Sigue la historia de la vida de esclava de Toadette, y ya tiene el fetiche por los pies. |
A pesar de que la ropa interior de Yasmín estaba manchada por su masturbación de la noche anterior, continuaba usándola mientras bajaba las escaleras de caracol. Sus mejillas se habían enfriado y le resultaba más fácil mirar a Minh sin que se le humedeciera la zona íntima. —Buenos días, Yas —la llamó Minh—. Sabes, siempre se me olvida que este lugar no tiene semanas de clases de seis días. —¿Entonces así se hace en Ciudad Toad? —Nel, pero se hace así en algunas escuelas privadas en Ciudad Champiñón. Pobre de esos chicos. —Cada paso que Minh daba en la baldosa resonaba con un ruido fuerte y medio húmedo. Poco a poco, a Yasmín la fue sacando de su aturdimiento matutino. De fondo Yasmín podía escuchar fuertes gruñidos. —Te estaba usando como otra compañera de entrenamiento, ¿verdad? —Aguanté como un minuto —se rio Minh, secándose el sudor de la frente. —Me sorprende que no te noqueara. —¿Cuándo me has visto ser ruda con alguien de esta familia? —Sofía dio un paso al frente con su atuendo de taekwondo blanco y negro—. Vamos, Minh-Minh. Eres la única en esta casa a la que no mato de una patada. —¿No deberías estar calentando antes de empezar a dar patadas así? —preguntó Minh. —No hace falta, con el calor que hay aquí de sobra. —Sofía se puso las manos en las caderas—. Pero equis. Si necesitas algo más suave, échame la mano con la práctica de equilibrio. Sofía tiró de Minh hacia la sala, con Yasmín observando desde la distancia. Minh yacía boca arriba cuando, muy rápido, Sofía puso sus pies sobre sus mejillas. Inmediatamente regresó la sensación de nerviosismo que Yasmín creía haberse quitado de encima. —Tu cabeza es mucho menos estable que tu pecho —explicó Sofía—. Además, con esa nariz tuya que da cosquillas, será un buen ejercicio para tratar de mantener mi equilibrio. —Ya veo —respondió Minh, con la voz amortiguada. De ninguna manera iba a quejarse. Si Minh estaba sólo un poco sudorosa por la mañana, no se necesitaba imaginar lo empapada que estaba Sofía. Sus pies chirriaban cada vez que se movían sobre el rostro de Minh, dejando una capa de humedad y algunas motitas de polvo. Creaba un cojín celestial para Minh. Y aunque el aroma típico de los pies de Sofía era empalagosamente dulce, hoy se presentaba como el inconfundible olor a pies puros… a pies sudorosos. Quizás era ligero, pero Minh lo tomaría con tal de tenerla cerca. El peso de Sofía la oprimía, provocando que el sudor de sus pies se introdujera profundamente en los poros de Minh. —¿Esto tiene que ver con tu segundo trabajo? —preguntó Minh. —¿Cómo supiste? —Así que eres algo así como guardia de seguridad. —Bueno… —Sofía sonrió con picardía—. No está tan lejos de eso. —Inesperado, pero es un papel en que te veo sobresaliendo con ese cerebro tuyo. —Minh inhaló profundamente, suspirando con el aroma del sudor de Sofía. Cada movimiento de sus dedos la hacía sonrojar aún más. Por fortuna, nadie podía ver las mejillas enrojecidas de Minh cuando estaban enterradas bajo los pies color calabaza de Sofía. A pesar de que la cabeza de Minh estaba casi quieta, su pequeño tamaño dificultaba el equilibrio de Sofía. Tenía que presionar firmemente sus dedos contra la cara de Minh para evitar caerse. El hecho de que los Toads tuvieran la cabeza inclinada al llevar sus sombreros suponía una dificultad adicional, y Sofía necesitaba concentrarse más de lo que había anticipado. Pero le gustaba el reto. De vez en cuando se ponía de puntillas, dejando que el sudor de sus enormes talones goteara sobre los labios y la barbilla de Minh. Poco se imaginaba que Minh se deleitaba al sentir las gotitas saladas deslizarse por sus labios. «Está sudando más que lo que Toadette y yo sudábamos en el desierto». —Por lo menos soy considerada, Minh-Minh —dijo Sofía. Revirtió direcciones, colocando sus talones en la frente de Minh y sus