Luchan contra Wario. Más amigos, enemigos y pies sudorosos para Toadette, Minh y Toad. |
| Jones acechaba bajo las olas frente a la costa noroeste de la isla. A lo lejos, el Aguadulce navegaba a la deriva, con sus banderas violetas y blancas ondeando en la brisa. En cubierta, la tripulación de roedores y robots de Sirope bullía en actividad. Jones entrecerró los ojos. Esos bobos no eran su problema. Necesitaba hallar un punto débil que Sirope no hubiera pensado en proteger. Y entonces lo encontró: el timón. Si podía inutilizarlo, la gran nave de Sirope no sería más que un barquito de juguete. —Ustedes dos —graznó a sus lacayos—. Tomen el camino largo. Golpéenles la popa primera. Hagan que crean que la mismísima mar se ha vuelto en su contra. ¡Ya! —¡A la orden! —Los tiburones se deslizaron entre las olas. Jones flotó inmóvil, contando los segundos con paciencia. Pronto las campanas de alarma sonaron en la parte trasera del barco. —Perfecto. —Con una patada poderosa, Jones se impulsó hacia adelante. Salió disparado del agua y clavó su garfio en el casco del barco. La madera se astilló bajo su agarre. Con el tridente entre los dientes, escaló la nave y saltó por encima de la barandilla. Finalmente aterrizó en la cubierta con un golpe sordo. Dos guardias robots retrocedieron en shock. Antes de que pudieran reaccionar, Jones golpeó a uno con la culata de su tridente, luego giró el arma, sus púas brillando mientras lanzaba al segundo robot por la borda. Entonces un Gaugau cargó contra él. Mientras paraba su daga, notó algo extraño. La cubierta bajo él comenzó a sentirse resbaladiza. Aceite que goteaba de rendijas en los mástiles. Al mismo tiempo, una pesada red cayó desde el aparejo de arriba. Saltó para esquivarla, pero resbaló en el aceite. Mientras luchaba por incorporarse, maldijo en voz baja. ¡Sirope ya se había anticipado a su plan! Más Gaugau lo rodearon. Rugió y desató una ráfaga con su tridente, chamuscando ligeramente una parte de la cubierta y a dos piratas. Entonces escuchó un chillido agudo. —¡Señorita Toadette! Se giró justo a tiempo para ver a Penélope y Yasmín siendo llevadas por la orilla por las ratas. Un grito de furia brotó de él mientras ascendían por el barco. Lo habían burlado por completo. —¡Desgraciada sea usted! —bramó, apuntando desesperadamente al timón del barco—. ¡Rayo Ardiente! De su tridente salió un brillante torbellino de energía. Una estela de figuras arremolinadas avanzaba en línea recta hacia el timón. Sin embargo, la peor parte del ataque la recibió la horda de Gaugau; los de más adelante quedaron achicharrados. Jones, sin querer, se convirtió en un blanco fácil. Los miembros restantes lo embistieron con tanta fuerza que lo hundieron varios metros en el agua. Gruñendo, Jones se disparó hacia arriba y corrió hacia el tablón extendido del barco. Si tan sólo pudiera subir… ¡PUM! Una bala de cañón pulverizó la roca frente a él, y la explosión lo lanzó por la orilla. Su rugido se oyó por encima de la explosión mientras se levantaba. Pero ya era demasiado tarde. El Aguadulce se había soltado, su distancia creciendo mientras se oía la risa burlona de Sirope a través del agua. Los gritos de Penélope se desvanecieron en el horizonte. —Maldita seas, Sirope… Entonces algo llamó su atención. Esa embarcación más pequeña —la que él y los Toads habían avistado antes— emergió y siguió al Aguadulce. —Así que sí tenías un as bajo la manga —refunfuñó, sacudiéndose la arena del abrigo—. Lástima por ti, bruja. No eres la única con amigos secretos. *** Toadette salió cojeando de la jungla, con las plantas de los pies destrozadas. La amenaza inmediata