Sigue la historia de la vida de esclava de Toadette, y ya tiene el fetiche por los pies. |
—Mira a quién tenemos aquí. —Minh chasqueó los dedos, invitando al hombre a entrar a su tienda—. ¿Ya andamos buscando esas estrellas? —Si tan sólo la princesa hubiera podido arreglar el radar tan pronto. Toad se familiarizó de nuevo con el local de Minh. Afortunadamente el negocio invernal seguía lento, justo lo que quería él. Apoyó los codos en el mostrador. Minh enarcó una ceja. —¿Viniste sólo a mirar el lugar o qué? —¿Para qué crees que he venido? —Un poco arriesgado a estas horas. —Jugueteó con su cremallera—. Pero si vamos a jugar, asegúrate de darme unas nalgadas esta vez cuando estés adentro de mí. —¿Qué? —¿No viniste para eso? —Se subió la cremallera de nuevo—. Ups. Toad miró hacia el frente de la tienda otra vez, comprobando que nadie se acercara. —Me vas a dar consejos sobre cómo prender a tu mejor amiga. —¿Cómo? —Minh ladeó la cabeza—. ¿Es una broma? —Dios mío, se supone que ustedes las chicas se saben todo la una de la otra. ¿Toadette no tiene un diario o algo así? —No. Y aunque lo tuviera, ¿crees que te voy a soltar todos sus secretos a ti? —Te pagaría por esto si así no tuviera que lidiar con ese fetiche horrible de ella. Ah, y gracias por regalárselo. —Nuestra amistad está más sólida que nunca. —Minh agarró una naranja—. Mira, yo no sé qué le prende a Toadette. Le gustan los vatos, así que tú ya tienes más puntos a tu favor que yo. —Y que soy más guapo y no tan sucio, sí. —¿Quieres meterte entre sus piernas? —Antes de que Toad pudiera responder, Minh saltó al mostrador, cruzando las piernas—. A Toadette le costó un buen siquiera pensar en besar a alguien en la boca. Así que no esperes atajos. ¿Hablaba en serio? ¿Cómo que a Toadette no le prendía nada? Incluso la mujer más apretada del Reino Champiñón tenía que tener algo más allá del sexo normal. —Sólo han sido puros fracasos —suspiró Toad. —Pues si un tipo me anda abofeteando en un bar, yo también me pondría un poco nerviosa de tenerlo adentro. —Minh finalmente le dio una mordida a su naranja, con el jugo brillando en sus labios rojos. —Ya me disculpé por eso. —Ay, qué tierno, pero más te vale seguir tratándola bien para que se le antojes más. —Minh movió sus dedos cubiertos por los calcetines—. No es de las que se echan un rapidito como las chicas a las que tú estás acostumbrado. —¿Entonces qué propones? Minh levantó un pie en el aire. Toad sintió que su ánimo decaía. —¡Pero apestan horrible! —¿En serio? Ni siquiera salí con botas ni… —¡Los de Toadette! —aclaró—. Sólo necesitan un mililitro de sudor para hacerme sentir como si me estuviera muriendo. ¿Cómo se supone que lo convierta en algo regular donde las huela? Son… ¡Puaj! —Jeje, sigue describiendo su oler para mí —bromeó Minh, pasando sus manos por sus muslos—. Mira el lado bueno, Toad. El nuevo fetiche de pies de Toadette no es una calle de un solo sentido. —Realmente preferiría que no toque los míos. —Entonces no debes querer tu cosita envuelta alrededor de sus labios. —Minh saltó del mostrador—. Si su olor en serio te da asco, ¿por qué no dejas que juegue con tus pies? —Porque es raro. —Lo dice el hombro al que le encanta cuando lo estoy penetrando con la suficiente fuerza como para partirlo a la mitad —replicó ella, riendo—. ¡Ay, más duro, T. Minh, más duro! Toad le levantó el dedo corazón, haciendo un puchero igual que la chica que estaba decidido a seducir. —Oye, Toadette podría ser la que te haga eso algún día, si obtiene algo único y extrañamente placentero a cambio… Toad estaba a punto de colapsar. Pero antes de que el peso de este problema del fetiche de los pies pudiera aplastarlo, enderezó su postura y miró a Minh a los ojos. —¿Cómo exactamente se supone que la