Sigue la historia de la vida de esclava de Toadette, y ya tiene el fetiche por los pies. |
El sótano del castillo se extendía como una telaraña bajo toda la estructura. El cuarteto, para nada bienvenido, logró atravesar algunos pasadizos húmedos. Pero, para fastidio de Mona, al final de éstos se alzaba una enorme puerta de bóveda, sellada con una complejidad absurda. Parecía sacada de un cuento infantil, con sus combinaciones de rueditas antiguas y marcadores digitales modernos. Era obvio que estaba diseñada para impedir el paso a cualquiera que no estuviese invitado. Pero esa sonrisita de suficiencia no se le borraba de la cara a Mona. —¿Ven eso? —preguntó, con la voz resonando en el espacio—. Ahí es donde están escondidas nuestras estrellas. —Si me teletransporto ahí dentro, ¿será igual de fácil salir? —preguntó Ana desde atrás—. No me quedará nada de energía, Mona. —¿Teletransportación? Qué aburrido. —Mona lanzó un puñetazo al aire—. Tú y Cricket sólo tienen que darle un buen golpe a esto. ¡PUM! Y si tiene algún sistema eléctrico que lo controle, mejor, porque esta bomba va a freír toda la red. ¿Verdad, Penny? ¡Penny! —¿Eh? —Penny salió de su aturdimiento—. Suena correcto, sí. —Bien. —Mona se giró—. Creo que nuestra pequeña búsqueda ha sido todo un éxito. Vamos a echar un vistazo más a este lugar, a esta ciudad sucia, y luego volvemos a la base. *** El aire estaba lleno de tierra regado en exceso. Penélope y Minh permanecieron atrapadas en el patio trasero de Koopa Koot, cuyo jardín estaba ahora repleto de plantas violentas. Gracias a su generosa ración de agua milagrosa, las plantas atacaban con enredaderas espinosas. En medio del caos, la segunda de las botas de Minh se desprendió de su pie, dejándola descalza sobre la tierra. Enroscó los dedos ennegrecidos. Si solamente la hubiera escuchado el anciano… —Ahora que están cargadas de agua milagrosa, ¡lo mejor será resecarlas! —Minh miró al Sol—. Pero no hay suficiente calor en este clima. Penélope gritó mientras esquivaba una ráfaga de semillas de tulipán. Una se quedó atorada en su cabello. —¿Y sus botas? —preguntó Penélope. —¿Qué tienen que ver? —¡Apestan! Si son como los zapatos de la señorita Toadette, seguro están calientes y harán que se evapore el agua milagrosa. —Esto no es una caricatura, Penélope. —¡Pues no me deja de otra! —Penélope evitó por poco un latigazo de una enredadera de rosas espinosas. —Yo me encargo sola —dijo Minh—. ¡Ve adentro! ¿Adentro? ¿Durante esto? ¿En serio Minh creía que se iba a encerrar en la casa a esperar? Como si Penélope no estuviera ya harta de que la tratasen como una niña. Salió corriendo y se perdió entre la maleza espesa del patio trasero de Koopa Koot. —¡No, Penélope! —Minh corrió tras ella, sólo para tropezar. Dos plantas enredaron sus gruesas lianas alrededor de sus tobillos. Ella jadeó mientras apretaban y tiraban de ella hacia abajo—. ¡No deberían estar tan fuertes sólo por esa agua! Seguro que ese loco le echó algo raro. De repente algo extraño le hizo cosquillas en la planta de los pies. Una presión precisa le punzaba las plantas como pequeños dedos. Un escalofrío la recorrió. Entonces una risita de asombro salió de su garganta, convirtiéndose rápidamente en una carcajada. Mientras tanto, Penélope se abría paso a duras penas entre arbustos y árboles. ¿Acaso a Koopa Koot nunca le dijeron que existían sierras? Estaba perdida en un bosque peligroso, todo por encontrar un zapato maloliente. Algo le rozó la oreja y pegó un brinco soltando un grito. Cayó fuerte en un montón de zarzas. Aguantándose las ganas de llorar, se levantó y se sacudió los rasguños. «Y yo que creí que me iba a hacer pedazos esa grande Chomp Cadenas. ¡Espera!», pensó. Los Chomp Cadenas servían para algo más que para ser ruidosos y caóticos. Eran expertos rastreadores. Penélope respiró hondo, tratando de sentir como uno