había pasado, pero la aldea era un desastre. Mientras Toad ayudaba a un pirata tiburón a entablillar la aleta de otro, una agotada Toadette se apoyó en el marco de un puesto de frutas dañado. La herida del costado todavía le palpitaba. —Oiga —le dijo con voz débil al aldeano Guy Guerrero, que intentaba recoger tristemente sus pertenencias esparcidas—. ¿Me vende uno de esos mangos? —Por supuesto, señorita. —El aldeano dejó escapar un suspiro—. Serán veinte monedas. —¿Veinte monedas? —preguntó Minh, incrédula—. Y yo que pensaba que los precios en Ciudad Toad se habían disparado. —Con las rutas comerciales del continente hechas un caos desde el gran ataque, conseguir suministros para las islas exteriores se ha vuelto difícil —explicó el aldeano—. Apenas estamos sobreviviendo. —Ya veo. —Toadette le pagó al hombre sin decir una palabra más. Fue en ese momento que el sonido de un PUM lejano resonó a través del agua, y todas las cabezas se giraron hacia la orilla. —¡Todavía no nos han vencido! —gruñó Toad, apretándose el pecho. Él y Toadette corrieron hacia el ruido, con Minh tropezando detrás de ellos. Cruzó los dedos, esperando encontrar a Yasmín sana y salva. Quizás el estruendo era Jones acabando con la tripulación de Sirope. Pero cuando llegaron a la orilla, no había nadie. Nadie más que unos pocos piratas malhumorados y el propio capitán. Cuando Toadette vio a Jones parado con su tridente en la mano, su rostro se contrajo. —¡Tú! —gritó, con la voz quebrada—. ¡Se supone que eres el capitán experto! ¿Dónde carajos estabas? ¿Eh? —Sirope es una cobarde; no le gusta enfrentar a sus enemigos de frente. —Finalmente se giró—. Mientras luchábamos contra sus brutos, ella capturó a sus niñas. Se burló de todos nosotros. Las palabras golpearon a Minh como un puñetazo en el estómago. Sus piernas cedieron y casi se desplomó en la arena, apenas sostenida por Toad. —¿Qué les va a hacer Sirope? —preguntó ella. —No me importan tus excusas —gruñó Toadette, plantándose frente a él—. ¿Vamos a ir tras ellas o no, Jones? Tú quieres este mar libre de la Estrella Etérea, ¿o no? —¿La estrella? —Clavó la culata de su tridente en la arena húmeda—. ¿Cree que para mí esto se trata sólo de una roca brillante? Esa bruja tiene algo mío. Algo que me arrancó del cuello. Su mano fue a su propia garganta. —Mi amuleto —gruñó—. Ha estado en mi linaje por generaciones. Su presencia en estas aguas es un insulto al nombre de mi familia. Así que sí, hongo, la quiero fuera de aquí. Un suave paso en la arena hizo que todos se giraran. Era Almara, con el rostro enmascarado y surcado por la pena. Llevando los zapatos de ellos, pasó junto a los demás y puso una mano en el hombro tembloroso de Minh. —Llevo tu mismo dolor —dijo—. Lo siento. —El rastro está fresco —interrumpió Jones, dándoles la espalda—. Nos vamos ahora. Mientras el grupo se preparaba para seguirlo, los ojos de Almara se posaron en el puño de Toadette. Entre sus dedos brillaba débilmente una pequeña cereza de dos tallos. La respiración de Almara se detuvo. —Niña, esa cereza que tienes en la mano... —¿Sí? —Es una fruta poderosa de esta isla —le advirtió—. Comerla podría otorgarte el poder suficiente para luchar contra Sirope. Pero tu alma se dividirá y, si no logras sobrevivir a la pelea con Sirope en esta forma, tu fin llegará antes. No seas imprudente con ella, te lo ruego. —No creo que… —Toadette se encogió de hombros y la guardó en su bolsillo—. Gracias. Pero un simple «gracias» se le antojó vacío. Toadette miró a Minh, quien asintió. Juntas, se arrodillaron ante Almara. Toad observó en shock cómo Toadette y Minh, trabajando al unísono, tomaron