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Rated: 18+ · Book · Erotica · #2321597
Como nueva esclava de los pies de Peach, la vida de Toadette se da un giro emocionante.
#1075394 added August 17, 2024 at 11:52am
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Capítulo 41 - Mi primer footjob
Mis planes para el domingo se centraban en el hotel. Después del lío de ayer, agradecí un día de paz. Por eso, esta mañana decidí no molestarme en quitarme el pijama. Bueno, me puse unos shorts, ya que nadie necesitaba ver mi trasero por los pasillos.

La primera mitad del día la pasé con Minh. Ver la tele era sencillo y, francamente, algo que podíamos hacer en nuestras casas. Pero que técnicamente estuviéramos de vacaciones no significaba que tuviéramos que pasar cada día haciendo algo nuevo. No, sólo la mayoría de nuestros días. Además, era tranquilizador sentarse a su lado y ver lo mal que lo hacían los concursantes en este programa de Chuck.

Pero, si yo estuviera en él, probablemente también me habría equivocado en mis respuestas. El sonido seguía desvaneciéndose desde que cierta Toad masticaba malvaviscos con el volumen de un tren.

Por si fuera poco, cuando la miraba, veía dónde colocaba los malvaviscos sobrantes. Con la chica en chanclas dentro de casa, imagina dónde terminó la comida. Debía de estar tomándome el pelo. ¿Por qué si no iba a apretar tan deliberadamente los dedos de los pies para aplastar ese malvavisco? Con la luz que inundaba la habitación, sus brillantes uñas jugaban con mi corazón. Todo esto era demasiado conveniente.



Como fue ella quien trajo la comida hasta aquí, sus pies estaban ligeramente húmedos. Sin embargo, en vez de tener mi lengua en una posición buena de lamer esa delicia, ella estaba dándoles todo el amor a los malvaviscos, seres no vivos a los que no les importaba en lo absoluto cómo los trataba.

—Estoy celosa —murmuré.

—¿De qué?

—¿Eh? —¿De verdad oyó eso?—. De nada. No te preocupes.

Se quitó el malvavisco de debajo de los dedos de los pies. Entonces, como si hubiera interpretado correctamente mi expresión de envidia, ¡su mano voló en mi dirección! Y subió rápidamente, lanzando la golosina blanca por su boca. ¡GAH! Y su cara era irritantemente alegre.

—Si te quedas ahí sentada, no va a quedar ni un solo malvavisco, ¿me entiendes?

Claro que lo entendí.

Después de decirme eso, Minh tomó dos malvaviscos más y los colocó entre sus pies y las sandalias. Si todo hubiera acabado ahí, no habría sido digno de mención. Pero cometió un error crucial o tomó una decisión consciente. Sus pies se deslizaron hacia mí y ahora estaban a punto de hacerme cosquillas en las piernas extendidas. Los cruzó en los tobillos, abriendo los dedos para que los malvaviscos pudieran respirar.

¿Una invitación? Pues sí. Minh no era de las que se burlaban así sin querer algo de acción caliente. Ahora yo tenía la excusa perfecta.

¡Slurp!

Me puse un malvavisco en la boca usando sólo los dientes. Ah, y un poco de lengua para deslizarme por sus dedos en el proceso. Mientras masticaba, esperaba su gran momento. El momento en que saliera y dijera: «Ya sospechaba que te gustaban los pies, Toadette».

—¿Qué estás haciendo? —Retrajo las piernas muy deprisa—. Eso era mío.

—¿Lo era? —Casi escupo el malvavisco antes de darme cuenta de lo asqueroso que sería—. Lo siento. Parecía que estaba jugando conmigo.

—¿Jugando?

—Cuando acercas tanto tus pies a mí, ni siquiera sé qué estás pensando ahora.

—Ah, ya veo. —Agarró el malvavisco restante, tragando su sabor ahora más rico—. Es que me encanta sentirlos bajo mis pies. Pero está bien. Todavía nos queda un bol entero.

—Jeje…

Sí, un movimiento estúpido, Toadette. Pero, ¿podías culparme cuando Minh siempre parecía querer seducirme con sus pies? Por suerte, su atención se centraba más en la tele que en mí, así que estaba claro que no le importaba tener secretos conmigo. De momento. Al menos tuve una buena vista de sus dedos separados antes de que los metiera más cerca.

Hmm… Los pies le daban a este malvavisco un sabor un poco más dulce. No sé si mejor o peor, porque me hormigueaban los dientes.

Aunque pasé la primera mitad del día con Minh, y luego entregué brevemente todos esos dulces a Penélope, me aislé por la noche. Principalmente, paseé por la zona trasera del hotel, haciendo un poco de ejercicio mientras contemplaba el paisaje. En contraste con la jungla urbana que rodeaba las instalaciones, esta zona contenía montones de césped natural y una gran piscina, una vista que me recordaba más a Ciudad Toad. Aunque no me metí en el agua, me quedé de pie junto a la barandilla metálica durante un tiempo incontable. Contemplar las llanuras cubiertas de hierba mientras la brisa del atardecer me rozaba la cara tranquilizó mi ser. Te dicen que la meditación es importante, pero hay formas de calmar los nervios sin adoptar poses cómicas.