dedos en sus mejillas—. Incluso un poquito húmedos, apuesto a que mis pies todavía huelen a azúcar. Minh levantó el pulgar en señal de aprobación. No se atrevería a insinuar que los pies de Sofía olían mal si eso le permitía disfrutar de su aroma peculiar. Cuanto más tiempo permanecía bajo las sudadas plantas de Sofía, más se doblaba encorvando los dedos de los pies. Los doblaba tan fuerte que podría haber jurado que le estaban haciendo cosquillas. Y de pie a la distancia, admirando el bonito esmalte rosa, estaba Yasmín. No poder tocar casualmente los pies de Minh la afectaba más de lo que debería. Sólo quería apretarlos. Pero ¿cómo iba a lograrlo? Con Sofía cerca —alguien a quien Yasmín no se atrevía a molestar—, y Minh preguntándose por qué su primita estaba tan ansiosa por tocarle los pies, era un dilema. Incluso Yasmín no entendía sus propios sentimientos. Todo lo que sabía era que necesitaba esos pies en sus manos… Con una sonrisa triunfante, Sofía saltó de Minh. Le echó una mirada a Yasmín, lanzó una tabla al aire, la pateó y la dejó hacerse pedazos. Luego, a la velocidad del rayo, aterrizando justo delante de Yasmín. Gritando, la tiró al piso. La espalda de Yasmín golpeó con fuerza contra la colchoneta. Antes de que pudiera sentarse, Sofía puso los pies firmemente contra los hombros de Yasmín y empezó a bajarse. En cuestión de segundos, el rostro de Yasmín quedó envuelto por las plantas sudorosas de Sofía. Sin embargo, su excitación no hacía más que aumentar. Los pies de Sofía pesaban más de lo que había anticipado Yasmín. Su calor irradiaba al presionarse contra sus mejillas y frente. El tenue olor a polvo, azúcar y almizcle invadió sus fosas nasales. Soltó un gemido mientras los dedos de Sofía se deslizaban por sus mejillas. El chirrido de piel contra piel y los pequeños pliegues de las plantas de Sofía crearon una sensación tanto sofocante como estimulante. «Los pies de Sofí… ¿No se supone que me deberían dar un asco mil veces peor que esto?», se preguntó. —Tienes que andar más viva, Yas —dijo Sofía, soltando una carcajada—. Si te agarras a golpes en la escuela, te parten la madre fácil si no reaccionas. El dedo gordo de Sofía se arrastró hacia los labios de Yasmín, golpeándolos suavemente antes de deslizarse adentro. Sólo fue un acto de dominación extra para mostrarle a Yas lo débil que era. La lengua de Yasmín comenzó a moverse involuntariamente. Sofía levantó una ceja. Podía sentir que la lengua se revolvía alrededor de su dedo con vigor. ¿Y que Yasmín estaba… gimiendo? Con un sonido de asco, retiró el pie. Atrapó la nariz de Yasmín entre sus dedos mojados, casi como un pequeño castigo por esa acción tan extraña. Si Yasmín era capaz de sonrojarse por los pies húmedos de su hermana sobre ella, entonces se pondría roja como un tomate si Minh estuviera sobre ella. Si tan sólo pudiera convencerla… *** —¡Capitán Toad! —gritó Penélope mientras salía volando hacia una de las verdes colinas que rodeaban el castillo. —¡No me vengas con eso! ¡Mueve esa colita todo el tiempo que regreses caminando hacia acá! —El capitán se apoyó contra la pared del puente, tomando un sorbo de Refresco Jijí. Penélope recordó, por las malas, lo extensos que eran los terrenos del castillo. Cualquier niño humano se sentiría agotado después de caminar la longitud de dos campos de fútbol. Penélope estaba andando más de cuatro veces esa distancia con sus tenis de suela fina. Sin embargo, todo lo que podía hacer era maldecir en silencio, asegurándose de que la señorita Toadette y el capitán Toad no la escucharan. Tarde o temprano regresaría. —Tal vez la recoja antes de que se desmaye —bostezó Toadette. —No aprenderá nada si no la empujas hasta sus límites —replicó Toad, acariciando su propia cola de mapache—. La humillación es muy efectiva, no esas tonterías juguetonas que estabas haciendo. —Lo que funciona para ti quizá no funcionará con una niña. —Si hubiera sabido