suavemente el pie derecho de Almara. Le levantaron la pierna hacia atrás para que su planta callosa y cubierta de polvo quedara frente a ellas. Toadette fue la primera, inclinándose para depositar un beso firme y deliberado en el centro de la planta. Minh la siguió, su propio beso más suave y colocado a lo largo del talón agrietado. Sostuvieron su pie un momento más antes de presionar un último beso compartido en el arco. El primer instinto de Toad fue retroceder. Estaba listo para irse. Pero respiró hondo y se arrodilló también. En lugar de besar la planta de su pie, presionó un breve beso en la parte superior, cerca del tobillo. —Saben… —Almara juntó las manos—. Lo crean o no, este acto de bondad no es uno de nuestros saludos aquí. —Nos hace sentir bien de todos modos —dijo Minh—. Cada quien tiene sus mañas para mostrar respeto. —Si pasas suficiente tiempo con estas dos, te acostumbras a sus rarezas —resopló Toad. Le hizo un gesto de despedida a Almara mientras se daba la vuelta, con la más leve de las sonrisas en su cara—. Cuando regresemos, no tendrá que volver a preocuparse por Sirope, señora. Tiene mi palabra. *** El único sonido que Penélope hacía mientras empujaba las cadenas por quincuagésima vez era el chirrido del metal. Tenía las muñecas en carne viva. El hierro se le clavaba en la piel, ya sudorosa y empapada en lágrimas. Finalmente se quedó sin fuerzas y se dejó caer contra la pared del calabozo, sorbiendo por la nariz. —Esto es peor que quedarse atrapada en esa tubería —gimió. —¿Y si las rompieras? —preguntó Yasmín, señalando las cadenas—. ¿Adónde iríamos? ¿A nadar en medio de la nada? —Los barcos de mi madre siempre tienen balsas de emergencia. —Pues éste no es el barco de tu mamá, sino un barco pirata. Lo único que tiene para emergencias es una tabla para caminar por ella. El fuerte llanto de Penélope se detuvo de repente cuando la escotilla de arriba se abrió, dejando entrar la luz en su pequeña prisión. La silueta de un Gaugau llenó el espacio. —Digan sus edades —gruñó—. ¡Ahora! Penélope sorbió, confundida. Un pellizco agudo de Yasmín en el brazo la hizo soltar un chillido. —¡Diez! —Once —suspiró Yasmín. —Síganme. —El Gaugau bajó de un salto y comenzó a desatar sus cadenas—. Y sin problemas, ¿oyen? Las condujeron hacia arriba y las obligaron a pasar por una gran puerta a una habitación aún más grande. El repentino ataque a sus fosas nasales las hizo retroceder a ambas. El aire estaba cargado de olor a sudor, humedad y resignación. Lo llenaban aún más los susurros de muchos niños. Estaban por todas partes: acurrucados en las esquinas, acostados sobre montones de harapos o mirando fijamente al techo. —¡Nuevas reclutas para la Banda del Azúcar Moreno! —anunció el Gaugau a la sala—. Muéstrenles cómo son las cosas. —La puerta se cerró de golpe. Los murmullos cesaron. Docenas de ojos se volvieron hacia ellas por un momento antes de ignorarlas. Penélope miró a su alrededor. Una chica Koopa cercana cosía un roto en sus botas, sin siquiera levantar la vista. Dos niños en una esquina garabateaban en las paredes con tiza. Cuando intentó avanzar, se detuvo al notar lo que estaban dibujando: nada más que marcas repetitivas e inquietantes. —¿Cuánta gente hay a bordo? —le susurró a Yasmín, temblando—. ¿Cientos? —Hay más —dijo una voz, tranquila y serena. Su acento era el mismo que el de los demás habitantes de la isla, aspirando las eses al final de las palabras. Un chico con una máscara de Guy Guerrero salió de las sombras. Era delgado y sólo vestía un par de pantalones rotos. Su cuerpo hizo que Penélope arqueara una ceja. Al igual que Almara, era muy