—No te he visto en todo el día —me dijo una voz familiar—. ¿Por qué?

—Hemos seguido tu consejo. De nada.

—¿Cómo está?

—Está bien. Minh no es de las que guardan rencor por mucho tiempo, ¿sabes? Ni siquiera estuvieron enojados el resto del día.

—Cada vez que sucede eso, me siento sucio al día siguiente. Otra razón para no casarme, ¿eh?

—Podrías ser una persona decente. ¿O quizás eso sea demasiado agotador?

—Soy decente. —Se oyó un suspiro—. La parte bromista de mí no se puede eliminar.

—No sabía que bromista era igual a gilipollas. —Me volví hacia el capitán Toad. Sorprendentemente, hoy iba vestido como un capitán. Parecía preparado para adentrarse en la sabana con su ropa beige y su linterna frontal—. ¿Qué? ¿Tienes algún comentario extra para mi cuerpo o algo así?

—No. —Juntó los dedos, mirándose los pies—. Pero no me importaría volver a ver a tus amigas lechosas.

¡Ja! Como si fuera a darle una oportunidad. Me subí a la barandilla.

—Ya que te tengo hablando, ¿me dices algo?

—Algo.

—Jaja, listillo. ¿Por qué tienes tanto miedo de lamerle el pie a alguien?

—Ahí te paro, mujer. Prefería no…

—¡Responde a mi pregunta! —Me acerqué más—. Es simple.

—Me estás pidiendo que reviva un trauma. —Se cruzó de brazos. Vaya, este personaje cambiaba a menudo de actitud. En un momento actuaba como una autoridad. Al siguiente, actuaba como un bobo inmaduro de la escuela. Como mis lloriqueos no le llegaban, me acerqué aún más. Tan cerca que mis labios se pegaron a un lado de su cara.

—¿Y si te dejo ver a mis amigas? —Moví las tetas.

—Hace seis años —dijo, cobrando vida mágicamente mientras nos sentábamos en la barandilla—, me encontraba en una misión de entrenamiento en la Isla Lavalava. Me mandaron a la selva para rescatar a cinco niños Yoshi y traerlos de vuelta sanos y salvos. Logré encontrar a los primeros cuatro en un tiempo récord. Rojo, verde, morado y azul. Pero ese maldito amarillo resultó ser un hueso duro de roer.

»Lo busqué por todas partes. En la hierba, en mi culo, pero no quería que lo encontraran. Así que supuse que tenía que estar en el árbol del cuervo. Después de cortar un trillón de lianas para localizar el punto de acceso al árbol y poder escalarlo, ¡ZAS! Caigo hacia delante, con el machete desgarrando mi ver…

—¿Qué? —Le tapé la boca con una mano—. ¿Por eso dijo que tienes la verga pequeña? ¡Ay, ¿qué carajo!?

Recibir una bofetada de alguien de mi tamaño me devolvió a los días de colegio. Pero perdona… ¡JODER! ¿No podía ser suave?

—Desgarró mi verde diccionario. El de bolsillo que necesitaba durante el entrenamiento. Pervertida.

—¡Mira quién lo dice!

—¿Dónde estaba? Ah, sí. Después de sobrevivir a aquella dramática caída, me levanté rápidamente, preguntándome con qué había tropezado. Era demasiado blando para ser corteza de árbol. Al principio, pensé que había sido mi capitán, que me estaba tomando el pelo. Pero, jeje, al capitán no lo habrían pillado ni muerto con manchas rosas y pelo esponjoso.

—Ella. ¿Fue durante el verano?

—Más tarde me dijo que estaba en un viaje de investigación sobre plantas extrañas. Cuando la vi por primera vez, no era tan linda como ahora. Parecía como si alguien le hubiera inyectado jugo de bayas burbuja. Tenía la piel tan morada que podría haber pasado por un cadáver. Por suerte, el capitán Toad le encontró el pulso y decidió ayudarla.

»Pero no tenía radio, ya que se trataba de una misión en modo difícil. Y peor, cuando le quité la camiseta, T. Minh estaba cubierta de docenas de marcas de mordiscos. Las afiladas marcas de un Arbusto M.

—¿Las plantas venenosas? —pregunté, con los ojos fijos en cómo colgaban sus piernas mientras hablaba.

—Plantas venenosas asesinas, teniendo en cuenta que pueden afectarnos gravemente a los Toads. Y lo peor de todo: no tenía equipo antiveneno, ya que la misión no lo requería. En ese momento, el pánico se apoderó de mí. No podía permitir que esta chica muriera en mi guardia, y si la dejaba atrás…

»Sabía que el veneno de los Arbustos M. se acumulaba en los pies después de recorrer el cuerpo. Por lo tanto, era posible succionar el veneno a través de sus pies. Era mucho asqueroso, pero todo verdadero soldado protege a quien encuentra. Así que di la vuelta a T. Minh y le quité las chanclas.