que tenías la intención de traerla con nosotros, le hubiera prestado algo del poder de la Estrella Etérea que acabamos de conseguir. Aunque no es como si hubiera hecho mucho por su técnica. —Tenemos tiempo para que aprenda. —Toadette sonrió, observando a Penélope tropezar en su camino de regreso. *** Lejos de Ciudad Toad, un vehículo con forma de carruaje, flanqueado por dos autos más pequeños con forma de hongo, recorría los caminos serpenteantes. El letrero adelante era claro como el cristal: BIENVENIDOS A ALDEA CROMO (VILLATINA). La aldea, con su césped saludable y una densa población de Toads, presumía una arquitectura ligeramente más moderna. Los techos angulados contrastaban con los edificios de techo plano de Ciudad Toad. El carruaje se detuvo, y un par de piernas elegantes emergieron. Los guardias flanquearon a la figura hasta que ésta entró en una pequeña tienda de calcomanías. Con su apariencia mundana y un propósito aún más trivial, era el lugar perfecto para una conversación que debía pasar desapercibida. —Es un gusto verlo de nuevo, profesor. Una cabeza circular giró, seguida de un crujido caricaturesco. Tras un momento el profesor Fesor D. Sastre empezó a soltar una carcajada y se lanzó hacia adelante como un duende. —¡Ah, princesa Peach! Sabe, estaba convencido de que había tropezado con una dimensión paralela. Cada Toad aquí es idéntico al anterior, como si fueran el resultado de un experimento de clonación. —Así les gusta. Le entregaron al profesor un maletín grueso, uno con el emblema de Peach. —A ver qué tenemos aquí… —Lo desempacó en segundos, examinando todos los fragmentos con curiosidad. No pasaba un momento sin que hiciera algún comentario o se rascase la cabeza. Por muy tranquila que fuera la expresión de Peach, sus pensamientos eran todo lo contrario. «Si no logro que este radar funcione antes que Wario, estará perdido este reino». —Y quiere que esta cosa sea capaz de rastrear las supuestas Estrellas Etéreas, ¿sí? —preguntó el profesor. —No es un deseo, profesor, sino una necesidad. —Bueno, tengo buenas y malas noticias. Las malas noticias: repararlo está fuera de discusión. —Cerró el maletín—. Las buenas: yo podría hacer ingeniería inversa, pero tomará al menos más de un mes. Me ha traído un apartito interesante con el que juguetear. —Un mes… —Peach tomó un respiro profundo—. De acuerdo; un mes bastará. —Oiga, se le ve más conflictuada de lo que aparenta en la televisión. —Digamos que cargo con la responsabilidad si mi reino se ve sumergido en la oscuridad. Si tan sólo esos juicios me hubieran dejado… —Ah, de eso se trata. Princesa, aquella gran calamidad ocurrió mientras usted todavía estaba en su adolescencia. Tomó a todos por sorpresa. Siendo honesto, cada peligro para el reino parece surgir desde dentro de sus propias fronteras. —Como si no estuviera al tanto. Pero si pudiéramos asegurar mejor todo el lugar, o incluso seleccionar buenas ciudades, entonces… —A esas alturas usted estaría perdiendo la cabeza —dijo él, extendiendo la mano para tomar la de ella—. Acepte que usted hace lo mejor, querida. Si sigue obsesionándose con aislar el reino, sin darse cuenta creará sus propis conflictos para lograr ese objetivo. Momentos como éste eran cuando Peach agradecía tener más de una década de experiencia en apariciones públicas. Esto hacía que mantener su rostro neutral fuera pan comido. Asintió, observando el maletín cerrado. «Quizás pueda matar dos pájaros de un tiro con los poderes de estas Estrellas Etéreas. Podré asegurar el reino y arruinar por completo los planes de Wario». *** —No te voy a pisar la cabeza, Yas. Esto no es un juego. —Es tan tanto como uno. —¿Quieres que me meta a la cárcel por aplastarte el cráneo? —Sofía negó con la cabeza—. Y si lo hace Minh-Minh, la que va a terminar tras las rejas todavía seré yo. Tener a Penélope parada sobre el cuerpo de Yasmín era una cosa. Tener a Minh o a Sofía parada