Luchan contra Wario. Más amigos, enemigos y pies sudorosos para Toadette, Minh y Toad. |
| —Yas… Yas… Minh se revolvía en la cama mientras la luz del día comenzaba a filtrarse en la Aleta de Poseidón. Se frotó los ojos y, al levantarse, vio que Toadette seguía profundamente dormida. Sin embargo, se sobresaltó al pillar a Toad mirándolas a ambas desde un rincón. —¿Nos estabas viendo dormir? —preguntó, bostezando. —Puedo dormir de pie si me lo propongo. —Le dedicó una sonrisa ladina—. Lo que sí es que dejas un charco de baba, igualito que Yasmín cuando duerme. —Ay… —Ella se limpió la saliva de la boca. —¿Ya te levantaste, Toadette? La única respuesta de Toadette fue un ronquido. No cambió de posición en lo más mínimo. —Mira, tenemos mucho que hacer hoy, Toadette. Así que te vas a levantar, te guste o no —dijo Toad, marchando ya hacia ella. Antes de que Minh pudiera responder, él ya había levantado la manta por encima de los pies de ella. Sus dedos estaban ligeramente encogidos. Se tronó los nudillos y pasó sus dedos índices por las plantas de los pies de ella. Toadette seguía sin moverse. —Terca como una mula —suspiró él. Entonces oyó el chancleteo de unas sandalias contra el suelo de madera—. ¿Tratando de lucirte? —¿Acaso todo tiene que ser una competencia para ti? —Minh se lamió los dedos—. Porque si a ésas vamos, te apuesto a que la despierto en menos de la mitad de tu tiempo. —Inténtalo. —Mírame. —Minh se arrodilló a los pies de la litera. Se tomó un segundo para apreciar la vista. Un ligero brillo de humedad cubría las plantas de Toadette, justo como a Minh le gustaba. Tomó el pie izquierdo de Toadette en sus manos con delicadeza. Luego sopló una corriente de aire fresco a través del arco, provocando una ligera contracción de uno de los dedos rosados. Toadette murmuró algo incomprensible, pero sus ojos permanecieron firmemente cerrados. Minh sonrió. Inclinándose, pasó la punta de la lengua por los dedos de los pies de Toadette. Lo hizo de un lado a otro durante varios segundos. —¿Podrías ser más lenta? —preguntó Toad, apartándola ligeramente—. Mira cómo lo hace un profesional. Comenzó a deslizar sus dedos rápidamente por todas las plantas de Toadette. Era rapidísimo. La comisura de la boca de Toadette se movió, pero ella seguía sin despertar. Un gruñido de frustración escapó de los labios de Toad cuando pasaron treinta segundos. —Dale, Toadette, ya me estás sacando de quicio —siseó. —¿Qué decías de ser un profesional? —Minh volvió a su posición. Esta vez sabía exactamente qué hacer. Acunó de nuevo el pie de Toadette. Ese sabor salado volvió a su lengua mientras empezaba a lamer lentamente entre todos y cada uno de los dedos, mientras que el pulgar de su otra mano se hundía en el centro de la planta de Toadette, meneándose. La presión de la uña era intensa. El efecto fue inmediato. El cuerpo de Toadette dio una sacudida, y un chillido agudo escapó de sus labios. Sus ojos se abrieron de golpe. —¡Suéltame! —chilló, su voz llena de risa mientras intentaba apartar los pies. Pero el agarre de Minh era firme. La espalda de Toadette se arqueó. Sus trenzas se agitaron salvajemente mientras gritaba pidiendo clemencia—. ¡Para! ¡Jajajaja! Toad simplemente silbó, observando la escena. —Oye, yo ya hubiera parado si no fueras tan terca. Ahora te aguantas a tu colega la fetichista. —Así es —rió Minh. Apretó su agarre en el pie izquierdo de Toadette, con el pulgar todavía hincado en el centro de la planta. Pero fue su lengua lo que robó la atención de Toadette. Minh maniobró desde el arco hasta la almohadilla bajo los dedos. Aceleró el ritmo, lamiendo tan rápidamente que Toadette no pudo evitar respingar. La punta de su lengua se sentía como mil plumas en miniatura danzando sobre los pies de Toadette. Los dedos de Toadette se encogieron. Sin embargo, su intento de escapar del asalto húmedo sólo provocó que la lengua de Minh se presionara