¿Llevaba chanclas en la selva? Dios mío…

—Sus pies no sólo estaban más negros que un vertido de petróleo, sino que también despedían un olor fatal. Como el peor de los céspedes cortados mezclado con una pizca de pie de atleta. Sin embargo, no me amenazaban. El último mes, había pasado por una mazmorra hecha literalmente de excrementos, así que estaba preparado para enfrentar cualquier cosa.

»Eso pensaba.

»Siendo el Toad valiente y encantador que era, me metí su pie derecho en la boca y lo chupé.

»Durante ese segundo inicial, todo fue bien. Y mi lengua empezó a sentir cosquillas. Luego, se volvió más pegajosa de lo habitual, crujía un poco y ¿por qué se movía tanto? Aun así, seguía chupándole los dedos para extraerle el veneno del cuerpo. ¿He mencionado que sus dedos eran bastante gordos? Tenía unos dedos realmente carnosos esta chica.

»En cuanto tuve la boca llena, escupí. Pero en lugar de ver veneno incoloro, dime por qué había un motón de insectos en mi charco de saliva. Incluso volviendo la vista a sus pies, había pequeños bichos atrapados entre sus dedos, aglomerados allí en trozos. Algunos muertos, ¡unos cuantos retorciéndose! ¡Vivos! Y todo porque esta puta tonta había decidido ponerse chanclas como si estuviera en la Isla Delfino. Se le pegaban a los dedos porque tenía esa mugre acumulada entre ellos. ¿Por qué no me detuve? No lo sé, ¡estupidez! Sólo quería salvarle la vida, pero joder, Toadette, ¡estaba arriesgando mi propia vida en el proceso!

»Diez minutos. Diez minutos de chupar veneno y escupir bichos antes de poder garantizar que estaría bien. E incluso después de salvarla, estuve tosiendo pequeños escarabajos lo siguiente…

—¡Cállate! ¡Que te calles!

¿Esto era una película de terror? Ahora que lo sabía, sentí la necesidad de revisar entre los sucios dedos de los pies de todo el mundo. Porque si un mar de bichos acababa en mi boca, mordería una manzana venenosa para terminar mi juego en el acto.

—¿Por qué te sonrojas? —me preguntó, enarcando una ceja.

—¿Me estoy sonrojando? —Me palpé las mejillas como una idiota—. No lo sé.

Definitivamente, no era porque me estuviera imaginando en la posición del capitán Toad. Sólo que en lugar de succionar los insectos de los pies de Minh, lo máximo a lo que me enfrentaría sería a un montón de sudor. Tampoco fue porque pensara en lo enrojecidos y doloridos que habrían estado los pies del capitán. No, era un hombre. Aunque sus pies fueran un poco bonitos, yo seguía siendo mejor que esto.

—No entiendo cómo acabaste siendo su amigo después de eso —dije.

—La vida actúa de formas misteriosas. —Me pinchó el pie descalzo con el zapato—. Mira, tus pies están bien, pero prefiero no tenerlos en mi boca.

—¿Y si quisiera los tuyos? —Habla con cuidado, Toadette—. No, quiero decir, ¿y si quisiera que olieras los míos? Hablo hipotéticamente.

—Tu fetiche se está notando mucho, novata. Pero probablemente. El mayor capitán Toad puede soportar cualquier olor, y si olieran a rosas, ¡muac!

—No tengo fetiches, pero lo tendré en cuenta. —Justo cuando me descolgué de la barandilla, me agarró del brazo.

—Tetas. Ahora.

Uf, ¿¡de verdad que no podía haberlo olvidado!? Mientras no durara más de unos segundos, mostrar mis tetas al mundo no me haría daño. Primero me aseguré de que no había nadie mirándonos. Hasta ahí, todo bien. Me subí la camiseta. Ningún sostén protegía mis pechos hoy, gracias a mi falta de voluntad para cambiarme de ropa. Felicidades, capitán. Lograste tomar el atajo para ver mis nerviosos pezones.



Pude ver destellos en sus ojos. La forma en que se apresuró a acercarse a mi pecho fue como la de un niño corriendo hacia un árbol de Navidad.

—Ahora, éstas me impedirán hacer mi trabajo. ¿Puedo chuparlas?

—¡No!

—Tengo sed —cantó, rozando mi cuerpo.

—¿No ves la luz roja gigante que te estoy dando?

—Rojo significa «vamos» en mi mundo. —Me agarró por los costados y, antes de que pudiera apartarlo, ¡ya me había rodeado el pezón con los labios!

Apenas comenzó a succionar, mi cuerpo activó sus instintos naturales de lactancia. Como esto también activó algún elemento paternal en nuestro cerebro, ser agresiva con el Toad era imposible. Que te saquen la leche es como si te sedaran. Me pasó la lengua por la teta durante un minuto ininterrumpido antes de apartarse.