voy a prender con mis pies? Intencionadamente. —Facilísimo —dijo Minh, sentándolo en el mostrador—. Déjame mostrarte lo que a mí me vuelve loca. *** —¿Treinta pares? —Sí, Toadette —dijo Peach, abriendo la puerta de su armario. El gran tamaño del castillo seguía revelando lo inesperado, y el armario de Peach casi parecía una pequeña cuadra. La pared estaba llena de varios pares de calzado. Algunos se veían sin usar, pero otros claramente tenían sus huellas marcadas en ellos. Toadette se estremeció al ver el primer par lanzado frente a ella: unas sandalias blancas de cuña. No estaban mal por debajo, pero la parte de arriba estaba sazonada de polvo y arena de pies. —¿Y tengo que lamerlos? —Que queden lustrados a la perfección con tu saliva. —Peach mantuvo la frente en alto—. Seguro crees que estoy haciendo esto para castigarte. «Por supuesto que sí», pensó Toadette. —Pero muchos de nuestros mejores materiales de limpieza se importan de Ciudad Diamante. Dada nuestra situación actual y un futuro potencialmente difícil, prefiero ahorrar al máximo los materiales que tenemos. —Me voy a enfermar. —Si la querida T. Minh podría salir ilesa, ¿por qué no tú? «Porque Minh se ha pasado la vida obsesionada con los pies más mugrientos del reino. Yo sólo los quiero perfectos o con una pizquita de sudor». Sin embargo, Toadette no estaba en posición de discutir, no cuando Peach seguía siendo responsable de que su hermano recibiera ayuda médica. Dio la primera lamida por encima de la sandalia, con su saliva goteando de las correas. *** El ojo de Toad se crispó. Intentó enfocar la vista en cualquier cosa menos en Minh, pero era imposible. Allí estaba ella, en el suelo, con los pies casi metidos en la garganta, emitiendo esos ruidos babosos que lo ponían verde. Cada vez que intentaba apartar la mirada, ella subía el volumen, obligándolo a mirar antes de calmarse. —No quiero tener que hacer esto para atraer a Toadette —dijo él, ruborizándose de vergüenza. —Ay, por favor —dijo Minh, lamiendo desde el talón hasta la bola del pie—. Cuando alguien cree que sus pies son tan buenos que está dispuesto a probarlos y olerlos, ésa es la máxima muestra de confianza. Y ya sabes cómo a las chicas nos gusta la confianza. Quizás Minh tenía confianza en la belleza de sus pies, pero Toad estaba seguro de que los suyos eran por debajo del promedio. Definitivamente nada especial. —También puedes picarla —explicó Minh, acercando su pie de nuevo—. Mmm… Qué ricos saben mis pies. Deberías probarlos. —Procedió a lamerse el dedo gordo, suspirando después de cada lamida. Su lengua hizo un remolino lento alrededor del dedo, y luego lo chupó suavemente. Al retraerse, mostró a Toad la planta del pie—. ¿Le quieres dar una lamidita, Toadette? Toad tragó saliva con fuerza para reprimir el vómito. Sólo negó con la cabeza. —Y no hay que olvidar entre los deditos —canturreó Minh, pasando la lengua por cada rendija—. Cada uno necesita su buen remojo. —Entre más lo describes, más suena a una mamada retorcida. —Es el mismo principio, pues. Claro, uno podría lamerle el pene a alguien sólo para entretenerlo. —La voz de Minh se hizo más grave mientras apretaba su talón y besaba sus dedos—. Pero es un millón de veces más excitante ponerle alma y corazón a adorar esos huevos y esa verga carnosa. Después de otro momento de rápidos movimientos de lengua, Minh se echó hacia atrás, sin aliento. —Te toca a ti. Dale. —Este… Lo pensaré cuando tenga que ver a Toadette de nuevo. —¡Miedoso! —Minh se incorporó de un salto—. Te enseñaría algo sobre el shoeplay, pero tú no usas nada que sirva para eso. A ver… ¿Pantuflas? ¿Las usas? —Si estoy recorriendo el castillo por la noche sin calcetines, sí. —Ah, ésas son más difíciles de colgar, pero si le agarras el