más firmemente contra ellos. —Uy, así que nos ponemos tercos, ¿eh? —gimió Minh. Metió la lengua entre los dedos apretados con todas sus fuerzas. —¡No puedo respirar! —gritó Toadette, tirándose de sus propias trenzas—. ¡Minh! ¡Ajajajaja! ¡Vas a hacer que me mee encima! Minh dio una lenta lamida a lo largo de toda la planta, seguida de unos rápidos lametones por los bordes. Tras descender por la planta, aterrizó en el talón. Un breve beso fue seguido de un ligero mordisqueo. Con sus dientes rozando suavemente el talón sudoroso, Minh esperaba lo peor de Toadette. Y, en efecto, un grito escapó de las profundidades del infierno. Las mejillas de Toad ardían. Su aversión por los pies no era ningún secreto. Pero ver la intensidad de Minh, combinada con los espasmos de Toadette, lo tenía hipnotizado. Sus dedos danzaban. El dedo gordo se apretaba, se abría y se volvía a apretar. Y luego desapareció tras los labios de Minh. Minh arremolinó su lengua alrededor del dedo con una delicadeza que puso tieso a Toad. Chupó cada dedo individualmente, como si fueran bayas de una vid. Coronó cada uno con besos antes de pasar al otro pie. —Gracias a las estrellas que ninguno de nosotros se bañó —jadeó, aplanando su lengua contra el arco y manteniéndola ahí. La hizo vibrar ligeramente, provocando que Toadette apretara más los puños. Luego volvió a las largas lamidas desde los talones maduros hasta los dedos temblorosos. Finalmente, después de que Toadette fuera un desastre de risas y sin aliento, Minh cedió. Plantó un último beso en la bola del pie de Toadette antes de soltarla. —Ya estoy despierta, carajo —jadeó Toadette, limpiándose las legañas de los ojos. Miró la cara engreída de Toad y la radiante de Minh—. Se nota que estás más animada hoy. La sonrisa de Minh se suavizó. —Tengo que estarlo —dijo, dejándose caer ligeramente junto a los pies de Toadette—. Llorar no va a traer de vuelta a Yas ni a Penélope. Ya tuve tiempo de sobra para la tristeza. Ahora mismo tengo que ser fuerte por ellas. Y sé, en el fondo de mi corazón, que las vamos a encontrar. Toadette se rió, dándole una palmadita a Minh con el pie. —Y las encontraremos de una pieza. —No pararemos hasta lograrlo —añadió Toad. Le lanzó los zapatos a Toadette—. Bueno, vamos a… De repente el barco vibró más de lo habitual. Toadette, alerta, dio un salto fuera de la habitación mientras intentaba calzarse. Tan pronto como llegó a las puertas de la cubierta, se vio rodeada por los piratas tiburón. Le apuntaron con sus lanzas, pero ella se mantuvo firme. —Hay un barco sospechoso adelante —advirtió un tiburón—. El capitán quiere que piensen que somos una nave vacía. —¿Un barco sospechoso? —Toadette dio un paso adelante—. ¡Podrían ser Penélope y Yasmín! —La lanza se alzó enseguida hasta su cuello. —¡Usted siga las órdenes del capitán! Toad apareció detrás de ella, con una pistola de bengalas en la mano. —Toadette, echa un vistazo. Sonriendo, Toadette se abrió paso entre los tiburones. Era una mañana neblinosa, y el sol apenas se asomaba por el horizonte. A su derecha, avistó el barco. Era grande, pero parecía un buque de carga básico, nada dañino. —Exagerando por nada —resopló, acercándose más al borde. Sus dedos temblaron al sentir que el barco se aproximaba directamente a ellos—. ¡Oigan! ¡Señores, señoras y todo lo demás, necesito que se aparten del camino! Al mirar hacia arriba, vio al menos tres figuras en la cubierta, sus formas borrosas por la niebla. Sin embargo, al ver a una de ellas, sus ojos se abrieron de par en par. «No puede ser…», pensó. Se agachó tras un montón de cajas justo cuando el otro barco pasó a toda velocidad, rozando una colisión. Se le cayó la mandíbula al reconocer que el barco era el mismo que estaba atracado en los islotes Vivorretrato. Distinguió a un chico bajo de pelo castaño. Los nervios la invadieron cuando las puertas se abrieron de golpe. —¿Por qué me parece que