—¡Mmm! ¡Fresas cremosas! Sabía que aún tenías sorpresas para mí, novata.

Me dejó la cara sonrojada y el cuerpo tambaleante. En cuanto mi camiseta cayó sobre mis tetas, apreté los dientes.

—¡Te juro que la próxima vez que te vea, te voy a sacar tanta leche que te sentirás como una vaca! —Si antes nadie nos miraba, ahora mis chillidos nos llamaron la atención. Su cara se unió a la mía en el concurso «Quién puede parecer más rojo».

—Cásate conmigo.

—¡Buenas noches!

No miré hacia atrás. Ni siquiera pudo olerme un pie por dejar que me violara. Como mínimo, se me pasaría el mareo en media hora. Pasé el resto de la noche dentro del edificio, y finalmente me metí en la cama hacia medianoche. La dormilona Minh nunca se dio cuenta de que había vuelto a la habitación tan tarde, ni sintió la humedad en las plantas de los pies.

— LUNES: 8 días antes del festival —


—¡Despiértense!

Impresionante cómo la voz de Penélope viajaba a través de las costosas paredes del pasillo. ¿Podría alguien darle un vaso de limonada para secarle las cuerdas vocales? Ya la escuché 50 veces diciéndonos que nos levantáramos. No necesitaba un 51º recordatorio.

Opté por un equilibrio suave en la ropa, con mallas negras en lugar de jeans y una camiseta blanca arrugada. No se puede estar demasiado guapo en esta ciudad. Minh simplemente tardó demasiado en vestirse. Mientras yo me había puesto los tenis, ella apenas empezaba a cepillarte los dientes.

—No tienes prisa, ¿eh?

—Son las siete de la mañana —gimió, escupiendo en el lavabo—. Suelo estar dormida a esta hora.

—Al final te adaptas. Nos vemos abajo.

Después de tomar el ascensor local y luego cambiar al exprés, fui al vestíbulo de la planta baja donde Su Alteza me esperaba en una alcoba. Y como llegaba a tiempo, no pude esconderme detrás de los demás Toads. Sabía que iba a encomendarme una tarea concreta. Al fin y al cabo, yo era su chica de los recados. ¿Qué humillante tarea sería esta vez? ¿Limpiarle los pies? ¿Pulirle los zapatos? Estaba hablando cuando la alcancé.

—Puede que los fuegos artificiales de este tamaño entrañen riesgos, pero me han asegurado que son mínimos. Nuestros queridos científicos parecen estar de acuerdo. Así que, Toadette…

—Tengo que ir a buscarlos, ¿no?

—¿Me has cortado?

—No. —Y la somnolencia de mi cuerpo se marchitó de inmediato—. ¡No! ¿Sí? Lo siento.

—No te pongas demasiado cómoda. —Volvió a sonreír—. Penélope te acompañará.

—¿Usted me extrañó? —A la gente le gustaba demasiado acercarse sigilosamente a mí. Al menos Penélope iba decentemente vestida hoy. Llevaba zapatos, no andando como si fuera una vagabunda.

—Estamos esperando a T. Minh, alteza —dije, dándome la vuelta.

—No, sólo están tú y Penélope.

—¿Por qué?

—Ay, me interrumpes, haces demasiadas preguntas innecesarias. Necesitas otra lección de disciplina.

Penélope me apartó de los demás antes de que algo grosero pudiera salir de mi boca. Probablemente para bien.

Pero tras pasar junto a un montón de gente en la acera, recordé que yo era la segunda madre de esta niña. Si alguien iba a llevarla de la calle, tendría que quitármela de la mano sudorosa.

—¿Alguien se pregunta por qué tienes el mismo cabello que tu mamá? —pregunté—. ¿O por qué tu nombre también empieza por «P»? ¿O por qué sus pieles, ojos y prácticamente todo coinciden?

—¿Qué quiere decir? —Estaba visiblemente desconcertada.

—¿Nadie sospecha que eres su hija? Quiero estar segura de que no te conviertas en un blanco fácil para un secuestro, ¿entiendes?

—Me dicen que soy hermosa. Y si alguna vez preguntan, y lo han hecho, les digo que disfruto haciéndome pasar por la princesa Peach.

—Bien, ya tienes una excusa. —Lo decía sinceramente—. ¿Te dijo adónde vamos?

Penélope se detuvo y sacó una nota dorada del bolsillo. ¿Estuve mal por reírme de cómo entrecerraba los ojos intentando leer lo que ponía? Probablemente era la cursiva demente de Su Alteza lo que confundía a la niña, pero parecía como si estuviera en una profunda ecuación geométrica.

—Necesitamos unos fuegos artificiales más grandes que nunca para el Festival de las Estrellas de este año. Por desgracia, no podemos hacer envíos regulares de ellos. Tienes que encontrarte con un mercader en el callejón cercano a la avenida Floruga. Si te pide algo a cambio, tendrás que pagarlo. No me decepciones, Toadette.