truco, Toadette se va a volver loca por tus piececitos. Minh subió corriendo las escaleras y reapareció con un par de chanclas negras. Se las deslizó en los pies y saltó al mostrador junto a Toad. Lo rodeó con un brazo y sonrió, y entonces el inconfundible zas-zas-zas de las chanclas resonó en la tienda. El sonido transportó inmediatamente a Toad a ese terrible viaje a Rosedan, cuando Minh hizo algunas cosas curiosas con esos zapatos. —Mira mis pies —dijo como una niñita emocionadísima. Toad se obligó a mirar hacia abajo. Lamentablemente tuvo que admitir que las uñas de los pies de Minh todavía se veían bastante bonitas. Para alguien que pasaba el tiempo jugando con tierra, era extraño que pusiera más empeño en sus uñas de lo que Toadette había puesto desde que regresó. Minh movió sus dedos, con las chanclas al punto de golpear el suelo con cada movimiento. Luego, con una patada, envió una volando, atrapándola por la correa entre el dedo gordo y el segundo dedo. —Esto era la mayor distracción en la escuela —suspiró—. No sé cómo mantuve mis buenas calificaciones cuando siempre estaba viendo a todo mundo colgando sus sandalias o sacando los talones de sus zapatos. Los ojos de Toad se agrandaron. La forma en que la voz de Minh temblaba mostraba que realmente se estaba prendiendo con este acto de «shoeplay». —No creo que haya hecho esto tanto —confesó él. —Ni me sorprende. Si llego a tener un hijo, lo voy a criar para que no le dé pena mostrar su lado tierno y juguetón. —Se frotó los pies—. Usará unas sandalias bien chulas como su mamá. —Puedo… —Toad se encogió de hombros—. ¿Puedo intentar con las tuyas? —Aquí tienes. —Minh atrapó ambas chanclas con las manos. Toad se quitó torpemente las botas y los calcetines, tomando el calzado sorprendentemente cálido. Las chanclas le quedaban apretadas, no tanto de ancho, sino de largo. Sin embargo, sus pies finalmente lograron meterse, con los talones apenas asomando por detrás de los zapatos. Ponérselas fue bastante rápido. Pero hacer que golpearan contra sus talones resultó tan difícil como caminar cuesta arriba hacia atrás atado a un Chomp Cadena. Minh lo hacía parecer tan fácil, pero allí estaba Toad, luchando por producir un simple sonido. —Deja de forzarlo —se rió Minh—. Sé natural, chico. —¿Natural cómo? —Actúa como si estuvieras en el consultorio del dentista. —Minh caminó descalzo por la tienda, fingiendo leer una revista—. No estás aprendiendo a colgar tus bonitas chanclas. Sólo estás más aburrido que nada y tienes que hacer algo para no volverte loco. La lucha de Toad fue inmensa. Tras cuatro minutos de fracaso, estaba listo para arrojarle de vuelta el calzado barato de Minh. «¿Por qué carajos no puedo hacer que suenen?» Y entonces su corazón dio un salto. Lo escuchó: un zas distintivo y satisfactorio. —¡Le estás agarrando la onda! —aplaudió Minh como una foca—. ¡No pierdes el ritmo! —Y ya se fue. Hubo un momento de silencio antes de que ambos soltaran la carcajada. Toad se recostó de lado, apoyando los pies en el mostrador donde los zapatos corrían menos riesgo de caerse. Lentamente comenzó de nuevo, alternando el golpeteo de las chanclas contra sus talones. —Por Toadette, por Toadette… —respiró hondo—. Mientras practico esto, Minh, ¿hay algo más que me quieras contar? —Ay, apenas vamos empezando —dijo ella, mirando el reloj. Eran las cinco de la tarde—. Tengo todo un recetario de técnicas fantásticas con los pies para enseñarte, mi nuevo aprendiz. *** —Ah, estás terminando con mis zapatos de tenis —suspiró Peach al regresar al armario horas después. Toadette pasaba la lengua por la plantilla más percudida que había probado, y era algo digno de contemplar—. Si no fuera tan frío, me encantaría echar una partida rápida. Recuperar un poco más de