acabo de ver a ese tal 9-Volt otra vez? —¿En serio? —Toad entrecerró los ojos, levantando un pequeño catalejo—. Hay mucha niebla. No faltan marineros de baja estatura, Toadette. Creo que a lo mejor… Entonces su agarre se tensó. Un escalofrío le recorrió la pierna: el eco punzante de aquel dolor fantasma, justo donde una vez le aplastaron los huesos. Los mismos tres. Eran los que lo habían dejado destrozado y humillado en las calles ardientes de Ciudad Champiñón. Su habitual arrogancia se desvaneció. —¡Son ellos! ¡El niñato gamer, la puta esa que canta y el grandullón! —¿Me estás diciendo que ahora estamos lidiando con Sirope y la gente de Wario? —Minh se puso tiesa. Las puertas de la cabina del capitán se abrieron de golpe, y Jones salió furioso. —¡Insensata! —rugió, volteando a Toadette—. ¡Di la orden de mantener la cubierta despejada! ¡Pudo habernos echado al agua si la veían a usted! —Por favor, como si fuera a dejar que me sermonees —replicó ella, quitándose la aleta de encima. Antes de que Jones pudiera escalar la situación, Minh se adelantó, con el rostro pálido. —Tenemos más enemigos que sólo Sirope, capitán. —Probablemente incluso más fuertes que ella —gruñó Toad. La ira de Jones se desvaneció, reemplazada por una mirada de cálculo estratégico. Paseó por la cubierta, mirando entre el débil rastro dejado por el barco de Sirope y la dirección que había tomado la nueva nave. —Esto complica las cosas —murmuró—. Sirope es una serpiente predecible. Pero esta otra tripulación… son un comodín violento. —¿Y cuál es el plan? —preguntó Toadette—. Yo digo que sigamos a Sirope y recuperemos a nuestras niñas, primero que nada. —La ruta que toman esos extraños se conoce como el Desfiladero Jellopus. Es un atajo traicionero. Sólo los piratas más chiflados o desesperados navegarían por esas aguas. —Hizo una pausa profunda—. Sin embargo, puede que sea nuestra mejor oportunidad. Miró a su tripulación. —¡Hombres! Mantengan el barco y sigan el rastro de Sirope. Los veré al otro lado. —Luego fulminó con la mirada a Toad y Toadette—. Ésta es mi apuesta. Podría ser mi única oportunidad de pillar a estos intrusos con la guardia baja. Sin otra palabra, se zambulló en el agua agitada y nadó hacia el Desfiladero Jellopus. —Bueno, ¿quién manda ahora? —preguntó Toadette con un toque de desafío en su voz. —¿Acaso hay duda? —Toad aplaudió, y una autoridad de comandante volvió a su tono—. ¡A toda máquina, cabrones! *** El Sol castigaba la cubierta del Aguadulce. El calor brotaba de la madera, y el aire apestaba a sal y desesperanza. A Penélope le dolían los brazos; tenía las manos en carne viva de tanto restregar la misma ventana cubierta de sal, en lo que pareció una eternidad. A lo lejos, el chasquido agudo de un látigo fue seguido por un grito que helaba la sangre. Ya era tan común como el graznido de las gaviotas. Cada uno de sus músculos suplicaba un descanso, pero ella mantenía la compostura. Un solo pensamiento la mantenía en pie. «¡Tú y Yas hacen un buen equipo, Penélope! ¡Pueden ganar!». Por suerte una nube le regaló un momento de sombra. El raspado de una herramienta en la barandilla cercana cesó, reemplazado por unos pasos que se acercaban a ella. —Qué optimista. A ti todavía no te han quemado la esperanza, ¿verdad? Penélope se giró para ver al chico. Terro. La máscara inexpresiva de un Guy Guerrero parecía mirar a la nada, pero en realidad, sus ojos estaban fijos en el azul infinito del océano. —Lo he visto —dijo él, sin mirarla—. Cómo se miran tú y esa chamaquita de cara de ardilla. Todavía no se dan cuenta de la nueva realidad donde están metidas. —¿Y eso qué se supone que significa? —resopló Penélope. —Vaya. ¿Ustedes dos de verdad creen que pueden escapar? ¿Después de todas las advertencias? Por favor, he visto esto pasar más veces de las que puedo contar. —Así que no crees que podamos. Sí, claro. ¿Entonces para qué me lo dices? —¿Y