—Esta puta es turbia…

—¡Señorita! Le lavaría la boca si dijera eso delante de ella.

—¿Cómo? ¿Lavarme la boca con su pie? —Agarré la mano de la niña y seguí adelante—. Ni siquiera sé dónde está este lugar. Tendremos que encontrar un mapa o…

Un agudo silbido llegó desde mi lado.

—¡Taxi!

En el océano de tráfico, ni siquiera noté los taxis que se sumaban a la contaminación. Pero, efectivamente, uno se detuvo a nuestro lado sin pasajeros. Penélope me sonrió y se subió al auto.

En cuanto entré, un vaho caliente de ambientadores me golpeó al mismo tiempo. Por lo menos el carro no olía a algo terrible, pero ¡qué asco! ¿Cuántos ambientadores necesitaba un tipo para estar satisfecho? Además, su selección musical podría haber sido mejor. No necesitaba que me arrancara la mañana con un ruidoso ritmo de hip-hop.

—¿Adónde van?

—A la avenida Floruga —tosí.

¡VRUM!

Sin un segundo de respiro, el carro arrancó. Me agarré al tirador de la puerta, ahora temiendo por mi seguridad. Las calles no estaban sólo un poco congestionadas. Los carros se rozaban entre sí, y nuestro conductor se abrió paso entre varios de ellos, incluyendo camiones ya en movimiento. Si algo horrible sucedía, sería mi culpa por escuchar a Penélope.

Mientras atravesábamos a toda velocidad Ciudad Champiñón, Penélope decidió que era un buen momento para quitarse las sandalias. Y al hacerlo, cruzó una pierna sobre la otra, haciendo que su planta mirara en mi dirección.

El sudor de mi frente no podía ser más denso.

Antes, nunca presté mucha atención a los pies de Penélope, excepto que estaban bien cuidados. Eso seguía siendo cierto hoy, especialmente porque las uñas de sus pies tenían un acabado blanco cremoso. Sin embargo, los pies de Penélope no sólo estaban bien cuidados, sino bonitos. A pesar de lo mal que sabía que estaba, por mucho que quisiera dejar de mirarle el pie, no podía. ¡Maldita sea, Penélope! ¡Cálzate!

—Éste no es tu coche. Ponte los zapatos —le dije.

—Estoy bien. Gracias.

Nuestra relación era rara. Era una simple niña, pero en realidad, como hija de Su Alteza, yo trabajaba para ella cuando quería. Pero a pesar de la gran diferencia de edad entre nosotras, seguía siendo su superior porque tenía que cuidar de ella. Esta dinámica de poder fluctuaba constantemente, ya que algunos días me hacía caso, pero nunca lo necesitaba oficialmente.

Al final del trayecto de once minutos, juraría que su pie rozó mi rodilla. Apenas hizo contacto, pero la ligera sensación y su planta me hizo sudar más. Mi mente estaban tan sobreestimulada que no entendí de inmediato que le había dado al conductor más dinero del necesario. Cuando me di cuenta, ya se había largado y nos había dejado en la calle.

—La avenida Floruga —dije, limpiándome la frente—. Más vale que aquí no haya ninguna Floruga de verdad.

—¿Las orugas amarillas? Son simpáticas.

—Asusta a una y dime con cara seria que son simpáticas.

La calle estaba llena de basura, un tema recurrente en este lugar. Había bolsas de basura, periódicos volando y farolas dobladas como si se hubiera fundido el acero. Aunque pudimos avistar varias especies aquí, irónicamente no había Florugas a la vista. Por otro parte, el callejón oscuro y ominoso debía de estar repleto de sorpresas.

—Vamos a ver. —Apreté más fuerte la mano de Penélope. Incluso siendo de día, este espacio me daba escalofríos. El callejón se tragaba la luz cuanto más nos adentrábamos, recordando al Bosque Eterno.

—Me arrancará la mano.

—Mejor yo que otra persona, niña. Tu mamá no tuvo la amabilidad de decirnos a quién veníamos a ver…

—Tengo algo que podría interesarte…

Sabes, cuando era niña, me enseñaron a evitar a los extraños. Luego aprendí que debía interactuar más con ellos. Algunos me ofrecían dinero, otras herramientas de supervivencia, pero al menos parecían personas normales.

Todos eran un millón de veces menos espeluznantes que este tipo. Cualquier hombre envuelto en una gabardina negra con una máscara en la cara hacía saltar las alarmas en mi mente. Hablaba con voz ronca y una postura encorvada, llevando una bolsa enorme a la espalda. Esta persona consiguió que el ambiente pasara de ser incómodo a aterrador.

Podía oír cómo le temblaban las piernas a Penélope, y veía que no le importaba que le aplastara la mano ahora. Pero, aunque su nivel de miedo no fuera alto, no iba a confiar en una niña para que se comunicara por mí. Me acerqué al mercader y adopté un tono amable.

