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Rated: XGC · Book · Fanfiction · #2328963

Luchan contra Wario. Más amigos, enemigos y pies sudorosos para Toadette, Minh y Toad.

#1099571 added October 18, 2025 at 12:42pm
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Capítulo 114 - El plan perfecto de Penélope


A Yasmín le temblaban las piernas con cada paso en falso; su cuerpo apenas se mantenía en pie. Su aliento se mezclaba con un tufo pesado a vino.

—Qué mujercita tan valiente —rió Sirope entre dientes—. Me preocupaba que una copita te mandara al otro mundo. Pero aguantas bonito. Vas a dormir como reina.

—Sí, señora… —Yasmín arrastró las palabras—. Los… los pezones… Están chorreando otra vez…

La risa de Sirope la desgarró como una nueva violación. Devuelta a su celda por la propia capitana, Yasmín estaba tan desorientada y mareada que ni siquiera podía pensar en resistirse.

—Una cosecha sorprendente —ronroneó Sirope, relamiéndose los labios—. Nunca habría adivinado que la leche de hongo tuviera ese toque a canela. —Se inclinó más cerca de Yasmín—. Y tu trasero sudoroso también fue una delicia. Lo que no daría por probar el tuyo y el de Penélope en un elegante buffet.

La sensación fantasma de la lengua inquisidora de Sirope hizo que el estómago de Yasmín se contrajera.

Dos centinelas robóticos anaranjados les cerraron el paso en el corredor. Yasmín se apoyó con torpeza en Sirope, intentando que el mundo dejara de girarle.

—Capitana —dijo uno—. Un informe sobre los botes salvavidas.

—Proceda.

Las palabras llegaban difusas a los oídos a Yasmín. Botes salvavidas… Sistema de navegación… Actualizaciones… Popa… Mañana… Lonas… Los detalles eran imposibles de retener.

—Três bien —siseó Sirope con una sonrisa—. No puedo dejar a mis adorables tesoros sin una vía de escape, por si las moscas. —No sería buena capitana si dejara a mis lindos tesoros sin escapatoria, ¿eh? Por si las moscas.

Dentro, la respiración acompasada de los niños dormidos llenaba el silencio.

—¿Lo ves? Esto es la salvación. Los estoy salvando de la podredumbre de la adultez. —Tomó a Yasmín por la barbilla—. A ti también te estoy salvando. Dulces sueños, Yasmín.

Yasmín se estremeció cuando la puerta se cerró tras ella. Se tambaleó hasta donde Penélope tiritaba bajo su patética excusa de manta. Yasmín se quitó los lentes y envolvió a Penélope en un abrazo, acurrucándose a su lado. El poco calor que el vino aún le dejaba lo compartía con el cuerpo de la niña humana.

—Lo siento, Penélope —murmuró contra el cabello de Penélope—. Tenemos que… No podemos evitar que tengas que… —Y cerró los ojos, con un gemido de frustración.

***


La Luna pendía alta en el cielo, derramando su luz plateada sobre la marea tranquila y las palmeras que se mecían. Los Cheep Cheeps rozaban la superficie del agua. Pudo haber sido el paraíso, si no fuera porque tres hongos estaban varados allí sin equipo para nadar.

Toadette se dejó caer junto a una de las palmeras, y la arena húmeda se le pegó a los pies.

—Sí, la cagué. Estamos varados por mi culpa, y lo siento. ¿Felices ahora?

—Por favor, que no estamos varados —corrigió Toad, señalando el bolsillo de ella—. ¡El radar!

Corrió hacia Toadette, metió la mano en su bolsillo y sacó a Maletín.

—¡Maleta! ¡Quiero ese radar inmediatamente!

—Con una simple solicitud era suficiente, señor —replicó Maletín secamente, mientras se desplegaba.

—D. Sastre dijo que podíamos jugar con la señal —explicó Toad, ya jugueteando con el aparato. Soltó una risita—. Podemos mandar a los secuaces de Wario a perseguir fantasmas. ¡Ajá! ¡Ya los tenemos a esos tontos!

—¿Y eso qué importa? —Minh se sacudió los restos del Traje de Rana—. Parece que ya tienen a Sirope en la mira, o sea, a la estrella.

—Por lo que sabemos, están tan perdidos como nosotros. —Toad sonrió con aire de suficiencia—. Y si no, con este juguetito podremos tener su ubicación exacta. Hemos ganado.

—Más vale que funcione —suspiró Toadette.

—Pues miren —dijo Minh, alzando un tronco caído—. No sacamos nada con quedarnos aquí nomás sentados. Necesitamos hacernos una balsa.