de ellos. Agachó la cabeza y dejó que su olfato la guiara entre los olores terrosos del bosque. Pero resultó que sus genes humanos no eran tan buenos para una navegación olfativa precisa. Cada vez que creía que lo hallaba, vio un callejón sin salida. Entonces captó un olor nocivo. Un poco al norte… Ligeramente al este… —Te encontré —le dijo a la ancha bota de invierno. Apenas le llegó el tufo, empezó a respirar por la boca—. ¡Puaj! ¡Puedo saber tu olor! Más te vale que sirvas para algo, ¿eh? Al salir de la maleza, soltó un grito ahogado. Lo que vio era surrealista: los tallos de las plantas habían crecido aún más, envolviendo a Minh como una telaraña a su presa. Sólo la cabeza y los pies descalzos le sobresalían de la trampa verde. ¿Y lo peor de todo? Minh se reía sin poder hacer nada mientras las plantas le hacían cosquillas y le rasguñaban los pies. Penélope ladeó la cabeza. ¿Por qué le hacían cosquillas? Recordó cuando Toadette contó que estuvieron atrapadas en un pozo en Ciudad Champiñón, con Pirañas Sépticas (Pochas) lamiéndoles los pies. Pero aquellas plantas tenían lenguas, y claramente su objetivo era envenenarlas y comérselas. A lo sumo, se arrastrarían por la tierra y meterían sus cabezas bajo los talones de Minh. Pero eso no hacía mucho… Penélope jadeó. ¡Claro! Todavía querían más agua, y por eso trataban de drenar toda la de Minh. Sus pies eran sólo el principio. —¡Deténganse! —Penélope reaccionó al instante. La rosa, sin dudarlo, lanzó una ráfaga de espinas como un puercoespín. Usó la suela gruesa de la bota de Minh como escudo, desviando las espinas. Luego se abalanzó, atrapando la rosa dentro de la bota. Dejó escapar un grito cuando una espina se le clavó en la pierna. Mordiéndose el labio, ignoró el ardor y se mantuvo firme, rezando para que su plan funcionara. Continuaron las punzadas. —¡Muévete, Penélope! —Chilló Minh entre risitas—. ¡Sal de ahí! «¿Cuántas veces más van a intentar convertirme en un maniquí?». Penélope negó con la cabeza. Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que la resistencia desde el interior de la bota había cesado. La levantó, y la rosa estaba medio marchita. Aturdida, Penélope metió la mano en la bota, aún más asombrada por el intenso calor que irradiaba el cuero húmedo. Con una sonrisa retorcida, cargó hacia el tulipán que disparaba semillas y estrelló la bota sobre él. Esta vez la planta no pudo contraatacar, y cayó en menos de un minuto. —¡Van a caer todos! Penélope correteó por el jardín a la velocidad del rayo. Cuando una atrapamoscas le mordió el tobillo, la sofocó con la bota apestosa. El potente olor emanaba un siseo, el cuero abrasador quemaba la planta. Mientras tanto, Minh era un público cautivo. Las enredaderas habían aumentado el ritmo, convirtiéndose en puros verdugos. Bailaban sobre sus pies con tal precisión, encontrando cada punto sensible. Un conjunto de enredaderas se enrolló alrededor de su pie izquierdo, apretándose como una merienda. Con cada contracción, una nueva tormenta de sudor caía del rollizo talón de Minh, regalando la rica tierra. —¡No! ¡No! —Minh se retorcía contra las enredaderas con más fuerza que antes. Sin embargo, sólo conseguía intensificar el cosquilleo. Los dedos de sus pies se encogían y se expandían repetidamente, sobre todo a medida que algunas enredaderas entre ellos buscando más nutrición. —¡Aguante! —gritó Penélope, esquivando una enredadera que salió disparada a una velocidad vertiginosa. La respiración de Minh se volvió entrecortada. —¡Me aprietan mucho los pies! Si Penélope no se daba prisa, las plantas amenazaban con cortarle la circulación a Minh. Soltó un grito poderoso y cargó con audacia contra el grupo de plantas. Un tallo la arrastró de cara al suelo antes de que pudiera alcanzarlas. La agresividad de las enredaderas aumentaba con cada leve movimiento de Penélope. Su presión