músculo me ayudaría. Toadette dio un trago profundo, enviando por su garganta otra tanda de suciedad y polvo. —He acabado, alteza —dijo con dificultad. Parecía que hiciera gárgaras con clavos—. Sus treinta zapatos están lamidos a la perfección. Hasta limpié unos cuantos demás, si no le molesta. Su cara apestaba a los pies de Peach, incluso sin haberlos tocado en toda la mañana y la tarde. Esos tenis eran las verdaderas bombas fétidas, soltando un olor penetrante que Toadette nunca antes había sentido en Peach. Peach se quedó con una sonrisa de satisfacción, sosteniendo un par de tacones. —Hasta le quitaste las marcas de rozadura. Hiciste en esfuerzo adicional. —De repente le puso algo a la fuerza en la cara a Toadette—. Toma un poco. —¿Eh? —Es Vino de Floruga. —Peach agitó su pequeña copa—. Uno de los más caros de todo el reino. Con lo sedienta que estaba Toadette, no tenía fuerzas para dudar. Dio un sorbo al vino, y su garganta ardió inmediatamente. Sabía más azucarado que un vino promedio, además de tener esta extraña cualidad a menta. —Gracias, alteza… ¡Mi voz! —La ronquera había desaparecido. —Hablo tan a menudo en público que esto es mi medicina, más o menos —dijo Peach, metiendo sus grandes pies en sus tacones recién lamidos—. Desde que asumí el mando. —Creí que beber a los quince años era ilegal. —Nadie se atrevería a encerrar a una líder por algo tan inofensivo como un poco de alcohol. —Peach frotó el sombrero de Toadette—. No me digas que tú nunca has roto las reglas así. Toadette negó con la cabeza, pero los ojos de Peach seguían presionándola. —Mi madre quería más a la botella que a mí. —¿Y ese rasgo se te pegó? —No estoy orgullosa de eso. —Toadette empezó a limpiarse la suciedad de la boca—. No soy ni de lejos la borracha que era ella. Pero cuando las cosas se ponen muy estresantes, ¿cómo no voy a querer desconectarme? —Hmm… Me conviene que estás sobria. Toadette suspiró. —Estás libre por el resto del día. —¿De verdad? ¿No necesita algo más? —No tengo razón para retenerte más tiempo si ya completaste tu tarea e incluso más —explicó Peach, terminando su vino—. Cuando alguien te deja ir temprano, aprovéchalo. —Sí, alteza. Gracias. Peach sonrió al ver a Toadette salir corriendo. «No sólo tengo una esclava como Daisy, sino que tengo una excelente luchadora que a ella le falta. Ah… Aun así, no hay necesidad de mantener a Toadette estresada cuando Wario podría hacer un movimiento en cualquier momento. Necesita poder reaccionar». *** —En serio, no era mi intención patearte así. —Tienes más cosquillas que yo. —Minh se dio golpecitos en el labio con un pañuelo, viendo el rojo de su labial y de un poquito de sangre—. ¿Mi consejo para aguantar? Piensa en cosas aburridas. Como la ropa secándose. —Sí, será fácil desactivar mi cerebro cuando Toadette anda cerca. —El pie izquierdo de Toad se movió involuntariamente, con sus dedos brillando bajo las luces de la tienda. Hace una hora, estaba aprendiendo la tarea infantilmente simple de colgar calzado. Ahora estaba sometido a un proceso de insensibilización, acostumbrándose tanto al contacto que ya no se sentiría tan incómodo. Era como ser arrojado a los mares del infierno. En el suelo había todo tipo de herramientas que usaba Minh: su cepillo de dientes, su cepillo para el cabello, un molinillo afilado, una pluma cómicamente larga y, por supuesto, la propia Minh. «Debería estar listo para Toadette ahora», se dijo él a sí mismo, mirando sus pies. «Esperemos que las técnicas de esta loca realmente funcionen». —Buenas tardes, Minh. —Ay, ¿Toadette? —Los ojos de Minh se abrieron de par en par. Toad casi pierde el equilibrio. Tuvo que tragar saliva con fuerza para que su sorpresa no se convirtiera en un grito. Toadette estaba parada cerca de la