humanoide para ser alguien que debería ser un Shy Guy en esencia. El chico las miró. —Otra carnada fresca —murmuró—. Las recogieron de los islotes Vivorretrato. Ah… —Pero… —Penélope parpadeó—. ¿Cómo…? —Yo escucho —interrumpió él—. Lo que uno aprende a hacer cuando no puede hablar pa’ salir de un lío. Me llamo Terro. —No nos quedaremos lo suficiente como para que los nombres importen. —Yasmín se adelantó, protegiendo a Penélope. —¿Narisa? —Terro se rió entre dientes, haciendo un gesto hacia una chica Noki—. Muéstrale a la nena lo que les pasa a los que se creen que pueden correr. Narisa se giró y se levantó la camisa. Una larga cicatriz le recorría diagonalmente el abdomen, con forma de bastón de caramelo. —Lección aprendida —dijo, con voz monótona. Yasmín se estremeció, mientras que Penélope sintió que se le iba el color de la cara. —Conque llevan años aquí —susurró Yasmín, horrorizada. —Ella sí. Yo apenas termino mi primer año —dijo Terro con indiferencia—. El trato es éste: ahora son propiedad de Sirope. Fregar cubiertas, pulir tesoros, complacer a la capitana… ese tipo de vaina. El peso muerto lo tiran por la borda; mejor se olviden de sus amigos y su familia. —Pero mi madre… —La voz de Penélope se quebró—. ¡La señorita Toadette! ¡No quiero dejarlas! —Mejor deja de llorar —resopló Terro—. No te va a alcanzar el agua pa’ reponer esas lágrimas. Yasmín observó a los demás niños. Todos parecían demasiado tranquilos para unas condiciones tan terribles. Algunos estaban tan tranquilos que incluso podía verlos tocándose, sin preocuparse por hacerlo en privado. De hecho, algunos la miraban como si ella fuera la extraña por no unirse. Sintió un escalofrío cuando dos pares de manos le tocaron el trasero. —¡Quiten sus manos de mí! —gritó, sorprendiendo a los chicos que retrocedieron. Agarró el brazo de Penélope—. P, saca esa magia de estratega de Toadette ahora mismo, porque yo no sobrevivo un día completo aquí. —Más fácil decirlo que hacerlo —dijo Penélope. —Así que son vírgenes, ¿verdad? —preguntó Terro. —¿Gérmenes? —Penélope hizo una mueca—. ¿Nos dices que estamos sucias? —¿Disculpa? —Los puños de Yasmín se cerraron. Enseñó los dientes—. Te romperé el cuello si intentas algo pervertido conmigo, ¿entendido? —Dale. Una no se entera de nada, y la otra sabe a qué me refiero. —Terro apartó a Penélope y se centró en Yasmín—. Sirope nunca ha sacado una chamaquita Toad del mar. Va a tener mucha curiosidad contigo. La expresión de ira de Yasmín se transformó lentamente en confusión. Luego sus ojos se abrieron de par en par. —No… —Esa misma es la cara que todos ponemos la primera vez. —Se rió suavemente de ella y Penélope—. Tú sólo piensa en cosas bonitas cuando pase, ¿oíste? «Minh-Minh, sálvanos, por favor», pensó ella, agarrándose el pecho. *** Minh se quedó tiesa. La Aleta de Poseidón retumbaba bajo ella, pero apenas se movió. Yasmín seguía desaparecida, y ni un solo barco se había cruzado en su camino. El cielo se tiñó de naranja en el horizonte, pero con cada minuto que pasaba, las esperanzas de Minh se desvanecían aún más. Localizar a dos niñas en un barco hundido era un juego de niños comparado con esta odisea. ¿Y cuál sería su estado si es que las encontraban? —Tómate algo. —Toadette le puso una simple botella de agua en la mano a Minh—. Estás sudando a chorros. —O es sudor o son lágrimas, Toadette. Estoy tratando de que sea sudor. —Sólo tienes que mantener la calma. Si no, nunca vamos a pensar con claridad. —Tenías razón. —Un nudo se le formó en la garganta a Minh—. Nunca debí traer a Yas a este viaje. ¿En qué estaba pensando? —Te lo dije. Minh gimió. La voz de Toadette