—¿Qué? —gruñó Toadette—. Minh, ¿tengo cara de saber cómo armar un barco?

—Una balsa, Toadette. —Minh tiró de unas algas que crecían en una ensenada cercana. Con suficiente esfuerzo, finalmente se rompieron, enviándola de espaldas—. Yo puedo armar una. Sólo necesito algo de músculo extra.

—No creo que pueda…

Toadette observó a Minh, que comenzaba a trenzar las hebras de alga para hacer una cuerda. Lo hacía parecer fácil.

Entonces sus ojos se desviaron hacia el rostro de huellas que Minh dejaba en la arena. Anchas y profundas, comparadas con las huellas delgadas y marcadas de Toadette. Al notar su expresión perdida, Minh se dejó caer y meneó los dedos arenosos de sus pies a la luz de la luna.

—Te veo que te vas a tronar de aquí a poquito —dijo, tumbada boca abajo—. Relájate un poco. ¿Quieres oler mis pies?

—Es lo último que tengo en la cabeza ahora mismo —sopló. Pero el juguetón movimiento de los dedos de Minh era una invitación clara. Con un suspiro de derrota, se arrastró hasta ella y se arrodilló, bajando la cabeza para oler el pie de Minh.

Primero sintió el innegable aroma del océano que reflejaba su larga sesión de natación. Debajo de ese aroma se notaba un rastro viscoso, el residuo del material del Traje de Rana. Mientras inhalaba más profundo, el olor del traje que se disipaba se mezclaba con el aroma más reciente de la arena que se había abierto paso por las plantas de Minh. Era un aroma extraño pero potente.

Un suspiro de alivio se escapó de los labios de Toadette. Al apoyar la mejilla en la planta cubierta de arena, una sonrisa se le dibujó en el rostro. Por ridículo que fuera, era exactamente lo que necesitaba.

—¡Oye! ¡No se vale!

Toadette dio un chillido, saltando hacia atrás mientras un par de dedos le hacían cosquillas en su propio pie. Se incorporó de un salto, sonrojada, para pillar a Toad de pie sobre ellos. Una sonrisa boba brillaba en su rostro.

—Creí que mis pies también olían rico, Toadette —se burló él—. ¿Dónde está mi atención, oledora de patas?

—¡Te juro que un día te voy a lastimar en serio, Toady! —rió Toadette, lanzándole un chorro de arena con el pie.

—¿Me lo prometes? —Levantó el radar en alto—. ¡Vamos! ¡Tengo una señal!

—¿De verdad? —Minh se incorporó de un salto—. ¿Dónde?

—Bueno… —Su sonrisa se desvaneció un poco mientras señalaba la pantalla—. Hay un pequeño detalle: se está moviendo.

—Entonces ésa es nuestra ruta. —La seriedad se apoderó del rostro de Toadette—. Mientras trazas el camino, Minh y yo terminaremos la balsa.

—Pero si yo soy el músculo del grupo aquí —protestó él.

—Y el cerebro explorador. —Toadette le dio un picotazo en el hombro—. Déjanos el trabajo pesado. Ya la hemos cagado navegando más veces de las que podemos contar, ¿verdad, Minh?

—De milagro estamos vivas.

—Pues más les vale armar una balsa que no se hunda a los cinco minutos.

—Nos va a llevar un buen rato, así que ve estirando esos deditos para nosotras, ¿eh? —rió Minh. Luego se volvió hacia Toadette y se sacudió la arena de los brazos—. ¿Vamos?

Toadette se tronó los nudillos y asintió.

***


Una punzada aguda detrás de los ojos fue lo primero que saludó a Yasmín. Tenía la boca hecha un desierto y la cara verde por las náuseas.

Penélope ya estaba en pie. Pero andaba desconcertada. A todos los demás chicos les habían dado tareas que hacer durante el día. Por alguna razón, a ella no le habían asignado nada. Al darse cuenta de que no tendría mucho tiempo para estar con Yasmín, la abordó de inmediato.

—¿Por qué me están aislando, Yas? —Interrumpió a Yasmín antes de que pudiera terminar—. ¿Hice algo malo? ¡Dime que no estoy en problemas!

—Más vale arrancar el curita de un jalón. —Yasmín se frotó los ojos

—¿Mmm?

—Vas a hacerle una chaqueta a un tipo para Sirope. —Una pausa incómoda rompió su discurso—. Ahora que ya solté la palabrota, podemos ver cómo…

Se detuvo. La mirada perdida de Penélope le confirmó que no había entendido ni una sola palabra.