puerta principal, frotándose los ojos. Lucía una sudadera gris extragrande y pantalones azul oscuro que terminaban justo por encima de sus tobillos. A pesar del clima invernal, llevaba puestas sus voluminosas sandalias negras, con los dedos a la vista para que todo el mundo los viera. —Hola —dijo suavemente, saludando a Toad—. ¿Interrumpo algo entre ustedes? —No, no hacemos nada extraño aquí —replicó Minh, pateando lejos sus armas de cosquillas—. ¿Qué onda? —¿Te importaría hacerme una pedicura? ¿Y quizás cortarme el pelo de nuevo? —Se crujió la espalda—. Quería preguntar esta mañana, pero la princesa me tenía trabajando duro. Minh miró a Toadette, luego de vuelta a Toad. Una amplia sonrisa maliciosa se dibujó en su cara. —Para mí nunca es tarde. —Atrajo a Toadette más adentro de la tienda—. Arriba, arriba. Toad, no te va a importar acompañarnos, ¿verdad? «Irte. Quedarte. Irte. Quedarte. Anda, Toad…». —Te ves… linda con ese pijama, Toadette —dijo, siguiéndola mientras ya subía las escaleras. Luego respiró hondo antes de agarrarla del hombro y girarla—. Incluso esos pies apestosos tuyos. Toadette se quedó completamente paralizada. —¿Te ofendiste? —Toadette no había esperado una reacción tan intensa. —No, no, no —tartamudeó, abocándose con la mano—. Sólo estoy un poquito sorprendida, eso es todo. Gracias. Luego bajó la mirada, viendo la parte superior de sus pies. Inmediatamente sintió cómo sus mejillas se llenaban de sangre. Pero antes de que las cosas se pusieran más incómodas, subió el resto de las escaleras a toda prisa. Mientras Minh preparaba todo, Toadette les contó a los dos sobre su ajetreado día al lado de Peach. Cuanto más hablaba, más claro le quedaba a Toad por qué se veía tan agotada. Aunque había algo precioso en su aspecto de falta de sueño. A él le costaba apartar la mirada de ella. Sin embargo, Toadette parecía tener problemas para mirar en su dirección. «Es hora de poner esto de prueba», pensó él. Soltó un bostezo, deslizando sus pies por el costado de la silla. Esto significaba que, una vez que Toadette mirara a su derecha, estaría expuesta a ver sus plantas desnudas. Toad deseó ser chamán para poder mirar dentro de las cabezas de la gente. La expresión en blanco de Toadette no le decía nada. Entonces comenzó a mover lentamente los dedos de los pies, fingiendo mirar hacia el caos que venía del armario de Minh. Echó un vistazo a Toadette. Demonios. Aún no había picado el anzuelo. Le daba una mirada rápida, pero nunca duraba mucho. Si ella estaba tratando de ejercer control escondiendo su fetiche, éste no era el mejor momento para Toad. Minh olfateó el pie de Toadette y se echó para atrás. —Éstos son demasiado… —Luego, sin perder evitarlo, empezó a chupar los dedos gordos. Un escalofrío le recorrió la espina a Toadette, y al instante se hundió más en su sillón. Mientras ella parecía estimulada, Toad lentamente rodó su silla para acercarse. A una distancia suficiente para que Toadette quedara a solo unos centímetros de sus pies. Minh sumergió los pies de Toadette en el cubo. Mientras el agua tibia empezaba a suavizarlos, Minh prestaba atención a su lenguaje corporal. Toadette miraba a todas partes menos en dirección a ella o a Toad; esto no era nada nuevo para Minh. Pero al ver a Toad moviendo lentamente los dedos de sus pies, no pudo evitar soltar una risita. No sabía si era más gracioso que Toadette intentara evitar mirar sus pies, o si la expresión incómoda de Toad era más hilarante. «Toadette, dales una buena olfateada a esos dedos. Eso sí que estaría a toda madre». Comenzó a restregar cuidosamente el pie de Toadette con una pierda pómez. Toadette se mordió el labio. Duró un segundo antes de estallar en una risa descontrolada, aferrándose fuertemente a la silla. Esta