sobre Minh se intensificó. Los ojos de Minh se desorbitaron cuando sintió que algo se deslizaba por la pernera de su pantalón. Temblando, hizo un último intento por apartarse. Pero la planta se enroscó en su pantorrilla y sus espinas empezaron a clavarse en su piel. Se posó en su rodilla. Otra se aventuró bajo su abrigo y le hizo cosquillas en las costillas. —Señorita —gimió Penélope, levantando la vista. —No puedo… —Una liana rodeó el cuello de Minh. Ahora respiraba entrecortadamente. —¡Déjenla! —chilló Penélope—. ¡Les dije que la dejen! Las siguientes seis plantas cayeron una tras otra, las enredaderas alrededor de Minh se aflojaron hasta que ella se desplomó boca abajo en la tierra. Penélope, jadeante, finalmente arrojó la bota al suelo. Cuando Minh finalmente logró incorporarse, miró a Penélope con asombro. Penélope estaba tan decidida a librar el jardín de esas amenazas que ya las estaba desenterrando. ¡Y nada de tirarlas a ningún lado! —¿Qué estás haciendo? —preguntó Minh, sacudiéndose la tierra de la cara—. ¡Penélope! —Las estoy poniendo en macetas. Más les vale portarse bien de ahora en adelante. —Por un momento… —Minh se dejó caer de nuevo en la tierra, sin aliento. Una sonrisa lenta se extendió por su cara—. Mis pies son letales, ¿eh? —Más bien las botas son letales. —Penélope, ella sola, puso en macetas a las diez plantas tercas, les dio una cantidad lamentable de agua de la llave y las llevó adentro para unirlas a las otras cuarenta. Koopa Koot, aún murmurando para sí, le entregó el pago a Minh. —Sigo diciendo que tus precios son demasiado caros. ¿Qué tiene de malo mi oferta de siempre? —Tengo cuentas que pagar. —¡Hmph! —Miró a Penélope con una expresión de respeto a regañadientes—. Con esa pinta de niña fresa, pensé que eras completamente inútil. Ahora veo que eres sólo medio inútil. —¿Gracias? —Ésta es mi forma de agradecer a los que no son tan agarrados. —Le lanzó una sola moneda. —Oiga, señor. —Minh le tomó la mano a Penélope—. La próxima vez use toda el agua milagrosa, ¿oyó? ¿Y qué tal si no encierra sus maticas durante el invierno? Sea más inteligente. —Ah, ¿sí? —gruñó, blandiendo su bastón—. ¡Ya veremos qué pasa, niña! «Muy bien. Haga lo contrario, viejo terco». Minh sonrió con suficiencia. En lugar de regresar de inmediato a Ciudad Toad, Minh le curó las raspaduras a Penélope y la llevó a una de las tienditas en Pueblo Koopa. No solo consiguió el Té Koopa puro que tanto deseaba su madre, sino que también le compró a Penélope una paleta tan grande como su cabeza. Al salir, Penélope iba saltando felizmente por el pueblito enyerbado, dejando atrás a Minh. —Gracias, gracias, gracias —repetía hasta que se dio un golpe contra un árbol. —Si el árbol que no ataca es el que te mata, me voy a decepcionar mucho —se rió Minh. Llevó a Penélope de vuelta al carro—. Qué curioso. Si Toadette no hubiera dejado sus chanclas grandotas en mi casa, nunca hubiera estado en ese castillo para recogerte. —¿Se alegra de que lo hiciera? —¿Tú qué crees? —Minh se quitó las botas de una patada, moviendo los dedos en el tablero mientras se calentaban. Penélope se encontró de nuevo perdida en los pies de Minh. —Esto no está tan loco como las cosas que hace Toadette, pero cuando me salen clientes como ese señor, ni de chiste tengo un año normal. —Oiga… —Penélope tragó saliva—. ¿Le importaría si… si le chupo los pies? El enroscamiento de los dedos de Minh se detuvo. Esto fue inesperado. Sabía que Penélope había comentado sobre sus pies antes, pero esta petición era nueva. —Después de haber estado en ese jardín, la verdad no creo que sea muy buena idea —dijo, metiendo las llaves en el encendido. —Está bien. —Penélope le dio otra chupada a su paleta, cerrando los ojos. El sonido al chupar se aceleró, y empezó a susurrar—. Al menos me lo puedo imaginar, Yas… —Vamos, no nos parecemos tanto —rió Minh