—¿Una chaqueta? —susurró Penélope—. ¿Se supone que tengo que tejerle una? ¿Por qué?

—Dios mío, Penélope, me refiero a una paja. Es lo que la pinche pirata quiere, y ya está. —Yasmín se jaló su propio cabello—. Me lo contó todo. Quiere un amuleto de oro de un tipo con «sangre real» o no sé qué mamadas, pa’ encontrar una poción que la haga niña otra vez. Para siempre. Y nos la va a hacer beber a la fuerza si no nos largamos de aquí.

—¿Para siempre? —Las pupilas de Penélope se encogieron.

—Sí, y si no la impresionamos, siempre existe la posibilidad de que simplemente nos deje ahogarnos en el océano. Puro amor.

—Pero… —Penélope tragó saliva, con la voz temblorosa—. Pero no sé qué se supone que tengo que hacer.

—¿Cómo te lo explico? —Yasmín tamborileaba el pie contra el suelo, buscando las palabras. Luego, señaló su propia entrepierna—. ¿Alguna vez te has tocado ahí?

Penélope asintió frenéticamente.

—Bueno, básicamente le vas a hacer eso a alguien más —Yasmín tomó las manos de Penélope—. Unos consejitos: varíale la velocidad; cuidado con la cabecita, que es bien sensible; y no te olvides de los huevos. Dales un buen apretón de vez en cuando, pero no te pases de lanza, ¿eh?

—¿Y tú por qué sabes tanto de esto?

—Es que estoy maldita; sé un montón de cochinadas —le entregó algo a Penélope. Era un librito de bolsillo—. Pedí que me lo devolvieran anoche en la cena. Es un número bien especial de Kid Icarus que conseguí en esa convención. —Una suave sonrisa se dibujó en su rostro mientras acariciaba la portada—. La neta, ya es de mis favoritos.

Señaló a un niño ángel con las piernas abiertas.

—Tienes que hacer que ese cabrón se vea como Pit aquí. —Luego dio un golpecito sobre una mujer de pelo verde inclinada sobre él—. Y tú tienes que ser Palutena, ¿entendido?

—Creo… —Antes de que Penélope pudiera hacer otra pregunta, Yasmín ya se iba con los otros chicos.

—No eres tonta —dijo, despidiéndose con la mano sin mirar atrás—. Sé que le vas a agarrar la onda.

Penélope se encontró sola en la habitación. No había luz natural, sólo lámparas artificiales para mantenerla despierta. Se quedó inmóvil, con la vista perdida, por lo que pareció un minuto entero. Pero al cabo de ese tiempo, su expresión desconcertada se endureció con una feroz determinación.

—Verás que seré mejor que esa tal Palutena, Yas —dijo, abriendo en la página cuarenta y siete.

Se sonrojó más que en toda su aventura en el mar. En esta página de colores limitados, Pit estaba tumbado boca arriba, jadeante. El sudor goteaba de cada uno de sus poros. Sobre él, la diosa Palutena dominaba la escena por completo. Un panel la mostraba lamiéndole los huevos mientras él gemía su nombre, a lo que ella arrullaba: «Siempre supe que sabrías delicioso, mi pequeño Pit». Otro la mostraba usando los dedos de sus pies para rodearle el pene con una sonrisa pícara.

Penélope se quedó viendo ese último panel.

—¡Eso… eso es lo que hizo la señorita Toadette en Ciudad Champiñón! ¡Con ese tipo raro del callejón!

El recuerdo le vino de golpe. Recordó cuando buscaban fuegos artificiales para Peach en un callejón sospechoso. El pago de Toadette había consistido en frotar sus pies en el paquete a un tipo. Le había dicho a Penélope que no mirara, pero la curiosidad le ganó.

—Yo sólo pensé que estaba jugando con ella —susurró, con los ojos cada vez más abiertos mientras pasaba la página—. ¿Así que se sentía súper bien?

A pesar de la incomodidad que sentía, sonrió con malicia.

—¿Se supone que esto debe asustarme? ¡Mientras no tenga que tocar a Sirope, que venga el desafío!

Emocionada, pasó página tras página. La última página de ese capítulo mostraba a Pit arqueando la espalda, con la boca abierta mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. «¡Oh… oh… oh! ¡¡Me voy a venir, señorita Palutena!!». Su pito apuntaba directamente al lector, protuberante y goteando una sustancia.

—¿Venir? —Penélope se inclinó, ansiosa por ver el final en la página siguiente. Pero su pulgar se atoró.

