aplastaban algunas bayas, rodé los ojos. Desde que se le escapó su pequeña obsesión por los pies, se mencionaba en todas nuestras conversaciones. Mi mente gritaba constantemente: «¡Cállate!». Pero mis cuerdas vocales nunca le dieron el mensaje.

—¿Qué es lo que no te excita? —pregunté.

—Los fantasmas, los golpes en mis partes femeninas y los que dejan basura por todas partes.

—¿Los que dejan basura por todas partes? —Sonreí satisfecha—. Acaba de reducirse tu lista de posibles futuros esposos, ¿no crees?

¡PLAF!

—¿Y? —Su pie perforó las bayas con fuerza—. Los odio. Siempre ensucian la hierba y aplastan las plantas con sus latas estúpidas. Incluso cuando hay un bote de basura a unos pasos… ¡AH!

Ahora ella trabajaba el doble. Si enfadarla significaba que podíamos acelerar el aplastamiento, lo haría sin dudarlo. Mis piernas estaban exhaustas y apenas llevábamos cinco minutos. Al final, el jugo de bayas me entumeció los dedos bajo su densidad, y la delicada piel de la fruta acampó bajo mis uñas. Sin embargo, por extraño que fuera, era la terapia que necesitaba. ¿Me estaba volviendo ilusa o simplemente el calor era tan reconfortante?

—¡Matar nuestro entorno no tiene gracia, Toadette!

—Cálmate, tonta. —Le di un golpecito en la nariz—. Sólo estoy tratando de divertirme con este aplastamiento. Al menos no me hace mojar como a cierta extraña.

—Eres… —Hizo una pausa—. Ahora que lo mencionas, ¿qué es lo que te excita? En concreto.

Me encogí de hombros, pero Minh siguió sondeándome. Debió de suponer que yo filtraría mis propios secretos, ya que ella dejó escapar su más importante. Pero yo no tenía nada que rivalizara con la extrañeza de amar a los pies. Desde el principio, mis intereses han sido bastante sencillos. Toads musculosos, voces profundas…

—¿No tienes nada?

—¿No me dejas pensar? —Continué aplastando las bayas, tratando de encontrar alguna respuesta. Increíble, ahora pisoteaba con enojo. ¿Y qué si no tenía ninguna manía rara? Eso me hacía normal como cualquier otra persona.

Veinte minutos de salpicaduras de bayas después, me caí de la tina. Nunca imaginé que esto supondría tal esfuerzo para mi cuerpo. Poco después, otro chapoteo me dejó con las piernas ensangrentadas.

Minh parecía casi tan cansada como yo, ya que se dejó caer inmediatamente.

—Uf… A ver qué tal sabe esto… —Llevó su pie derecho hacia su rostro. Al principio, se quedó observando la planta como hipnotizada. No se parecía en nada a la mía, roja como un rubí. A pesar de eso, sonrió como una niña que abría sus regalos de Navidad.

Antes de que pudiera decirle algo, ocurrió el temido lametón en la planta. Duró diez segundos, desde el talón hasta los pies. Podía ver cada gota de rojo pegarse a su lengua mientras la boca de la chica ascendía por el pie. Una vez que llegó a los dedos, la lengua volvió a su lugar y se relamió. Pero en lugar de sentirme a punto de vomitar, me quedé boquiabierta. ¿Cómo podía ser esto mejor que beberse directamente el jugo? ¿Qué idiota querría lamerse algo de los pies?

¿Por qué hacer estas preguntas cuando estaba claro que alguien estaba dispuesto a hacer todo eso? Minh dio una segunda lamida. Incluso cuando lamió la misma parte, quedó una marcha carmesí en la planta. Necesitaría su manguera para limpiarla.

—¿Me vas a decir a qué sabe? —pregunté para intentar reírme un poco.

—¿Nunca lo probaste? Pruébalo. Lo hemos endulzado un poco. —Entonces se chupó el dedo gordo.

Por desgracia, el jugo no estaba en mis manos. Sólo en los pies. Y aunque me preocupara de averiguar el sabor, necesitaba recuperar energía.

Abrí mi celular y vi un mensaje nuevo en la pantalla, sin nombre de contacto. Parecía un número genérico, tal vez de un estafador. No obstante, decidí leerlo.

«Mamá necesita todo el jugo de bayas antes de una hora.»

Primero, ¿cómo obtuvo mi número esa niña? Segundo, ¿¡una hora!? ¿Qué pasó con lo de tener todo el día? La tensión sólo aumentó cuando vi la hora en la que se envió el mensaje: hacía 25 minutos. Me levanté de un salto y me dirigí a la manguera.

—¡Su Alteza dijo que sólo tenemos unos 30 minutos!

—¿Qué? 30 no es correcto…

—¡Ahora sí es correcto! —Vertí el agua en mis pies—. ¡Prepara las demás bayas!