entre dientes, haciendo que Penélope soltara un jadeo de confusión. Minh entonces puso la reversa—. Oye, ¿cómo se portó exactamente Yas en esa convención contigo? Antes de todo lo del incendio, digo. *** Cuando Mona y los demás regresaron a Aldea Cromo (Villatina) en sus motos alquiladas, ella escupió en la acera. El sol de la tarde había hecho salir a los Toads de sus casos como los hongos que eran. Aldea Cromo, ya de por sí mucho más pequeña que Ciudad Toad, hacía que la plaga fuera aún más evidente. Sentía que caminaba entre un pantano de parásitos. Aceleró hasta llegar a un cruce, y la llanta delantera de su moto pasó a un pelo de rozar a un Toad que cruzaba la calle, tambaleándose con una caja en las manos. —¡Oye, fíjate por dónde vas! —gritó, a punto de que se le cayera la caja, si no llega a ser por el Toad que iba delante de él. —Quítate de en medio. —Mona aceleró el motor. Lo volvió a acelerar—. ¡Lárgate! —¡Qué grosera! —El Toad infló los cachetes. —Deberías estar lamiéndome los pies sólo porque te estoy siendo amable, cabeza de… —Se tragó el insulto—. ¡Ahora, quítate! ¡Una chica normal está intentando pasar! El Toad refunfuñó, moviendo la caja hacia un edificio soso: un complejo de almacenes. Mona sólo alcanzó a leer la primera parte del nombre: «Sello». Mientras seguía hacia la casita, floreció en su mente una oscura fantasía: el crujido repugnante de huesos, el golpe seco y satisfactorio de su moto impactando contra un Toad a toda velocidad… Detrás de ella, Penny hizo una mueca de disgusto. Miró de reojo a Cricket, preguntándole en silencio: «¿De verdad estamos haciendo lo correcto?». Pero las palabras se quedaron atascadas en su garganta. Unos minutos después, aparcaron las motos delante de la casa. —La gorda esa de Toad tenía razón —dijo Mona, quitándose la ropa como si estuviera contaminada—. He visto seguridad más estricta en un club de striptease que en ese castillo. Todavía no había noticias del equipo de 13-Amp, pero Mona ya estaba avanzando. Su plan era simple: entrar al castillo, volar el primer piso, sumergirse en el pasadizo subterráneo más profundo para hallar las estrellas y escapar. Las habilidades ninja de Ana podrían hacer que las estrellas fueran invisibles para la seguridad del aeropuerto. Aunque esto requeriría que Ana no estuviera agotada, Mona dudaba que siquiera necesitaran pelear. Penny levantó la vista de su portátil. —No puedes dejar que nos saltemos la parte de hacer explotar a inocentes, ¿verdad? —¿Por qué debería? —preguntó Mona con genuinidad —No acabas de preguntarme eso. —Penny alzó la voz—. ¡Personas saldrán heridas! —Lo sé. —Mona puso los ojos en blanco—. Penny, me prometiste que me ayudarías. Tú apuntas a un setenta de cien, apenas pasando con lo mínimo indispensable. Yo quiero que Wario me ponga un sobresaliente, o sea, más allá de la estratosfera. —Mona… —El próximo viernes —dijo, poniendo un dedo sobre los labios de Penny—. Tú vas a construir esa bomba. Vamos a ser unos desconocidos infames en las noticias. Fin de la discusión. —Luego se dio la vuelta con una sonrisa linda, pavoneándose hacia el baño—. ¡Cricket y Ana! ¿Quieren pedir pizza mientras me quito estas esporas de encima? Mientras Mona seguía hablando de cómo sentía que había pillado una enfermedad en el castillo, Penny cerró su portátil de golpe. Las fórmulas químicas para la preparación de la bomba ya estaban grabadas en su mente. Un proceso complejo, pero era un juego de niños para ella. «Quiere que construya esa bomba. Como si yo quisiera estar involucrada en lastimar a estos pobres Toads que no hicieron nada malo. ¿Por qué no la construye ella misma?», pensó. Entonces se le encendió la bombilla. Con un pequeño ajuste químico en su cabeza, una amplia sonrisa se extendió por la cara. *** «¿Yas? ¿Habló muchísimo? ¿Cómo es posible?». Yasmín era la residente silenciosa de la familia