se suavizó. —Mira, querías que tuviera una verdadera mejor amiga. Obviamente no pediste que pasara esto. —No es la primera vez que la meto en un lío. —Minh finalmente bebió un sorbo de agua—. ¿Te conté alguna vez de la vez que ella escaló nueve pisos en una juguetería? Bajo mi supervisión. Tenía como tres años. Mis tíos están como locos, yo subo para bajar a Yas antes de que se caiga de la plataforma, y de repente nos caemos las dos. —¿Y sobrevivieron? ¿Cómo? —preguntó Toadette. —Sofí. Que nos atrapara es la única razón por la que no nos hicimos papilla. Soy una prima horrible. —Ya basta de lloriqueos. —Las chicas vieron a Toad acercándose—. Sí, la cagaste. ¿Y qué? Bienvenida al club. Pero sigues aquí, y nosotros también. Podemos arreglar este desmadre, pero no si te nos vienes abajo. —No importa —replicó Minh—. Por si no se han dado cuenta, no sirvo para nada comparada con ustedes. ¡Soy débil, soy lenta, soy… soy sólo un peso muerto! —Silencio. —Toadette la calló—. Eres suave, literal y figuradamente. Cuando rescatemos a las niñas, y lo haremos, van a necesitar a alguien que las consuele. Toady es una pared de ladrillos, y yo no soy exactamente un malvavisco cremoso cuando estoy cabreada, ¿o sí? La respiración agitada de Minh comenzó a calmarse. —Oye. —Toad le lanzó un paquete de galletas—. Aunque no pelees, me alegra tener otro cerebro aquí. —Señaló a Toadette—. Porque todos sabemos que a la mente de ella le encanta dejar de funcionar. —¡Ah, jódete! —gritó Toadette. —Para un plan de la nada, claro que es impresionante. ¿Pero para algo que requiere tiempo? A su lado, pareces D. Sastre, Minh. —Toad sonrió mientras Toadette se abalanzaba sobre él. Minh pasó de largo, con la mirada fija en la cubierta superior donde estaba el Capitán Jones. Se acercó a él. —¿Qué les va a hacer Sirope a las niñas, capitán? —Esa es una pregunta oscura, moza. —Jones suspiró, con la vista fija en el camino por delante—. Hay tesoros que es mejor dejar en el fondo del mar. —Pruébeme. —El tono de Minh se endureció—. Quiero saber exactamente qué está haciendo para poder planear qué tan duro le voy a reventar la cara cuando la vea. —Mientras se mantengan sensatas, por así decirlo, es probable que sigan a flote. Entre la humana y la Toad, no tengo ni idea de cuál es más propensa a ser castigada. —¿Castigada con qué? —exigió Toadette, uniéndose a Minh—. ¡Suéltalo ya! —Tienes todas las respuestas —añadió Toad. —Hay piratas que cazan oro, y hay monstruos que cazan otras cosas. Los gustos de Sirope tienden a ser… más jóvenes. Más frescos, si me entienden. A Toadette y a Minh se les desencajó la mandíbula. Una oleada de náuseas golpeó a Toadette, una mezcla de pavor y miedo a la ira de Peach si no salvaban a Penélope de eso. El rostro de Toad permaneció neutral, pero se inclinó más cerca. —Sabías todo este tiempo que estábamos metiendo a estas niñas en ese tipo de riesgo, y no dijiste una puta palabra. —Vamos, marineros. —Jones hizo un gesto hacia adelante con su garfio—. La búsqueda de sus amigas es noble, y mantendré mi palabra de ayudarles a completarla. Pero mi propio tesoro, les guste o no, tiene prioridad. ¿O no? —Imbécil —espetó Toadette. —En serio —murmuró Minh—. Son niñas… La tarde se desangró en un atardecer completo. Toadette quería buscar a las niñas, pero la fría verdad se impuso: el océano era vasto y sus posibilidades eran escasas. Si quería encontrarlas, necesitaba descansar. Se durmió en un catre bajo cubierta, y Minh se unió a ella poco después. Minh besó suavemente a Toadette en la mejilla. —No te preocupas —susurró—. No puedo ser un peso muerto, y no lo seré desde ahora. *** El