—Me dijeron que usted está vendiendo unos fuegos artificiales gigantes, señor.

—Ah, ¡una elección impresionante, extranjera! Son más inestables que las piernas de tu hija. Aunque, cuando estallen, se grabarán en tus recuerdos como nunca antes.

—Sí… —Esa descripción no era en absoluto desconcertante—. Quisiera tenerlos.

—No tan rápido, extranjera. Primera tengo que saber qué vendes.

—¿Qué vendo?

El hombre abrió su gabardina y exhibió una variedad de objetos. Entre muchas cosas, las minas me pusieron más nerviosa. Parecía ser el tipo de persona que iba a explotar a matar a todos los que estuvieran cerca. ¿Por qué, alteza, nos envió a este viaje?

—Por estos fuegos artificiales, tienes que hacer un intercambio, extranjera. El dinero no basta. Objetos.

¡Ya es suficiente con llamarme «extranjera»! ¿Qué teníamos que negociar con este tipo? Siguiendo el consejo de Minh, mantuve al mínimo mis pertenencias de valor. Y viendo lo poco profundos que eran los bolsillos de Penélope, sabía que no tenía nada que darle. Genial, llegamos a un punto muerto, y mi risita no alivió la tensión.

—Lo siento, señor, pero no tengo mucho que ofrecerle. ¿Puedo volver más tarde?

—Pero sí que tienes algo. —Señaló el suelo con la mano vendada. Una vez allí, sus dedos apuntaron directamente a mis pies.

—¡Acabo de comprarme estos zapatos! —Adiós al tono amable—. Si cree que voy a renunciar a mi ropa, está más loco de lo que pensaba.

—Los zapatos no, extranjera —dijo, riendo lentamente—. Hazme un servicio placentero con tus pies, y los fuegos artificiales serán tuyos.

No sabía qué me enfurecía más. El hecho de encontrarme en la situación o el tiempo que tardé en atar cabos. Cuando me di cuenta de lo que quería decir, mi rostro se contorsionó en una máscara de puro asco y horror. Una que la joven mente de Penélope no tenía forma de comprender.

—¿¡Qué está diciendo!? ¿Quiere que te masturbe con mis pies?

—Servicio. Placentero. Extranjera.

—¿Masturbe? —preguntó Penélope.

—Olvídate de esa palabra, Penélope —le dije—. Maldición… Si es la única manera, no tengo opción. Pero me quedo con los calcetines puestos, señor.

—Como tú gustes.

El sucio humano empezó a ajustarse la ropa. Al mismo tiempo, me quité los zapatos, temblando. Ver a Penélope empeoró la situación. No sólo estaba a punto de hacerle una paja con los pies a un asqueroso cualquiera, ¡sino que la hija de Su Alteza estaba a mi lado! Piensa, Toadette. ¿Cómo distraes a una niña tan estúpidamente curiosa que había entrado en un bosque mortal?

—Penélope, ve a mirar la pared sin parar. Y cúbrete los oídos, por favor.

—Pero entonces no podré mirar. —Volvía su tono quejumbroso—. Eso es aburrido.

—Lo sé, pero tienes que hacerlo por ahora.

—No, no quiero…

—¡A la pared, ya! —Levanté la mano, haciendo que se estremeciera y retrocediera a trompicones—. ¡Y no me hagas repetirlo!

En cuanto mi madre interior se escapó, corrió hacia la pared de ladrillo y se tapó los oídos. Quizás me alegró verla obedecer mis órdenes, para variar, pero hubiera prefería no tener que gritar como lo haría mi propia madre.

Podría hacer que esto durara unos cinco minutos si… puaj… lo complacía lo suficiente. Pero nunca antes había hecho que un hombre se viniera. Lo más cercano fue cuando T. Russ me tocó los pies en la sesión de sexo más incómoda de la historia, pero ni siquiera en ese momento fui yo quien chupó su repugnante pene. Hoy mis pies tenían la tarea de tratar una verga como si fuera un acelerador torcido.

Al menos con estos calcetines, no tendría que sentir su… ¡No! Sólo pensar en el líquido me provocaba náuseas.

—Aquí estoy, extranjera.

Puedes hacerlo, Toadette. Los penes no son mortales. Un humano no puede infectarte por contacto con los pies…

¿Por qué cerrar los ojos? Tendría que mirar, pasara lo que pasara. Al girar en su dirección, el mercader se sentó en el suelo con las piernas abiertas. Aún llevaba la gabardina, pero se había bajado la ropa interior para dejar al descubierto dos piernas asquerosamente peludas. Eh, imbécil, ¿alguna vez has oído hablar de las cuchillas de afeitar?

Pero más allá de eso, su grotesca verga alcanzó su máximo estado de erección. A simple vista parecía cortada, lo cual me parecía bien. Cualquier cosa era mejor que esas vergas elefantiásicas sin cortar. Y si pensaba que sus piernas tenían un vello intenso, sus pelotas eran una sola bola de pelusa. Eran tan negras que podrían pasar por albóndigas peludas.