de Minh. Sí, lograba articular algunas palabras cuando era absolutamente necesario entre familiares, pero alrededor de cualquier otra persona, sus labios permanecían sellados más firmemente que con pegamento. Ya que se supone que la infancia es para forjar lazos y aprender a interactuar, habían estado tratando desde siempre de sacar a Yasmín de su caparazón. Pero cada intento de darle algo que se pareciera a una vida social había fracasado. Pero ahí estaba Penélope. En el lapso de unas pocas horas, sacó más personalidad de Yasmín que cualquier otro extraño. Minh, que estaba babeando los pies de Penélope mientras conducía, se impresionó cada vez más cuanto más Penélope contaba sobre aquella noche. —Que no saliera corriendo cuando empezaste la pelea con ese chico… —Probablemente sabía que la policía estaba en camino —supuso Penélope. —Lo dudo. —Minh sacó uno de los dedos de Penélope de su boca. —No es como si fuéramos amigas —se lamentó Penélope—. Volvió a ser toda deprimida y rara una vez que terminamos con la convención. —Tal vez sólo se estaba preparando para el problema en el que estaba conmigo. Para ser sincera, si ustedes dos fueran a la misma escuela, apuesto a que serían buenas amigas. —No sé… Después de unos minutos más de humedecer los pies cubiertos de sal de Penélope, Minh finalmente volvió a centrar su atención en el camino por delante. Pero un nuevo pensamiento acababa de ocurrírsele. —¿Alguna opinión sobre los pies de Yasmín? —preguntó. —Ya le dije que no me gusta de esa manera. —Está bien, está bien. Pero aun así dijiste que los míos eran hermosos. —Minh guiñó un ojo—. ¿Qué hay de los de ella? —Apestan. Demasiado. —Entonces son perfectos. —Minh bajó la voz—. Entre nosotras, me gusta oler un poco sus sandalias cuando no hay nadie alrededor. —¡Puaj! —Penélope se puso verde—. ¡Casi me muero cuando los olí! ¡Y ella me advirtió que no lo hiciera! —¡Buu! ¡Qué aburrido! —exclamó Minh juguetonamente, comenzando a entrar en la entrada de la casa de sus padres—. Podría encogerme y usarlas como una casa de vacaciones. Vivir justo en el hedor. —Si los lavara muy bien con una barra de jabón grandísima… no me importaría jugar con ellos entonces —confesó Penélope, sonrojándose—. ¿Estoy haciendo esto demasiado raro? —Calma. Conmigo todo está bien. —Minh salió del carro con los comestibles—. La próxima vez que esté aquí, por mucho que me duela, la animaré a que se lave los pies. Al menos todavía tendré sus sandalias rancias para oler a mi antojo. —¿Qué hay de los de su hermana? —Un poco demasiado limpios. —La sonrisa de Minh se desvaneció ligeramente—. Anda, ayúdame a meter estas cosas adentro. Fiel a su palabra, Minh llevó a Penélope de vuelta al castillo antes de las dos. —Gracias por toda tu ayuda hoy —dijo, dando una palmada en la cabeza de Penélope—. Y no lo dije antes, pero gracias por cuidar de Yas allá en Ciudad Neón. —No es gran cosa. —Ella puede ser difícil, pero me destrozaría si algo malo le pasara. Fuiste como su protectora ese día, ¿eh? «¿Su protectora?». La llegada de Penélope coincidió perfectamente con el plan de Toadette de entrenarla a partir de las cuatro. A medida que avanzaba la tarde, las dos estaban de vuelta en el patio del castillo. Esta vez, sin embargo, la confianza de Penélope era notablemente mayor. Sorprendió a Toadette, porque la sesión de entrenamiento apenas duró un minuto antes de que tuvieran que pausar. —Me atrapaste —dijo Toadette, mirando la cola de mapache de Penélope en su pecho. —¡Correcta! —Penélope rebotó hacia atrás—. ¡Ahora enséñeme a volar! —Aún no. Eso tomará tiempo. Pero está claro que podamos pasar del movimiento básico. —Sí que estoy lista, señorita Toadette. —Penélope se puso en posición de pelea, mirando fijamente con intensidad—. Si no puedo volar hoy, entonces pelee conmigo. ¡Quiero derribar a la gente con esta cosa! —Sólo recuerda