—Puaj —Sintió una textura extrañamente tiesa en el pulgar—. ¿Yas, por qué estas páginas están pegadas? —se preguntó en voz alta.

***


La balsa improvisada cortaba las olas matutinas; su nuevo sistema de dirección funcionaba. En la proa, Toad estaba erguido como un capitán, con un pie apoyado en el tronco central mientras alternaba la mirada entre su brújula y el radar. Detrás de él, Toadette y Minh —ambas luciendo colas de Súper Hoja— hacían de timón, impulsándolos hacia adelante.

—¡Todo a babor! —ladró Toad, aferrándose a la madera—. ¡O sea, a la izquierda!

—Sigue traduciendo, capitán, que así no se nos va a grabar nunca —canturreó Minh con una sonrisa.

Toadette soltó una risita, echándole un vistazo. Había algo entrañable en su concentración: la postura de sus hombros, la forma en que su pequeño cuerpo comandaba la balsa.

Pero la superficie se agitó. Antes de que pudieran darse cuenta, tres criaturas rosadas emergieron de las profundidades, chillando mientras aterrizaban. Con el pelo azul pegado a la cabeza, no eran más altas que las rodillas de Toad.

—¿Qué carajos? —Toad pateó a uno directo al agua.

—¡Maletín, haz tu magia! —gritó Toadette.

—¡De inmediato! —Salió del bolsillo de ella, escaneando—. ¡Son Squeaks, señorita! No son nativos de estos mares. Famosos por sus ataques rápidos y por robar cosas, aunque rara vez son peligrosos.

—¡Pues díselo al radar! —gritó Minh, balanceando su bolso y quitándose de encima a un Squeak que se le abalanzaba.

Toadette se giró y le dio un coletazo a otro, mandándolo al océano. El último vibró con un agudo chillido y se zambulló de vuelta. Así de rápido, el agua volvió a calmarse.

—Oye… —Jadeando, Toadette frunció el ceño—. ¿Estás seguro de que no son matones de Sirope?

—Completamente seguro —canturreó Maletín—. Sus firmas de energía son totalmente ajenas a esta región. La posibilidad es increíblemente remota.

Los tres intercambiaron una mirada. Creían conocer a todos los jugadores de esta partida: ellos mismos, la tripulación de Sirope y los tres secuaces de Wario.

—Así que, si no son de Sirope… —comenzó Minh, su voz apagándose.

—Entonces sólo queda una conclusión lógica —suspiró Toad.

—¡Puta madre…! —Toadette volvió a su puesto, impulsando la balsa. Apretó la mandíbula con tanta fuerza que casi se rompe los dientes—. ¡Maldito seas, Wario! ¡Como si este océano sucio no tuviera ya suficientes imbéciles!

***


Un sofocante muro de vapor era todo lo que se veía en la sala de máquinas. Los músculos de Yasmín protestaban con cada palada de carbón que arrojaba al horno. Horas de trabajo dedicadas sólo a esto…

Se detuvo, apoyándose en la pala y entrecerrando los ojos hacia la planta del pie, ahora cubierta por una capa de hollín. A pesar de la negrura, las notas azules aún podía leerlas.

«Si tan sólo hubiera podido llevar a cabo este plan antes», pensó.

Para cuando terminó su turno, el Sol se había puesto. Caminó entumecida de regreso a su prisión. Cuando la puerta se abrió, esperaba ver la habitual y sombría miseria.

Sin embargo, lo que encontró la dejó boquiabierta.

En el centro de la habitación estaba Penélope, sola. Los otros niños estaban acurrucados en las esquinas o en sus camas, observándola. No lloraba ni intentaba escapar. Tenía los ojos entrecerrados y movía las caderas con un ritmo lento e hipnótico, frunciendo los labios.

Giró varios segundos después de que Yasmín entrara, con una sonrisa dibujada en el rostro.

—Oye, Yas —dijo, con la voz calmada y un tono más grave. Sus labios estaban pintados de rojo oscuro.

—¿De verdad quiero preguntar qué estás haciendo?

—Entrando en personaje —Penélope frunció los labios—. No tiene sentido luchar contra lo inevitable. La capitana quiere ver lo mejor de mí, y eso es lo que va a obtener. —Se lamió los labios—. Sólo lamento no haber podido practicar estos movimientos contigo primero. Quizás un trío nos espere.

Yasmín apenas respiraba mientras Penélope se detenía frente a ella. Penélope se inclinó y tomó el rostro de Yasmín.