los otros que intentaron? —Apretó el puño—. Todos creían que el barco era la cárcel de verdad. Pero es sólo el camino pa’ llegarle. La isla Cocina… Ahí es donde la esperanza se te va muriendo. Estrujó el trapo de Penélope, y el agua sucia goteó sobre la cubierta. —Está más armada que cualquier cosa que tenga Peach. Lo intentamos una vez, pensando que éramos bien listos. —Su máscara se inclinó hacia abajo—. Y por eso es que ahora tienen látigos. Un chillido agudo resonó en el cielo. Penélope se quedó sin palabras. Terro volvió a mirarla, poniéndole el trapo húmedo en las manos. —Guarda esa chispita que te queda. Escóndela tan hondo que crean que ya estás rota —le dijo—. Se inclinó, su máscara a centímetros de la cara de ella—. Y entonces espera. Espera el único momento en que no estén mirando. Si van a correr, sean más listas que nosotros. —Se echó para atrás justo cuando volvía la luz del sol—. A trabajar. Penélope bajó la vista al trapo mugriento en sus manos, y luego al océano intimidante. Para cuando cayó el atardecer, a Penélope le dolían las manos hasta los huesos. Se desplomó en su cama improvisada junto a Yasmín, quien estaba cubierta de pies a cabeza con varias manchas de polvo. Le había tocado limpiar el horno. Yasmín apenas se movía, demasiado cansada para levantarse y ducharse. Si no fuera por la insistencia de Penélope, ni siquiera se habría levantado. —Odio tener que encuerarme frente a esa señora —murmuró Yasmín, frotándose las axilas—. Y todo para que me dé permiso de limpiar mi propio cuerpo. —Al menos no te está mirando a ti como me mira a mí —susurró Penélope—. ¿Será que le atraigo o algo? —Mientras más dura esto, más difícil se me hace mantener tu mente inocente. —Si hay algo que deba saber, dímelo, Yas. —Si tenemos suerte, nunca tendrás que averiguar lo que sé que va a pasar. —Yasmín hizo una pausa—. Mira, si no salimos de aquí pronto, esa señora va a terminar durmiendo contigo. —¿Y qué es lo peor que puede pasar? —Penélope ladeó la cabeza—. Si sólo es dormir… —Por la puta madre… —Yasmín no sabía por dónde empezar—. Sólo imagina estar despierta en la cama mientras las dos están desnudas. —¡Puaj! —Penélope casi se cae hacia atrás en la tina. —Exacto. Así que más vale que pasemos esta noche pensando en formas de escaparnos, ¿entendido? —Bueno, puede que tenga una idea. Más o menos. —Penélope se estremeció al ver a Yasmín darse la vuelta. No sólo su trasero estaba visible, una vista que Penélope ya había tenido la noche anterior, sino que ahora a Yasmín se le había caído la barra de jabón con aroma a pastel. Se agachó bruscamente, haciendo que Penélope se sonrojara ferozmente. Vacilando, Penélope le pasó una mano por el trasero. Yasmín se la quitó de un manotazo al instante, resoplando. —Perdón. —Penélope se lavó el champú del pelo, recordando su estricto límite de tiempo—. Es que… Es que eres linda, Yas. Eso es todo. —Como sea. Seguro a ti te encantaría que nos obligara a coger para su propio show —murmuró Yasmín, enjabonándose el resto del cuerpo de pies a cabeza. Dejó escapar un suave suspiro—. Extraño a Minh-Minh… *** A pesar de la hora, Minh no pegaba el ojo, paseando por la cubierta con la guardia en alto. El rastro de Sirope era un fantasma sobre el agua, y la Aleta de Poseidón parecía moverse con una lentitud desesperante. Era como si el océano mismo la tuviera encadenada. Toad estaba en el timón, con los dedos aferrados a la rueda. —Maldición. Aunque no nos hubiéramos demorado, su barco igual es rapidísimo. —¿Será que lo impulsa la Estrella Etérea? —sugirió Minh. —Ni de broma —gruñó Toadette—. Me enloquezco si es por eso. Nos dijeron que sólo aumentan nuestra fuerza, no la de las máquinas. —Golpeó la barandilla con el puño—. ¡No pienso quedarme aquí viendo cómo se nos pela! Mientras fulminaba con la mirada el agua negra, una idea se le encendió en la mente. —¡El Traje de Rana! —Se giró para encarar a