tiempo no se sentía normal en esta parte del Aguadulce. No había ventanas ni estrellas que mirar; lo único que marcaba las horas era el zumbido constante de una lámpara que nunca se apagaba. Yasmín se abrazaba las rodillas sobre la triste excusa de cama. Dio un salto al sentir que algo con demasiadas patas se le escabullía entre los dedos. Se estremeció, lo pellizcó y lo lanzó hacia las sombras. —Creo que me derrito —gruñó Penélope, abanicándose la cara. —Paciencia —contestó una voz perezosa desde el rincón. Terro soportaba el calor como si nada—. Espera a medianoche; que ahí es cuando entra el frío. —Alzó una manta delgada—. Aunque estas cosas no retienen ni un poquito de calor. —Yo puedo con el frío —se apresuró a decir Yasmín, y enseguida se arrepintió al mirar a Penélope, que sin duda sufriría más con ese cambio de temperatura. Antes de que pudieran decir algo más, tres golpes duros sacudieron la puerta. —Hora de cenar, gusanos —rezongó una voz del otro lado. La puerta se abrió con un chirrido. Un Gaugau rechoncho empujó un par de bandejas dentro de la habitación, luego cerró de golpe. Yasmín se preparó para ver alguna pasta gris o pan duro. Pero Penélope fue la primera en soltar un grito ahogado, los ojos abiertos como platos. En las bandejas había pastelitos de jengibre con remolinos de glaseado, tazones de pudín de chocolate cubiertos de chispitas, bolas de helado derritiéndose y rebanadas de pay. Y eso apenas era la mitad. —Ven, Jazz —susurró Penélope, ya estirando la mano. —Espera. —Yasmín entrecerró los ojos—. Esto no tiene sentido. ¿Quién sirve postre para cenar? —¿Y qué más da? —dijo Penélope con la boca llena de pudín—. ¡Es comida! ¿Vas a quejarte de los dulces gratis? —Digo que está sospechoso —respondió Yasmín, justo antes de que su estómago rugiera, traicionándola. Sospechoso o no, necesitaba energía. Con un suspiro rendido, devoró una rebanada de pay de arándano en cuatro bocados apurados. Penélope ya estaba perdida en su propio festín, comiendo pudín con una mano y sorbiendo una malteada con la otra. Media hora después, Yasmín se recostó con una mano en el abdomen, completamente vencida. —Entonces… ¿dónde está la ducha? —bostezó Penélope, lamiéndose los dedos manchados de chocolate. El cuarto se quedó en silencio. Algunos chicos se rieron; otros sólo miraron. Terro negó despacio. —Aquí uno no va a la ducha así no más —explicó, señalando un tubo delgado incrustado en la pared—. Escribes una solicitud, la mandas por ahí, y si les da la gana, vienen por ti. Antes de que Yasmín dijera algo, Penélope ya garabateaba en un papelito. —¿Crees que nos dejen ir juntas? —Ni lo… ¡FWOOSH! —Ya es tarde —rió Penélope. Entonces apareció un murciélago verde. —Recién llegadas. Quince minutos de ducha compartida. Pero la capitana quiere verlas primero. —Pórtense bien —silbó Terro mientras se iban, dándole un codazo a Yasmín—. A ésa no le gusta que le digan que no. El estómago de Yasmín se revolvió, y no por el pay. Mientras subían, pasaron frente a muchas otras habitaciones, cada una con un letrero distinto en la puerta. En una se leía «edades seis a nueve»; otra marcaba «trece a quince». Cuanto más alto subían, más cambiaba el barco. La madera podrida del fondo daba paso al metal pulido. Pasaron un nivel lleno de monstruos gruñones, luego otro custodiado por cuerdas de terciopelo, hasta que su guardia se detuvo frente a una puerta majestuosa, enmarcada con bastones de caramelo violeta. —Tal como pidió, capitana —dijo el murciélago, abriendo paso y haciéndolas entrar aleteando. La escena era una yuxtaposición: la grandeza de una guarida pirata mezclada con la