Juntó sus labios. Yasmín dejó escapar un suave gemido. La forma en que Penélope la agarraba tan fuerte, la forma en que su lengua revoloteaba contra sus labios… ¿Era un beso platónico? El corazón de Yasmín se aceleró una vez que la lengua de Penélope invadió su boca. Lo que duró sólo diez segundos se sintió como una eternidad.

Con un húmedo chasquido, Penélope se retiró.

—Gracias por los consejos —dijo, devolviéndole a Yasmín su cómic de Kid Icarus. Luego desapareció.

«¿Qué demonios he hecho?», pensó Yasmín.

Rodeada por dos Gaugau, Penélope se pavoneó por los pasillos. En lugar de llevarla al dormitorio de Sirope, los monstruos la condujeron a una pequeña cámara en lo profundo del barco. La sala circular contenía una sola silla elegante frente a una plataforma elevada. Era menos una habitación y más una arena.

Tal como esperaba, Sirope ya estaba presente, descansando en la silla. Una sonrisa resbaladiza torció sus labios. Con una risita, señaló hacia el escenario.

—Vaya, te ves tan charmante, ángel —dijo mientras Penélope ascendía.

—Gracias, señora. —Tomó una profunda respiración y se detuvo una vez que sus pies sintieron la gélida plataforma. Luego comenzó a buscar. ¿Dónde estaba el chico con el que estaba destinada a jugar?

Finalmente lo vio sentado en un taburete de madera al fondo del escenario.

Levantó la vista, y todo el aire abandonó sus pulmones en un jadeo de sorpresa. Esa máscara blanca y vacía. Esa postura desaliñada y encorvada. Era Terro.

Por un momento, su confianza se desvaneció. Éste no era sólo un chico cualquiera; era la única persona en este barco que había compartido una historia con ella, una historia que no le había inspirado nada más que lástima. Sin embargo, al captar la mirada de Sirope, su cara se tensó.

—¿Lista para esto? —preguntó la capitana con un suave gruñido.

«¡Tú puedes, Penélope!», se dijo.

—Hola, Terro —llamó Penélope, moviendo las caderas—. La capitana está esperando. Ni se te ocurra dejar esperando a una dama.

El más mínimo escalofrío recorrió su espalda al verlo levantarse.

Su pene colgó flácidamente contra su muslo. Pronto estuvo de pie junto a ella en medio del escenario, soltando un suspiro de derrota.

—Nos volvemos a encontrar —susurró—. ¿Quieres que terminemos con esto ya?

—¿Terminar con esto? —Penélope alzó la voz—. ¡La única forma de que esto termine rápido es si te hago explotar en tiempo récord!

Sirope se inclinó hacia adelante en la silla.

Penélope miró entonces alrededor del escenario y vio varias velas apagadas colocadas en las esquinas. Una nueva idea se le ocurrió. Se volvió hacia Sirope con una sonrisa burlona.

—¿Qué tipo de espectáculo es éste, capitana? —ronroneó—. Está muy oscuro. ¿No sería más acogedor si tuviéramos una luz un poco más romántica?

—Por supuesto. —Sirope chasqueó los dedos—. Ratas, que uno de ustedes nos caliente.

Un Gaugau se acercó al escenario con una cerilla encendida. Penélope se acercó a él y, antes de que se diera cuenta, se la arrebató de su poderosa mano. La pequeña llama iluminó su rostro. Sirope apretó los dientes cuando Penélope levantó la cerilla en el aire, dispuesta a tirarla al suelo.

Pero en lugar de eso, Penélope se balanceó hacia la primera vela, inclinándose deliberadamente y ofreciendo a Sirope una generosa vista de la planta de sus pies mientras encendía la primera mecha.

Bailó de una vela a otra, y el escenario se iluminó con un íntimo color naranja.

—Ah… También huele mucho mejor —suspiró Sirope, relamiéndose mientras Penélope apagaba la cerilla.

—Cierto. —Penélope regresó al centro del escenario—. Ahora, ¿en qué estábamos?

Sus ojos no se apartaron de los de Sirope mientras se quitaba la ropa blanca. Dejó que las telas cayeran al suelo, revelando su piel desnuda. Deshaciéndose de los temblores, tiró sus bragas rosas a un lado, plantando un pie frente a Sirope en toda su gloriosa desnudez.

Cayó de rodillas con un puchero terco. Tomando una última y profunda respiración, agarró el flácido pene de Terro. Un suave apretón hizo que sus ojos se abrieran. Se sintió extraño. A pesar de ser torpe, procedió a acariciarlo lenta y repetidamente.

Un suave jadeo escapó de ambos simultáneamente.