Se disparó mi apetito.

—Lo puedes, chica —murmuré. Después de sentarme delante de él, pasé torpemente el pie derecho por encima de su verga—. ¿Y ahora qué?

—Mira y aprende, extranjera.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al sentir sus manos frías sobre mis calcetines. Eran tan frías que podía percibirlas a través de la tela. De repente, apretó mis pies, haciéndolos palmotear un poco. Entonces, cuando la presión se hizo más fuerte y se pegaron como la mantequilla de maní y jalea, su pene hizo su movimiento.

Chocó contra los lados de mis pies una vez, y luego se frotó cuidadosamente entre ellos. Por suerte, los calcetines no podían transferir la sensación de su pene sucio a mi cerebro. Sin embargo, no podían filtrar las dimensiones de su pene, y éstas me hicieron jadear. En primer lugar, era larga, mucho más de lo que esperaba. En segundo lugar, también era un pene grueso; tenía más carne que un pavo relleno.

¡Deja de pensar en comida, tonta!

Cada vez que se sacudía, esa sensación también se transmitía. Y como mis calcetines negros eran bastante finos, cuanto más empujaba, más sentía como si no existiera ninguna barrera entre mis pies y su pene. Tras unas cuantas caricias lentas, mis ojos se desviaron hacia el cielo.

—Así, extranjera —dijo el mercader—. Mantén el movimiento y estás lista.

Ahora me soltó los pies, y mis piernas continuaron automáticamente el gesto de arriba abajo. Entonces, me vi obligado a mirar, ya que necesitaba seguir la verga. ¡Qué asco!

—¿Cómo es esto? —Cambié ligeramente de posición al cabo de un minuto, empezando a doblar los dedos.

—¡Eres una superdotada para esto, extranjera!

No sabía si era bueno o malo, pero al menos terminaría pronto si mis piernas aguantaban. Según los videos para adultos que veía cuando era joven, los hombres tardaban una eternidad en llegar al clímax. Una verdadera eternidad.

—Para alguien con tanto talento como tú, seguro que mantienes los pies como una profesional.

—Depende de a quién pregunte…

El mercader me agarró por los tobillos, masturbándose manualmente de nuevo. Sinceramente, éstas eran las mejores partes de esta miserable experiencia. Podía sentarme y desconectar mientras este engreído practicaba sexo con mis pies. Nunca me imaginé estar haciendo esto en Ciudad Champiñón, pero ¿realmente había previsto algo de esto? ¿Desarrollar un pequeño fetichismo por los pies, chuparle los dedos a Minh en un cine, tratar con una familia del crimen en una sala de juegos o hacerle una paja con los pies a un tonto en un callejón? No, por supuesto que no.

Para normalizar un poco esta situación, necesitaba hacer un truco mental. Uno más duro que cuando la mujer Boo me poseyó.

—Ah… —Mi voz bajó hasta casi el silencio—. ¿Te gusta, capitán?

Aunque al chico no le gustaran los pies, era el Toad macho con el que había interactuado más recientemente. Teniendo en cuenta que este mercader tenía pene, imponerle el capitán Toad era lo más lógico.

Y vaya si esto supuso un mundo de diferencia. En lugar de ser un bebé miedoso, imaginé al capitán como un Toad de voz más grave y fuerte. Alguien con un poco de pelo en el pecho y que podría defenderme físicamente en una pelea. Escuchar sus leves gemidos y quejidos me inspiró para recuperar el control de esta sesión de pajas.

—¡Ahora yo soy la capitana! —¿Sabes cómo puedes pedalear tan rápido en una bicicleta que tus pies se convierten en un cómico borrón? Mis pies se parecían perfectamente a eso mientras frotaban el magno curvado de este Toad. Ni siquiera la tela de mis calcetines me frenaba; me había vuelto inmune a la fricción. El jadeo del capitán Toad se hizo más fuerte, pero mis pies seguían golpeándolo más rápido de lo que él podía respirar. Mírame…

Tirando los calcetines al viento, tomé su miembro con los dedos limpios. Gritó, posiblemente de dolor, pero pronto se convirtió en un torrente de placer. Ni siquiera él podía negar que le estaba dando placer, fan de los pies o no. Mis dedos con su esmalte ébano tiraban de su pene como si fuera arcilla moldeable. Cada fuerte jadeo de su cuerpo me hacía sonreír una milla entera.

—No sabía que alguien como tú pudiera volverse tan débil bajo mis pies.