los demás—. ¡Todavía nos quedan unos cuantos! —Toadette, ¿y si quedamos varados? —preguntó Toad—. No le servimos de nada a las niñas si terminamos de comida para los peces. —Si somos muy despacio, ya hemos perdido —replicó Toadette—. Prefiero darle todo y fracasar que morir preguntándome «qué hubiera pasado». —Sacó a Maletín—. Maletín, evalúa las condiciones para nadar, si puedes. —¡Por fin! —Maletín radió—. ¡Al fin me usa para algo más que guardar cosas! —Caminó despreocupadamente hasta el borde de la cubierta y saltó sobre la barandilla—. Con un breve análisis de sus complexiones, combinado con las aguas y las habilidades del Traje de Rana, ustedes no deberían tener problemas para nadar durante al menos una hora y media. El traje se desgastará en el agua después de un total de cuatro horas, dadas las condiciones del oleaje. Cinco, si tienen suerte. —Gracias —dijo Toadette con una sonrisa—. Entonces ése es nuestro plan: nadar por noventa minutos, descansar un poquito y volver al agua. Toad gimió. Sabía que no había forma de detenerla. Se giró hacia la tripulación de tiburones. —Sigan el rastro de Sirope. Si no ven nada de nosotros o de Jones después de cuatro horas, inicien la búsqueda. —¡A la orden! Y así se transformaron, envolviéndose en los trajes de goma. Sin otra palabra, se zambulleron. La transición de la noche fría al océano templado fue una explosión de burbujas. El mundo se volvió de un negro profundo y silencioso. Pero ahora eran torpedos, liberados de las velocidades inferiores del barco. Con patadas poderosas, se deslizaron a través de las corrientes que habrían agotado a un nadador normal en minutos. Pero su camino no estaba libre de peligros. Un banco de Cheep Cheeps los rodeó. Toad, tomando la delantera, giró en barrena a través de su formación más densa, dispersándolos. Toadette y Minh siguieron su estela. Se sumergieron más profundo, en un silencioso bosque vertical de algas que ascendía desde el lecho marino. Fue aquí donde apareció una verdadera amenaza. Una sombra ocultó la luz de la luna desde arriba, y un gigantesco Cheep Chomp descendió. El grito de Minh se convirtió en una explosión de burbujas. Actuando al instante, Toadette les señaló una dirección. Toad asintió, sacando primero un objeto de su bolsa: una baliza luminosa. Se activó con un chispazo, emitiendo una brillante luz amarilla. La lanzó con todas sus fuerzas hacia la oscuridad a su izquierda. El Cheep Chomp, atraído por el destello, giró su cuerpo. En esa fracción de segundo, Toadette se impulsó a sí misma y a Minh hacia una profunda grieta rocosa mientras el monstruo pasaba de largo. Tras una eternidad, emergieron jadeando en busca de aire. Cerca, un grupo de rocas irregulares sobresalía del agua, ofreciendo un improvisado respiro. Treparon a la más grande. —¿Ven? —sonrió Toadette, echándose hacia atrás sus trenzas mojadas—. ¡Les dije que era buena idea! ¡Les llevamos kilómetros de ventaja! —Bueno, bueno. —Toad se pasó una mano por la cara—. Ganas tú. Pero el triunfo fue breve. Mientras contemplaban la oscura extensión de agua que los separaba de su objetivo, todo el peso de su misión regresó. —No veo la hora de ponerle las manos encima —dijo Toadette, su voz bajando de tono—. Sigo pensando en Penélope. Lo asustada que debe estar. —Y Yas también —añadió Minh, con la mirada fija en el mismo horizonte iluminado por la luna—. Cuando yo era joven, explorar mi sexualidad fue mi decisión. Ellas ni siquiera tendrán esa opción. —Pues miren el lado bueno —suspiró Toad—. Sirope podría ser sólo una casamentera medio tétrica. Quizá esté dándoles algo de tiempo a solas para que se exploren a sí mismas… ¡ZAS! El sonido de la mano de Minh impactando contra la cabeza de Toad resonó sobre las olas. Él tropezó, sujetándose en la roca mojada. —¡Ay, sólo estaba tratando de aligerar el ambiente! —gimió, frotándose la cabeza—. Culpa mía. Pero Minh ya no estaba