risa repentina sobresaltó a Toad. Sin embargo, Minh se negó a disminuir el ritmo del restregado. Aceleró a fondo, frotando la piedra sobre las almohadillas de los pies de Toadette. En un instante Toadette pasó de reír suavemente a soltar carcajadas salvajes. Las mejillas de Toad se pusieron más rojas. Por divertido que fuera hacerle cosquillas él mismo, verla a merced de otra persona era emocionante en un sentido diferente. Tomó mejor nota de sus rasgos, como el rebote de sus trenzas, el pequeño resoplido que hacía antes de una gran carcajada y la forma en que sus dedos se aferraban a la silla. —¡De verdad no tienes que ir tan rápido! —le dijo Toadette a Minh entre risas. —Claro que sí. —Minh empezó a rasparle el talón, sonriendo cuando Toadette pareció haber recibido una descarga eléctrica. —¡No creo que vaya a aguantar esta etapa! Buscando algo para calmarse, lo primero que vio Toadette fueron los pies de Toad. Genial, los había mirado incluso a pesar de intentar no involucrarlo en sus intereses. Sin embargo, Toad no hacía ningún intento de mover los pies. En todo caso, sólo miraba a Toadette, como si la tentara a hacer un movimiento. En el segundo en que él movió los dedos, ella se aferró a sus pies con todas sus fuerzas, provocando un jadeo en él. —Lo siento —dijo ella sin aliento—. ¡Mis pies están demasiado sensibles ahora! «¿Y por eso tenías que agarrar los míos así?». Aunque Toad podría haberlos retirado, decidió mantener la calma. —Sólo quieres olerlos, rarita —dijo con una sonrisa. —Como si no tuviera ningún control sobre mí —resopló—. Solamente estoy agarrando cualquier cosa para resistir estas cosquillas. No es como si fuera la pequeña Minh, siempre tratando de tocar pies sin permiso. —Parece que sí. —Toad abrió sus dedos—. Huélelos ya, Toadette. Toadette se quedó boquiabierta. ¿Iba en serio? Ya fuera que lo estuviera o no, escuchó sus palabras. Así que acercó su pie a su cara, inhalando profundamente. —Sí, si crees que los pies olorosos son lo mejor del… —Se detuvo y suavizó su tono—. ¿Cómo huelen en realidad? —El olor no es superapestoso, pero inconfundiblemente tiene tu esencia. —Puso su nariz entre sus dedos e inhaló—. Guau… —Sus feromonas masculinas te están embriagando, Toadette —se rió Minh entre dientes—. ¿A qué chica no le encanta el olor del trabajo duro cuando su hombre llega a casa? Toad se puso un dedo en el labio, observando con asombro lo débil que estaba Toadette en este momento. Era como una cachorra indefensa, atraída por el ligero almizcle de sus pies. —¿Quieres más? —preguntó, doblando los dedos. Antes de que Toadette pudiera responder, él comenzó a frotar sus dedos contra su nariz. Otro gemido escapó de los labios de ella. No dudó en aspirar más profundamente. Era como si hubiera probado una droga por primera vez y no pudiera sacudirse la adicción, pues sus fosas nasales comenzaron a sonar como aspiradoras. —Haz lo que te haga feliz —suspiró Toad—. ¡Ven aquí! Rozó su pie contra el pelo de ella y luego agarró sus trenzas con los dedos. Untar todo su cuerpo con su sudor le provocó una buena risita. Pero su sonrisa se ensanchó cuando atrapó sus lentes entre los dedos, arrancándoselos de la cara. —¡Oye, devuélvemelos! —Toadette hizo un puchero, incapaz de alcanzarlo mientras él retiraba las piernas. —Déjame ponérmelos —dijo, entrando en un nuevo reino de visión—. Vaya, si así es como se ve el mundo cuando no tienes tus lentes puestos, estás más ciega que un Vampílago. —¡Tienes las huellas de tus dedos por todos mis cristales! —Para que puedas ver mis pies incluso cuando estoy lejos. Minh se moría de risa contenida, preguntándose cómo era capaz de seguir frotando los pies de Toadette con piedra pómez sin que la patearan. «Es increíble que Toadette no se esté