intimidad de un dormitorio, dominado por una cama cubierta con cortinas carmesí. Y allí, de pie junto a un escritorio color pan de jengibre oscuro, estaba la responsable de todo. La capitana Sirope. Su cabello ardía bajo un pañuelo violeta. Sus labios escarlatas eran afilados. Antes incluso de hablar, Yasmín apretó los puños. Penélope se acercó a ella. Sirope se apartó del escritorio y las rodeó. Luego se detuvo. —Vaya, vaya, vaya —ronroneó, levantando la barbilla de Penélope con un dedo—. El retrato de la princesa misma. Sólo que mucho, mucho más linda. —Gracias, señora —tartamudeó Penélope. —¿Y tu nombre, tesoro? —Penélope… Los labios de Sirope se curvaron. Luego sus ojos se deslizaron hacia Yasmín. —Y tú. —Apoyó la mano en el sombrero de Yasmín, pasando el pulgar por su frente—. Once años, ¿eh? Los hongos crecen mucho más rápido que los humanos a esta edad. Así sin más, descartó a Yasmín por completo. Su atención regresó a Penélope. —Penélope —canturreó, como si saboreara las sílabas. Agarró el hombro de la niña, haciendo que ésta se encogiera—. Estás temblando. ¿Es por el barco? —Se pasó el dedo por sus propios labios—. ¿O por mí? —Este… —¡Santo cielo! Esos labios tuyos… —Su mirada se detuvo en la boca de Penélope. Penélope se quedó sin aliento. Sus ojos grandes y asustados se dirigieron a Yasmín, rogándole ayuda en silencio. Trató de echarse hacia atrás para crear espacio, pero se sentía mucho más pesada después de la comida. Era como caminar en un planeta con cuatro veces la gravedad. Incluso si hubiera podido moverse fácilmente, el agarre de Sirope era infranqueable. —No seas tímida —susurró Sirope, acercando su propio rostro—. No es más que una probadita dulce. Todo el mundo recibe una de mí. —¿Eh? —Una oleada de náuseas recorrió a Penélope. Yasmín detectó su pánico en la rigidez de su cuerpo. La advertencia de Terro gritaba en su mente. Si no actuaba, tendría que ver a su amiga ser consumida por los retorcidos deseos de Sirope. —¡Párele! —La palabra escapó de la boca de Yamín impregnada de miedo. Sirope se congeló, sus labios a un pelo de los de Penélope. Sus ojos brillaron con ira. Yasmín tragó, buscando a tientas una explicación. —No está… Ella todavía no está lista para esto, capitana. No sabe nada de nada. La ira de Sirope cedió lentamente a la curiosidad, su agarre en el rostro de Penélope se relajó. Yasmín aprovechó el momento. —Es una niña muy protegida, capitana. No sabe nada. Pero yo sí. Puedo enseñarle. —Yasmín palmeó la espalda de Penélope—. La voy a preparar, lo prometo. Por ahora, sin embargo, estoy más que dispuesta a ofrecerme yo. Sirope entrecerró los ojos. Sin dudarlo, Yasmín rodeó el cuerpo de Sirope con sus brazos, poniéndose de puntillas para presionar su rostro contra el de la capitana. El beso tomó a Sirope por sorpresa, desequilibrándola por una fracción de segundo. Pero entonces una risita escapó de sus labios, un sonido que envió otra oleada de pavor a través de Yasmín. Sirope la agarró por la parte posterior de la cabeza, manteniéndola en su sitio mientras tomaba el control del beso. El beso fue todo lo que Yasmín había temido y más. «Invasivo» ni siquiera se acercaba a describirlo. Los labios de Sirope eran sorprendentemente suaves, pero sabían a cereza artificial y a algo embriagador, como vino añejo. La lengua de Sirope se deslizó más allá de los labios de Yasmín, explorando su boca con una intensidad posesiva; amenazaba con retorcerse hasta su garganta. Yasmín gimió, sus ojos se llenaron de lágrimas. «¿Así se siente Minh-Minh cuando la beso como lo hago?». Mientras aguantaba el asalto, lanzó una mirada avergonzada a