Mientras Minh vertía en una segunda tina las bayas burbuja con frenesí, se me ocurrió una idea. Si pisábamos como siempre, no íbamos a avanzar en absoluto. En teoría, nuestros culos podrían hacer explotar un montón de bayas a la vez. Pero parecía haber una regla de sólo pies en esta tarea, y la tina era demasiado pequeña para que cupieran nuestros dos traseros. Dos ideas en el retrete. Y ninguna se concretaba.

—¡Ya sé! —Minh entró corriendo en el edificio, y luego salió como si estuviera ardiendo. Se me revolvió el estómago cuando vi el objeto rojo y dorado que tenía en las manos. Mientras negaba con la cabeza, ella asentía cada vez más rápido.

—Nuestro tiempo es limitado, ¿verdad? —preguntó.

—Destruiremos todo este jardín.

—No si una de nosotras se come un pedacito. ¿No te acuerdas?

Rompió un trozo del champiñón palpitante, apuntándolo a mis labios. Pero yo no quería que mi cuerpo aumentara de tamaño. ¿Ella quería que luego convulsionara de dolor otra vez?

—¡Cómetelo tú! —Le aparté la mano.

—¡Rayos, no! —Minh me dio el trozo del Mega Champiñón y se alejó—. Ya ni sé cuántas veces me he fracturado los huesos por esta cosa.

Como si yo quisiera esa sensación en mi cuerpo. Pero el tiempo corría y cada segundo que nos retrasábamos, más se enojaba Su Alteza. Así que abrí la boca, preparándome para que este Mega Champiñón me poseyera. Minh sonrió.

—¿Ves? Tú puedes… ¡MMF!

En ese instante, introduje el pedazo en la garganta de Minh. Su miedo hizo que lo tragara de inmediato. Después de un rato mirándonos fijamente, sin decir una palabra, se rascó frenéticamente el estómago.

Justo cuando gritó, un sonido burbujeante creció junto con su cuerpo. Para alguien ajeno a nuestra tierra, sería un espectáculo surrealista. Su cuerpo crecía un milímetro cada fracción de segundo. Mientras yo me disculpaba sin pausa por una pizca de aire, Minh comenzó a empequeñecerme a mí y a su jardín. Se infló como una pelota de playa, y luego su cuerpo se reajustó para adaptarse a su mayor tamaño.

Llegó a ser casi seis metros más alta que yo. Si necesitas una referencia, su dedo gordo era más grande que mi cabeza. Tan nerviosa como estaba, señalé la tina. Cientos de bayas burbuja esperaban a ser aplastadas.

—Me duele —gimió, empujando contra el techo de cristal.



—¡Más tarde, más tarde! —Salté como un insecto espástico—. ¡Aplasta estas bayas primero!

Mi corazón se hundió al ver cómo el rojo desaparecía de la cara de Minh, siendo reemplazado por un azul pálido. Maldita sea. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que comió un Mega Champiñón? Si no lograba que recogiera esas bayas ahora mismo, tendría que ser la rata de laboratorio. Y dos Toads enfermas no serían eficientes entregando esas bayas a Su Alteza.

—Vamos, ¡puedes hacerlo! —grité, acercándome a las bayas—. No pienses demasiado…

¡PLAF!

No era un aplastamiento normal. En su lugar, el jugo caliente pesaba sobre mí, además de algo más pesado. Entonces sentí que otro objeto grande me barría la cara como si quisiera pescarme. Así que esto era lo que se sentía cuando te mataba un pie gigante. Traté de liberarme mientras los dos dedos de Minh me aprisionaban el pecho bajo este mar de bayas poco profundo.

Primero le arañé el dedo. Después de fracasar, le mordí el dedo. Todavía nada. Tuve que lamerle el dedo e intentar hacerle cosquillas hasta darme cuenta de que mis esfuerzos habían sido en vano. ¿Cómo iba a manejar una pequeña Toad el pie de una giganta?

Pero pronto, la presión se aligeró. Tosí en cuanto mis pulmones pudieron aspirar oxígeno, y el cuerpo de Minh volvió a hacer de las suyas. Sus gemidos profundos, la deformación de su cuerpo y el olor a Mega Champiñón de otro mundo grabaron esta experiencia en mi mente. Nunca la había visto tan incómoda por la transformación.

Cayó de rodillas, jadeando. La cara de la pobre chica estaba tan morada como las bayas burbuja. Sólo podía dejar escapar una risita nerviosa.

—Te trae recuerdos, ¿eh?

—No chido.

—Dije que lo sentía —murmuré, limpiándome el jugo de los lentes—. ¿Necesitas algún premio?

Sin más, le metí los dedos de los pies en la boca. Estaban llenos de jugo de bayas burbuja, así que Minh pudo disfrutar del sabor todo el tiempo que quisiera. Bueno, al menos hasta que tuviéramos que irnos. Aunque los chupaba, sus ojos entreabiertos me recordaban que no le agradaban.