sobre su cabeza era completamente diferente. Aunque no pesaran tanto como un humano promedio de veinte años o incluso una Floruga, su peso seguía siendo demasiado para que la cabeza de Yasmín lo soportara. Sofía tenía músculos, y Minh tenía esa palabra que no soportaba oír. Pero si eso permitía a Yasmín acercarse a los interesantes pies de su prima, que así fuera. —¿No tienes tarea que hacer? —preguntó Sofía. —Si vuelvo a escuchar esa palabra… —Te quedan otros diez años de escuela por delante, así que será mejor que te acostumbres a ella. —Ay, siempre estás diciendo que no puedo ser sólo una versión chiquita de ti, Sofí. Y aquí estoy, ofreciendo ejercitar unos músculos faciales, mientras tú te estresas por algo que ni va a pesar. Hay más probabilidades de que me caiga un rayo a que cualquiera de ustedes me rompa la cara. Sofía dejó escapar un suspiro de derrota. Era demasiado temprano para discutir, y todavía tenía asuntos importantes que atender. Incorporar a Yasmín y lograr que se callara sería más fácil si le incluyera. —Si me paro sobre ella, no puedo prometer que las cosas no saldrán mal —le dijo a Minh—. Siendo tan blanda como eres, literalmente y figuradamente, es mejor que lo hagas tú. —¿Yo? ¿Estás segura? —tartamudeó Minh. —Y en cuanto terminemos con esto, Yas, quiero verte con un lápiz en mano. ¿Entendido? Yasmín asintió repetidamente, ahora radiante mientras miraba a Minh de pies a cabeza. «Mucho mejor no tener que lidiar con una Sofí agresiva». Quitando sus lentes, se puso boca arriba y esperó que los dos enormes cojines se presionaran contra su cara. Aunque se dudó, Minh finalmente ignoró sus preocupaciones y bajó su pie derecho sobre la cara de Yasmín. Yasmín dejó escapar un suspiro, haciendo que Minh levantara una ceja con confusión. Pero quizás Yasmín solamente suspiraba por la presión ejercida sobre su cuerpo. Así que Minh respiró hondo y le puso el pie izquierdo sobre en la cara. Normalmente se sentía bien tener la cara de alguien bajo sus pies, pero ahora sólo podía rezar para no aplastar a Yasmín. —Perdón por ser tan grande —dijo. —Estás bien, Minh-Minh —respondió Yasmín, con su voz amortiguada bajo los pies gigantescos—. Sobreviviré. —Y no voy a dejarlo a la suerte. —Sofía agarró su teléfono—. Cinco minutos, Yas. Eso es lo máximo que estará parada sobre ti, siempre y cuando no te rindas, que sé que lo harás. ¿Cinco minutos? Para Yasmín, eso era el tiempo preciso que quería aguantar la presión de Minh. Sin embargo, por muy encantador que sonaran cinco minutos bajo sus pies, Yasmín pronto se enfrentó a la realidad de la situación. Los pies de Minh eran enormes. Además, pesaba muchísimo. En sólo diez segundos se dio cuenta de que podría haber sido un poco menos doloroso si Sofía hubiera sido quien estuviera sobre ella. Sin embargo, no le importaba nada su hermana ni sus pies excesivamente cuidados. Minh-Minh era el verdadero premio, y por eso Yasmín se sintió privilegiada de estar debajo de ella en cualquier capacidad. Incluso si significaba algo tan poco ortodoxo como estar bajo sus pies. Era como si dos almohadas húmedas se apretasen contra su cara. Cada vez que respiraba, inhalaba un leve olor a almizcle. Mientras más tiempo Minh se mantenía parada sobre Yasmín, más sudor les salía a chorros, como si fueran mangos recién exprimidos. Yasmín gimió suavemente, acariciando las piernas de Minh. —No ayudes a Minh-Minh —espetó Sofía, usando su pie para alejar las manos de Yasmín antes de pisotear los pies de Minh. Esto hizo que Yasmín sintiera una presión aún mayor en la cara, dejándola sin aliento. Sofía esbozó una sonrisa maliciosa—. Todavía te quedan cuatro minutos y medio. —¡Yo puedo con esto! —Entre sus últimas dos palabras, Yasmín sacó la lengua para lamer brevemente la planta del pie de Minh. Minh sintió un cosquilleo. —En serio, no creo que esto sea nada seguro. Pero la opinión de Minh no importaba. Todo este escenario lo