—Se está poniendo más grande —susurró Penélope en voz alta. Su corazón latía más rápido al sentir los primeros signos de rigidez debajo de su mano. Animada, aumentó el ritmo, ahora frotando su palma contra el glande de su pene.

—Mírate, niña —gimió Sirope, abanicándose.

—Quizás podría enseñarme algunos trucos extra, capitana —Penélope guiñó un ojo—. Soy una aprendiz muy rápida.

—Oh, ciertamente puedo, cariño.

Roja de la cara, Penélope ahuecó las bolas de Terro, rodándolas suavemente. Él gimió. Su mano se disparó de repente, agarrando la nuca de su cabeza.

La guió hacia abajo y presionó su cara contra su verga.

Se detuvo por un segundo, pensando en Toadette o, peor aún, en su madre pillándola en plena cochinada. Pero era supervivencia. Se encogió de hombros ante la punzada de culpa, abriendo sus labios.

Una vez que la entrada a su boca estuvo llena, movió la lengua. Los dedos de Terro se apretaron en su cabello, y un bajo gemido vibró por su cuerpo.

Penélope movió la cabeza de atrás hacia adelante, mirando la máscara inexpresiva de Terro. Se ahogó al introducirlo más profundo con cada empuje. Se le aguaron los ojos, pero se negó a apartarse, concentrándose en la verga palpitando entre sus delicados labios. Cuando finalmente se atragantó lo suficiente como para resoplar, su jadeo rompió el sello.

—Mmm… ¿Quién diría que un pene podría ser tan… tan delicioso? —chilló con una risita. Apretó la cabeza de su verga con tanta fuerza que un poco de semen salió a chorros—. Delicioso, delicioso, delicioso…

El aliento de Sirope se entrecortó.

Penélope redobló sus esfuerzos con renovada determinación. Alternaba entre succionar suavemente y acariciar con más firmeza. Terro, sin embargo, permanecía frustrantemente resistente. Sus gemidos se hicieron más fuertes, y su agarre en su cabello se tensó, pero el clímax que ella necesitaba permanecía fuera de su alcance. Miró hacia sus pies.

«Veamos qué he aprendido de usted, señorita Toadette».

Sin aviso, se abalanzó sobre Terro y lo tiró al suelo. Antes de que pudiera decir nada, sus pies descalzos ya se frotaban contra sus muslos. Luego rozaron sus genitales, arrancándole un gemido estremecido.

—¿Qué pasa? —susurró ella—. ¿Necesitabas que te avisara antes de empezar?

Sus dedos del pie se hundieron más en sus genitales, provocando un gemido más fuerte. Finalmente sus pies envolvieron su verga.

—Esto será nuevo para mí —dijo, lanzando una mirada a Sirope—. Aunque, supongo que tendré un montón de práctica en el futuro, ¿no?

Comenzó a deslizar su pie arriba y abajo por el verga de Terro, trazando la vena en la parte inferior con su dedo gordo. El cuerpo de Terro se tensó y su respiración se volvió irregular mientras ella aceleraba el ritmo. Después de unos cuantos movimientos, dejó que su dedo se detuviera; flotaba sobre el glande.

—¿No tengo unos deditos suaves? —rió ella—. Gracias, ya lo sé. Se podría decir que mi madre me los regaló.

—Dios… —gruñó Terro. —Esto es…

—¿Bueno? Sí, lo es. —Ella presionó suavemente su verga hacia abajo con un pie mientras jugueteaba con la parte inferior con el otro. Al volver a acariciar, encontró un ritmo que la ayudó a mantener un paso constante—. ¿Quieres venirte en mis piececitos?

Sirope, que ya había empezado a tocarse, se tensó al escuchar esas palabras. Como si ver el cuerpo desnudo de Penélope no fuera suficiente festín, su confianza resultaba refrescante entre sus presas.

De repente Penélope cambió de posición una vez más, rodando sobre su estómago y exponiendo sus pies a Terro en una posición invertida. Sus dedos, ahora de cara a su cuerpo, apuntaban directamente a su erección palpitante. Terro miró con confusión sus dedos temblorosos.

—Te hago cosquillas —cantó, moviendo sus dedos a lo largo de su verga.

Entonces un poderoso gemido surgió de ambos. Tirando con fuerza de su prepucio, ella sonrió ante la sensación pulsante entre sus arcos.

Tres, dos, uno…

El cuerpo de Terro se arqueó, su máscara se inclinó mientras un gruñido gutural escapaba de él. Un torrente de fluido brotó, cubriendo las plantas y los dedos de Penélope.