—Okay —dije, retirando los dedos—. Comienza a empacar todo y nos vamos de aquí.

Mientras Minh cojeaba hacia su edificio, golpeé el suelo con los dedos. ¿Qué estaba pasando? Por alguna razón, mi dedo de la mano decidió deslizarse entre mis dedos del pie no lamidos. Y entonces abrí la boca. Una vez que el jugo de fruta tocó mi lengua, me dejé caer sobre el suelo blando.

Me parecía tan asqueroso chuparme los pies, pero sabían tan deliciosos. Tan dulces… No me importaba si al lamerme la planta me caía más jugo en las mejillas. Probar este líquido de bayas burbuja era lo mejor de mi día hasta ahora. Aun así, mantuve los ojos fijos en la puerta, esperando que Minh saliera en cualquier momento. En cuanto oí siquiera un crujido, estaría de pie muy rápido.

Por unos 30 segundos más, lamí del talón a la punta hasta que la mayor parte de la sustancia estuvo en mi boca.

Ñyeec…

¡Se acabó el tiempo! Me puse en pie de un salto y corrí al lado de Minh mientras ella agitaba una gruesa herramienta parecida a una manguera.

—No te preocupes, te tengo —dije, apoyando su cuerpo.

—Ah…

—¿Qué? —Los ojos de Minh se centraron en mis pies antes de mirar a la tina con una leve sonrisa de satisfacción.

—Nada.

Mientras me relamía en silencio, me golpeó como un ladrillo. Mi lengua. Debió de cambiar del rosa al morado y, como una tonta, abrí la boca primero. ¿Y qué? No estaba lamiendo mis pies porque me divirtiera como una loca. Lo único que quería era probar el jugo de bayas. Nada más.

Volví a mirarme el talón, viendo una brizna de jugo en su parte posterior antes de ver cómo manchaba mis piernas. Si quería ser más sutil, debería haberme limitado a chuparme los dedos.

Sin embargo, logramos que los jugos estuvieran empacados, etiquetados y listos para ser enviados. Por desgracia, el tiempo nos obligó a llevar estas cajas al castillo a toda prisa. No sólo tuvimos que hacer este viaje bajo el calor doloroso, sino también en chanclas.

—¡Ay! —Minh se quedó rezagada detrás de mí, haciendo frecuentes pausas para referirse al dolor de su cuerpo.

—Piensa en algo positivo —le sugerí—. Como que vas de camino a ver a un guapo masajista.

A pesar de ello, me alcanzaría por una razón. Como aún quedaban restos de jugo en mis pies, incluso después de lavarlos con una manguera, mis chanclas se negaban a soltarse. Era como caminar sobre barro, y el Sol sólo intensificaba la pegajosidad. Al menos Minh pudo disfrutar de una vista hermosa.

—Sabes, aún me alegro de que descubrieses mi fetiche.

—¿En serio?

—Quiero decir… —Levantó la cabeza—. Tengo veinte veces menos estrés que cuando lo escondía cerca de ti. Además, puedo hablar abiertamente de esto con la hija de Su Alteza. ¿Qué puede haber que no me guste de eso?

La vida era como un interminable armario para ella. Nunca olvidaré la noche en la que me llamó, lamentándose de que sus padres descubrieran otro secreto suyo. Sabes, ser incapaz de resistirse a cierto género. A pesar de que me burlé de su fetiche por los pies en las últimas semanas, aún le parecía excitante que yo lo supiera. Mientras estuviese animada y no se volviera demasiado espeluznante, todo estaría bien.

—¿Por qué no se lo dices a todo el mundo? Si te hace feliz…

—Aún existen cosas que no necesito que sepan todos, Toadette.

Después de soltar las cajas, Su Alteza observó cómo un Toad medía sus dimensiones y pesos. Si algunos cálculos estaban mal, me arrancaría las trenzas.

—Todo cuadra, alteza.

—Excelente —dijo la princesa—. Llévenlos a la cocina.

Unos cuantos Toads más ayudaron a levantar las cajas y Su Alteza me dio una palmadita en la cabeza. Juro que a esta señora le gustaba tocarme más que a su propia hija.

—Una vez más, tus habilidades de no adoración son más notables que tus habilidades de adoración. Pero, eventualmente, mejoraremos esas habilidades.

—Gracias, alteza. —Darle las gracias me ponía enferma.

—Y buen trabajo, florista, por ser tan eficiente bajo un límite más estricto.

¿Qué? ¿La persona que no era yo obtuvo más mérito? Minh aceptó el cumplido con una gran sonrisa y una carcajada, dando las gracias a la princesa de todo corazón. Pero yo sólo miraba con incredulidad.

—¿Tiene más tareas para mí hoy, alteza? —pregunté.

—Tal vez.

Esas palabras sembraron el terror en mi alma.
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