dirigían sus primas. Yasmín mantenía los labios entreabiertos para que el sudor de Minh goteara directamente en su boca. Era salado, no muy diferente al agua de mar normal, pero el hecho de saber que provenía de los pies de Minh hacía que se le acelerase el corazón. «Te quiero tanto», quería decirle a Minh. Los cinco minutos pasaron lentamente, con Minh cambiando el peso de un pie al otro de vez en cuando. Pero no era como si Yasmín necesitara algún alivio. Se portaba como un angelito todo el tiempo, quedándose callada y dejando que las plantas de Minh la sofocaran. Ni una sola vez se quejó del olor, del sudor o del peso. —No puede ser —comentó Sofía, pues su teléfono empezó a pitarse. Minh se apartó de Yasmín, sintiéndose avergonzada al ver lo roja y empapada que estaba la cara de ella. La gran sonrisa de Yasmín seguía dejándola perpleja. —¡Eso fue bien chido, Minh-Minh! —Eh… De nada. Yasmín se lanzó a los brazos de Minh, ronroneando. La abrazó tan fuerte que hundió la cara en sus pechos. Pero antes de que ninguna de las adultas pudiera reaccionar, ya estaba corriendo escaleras arriba, riéndose. —¡Papel y lápiz! —gritó Sofía. —¡Yo me encargo de las mates al final! —Ah. —Minh se rascó la cabeza—. Quizá mis pies no huelan tan mal esta mañana. —No me mires como si yo fuera a probar eso. —Sofía empezó a practicar golpes y patadas al aire. Su pie pasó a un pelo de romperle la nariz a Minh—. ¿No hemos platicado ya de lo rara que es Yas? —Eso es lo que me encanta de ella. —Eh… —Sofí, ¿qué quiere decir ese «eh»? —Mira, me moriría por Yas, pero no me digas que no deseas que a veces actuara como una chica normal. Es bien incómodo en los eventos de la escuela, viendo a todos los chicos siendo normales, mientras ella parece que va a envenenar la comida de todos. —Oye, eso no es chistoso —jadeó Minh. —Es la neta. O sea, nunca ha traído a una amiga aquí. ¿Qué chica has conocido que nunca haya traído a una amiga a su casa? —Diría su nombre, pero entonces te enojas. —¿Qué? Ah, la pobre. —Sofía rodó los ojos—. Pero a diferencia de su mamá drogadicta, nuestros papás nos permiten traer amigos. Yo lo permitiría sólo para que Yas se viera… —¿Alguna vez le has preguntado cómo se siente ella por no tener amigos? No lo que tú piensas, sino si ella está bien con eso o si tiene problemas. Sofía se pausó. —Sabes, a Toadette le importaba lo que pensaba su hermano. —Minh le hizo una seña con la mano a Yasmín cuando bajó las escaleras con su tarea—. Si tienes alguna pregunta, Yas, no dudes en hacérmela. Sonó el timbre. Yasmín se congeló a medio paso. —No estoy aquí —susurró, retrocediendo de la entrada. —¿Quién será? —preguntó Minh. —¡No la abras, Minh-Minh! —chilló Yasmín. Tropezó con sus propios pies en su prisa por llegar hasta la mesa, lejos de la entrada. Minh abrió la puerta. Una chica con una pelota de baloncesto estaba parada ahí. —Hola —dijo Minh—. ¿Quién eres? —Rachel —dijo la chica, sonriendo ampliamente. Dio un paso adelante, intentando ver más allá de Minh hacia la sala—. Vaya, esto es lo más lejos que he llegado adentro. ¡Oye, Yasmín! Yasmín soltó otro chillido, incapaz de alejarse lo suficiente antes de que Rachel la alcanzara. La visión de una compañera de clase en su mansión resultaba surrealista en el peor sentido posible. —¡Qué pijama tan linda! Mira, es la primera vez que veo esas patitas —dijo Rachel—. Tiernas. Seguro apestan mucho menos que las mías. —Bueno, las patas de Yas apestan un montón sin hacer ejercicio —se rió Minh. Yasmín soltó un gemido que se le ahogó en la garganta. Trató de esconderse la cara desesperadamente. Luego notó que algo se arrastraba por su planta. Al reconocerlo, gritó una vez más, esta vez tan fuerte que tembló la lámpara de araña. ¡Rachel le estaba oliendo los pies! Aspiró una enorme cantidad de polvo. —Pues no huelen mal ahora mismo. Huelen muy normal, hasta bien —se rió—. Yas, sólo porque no seas atlética no significa que