que yo tampoco soy una experta. —Toadette se tronó los nudillos, riendo entre dientes por la incapacidad de Penélope para quedarse quieta—. Se nota que estás muy ansiosa hoy. —Si necesito proteger a alguien, entonces necesito saber cómo hacerlo a la perfección. *** —Espero que ese haya sido un buen ejemplo para ti —jadeó Toadette. La cola de Penélope seguía moviéndose erráticamente, mucho más tiempo de lo que cualquiera de las dos había esperado—. Se acabó. —Siento que podría seguir un poco más —dijo Penélope, preparándose para lanzar otro ataque. Pero Toadette la agarró por la cara. —Lo hiciste bien. No te excedas. —Lo siento. Soltando a Penélope, Toadette miró al cielo. Ahora estaba pintado de naranjas y púrpuras; la señal del anochecer. También conocida como la hora de su cena y ducha. Cuando volvió a mirar a Penélope, la chica más joven seguía nerviosa. —Minh debió engancharte a algo —rió. —No estoy enganchada, señorita. —Oye, ve a bañarte antes de que apestes todo el castillo. —Toadette le dio un empujoncito hacia adelante—. Voy a hacer lo mismo. Pero cuando Toadette dobló una esquina, una serie de voces la detuvieron. Reconoció una voz al instante: el capitán Toad. Asomándose, vio a cuatro figuras dirigiéndose al sótano. Eran Teso, el miembro del Escuadrón Toad con manchas verdes; Consejero, el miembro con manchas azules; y Amarillo, el miembro con manchas amarillas y la boca suelta. Así como así, su agotamiento se desvaneció, reemplazado por esa familiar explosión de energía hormigueante. ¿Era curiosidad? ¿Intriga? Ciertamente estaba relacionado con ver a Toad. Antes de que sus pantalones se humedecieran, se encontró moviéndose. Se quitó sus zapatos bajos, caminando de puntillas con sus pies cubiertos de medias. Desde un largo pasillo, los vio llegar a una pesada puerta y desaparecer dentro. —¿Qué clase de noches de chicos tienen estos tipos? Se arrimó con cuidado a la puerta, presionando su cabeza contra la madera. Parte de la conversación se filtró, aunque el desagradable chapoteo de agua helada alrededor de sus pies le tapaba lo demás. —Casi se mata en Ciudad Champiñón —dijo Teso desde adentro. —Pero sobreviví, ¿o no? —respondió Toad, con su tono confiado—. Esto no va a ser nada como el Festival de las Estrellas. Es sólo una exploración por ahí cerca, como cualquier otra salida que he hecho yo solo. —Ajá, y todo para ver qué joyita le encuentra a la Toadette. A Toadette se le aceleró el corazón. Se agachó más; hasta se quitó el sombrero para pegar bien la oreja a la puerta. —Puede que sea un regalito extra —se rió Toad—. Además, ¿por qué no le voy a dar un detalle? Ella se fue hasta la isla Lavalava a buscarme mientras ustedes se quedaban ahí rascándose las narices. —Teníamos planeado zarpar la semana entrante —contestó Consejero tranquilamente. —Para entonces ya me hubiera achicharrado como un chicharrón —respondió Toad. —Sabiéndolo, lo lograría —dijo Amarillo—. Pero ¿por qué se molesta con ella, capitán? Esa muchachita tiene más pájaros en la cabeza que un nido. A veces uno cree que no sabe ni dónde está parada. Toadette arqueó una ceja. —En algo tiene razón —intervino Consejero—. ¿Se acuerdan del festival? Casi se hace pedazos. Ninguno de nosotros terminó con un brazo retorcido como un pretzel. —Y las quejadas —escupió Teso—. Se pone a lloriquear por cualquier mugre en el castillo. Tiene suerte de que sólo la aguantemos cuando usted está presente, capitán, porque si fuera por mí, la estaría criticando a cada rato. —Tiene el descaro de quejarse oliendo como un Blooper lleno de tinta —se burló Amarillo—. Como si nunca hubiera visto un jabón. «Jabón, jabón, ¿qué es jabón?». Claro, quizás es normal para ella, viniendo de esa casucha sucia de la que nos contó. «¿Les contó sobre mi infancia?». A Toadette se le desencajó la mandíbula. —¡Ya basta! —La orden de Toad fue