riendo». Una vez terminada la exfoliación, Minh pasó a las uñas de Toadette. Primero las limó y luego se dedicó a empujar hacia atrás las cutículas. —Yas odia esta parte —notó—. Sofí se sube por las paredes por la forma en que se niega a que le hagan las uñas. —Te acostumbras —dijo Toadette, encogiéndose de hombros—. Aunque podría ser una parte de sensibilidad en ella. Sabes, deberías hacerte una pedicura algún día, Toady. —No, que eso es muy femenino. —No nos vengas con eso. —Minh rodó los ojos—. Mi papá es el mejor hombre que conozco, y se ha arreglado los pies. Por muy bonitos que puedan ser los pies de los hombres, sería bueno que ustedes pusieran un poquito más de empeño. —Sí, ¿por qué no hacerlos mejores? —preguntó Toadette—. Quiero decir, ya son bastante lindos, así que… Ahora Toad bajó la mirada, avergonzado. —Si Toadette dice que es una buena idea, tal vez deberías escucharla —dijo Minh, tratando de enfatizar la seriedad de la sugerencia—. De todos modos, antes de pintarte las uñas, empecemos con el masaje. Minh frotó sus manos húmedas y luego comenzó a amasar el pie de Toadette. Su objetivo inicial era el arco. Pero entonces comenzó a apretar los talones de Toadette, haciendo que emitiera otro sonido. Cada ruido de Toadette era como un pequeño regalo para Minh, combinado con sus adorables expresiones. Disfrutaba específicamente cuando sus dedos se deslizaban entre los dedos de Toadette, y Toadette fruncía los labios antes de arquear la espalda como un gato. —¿Me jalas los dedos? —suplicó. Una vez cumplido su deseo, puso una mano sobre su pecho derecho, tirando de él lentamente—. ¡Ay, sí! Eso necesitaba. Pero Toad no dejaría que Minh se llevara todo el mérito. Acercó su silla, agarró la cabeza de Toadette con los pies y la giró. Sin siquiera preguntarle, le metió el dedo gordo izquierdo en la boca. Toadette se congeló por un segundo, sintiendo el dedo moverse dentro de ella. Era sólo cuestión de tiempo antes de que sus instintos naturales entraran en acción. Comenzó esa succión familiar, y ella agarró el pie de Toad para un mejor control. —Sí, sé una buena chica y limpia mis pies —dijo él, todavía sin entender cómo era capaz de usar esas palabras—. Dame una pedicura improvisada. Toadette asintió. Después de sacarle el pie de la boca, le dio una última olfateada fresca. Y eso puso su cuerpo en marcha. Frotó su cara por todo su pie, besando y lamiendo cada punto de su pie. Sus plantas estaban tan arrugadas por el sudor, pero también eran blanditas. Era como si Toadette estuviera sofocada por una manta suave. Cuando pasó su lengua entre sus dedos, se rió y comenzó a tocarse de varias maneras. A veces hacía rodar su mano por su cuello, y otras veces dejaba que su lado sexual brillara. Los ojos de Toad se abrieron cuando ella presionó sus pies contra cada uno de sus pechos. Por muy planos que fueran, estos pedazos de grasa adoraban ser sofocados por Toad. —Órale, Toadette —se rió Minh, preparando sus frascos de esmalte—. Todavía me sorprende ver lo aficionada a los pies que te has vuelto. —Odio admitir que estuve equivocada todo este tiempo —gimió, volviendo a chupar los dedos de Toad de manera torpe—. Pero los pies son muy agradables. La mitad del tiempo, pues. —Una victoria parcial sigue siendo una victoria para mí. Toadette continuó chupando los pies de Toad por los siguientes diez minutos, emborrachándose con ellos. Dejó escapar un flujo constante de gemidos y siempre se aseguró de estar acariciando los talones de Toad. Él se recostó, incrédulo y perturbado por lo intenso que Toadette lo lamía. «Aunque realmente no puedo sacar mis pies de su boca. Eso arruinaría la onda». —A ver… —Por fin Minh dio un paso atrás—. Saluda a tus nuevas uñas rosas, Toadette. Toadette sacó los dedos