no podamos salir. Dale, vamos al centro comercial. —Rachel. —Sofía se acercó—. En este momento la mandaría contigo, pero tiene un montón de tarea que terminar ahora. —Una de estas semanas la voy a arrestar, no te preocupes. —Rachel se volteó hacia Yasmín y le picó el pie. Le dio un beso burlón—. Nos vemos, ¿ya? Minh la vio marcharse y luego se rascó la cabeza con una sonrisa. «Es justo como cuando me metí a la fuerza a la casa de Toadette. Y mira dónde estamos ahora». *** —Todavía me muevo bien despacio, Penélope —canturreó Toadette, girando mientras descendía del aire. Penélope estaba encorvada, respirando tan agitadamente que parecía que iba a desmayarse en ese frío. Sin embargo, se negaba a descansar, ignorando el dolor punzante en sus músculos temporales de la cola y en las plantas de los pies, que estaban completamente adoloridas. En el momento en que Toadette tocó el suelo, Penélope lanzó su cola hacia ella. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces había fallado en darle a Toadette. —¡Lo odio! —gritó—. ¡Odio esta estúpida Superhoja! —Con esa actitud de rendirse tan rápido, ¿te preguntas por qué aún no me has atrapado? —¡He estado intentándolo por horas, y no me lleva a ninguna parte! —Penélope deshizo el objeto—. ¿Por qué no puede ser fácil? —Mira —empezó el capitán Toad—, si dominarlo fuera fácil, tendríamos un montón de problemáticos como tú causando caos por ahí. —¿Quieren tomarse el resto del día libre? —les preguntó Toadette. —¡No! —Penélope negó con la cabeza—. Sigamos. —Mañana. —Toad le dio una palmada en la espalda—. No eres útil si tienes la espalda rota. —Pero… —Penélope se detuvo—. Sí, señor… Toadette rió entre dientes, ayudando a su hija no oficial a calentarse y bañarse. El simple acto de moverse era duro para el cuerpo de Penélope. ¿Cómo era posible que usar una Superhoja resultase tan difícil para ella si Toad y Toadette la usaban con tanta facilidad? Incluso Minh pudo usarla, y Penélope sabía que ella no compartía las mismas cualidades «equipadas para la acción» que los otros dos. Sin embargo, a pesar de hacer una mueca por el dolor constante, había una llama dentro de ella que se negaba a apagarse. Miró a Toadette mientras sumergía los pies en la tina. —Gracias. —¿Mmm? —Voy a salir de esto lista para lo que venga —dijo con determinación—. Incluso si me mata. —Acabamos de hablar de que no queremos verte muerta. —Estoy tratando de ser algo profunda, señorita. Mire, cuando usted esté lista para ir de aventura, seré mucho más rápida. Se lo prometo. —¿Estás haciendo esto para impresionarme o por ti misma? —preguntó Toadette—. ¿O estás pensando en Yasmín? Penélope asintió. Aunque no aclaró cuál de las respuestas de Toadette era la correcta. Simplemente se rió mientras se reclinaba en el agua. «Lo que sea que la motive, espero que valga la pena», pensó Toadette. Una vez terminado el baño, Toadette ayudó a Penélope a salir de la bañera y la envolvió en una toalla. La guió hasta su cama y la arropó. —Buenas noches, Penélope —dijo, dándole un beso en la mejilla. —Mmm… —Los ojos de Penélope ya parpadeaban mientras entraba y salía de la conciencia. Entonces un pensamiento juguetón se le metió en la cabeza a Toadette. Levantó las sábanas un poquito, inclinándose hacia abajo para ver los pies recién limpiados de Penélope. Sin dudarse, le besó el dedo gordo del pie derecho. Luego el izquierdo. Finalmente, yendo más allá, Toadette chupó muy lentamente ambos dedos gordos a la vez. Ni siquiera podía recordar la última vez que la obligaron a hacerlo. Pero un suave gemido dejó los labios de Penélope, y ella dobló sus otros dedos en respuesta. —¿Te gustó eso? —preguntó Toadette, cubriendo los pies. —Debería pedirle que lo haga más… —Penélope rodó de lado—. Buenas noches, mamá. Toadette se detuvo con la mano en el picaporte. Se dio la vuelta, sólo para encontrar dormida a Penélope. Roncando ligeramente, parecía tan tranquila. |