tajante—. Toadette no es perfecta, pero es… —¿Inteligente? —Amarillo rodó los ojos—. Capitán, ¿no nos estábamos riéndonos a carcajadas porque ella entró en un volcán con esos zapatos de oficinista? ¿No tuvo que rescatarla de esas niñas ninja de preescolar? A usted le iría mucho mejor saliendo con una Goomba babosa en vez de andar detrás de ese saco de esporas inútil. Un silencio doloroso llenó la habitación. Ni una sola voz se alzó en defensa de Toadette. Su silencio fue un acuerdo condenatorio que formó un gran nudo en su garganta. Su labio empezó a temblar. —¡Esto no es lo que vinimos a discutir, Amarillo! —rugió Toad—. ¡Sigue así, y te daré algo más que un brazo roto! —Cálmese, capitán. Sólo digo que eso demuestra lo duro que es usted, siendo capaz de tolerar a esa puta. La visión de Toadette se nubló. Sus esfuerzos por evitar que una lágrima saliera de su ojo fueron en vano. Y una vez que la primera salió, la siguió una segunda. Se llevó la mano a la boca, ocultando sus respiraciones más pesadas. —Oigan, ¿ustedes también huelen eso? —preguntó alguien. —Sí, ¿qué es? —Demonios. Huele a queso de esos caros —tosió Amarillo—. Como si alguien lo hubiera cocinado. Toad inhaló. Luego miró hacia la puerta. Afuera la nariz de Toadette finalmente captó el olor penetrante. Sus pies húmedos en las medias, combinados con el aire frío del sótano, habían creado una peste espantosa. Tenía las mejillas rojas, y no solo por la rabia que la invadía. Se dio la vuelta, lista para huir. —Toadette. Sé que estás ahí. No tenía sentido esconderse. Tomando una respiración profunda, abrió la puerta, con los ojos enrojecidos. Entró en la pequeña habitación beige, sus ojos clavados en las cuatro figuras que estaban adentro. Su respiración era controlada, pero siempre amenazaba con acelerarse. —¿Conque soy sólo una puta? ¿Soy inútil? ¿Qué partes no he mencionado? —Mira, Toadette, traté de decirles… —¿Trataste? —resopló ella—. Si te importara un carajo, no los hubieras dejado terminar. No te hubieras burlado de mí a mis espaldas. Me encanta cómo fui tan pendeja por haberte rescatado de la lava con ese calzado tan especial. Los recorrió con la mirada de izquierda de derecha. Teso, Consejo y Amarillo. Fue el último el que se mantuvo con una sonrisa socarrona en la cara. —Creo que está con la regla, capitán. —¡Oye! —gruñó—. ¿Que soy una cabeza hueca? Pues bueno, demuéstrenlo. —¿Demostrar qué? —preguntó Amarillo. —Demuestren que pueden respaldar tanta habladuría barata. —Toadette se desprendió del abrigo invernal con furia, dejándolo volar hasta un rincón donde cayó pesadamente—. Sin objetos, sin armas. Peleen conmigo. —No vamos a hacer esto, Toadette —gimió Toad—. Es tarde, estás cansada, y… —¡Más bien cállate tú! —Señaló a los hombres—. ¿Qué pasa? ¿Les di culillo, nenes? ¿Les asusta enfrentarse a la pobre pendeja del castillo sin que su capitán los cuide? Teso arrastró los pies nerviosamente. —Toadette… Eso no es necesario. Somos sólo aventureros, no exactamente luchadores. —Sí, tiene razón. —Consejo asintió—. La confrontación física se encuentra fuera de nuestros parámetros operacionales típicos. La frustración de Toadette creció aún más. ¿Tenían la caradurez de destrozarla con sus palabras crueles, pero no el coraje para enfrentar su furia? —Está bien, señorita Patas Apestosas. —Amarillo dio un paso—. Vamos a quitarte el estrés premenstrual. Pero como caballero, seré amable. No querría lastimar a una chica. Toadette dejó escapar un resoplido corto. —Qué gracioso —murmuró, ajustando los lentes—. Porque yo voy a tener que esforzarme mucho para no enterrarte. ---------- Nota del autor: Para ser tan buena con las plantas, T. Minh se ve atacada por ellas a menudo. La próxima semana comprobaremos si Toadette puede respaldar sus palabras. Será mejor que venza a Amarillo y le imponga un castigo humillante con sus pies hediondos. |