enojada. La tristeza en sus ojos dio paso a una sonrisa lenta y depredadora. —En mi vida había sentido tantas ganas de hundirle los dientes a alguien. —Lo mismo digo. —Toadette sonrió y se giró hacia Toad—. Ya la oíste. Vamos a recuperar a nuestras niñas. Sin otra palabra, Minh y Toadette se zambulleron de nuevo en el mar. Toad las observó irse, frotándose la mejilla ardiente una última vez antes de que una sonrisa torcida se dibujara en su rostro. Luego las siguió hacia la oscuridad. Su cacería de Sirope había comenzado. *** De vuelta en el mísero colchón, envuelta en ropas blancas que parecían más bien lonas, Yasmín se encorvaba sobre sí misma. Los músculos aún le dolían. Con un marcador permanente azul, escribía con furia en la planta del pie. «Ay… Siento que se me va a acalambrar la mano». Penélope observaba desde corta distancia, perpleja. Había intentado hablar con algunos de los otros niños: un chico callado que sólo miraba la pared y un par de gemelas que no hablaban español. Pero cada vez que intentaba ser amable, se encontraba con un silencio helado. Se acercó un poco más a Yasmín. —¿Estás segura de que deberíamos movernos tan pronto? —susurró—. Sugiero que dejemos que los jefes crean que estamos derrotadas y luego los agarramos con la guardia baja. —No voy a esperar. —Los ojos de Yasmín permanecieron fijos en su escritura. —Pero… —¿Quieres saber algo, Penélope? —Yasmín presionó el marcador con más fuerza—. Esperé a que Sofí dejara de ser una pinche cabrona con el dinero. Esperé a que el dolor por la muerte de mis papás se esfumara. ¿Y sabes qué me dio la espera? —Al fin alzó la cabeza—. Pura pérdida de tiempo. Una de las niñas cercanas rompió en llanto. Era sólo uno de los muchos ruidos que Yasmín tenía que soportar. Se volvió bruscamente hacia los sollozos. —¡Cállate, puta! ¡Estoy tratando de concentrarme! —espetó, haciendo que la niña se encogiera aún más. Penélope le lanzó una mirada de disculpa antes de volverse hacia Yasmín. Se inclinó, entrecerrando los ojos ante la escritura en el pie de Yasmín. —Así que a esto se refiere la señorita T. Minh cuando dice que tienes una letra única—bromeó débilmente—. No entiendo ni jota. —Mejor. —La mirada de Yasmín se suavizó por un instante—. Así los matones de Sirope tampoco podrán. —Pero si sólo fingimos que hemos perdido toda esperanza por un rato —continuó Penélope—, podríamos aprender más sobre estos tipos y encontrar un mejor momento para… —Ya acordamos que haremos esto lo antes posible —dijo Yasmín, su voz plana—. Y punto. Justo cuando iban a servir la cena —algo dulce y pegajoso—, la pesada puerta se abrió con un largo rechinido. Un Gaugau masivo se paró en el umbral. Miró a los niños antes de que su cabeza se girara, y un dedo grueso apuntó directamente a Yasmín. —Tú —gruñó—. A la mesa de la capitana. —¿Ella? —Penélope se paró de un salto—. ¿Por qué ella? La cabeza de la bestia se giró lentamente. Dejó escapar un gruñido bajo. Luego se volvió hacia Yasmín. Penélope miró a Yasmín, con los ojos desorbitados de miedo. Yasmín le asintió. Pero antes de que pudieran llevársela, Penélope corrió hacia adelante y le plantó un rápido beso en la mejilla. Se encogió, esperando un golpe. En cambio, sintió un par de labios suaves y ligeramente húmedos presionar su propia mejilla. El Gaugau condujo a Yasmín por los pasillos rechinantes habituales hasta el corazón del barco. La empujó a través de un par de puertas, estas distintas a las de los aposentos de Sirope. Una vez en la nueva habitación, su nariz se crispó. El olor a hierbas asadas, mantequilla derretida y vino añejo era potente. Una enorme ventana ofrecía vistas al océano de medianoche. En el centro de todo había una gran mesa de comedor para dos, cubierta con un festín surrealista. La Capitana Sirope estaba sentada a la cabecera de la larga mesa, envuelta en una sedosa túnica escarlata. Señaló la silla vacía frente a