de Toad de su boca. Ni siquiera se había dado cuenta de lo mal que le iba a doler el cuello por estar torcido durante tanto tiempo. Tal vez no le importaba. Al ver su nuevo diseño de uñas—una pedicura francesa fantástica con color rosa—, le dio a Minh un pulgar hacia arriba. —Muchas gracias, Minh…. Ahora voy a salir sin parecer una vaga… —Nunca fuiste una vaga. —Minh besó su pie—. Dame un par de minutos más, y estaré lista para arreglar tu pelo, ¿está bien? *** Una hora después, Minh colocó las tijeras en el lavamanos. Luego giró a Toadette para que se viera en el espejo. —Mira eso —dijo—. Ahora pareces joven otra vez. El cabello de Toadette estaba mucho más corto, parecido a como lo tenía antes de ir a Ciudad Champiñón. Sin embargo, esta vez Minh le había dado una forma más rizada, nada que ver con el esponjoso look de su mamá. Toad, que había permanecido en una esquina todo el tiempo, silbó. —De verdad que voy a extrañar el estilo de abuelita. —Ay, ustedes dos nunca van a dejarlo ir, ¿eh? —suspiró Toadette. —No, parecías que debías estar comiendo avena en un asilo —respondió él. Entonces le tomó la mano—. Pero ahora pasaste de adorable a un poco sexi. —¿En serio? —Toadette miró al suelo, sonrojada—. No tienes que exagerar. Con una sonrisa socarrona, Toad fue un paso más allá. Llevó la mano de Toadette cada vez más abajo, hasta que finalmente tocó su cuerpo. Cuando flexionó un músculo, los ojos de Toadette se abrieron como platos. —Ya, ustedes dos —los interrumpió Minh—. Me tengo que ir a dormir. Toadette, ¿te quedas aquí? —Prefiero estar en mi cama —bostezó ella—. Pero a la vez estoy muy cansada para caminar. —Yo puedo cargarte. Ambas chicas miraron a Toad en sorpresa. Sin embargo, si alguien hubiera estado caminando por las calles de Ciudad Toad esa noche, habría presenciado una escena muy bizarra. Un hombre cargaba a una joven en la noche fría, desde el centro de la ciudad hasta el castillo de la princesa. —¿Qué rayaos…? —murmuró un transeúnte, mientras Toadette le saludaba lentamente. —Dios mío, pensé que pesarías menos que yo —jadeó Toad. —Estoy segura de que sí. ¿Puedes aguantar? —Claro que puedo. ¿Crees que te voy a dejar caer? —Era mucho más fácil decirlo que hacerlo, porque la espalda de Toad empezó a arder. Pero contra todo pronóstico, ignoró el dolor punzante y llegó hasta las escaleras del castillo. Técnicamente podría haber usado uno de los ascensores, pero eso sería de cobardes. Subió hasta el primer piso y llegó a la habitación de Toadette, con los músculos palpitando a cada paso. —Aquí estamos, señorita —dijo, bajándola a su cama. Se masajeó la espalda—. ¡Puta madre! —Jiji, muchísimas gracias, mi buen señor —dijo ella. Dejó sus lentes en la mesita de noche—. Hoy no me lavo los dientes. —¿Eh? —Toad dejó de frotarse la espalda—. ¿Por qué no? —Porque quiero sentir el sabor de tus pies en mi lengua toda la noche —contestó, frotándose los ojos. —Estás bien loca, Toadette. —Se inclinó ya la besó en sus delicados labios—. Pero eres mi loca preciosa. Y antes de salir de la habitación, la sorprendió con saltar sobre la cama. Tomó su pie y le dio una lenta y larga lamida desde el talón hasta sus dedos doblados. Luego su lengua se forzó entre cada uno de ellos. En ese momento Toadette cayó hacia atrás sobre las almohadas, temblando. Toad rió entre dientes, limpiándose la boca. —Buenas noches. —Buenas noches… —tartamudeó ella, jadeando. Se cerró la puerta, y Toadette soltó el gemido más largo de la noche mientras sus manos cubrían su entrepierna. ---------- Nota del autor: El nuevo peinado y los colores de las uñas de Toadette se votaron en una encuesta en mi servidor. Una de las opciones, un corte de pelo broma con el estilo de Rosalina/Estela, estuvo demasiado cerca de ganar. |