Penélope. Las mejillas de Penélope estaban sonrojadas, y su temperatura sólo subía a medida que los sonidos de lenguas girando y saliva intercambiándose se hacían más fuertes. Cuando Sirope finalmente se echó hacia atrás, un hilo de saliva las conectó por un momento antes de romperse, dejando la mayor parte del residuo en los labios de Yasmín. Yasmín jadeaba como un perro, sus pulmones ardiendo. —Torpe, pero tu desesperación es deliciosa —comentó Sirope, limpiando un rastro de lápiz labial de los labios de Yasmín. Le dedicó una sonrisa coqueta a Penélope antes de volver a mirar a Yasmín. —Pero veamos si vales la pena más allá de esos labios. Antes de que Yasmín pudiera procesar las palabras, Sirope la levantó y la sentó sobre el escritorio de jengibre. Luego levantó el pie derecho de Yasmín, sosteniéndolo en el aire. La planta estaba incrustada con la mugre de la bodega, rayada de tierra y polvo. —No me decepciones. —Sirope se acercó y arrastró su lengua por la planta, desde el talón hasta la base de los dedos. La textura arenosa de la suciedad se acumuló en una sola masa a lo largo de la lengua de la capitana. Yasmín se estremeció incontrolablemente, cubriéndose la boca para ahogar el impulso de vomitar. Se obligó a no gritar, a no llorar y, especialmente, a no patear a Sirope. Sirope se echó hacia atrás. Cerró los ojos por un momento, saboreando el gusto como si fuera un manjar. —Terroso. —Se lamió los labios, y una lenta sonrisa se extendió por su rostro—. La dulzura pura puede ser increíble, queridas. Pero los verdaderos conocedores saben que los mejores sabores se construyen sobre el contraste. Lo dulce no es nada sin una pizca de acidez que lo haga vibrar. Haciéndole cosquillas en el pie a Yasmín, provocó que sus dedos se encogieran. —Y tú, pequeña seta, tienes un golpe agrio considerable. Con eso, volvió a su tarea. Su lengua trabajaba en largos movimientos, limpiando las capas de suciedad con una humedad que enviaba escalofríos a Yasmín. Yasmín podía sentir la intensa presión de la lengua de Sirope deslizándose contra su arco. Intentar imaginar a Minh en la posición de Sirope fallaba siempre, porque Minh nunca haría esos inquietantes sonidos de gemidos. Uno por uno, Sirope se introdujo los dedos del pie de Yasmín en la boca, chupándolos hasta dejarlos limpios. Penélope hizo un mohín. «No es justo. No es que los quisiera sucios, ¡pero maldita sea!», se gritó. Finalmente Sirope soltó a Yasmín. El pie, ahora reluciente de saliva, colgaba del escritorio. Sirope deslizó su mano a lo largo del arco brillante de Yasmín, provocando un último sobresalto en la niña. —Tu obediencia es intrigante. Me pregunto hasta dónde llega. —se rió Sirope. —Este… —Yasmín cerró los ojos, imaginando que estaba de vuelta en la escuela y brindando sus servicios especiales a Drew por dinero. Puso su voz más dulce, balanceando ligeramente las caderas—. Béseme, tóqueme… puede hacerme lo que quiera, capitana Sirope. Y no se contenga con Penélope cuando esté lista. Sólo dele un poco de tiempo para que aprenda. Por favor. —Muy bien, seta. Ve y enséñale a la linda Penélope las técnicas que crees que quiero ver. —Se chupó el dedo índice antes de tocar su arete de calavera dorada—. Mientras tanto, tú serás un amuse-bouche delicioso. —Será un orgullo servirle —dijo Yasmín con una sonrisa forzada, sus frenillos a punto de romperse con cada maldita palabra. ---------- Nota del autor: No me digan que pensaron que iba a incluir a Sirope en esta historia sin un giro. La próxima semana descubriremos para qué exactamente quiere a estos niños, además de conocer qué otras amenazas acechan en estas aguas. |