No pude evitar que mi mano viajara hasta mi entrepierna en ese momento… Aunque no entró en mis pantalones, me masajeé furiosamente a través de las mallas. Ah… Joder…

Con tantas palmadas en el pene, el capitán Toad no pude contenerse más. Un gemido fuerte escapó de sus labios cuando mi pie golpeó su mango con fuerza. Entonces, como un buen chico, soltó sus fluidos corporales sobre mis pies. Mientras más semen salía, seguía estimulando su verga, permitiendo que la sustancia blanca se esparciera por todas partes. En ocho largos segundos, estaban sucios y calientes mis pies. Todo gracias a un Toad tan adorable como molesto.

Cuando dejó de respirar, dejé de masturbarme. Aunque fuera decepcionante no poder tener mi orgasmo, Penélope seguía aquí. Teníamos que ponernos en marcha.

—¡Un show impresionante, extranjera!

Sin más, pasé de un hermoso sueño a una deprimente realidad. Mientras miraba el desastre que tenía en los pies, se me encogieron las pupilas. Esto no era el esperma de un Toad. ¡El espeluznante mercader se vino por todos mis dedos pedicurados!

Antes de que mi reacción pudiera agriar el trato, mantuve mi sonrisa turbada.

—Y ahora, ¿los fuegos artificiales?

—Te los has ganado, extranjera. —Como un mago, sacó una pesada caja de su gabardina. No era nada ligera, pues pesaba casi veinte kilos—. Vuelve cuando quieras.

—Que tenga un buen día —dije dulcemente, levantando a una Penélope agazapada. Por fin podíamos volver a disfrutar de la luz del sol.

—Me pregunto lo rápido que podré llamar a un taxi esta… —Se interrumpió—. ¿Qué está haciendo?

—¡Algo relacionado con los adultos, chica! —Usé mis calcetines como servilletas para limpiarme el semen de los pies, pero resultó ser más difícil de lo que pensaba. ¿De qué demonios estaba hecho? ¿De jarabe? Cada vez que creía que avanzaba, acababa esparciéndolo aún más.

—Jejeje… Y yo que pensaba que sólo salía pipí de las herramientas de los chicos.

—¿¡No te dije que no miraras!?

—Cuando gritó: «Ahora yo soy la capitana», supe que tenía que mirar.

¡Mocosa! Tiré los calcetines en un basurero y luego me puse los zapatos. Tomando de nuevo su molesta mano, Penélope y yo caminamos calle abajo en busca de un mejor lugar para llamar a un taxi.

—Espero que tengas suficiente sentido común para no decírselo a tu mamá.

—Por supuesto que voy a decírselo todo. —La niña malcriada levantó me dio un golpecito en la nariz—. Me arrancaría la piel a tiras si hiciera eso. Literalmente.

Un poco oscuro para una niña expresarlo así, pero su castigo sin duda habría sido parecido. Suena como algo que mi madre me habría amenazado con hacerme. Probablemente lo hizo entre miles de otros comentarios similares.

Ay, mamá… ¿Cómo reaccionarás cuando vuelvas a ver a tu hija?

De vuelta al Hotel Reino Champiñón, pusimos la caja a los elegantes pies de Su Alteza. Mientras nosotras estábamos empapadas en sudor, ella se estaba zampando una jugosa langosta gigante. La última vez que lo comprobé, la gente cenaba eso. Pero esto era Ciudad Champiñón. Déjate llevar o morirás de un aneurisma.

—Perfecto —se rió—. ¿Cómo fue el trato?

—Sin problemas, alteza. —Tenía muchas ganas de rodear los ojos.

—Mamá, ¿no podrías haber elegido un callejón iluminado para esta situación? Era como estar atrapada en un armario oscuro.

—A ti no te debe importar, Penélope. —Frotó la cabeza de su hija hasta que su pelo se volvió un caos—. Ve a traerme otra langosta, por favor.

La niña corrió hacia la cocina, y ahora que había terminado mi trabajo, me quedaría con Minh como de costumbre.

—Toadette.

Hablé demasiado pronto.

—Dígame.

—Casi tres semanas después, ¿tú qué opinas de Penélope?

—Puede… —Tragué saliva, pero respondí con expresión alegre—. Puede crispar los nervios, pero me gusta. Es como usted en miniatura, alteza.

—Ah, eso me alegra el corazón. Mantenerla a raya me cuesta mucho trabajo, pero disfruto cada segundo.

—Ella también comparte su excelente aspecto. —Lo decía sinceramente—. Es linda.

—Azótala hasta la perfección, y eso es lo que consigues.

Más alarmas en mi cabeza. Ese comentario probablemente no habría estado tan fuera de lugar de no ser porque Su Alteza poseía muchos látigos, látigos que yo había recibido más de una vez.

—¿Pasa algo? —me preguntó.

—¡Nada! —Una risa nerviosa abandonó mi cuerpo—. Sólo pensaba en lo suaves y adorables que son sus pies. Los suyos también, alteza. De hecho, cada vez los aprecio más.

—Me vas a matar con tantos cumplidos. —Tomó la langosta de su hija que regresó—. Gracias. Mañana te necesito, así que descansa, Toadette. También puedes traer a tu amiga.

¿En qué me había metido?
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