El calor hizo que sus ojos se abrieran de par en par. La pegajosidad hizo que se le cayera la mandíbula. Era como si alguien disparase una sustancia caliente sobre sus pies. Sus pies siguieron acariciándolo arriba y abajo mientras el semen se extendía por todas partes. Eventualmente él agarró sus pies, intentando obligarla a detenerse. Sin embargo, su curiosidad la impulsó a continuar hasta que sintió la parte superior de sus pies completamente empapada en esta misteriosa sustancia.

—Está tan pegajoso —susurró para sí misma, flexionando sus dedos repetidamente. Finalmente levantó sus pies de la entrepierna de Terro, gateando un poco hacia adelante.

Una ronda de aplausos hizo que los oídos de Penélope se agitaran.

—Eso fue increíble —ronroneó Sirope, levantándose de su silla. Se pavoneó hacia el escenario, sus ojos fijos en los pies de Penélope—. Y pensar que lograste lo que ni los practicantes más experimentados podían.

Penélope sólo pudo observar mientras Sirope se arrodillaba ante ella. Sirope ahuecó su pie y se lo llevó a los labios, su sonrisa se amplió.

—Intentemos esto. —Luego procedió a lamer el semen de los pies de Penélope. Un escalofrío recorrió la espalda de Penélope.

Sirope saboreó el gusto, cerrando los ojos de placer por un momento antes de reabrirlos con aún más intensidad. Se lamió los labios después de cada sorbo de la sustancia, asegurándose de no perder ni una gota. Mientras los dedos de Penélope entraban y salían de su boca, el corazón de Sirope estaba a punto de salirse de su pecho. ¿Realmente había tropezado con la presa perfecta?

—Magnífico —jadeó—. Verdaderamente magnífico, Penélope. Me has impresionado más allá de toda medida. —Se inclinó más cerca—. Quiero más de ti, querida mía. Veamos qué podemos hacer juntas.

Penélope parpadeó, con la boca ligeramente abierta.

—¿En su habitación? —preguntó.

—Si es donde prefieres, ciertamente. —El cuello de Sirope se giró bruscamente en dirección a los guardias—. ¡Preparen la habitación! ¡Ténganla lista en los próximos diez minutos!

Sus lacayos se fueron a atender ese asunto, dejando a Penélope un poco de tiempo para recuperarse. Recuperó algo de calidez con su ropa, echando un vistazo a Terro en el proceso.

«¿Lo hice rápido o lento? Ni siquiera lo sé».

Cuando pasaron los diez minutos, una voz áspera llamó a Penélope. Siguió a los guardias a las cámaras de Sirope. Allí, acostada en la cama lujosa, estaba la capitana misma. Se reclinó contra un montón de almohadas, sus ojos carmesíes se encontraron con los de Penélope.

—Ven, Penélope —ronroneó, dando palmaditas en el espacio a su lado—. El ambiente es el adecuado.

Penélope dudó por un momento. Luego, superada por una inexplicable oleada de adrenalina, saltó sobre la cama. Se encontró flotando sobre Sirope. Lentamente comenzó a moverse.

Éste no era el escenario de dominación que Sirope esperaba. No, era mucho mejor. Penélope se retorcía para ella, moviendo las caderas en un baile que la seducía. Agarró el dobladillo de su vestido, amagando con quitárselo del todo.

—Lo tienes todo, Penélope. —Sirope se llevó un dedo a los labios—. Pareces nacida para ser una esposa perfecta.

—Sería un honor, capitana. —Penélope se dejó caer hacia adelante, aterrizando en el pecho de Sirope. La abrazó, jadeando.

—Mmm… Más apretado —ordenó Sirope. Puso ambas manos en el trasero de Penélope y apretó con fuerza. Penélope apretó los dientes y soltó un gemido profundo. Mientras comenzaba a restregarse lentamente contra la capitana, se acercó poco a poco al borde de la cama donde había una mesita de noche. Sobre ella había una hermosa vela que las iluminaba a ambas.

—Huele tan bien aquí —suspiró Penélope. Le plantó un beso en los labios a Sirope antes de que pudiera responder. Gruñendo, Penélope forzó su lengua a través de los labios por un momento. La retiró, dejando que un poco de saliva goteara por sus labios—. ¿Le supo rico?

—Sí, tesoro. —Sirope le acarició el pelo—. Eres incluso mejor que Yasmín.

Penélope sonrió. Y entonces la mordió ligeramente.

Fue lo justo para hacer que Sirope jadeara. Luego, en el mismo movimiento, la besó. Su lengua forzó la entrada en su boca, arremolinándose lo justo para hacer que Sirope arqueara la espalda.