ella. —Anda, niña —ronroneó—. Siéntate. Yasmín obedeció rígidamente, sus pasos resonando en el silencio de la enorme habitación. La silla de terciopelo se sentía extraña bajo ella, como si quisiera tragársela. —Es jugo de arándano. No envenenaría a mi trofeo. Trofeo. La palabra se quedó en la mente de Yasmín. ¿Era eso todo lo que ella era en este juego? —¿El trabajo de hoy no fue demasiado agotador para ti? —preguntó Sirope, bebiendo delicadamente—. Pareciste durar más que algunos de los otros. —Fue manejable, capitana —murmuró Yasmín, con los ojos clavados en el pollo asado que humeaba en su plato. —¿Y Penélope? La estás entrenando bien, ¿verdad? ¿Durante el tiempo libre que tienen? Yasmín asintió una vez. —Muy bien. —La sonrisa de Sirope se ensanchó—. Come, querida. Tenemos mucho de qué hablar. Yasmín levantó el tenedor con vacilación, imitando los movimientos de Sirope. Cada bocado se convertía en cenizas, incluso mientras se derretía mantecoso en su lengua. Finalmente soltó la pregunta que la había estado carcomiendo. —¿Por qué estamos aquí? ¿Qué quiere de nosotros los niños, capitana? Sirope dejó su tenedor. A la luz de las velas, sus ojos brillaban con demasiada intensidad. —Mírame… Yasmín, ¿cierto? Mírame de verdad. ¿Qué es lo que ves? Yasmín luchó por encontrar una respuesta. —Ves a una mujer, ¿no es así? Una con la piel que la traiciona, con líneas talladas por el tiempo. —Sirope se pasó un dedo por la mejilla—. Cada espejo se burla de mí. Cada hombre de mi edad ya se pudre antes mis ojos. El corazón quiere lo que quiere, y el mío sólo desea lo que no se pudre. Un escalofrío recorrió la espalda de Yasmín. Bajo la mesa, algo le rozó el tobillo. Luego, el roce volvió: los dedos del pie de Sirope. Yasmín se puso tiesa, sus uñas clavándose en sus palmas bajo el mantel. —He recorrido los mares durante años —continuó Sirope, su voz soñadora—. Y lo encontré: una llave. Ese amuleto de allí. —Señaló un medallón de oro que colgaba en su escritorio—. Conduce a una magia oceánica lo suficientemente fuerte como para beberse los años: el Vino de Renacer. Su pie presionó ahora contra la rodilla de Yasmín, inmovilizándola. —Un sorbo, y seré una niña de nuevo —susurró Sirope—. Joven. Hermosa. Para siempre. Las leyendas dicen que una gota de verdadera sangre real sobre el amuleto señalaría el camino al instante, aunque ya he perdido la esperanza de ponerle las manos encima a alguna princesa. Lo encontraré sin importar qué. —Y… —Yasmín sentía la garganta apretada—. Y cuando lo encuentre, ¿qué nos pasará a nosotros? —Ay, cariño, una chica pirata tiene ciertas necesidades. —Su sonrisa se ensanchó—. Ustedes nunca se marchitarán, nunca envejecerán y nunca se irán. Todos permanecerán como niños, atados a mí eternamente. ¿No es encantador? —Eso suena a una cárcel —dijo Yasmín, y se mordió el labio. —Ésa es una forma horrible de verlo. Piénsalo como un jardín… un jardín en el que florecerán para siempre. —Sus ojos se deslizaron hacia los labios temblorosos de Yasmín—. Y en ese jardín, necesitaré un compañero. Un esposo, quizás. O… —Rozó los dedos de su pie contra el regazo de Yasmín—. Una hermosa esposa. Tendremos todo el tiempo del mundo para decidir. El trozo de pollo en la boca de Yasmín ahora se sentía como cartón seco. Vio su futuro extenderse ante ella: una infancia interminable mientras todos los que amaba morían. Sus tíos, Minh… Sólo sería un juguete para un monstruo en el cuerpo de una niña. —Ay, querida. —Sirope se rió de su reacción—. Te has puesto pálida. ¿Dije algo que te quitara el apetito? Yasmín apenas logró negar con la cabeza. —Respuesta perfecta. —El dedo gordo de Sirope trazó un largo y frío camino por la pierna de Yasmín—. Ahora, en cuanto a la pequeña Penélope… ---------- Nota del autor: Las fantasías inquietantes de Sirope son un placer de escribir. Esperen más de ello la próxima semana, así como más problemas Toadette. |