—¿Y ésa qué le pareció? —jadeó Penélope, dejando que la saliva brillara en sus labios.

—Qué dulce eres…

Penélope rió. Luego gateó más arriba.

Con un giro repentino, Penélope agarró un grueso mechón de pelo rojo de Sirope y tiró de él, haciendo que la cabeza de la capitana se fuera hacia delante. Antes de que Sirope pudiera gritar, Penélope cogió la vela de la mesita de noche y se la estampó en la cara.

La cera caliente salpicó los ojos de Sirope. La llama prendió en su cabello, creando una antorcha mientras chillaba.

—¡Mis ojos! —gritó Sirope. Penélope se abalanzó sobre el escritorio. Un bolso abierto estaba listo para ser tomado, y lo llenó con todo lo que pudo encontrar. Una brújula, una petaca de ron, una caja de fósforos y otras baratijas de poco valor.

Metió todo adentro antes de concentrarse en mover el escritorio.

—¡Muévete! —gruñó. Apoyó el hombro contra él, pero el dolor le subió por la columna. Se tambaleó hacia atrás—. Vamos, sé como la señorita Toadette. Piensa.

Cuando miró al suelo, se dio cuenta de que la alfombra impedía que el escritorio se moviera. Así que la enrolló lo mejor que pudo e hizo otro intento. El escritorio de jengibre raspó contra las tablas del suelo mientras ella, alegremente, lo golpeaba contra la puerta.

Sirope se revolcaba, tratando de apagar las llamas de su cabeza, mientras Penélope agarraba una segunda vela y la arrojaba sobre la alfombra. El fuego estalló, devorando los muebles y la madera.

Saltó por encima del trozo en llamas, abrió la puerta de golpe y coló su pequeño cuerpo por el pasillo.

Se oían gritos de piratas desde abajo.

—Maldita sea… —Sus pies descalzos golpeaban las tablas del suelo del barco mientras pasaba junto a matones con los ojos como platos. Algunos se abalanzaron sobre ella. Uno le agarró la muñeca: un híbrido corpulento de pingüino y mapache.

Ella le apretó la barriga hasta que sus uñas perforaron la carne. Él retrocedió, gruñendo.

—¡Yas! —gritó, abriendo de una patada la puerta del calabozo.

—¿Penélope? —Yasmín se incorporó de un salto, con los ojos como platos.

—¡No hay tiempo! —Penélope tiró de ella, arrastrándola entre los niños atónitos. Terro, cuyo dedo se detuvo sobre su máscara, se quedó sentado con curiosidad.

Mientras corrían hacia la cubierta, Penélope le hizo un resumen a Yasmín entre jadeos. Yasmín apenas podía encontrar palabras.

—Uno, te rifaste con todo. Dos, ¿y ahora cómo chingados nos largamos? —jadeó—. ¡Seguimos en medio del pinche océano!

—¡No parabas de murmurar en sueños sobre botes salvavidas en la popa! —Penélope sonrió—. ¡Escondidos bajo unas lonas!

—¡Yo no hablo en sueños!

—¡Pues anoche sí! ¡Y qué tierna eras! —Penélope tiró con más fuerza—. ¡Ahora muévete o nos morimos!

Tropezaron al salir por una escotilla y el viento nocturno las golpeó. Arriba, el cielo era de un tono tinta gris tormentoso, iluminado sólo por una luna oculta y estrellas dispersas. La cubierta estaba húmeda por el rocío del mar e inquietantemente silenciosa. Y entonces…

—¿De verdad creen que pueden escapar de mí? —retumbó una voz. Sirope emergió tras ellas, con un ojo completamente cerrado.

El pulso de Penélope se disparó. Apretó más fuerte el brazo de Yasmín. El bolso se balanceaba contra su pierna. Tragando saliva, metió la mano dentro y sacó la petaca y un solo fósforo.

—¿Nos quiere, capitana? —canturreó, encendiendo el fósforo—. ¡Pues venga a agarrarnos!

Y entonces la diminuta llama tocó la cubierta.

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Nota del autor:
Si consideramos que los personajes principales hasta ahora son Toadette, T. Minh, el capitán Toad, Penélope y Yasmín, entonces todos los personajes han tenido ya una escena muy explícita. ¡Lo hemos conseguido! Me ha costado mucho fusionar la acción con el sexo en este capítulo, pero creo que el giro del plan de Penélope ha quedado genial. La semana que viene habrá más acción que pies, así que prepárense.
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